Fer­min Muna­rriz entre­vis­ta a Itziar Aiz­pu­rua «Me pare­ce impor­tan­te, sobre todo en este momen­to la alian­za entre fuer­zas independentistas»

«Hay que dejar al pue­blo que hable, seguir su latido»

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El camino fir­meItziar Aizpurua

Mili­tó en ETA en pleno fran­quis­mo, fue con­de­na­da en el Pro­ce­so de Bur­gos, par­ti­ci­pó en la crea­ción de HB, ha sufri­do cár­cel y ha sobre­vi­vi­do a aten­ta­dos. La dure­za de su camino sólo es com­pa­ra­ble a la soli­dez de sus con­vic­cio­nes. Unió su vida a su país y a su com­pa­ñe­ro, Jokin Goros­ti­di. Por ello, detrás del anda­mio de la fir­me­za, se des­cu­bre la per­so­na que habla sin tapu­jos del amor como motor de las accio­nes huma­nas más nobles. Es memo­ria y tenacidad.

Tex­to: Fer­min MUNARRIZ

Media­dos de los años sesen­ta, en ple­na dic­ta­du­ra… Como mujer, ade­más, no resul­ta­ría fácil lle­gar a cier­tos ámbi­tos… ¿Cómo y por qué se impli­có en la mili­tan­cia polí­ti­ca en ETA?

Siem­pre es difí­cil lle­gar a cier­tos ámbi­tos, enton­ces y aho­ra. Los años sesen­ta eran espe­cial­men­te malos por­que tenía­mos un dic­ta­dor que nos cer­ce­na­ba todas las liber­ta­des y era espe­cial­men­te difí­cil hacer fren­te al entra­ma­do del fran­quis­mo. Pero sur­gió una gene­ra­ción que dijo «tene­mos que reco­ger la antor­cha de nues­tros ante­pa­sa­dos por­que debe­mos sobre­vi­vir como pue­blo». Enton­ces sur­gió Eus­ka­di Ta Aska­ta­su­na, ETA. Y tomé par­te en ello para ser yo mis­ma, para ser eus­kal­dun, aber­tza­le, y para defen­der este pue­blo, como lo habían hecho mis padres y como que­ría seguir hacién­do­lo yo para nues­tros hijos. Esa fue la razón.

Era una épo­ca de terror: tor­tu­ras bru­ta­les a los dete­ni­dos, pena de muer­te vigen­te… Había que ven­cer muchos miedos…

Sí, es cier­to, pero hay una cosa impor­tan­te: la juven­tud. Tie­ne unos dones espe­cia­les que, con el tiem­po, se dejan por el camino: la mag­na­ni­mi­dad, la entre­ga, el atre­vi­mien­to, la valen­tía, la espe­ran­za, la ilu­sión, las ganas de vivir, las ganas de con­ti­nuar… Y tam­po­co se ve que te van a tor­tu­rar o a macha­car; de joven estás por enci­ma de todo.

En 1969 es dete­ni­da jun­to a su mari­do, Jokin Goros­ti­di ‑mili­tan­te de ETA liberado‑, y ambos son juz­ga­dos un año más tar­de con otras 14 per­so­nas en el Pro­ce­so de Bur­gos. ¿Qué supu­so aque­llo en sus vidas?

En el Pro­ce­so de Bur­gos el Esta­do espa­ñol nos incul­pa­ba no por­que fué­ra­mos noso­tros, sino por­que repre­sen­tá­ba­mos aque­llo que que­rían hacer des­apa­re­cer defi­ni­ti­va­men­te: las ansias del pue­blo de ser él, las ganas de luchar, de vivir y tener el futu­ro en nues­tras manos. Y eso es lo que qui­sie­ron hacer des­apa­re­cer a tra­vés de los die­ci­séis mili­tan­tes de ETA. Para noso­tros fue impor­tan­te ser pro­ta­go­nis­tas y decir «va a ser­vir para algo», inclu­so por enci­ma de las dos penas de muer­te que tuvo Jokin ‑una que pedía el fis­cal y otra que sumó el tri­bu­nal-. Lo vi muy negro en aquel momento…

¿Cómo reci­bió la noti­cia de las dos penas de muer­te a Jokin?

Fue muy duro. Pen­sá­ba­mos que la movi­li­za­ción tan inmen­sa que se esta­ba dan­do no sólo en Eus­kal Herria, sino tam­bién en el Esta­do, en Euro­pa y has­ta en Amé­ri­ca, ten­dría un fru­to en el sen­ti­do de que no habría penas de muer­te. Por el con­tra­rio, el 28 de diciem­bre ‑Día de los Inocentes‑, nos comu­ni­ca­ron que con­de­na­ban a Jokin a dos penas de muer­te. Fue un gol­pe terri­ble, lo reci­bí dicien­do «le van a matar, defi­ni­ti­va­men­te». Por pri­me­ra vez en mi vida me entra­ron náu­seas, unas náu­seas tre­men­das. Fue muy duro, pero lo asu­mi­mos dicien­do: «Si con esto se va a levan­tar Eus­kal Herria, si con esto vamos a con­se­guir poner­nos en el camino de la inde­pen­den­cia, todo es váli­do y lo vamos a dar así».

Duran­te el pro­ce­so pasa­ron uste­des de acu­sa­dos a acu­sa­do­res. ¿Algu­nos de los plan­tea­mien­tos que expu­sie­ron allí siguen vigen­tes todavía?

Sí, natu­ral­men­te. Por ejem­plo, se defen­día la nece­si­dad de la cul­tu­ra vas­ca para sobre­vi­vir como pue­blo; se defen­día que Eus­kal Herria fue­se sobe­ra­na o se defen­día la inde­pen­den­cia y el socia­lis­mo, y no de una for­ma abs­trac­ta, sino con con­cre­ción des­de la izquier­da. Tam­bién que la edi­fi­ca­ción del pue­blo tenía que ser entre todos. Fue­ron tan impor­tan­tes que creo que hoy, efec­ti­va­men­te, perviven.

En un plano más anec­dó­ti­co, qui­zás, pero ¿cómo recuer­da el momen­to final del jui­cio, cuan­do los pro­ce­sa­dos comen­za­ron a can­tar el «Eus­ko Gudariak»…?

El últi­mo en decla­rar fue Mario Onain­dia. A él le tocó decir lo que todos había­mos deci­di­do y al aca­bar gri­tó «Gora Eus­ka­di aska­tua!». Y empe­za­mos a can­tar. Enton­ces comen­zó el jaleo, muy ten­so. Está­ba­mos espo­sa­dos, pero tenía­mos un guar­dia a nues­tro lado y nos aga­rra­ban. Los del tri­bu­nal, con los sables en mano, sal­ta­ron hacia noso­tros; la gen­te [los fami­lia­res en el públi­co] empe­zó a can­tar con noso­tros y les des­alo­ja­ron… Segui­mos can­tan­do has­ta tres veces puño en alto, espo­sa­dos. Nos tapa­ban la boca, nos arras­tra­ban… Según nos iban arras­tran­do, los abo­ga­dos se levan­ta­ban, todo el mun­do gritaba..

No sabían si vol­ve­rían a verse…

Jokin y yo no sabía­mos si vol­ve­ría­mos a ver­nos. Nos des­pe­di­mos para siem­pre… ¡Para siem­pre! Fue terri­ble. Sin embar­go, íba­mos con la satis­fac­ción del deber cum­pli­do. Era tan impor­tan­te para noso­tros… Haber lle­va­do el jui­cio has­ta el final era ya un éxi­to; haber con­se­gui­do que el pue­blo se levan­ta­ra ‑barri­ca­das, mani­fes­ta­cio­nes…-, que la gen­te de izquier­das de Euro­pa y de Espa­ña tam­bién se levan­ta­ra fue impre­sio­nan­te. Eso ya era váli­do, pero me que­da­ba una cosa: ¿Nos vere­mos Jokin y yo algu­na vez más…?

Debe ser terrible…

Sí, pero ha habi­do momen­tos muy terri­bles en nues­tra vida.

Per­mí­ta­me que cam­bie de asun­to: uno de los jue­ces de ins­truc­ción, el coman­dan­te Lasan­ta, dijo de usted que «es igual que un escor­pión: boni­ta por fue­ra, vene­no­sa por den­tro». Vinien­do de tal enemi­go sue­na a halago…

[Son­ri­sas] Este juez ins­truc­tor ‑mili­tar como todos- lle­gó has­ta [la cár­cel de] Mar­tu­te­ne, don­de yo esta­ba ais­la­da; que­ría con­se­guir unas con­fe­sio­nes a las que yo me nega­ba en redon­do. Había en Mar­tu­te­ne un chi­co que esta­ba allí por­que le habían cogi­do con una misi­va o algu­na cosa de ésas y me acu­sa­ba a mí. Y yo, aun­que pasé die­ci­sie­te días en comi­sa­ría, ten­go el honor de decir que no con­si­guie­ron que abrie­ra la boca.

Usted par­ti­ci­pó acti­va­men­te en la fun­da­ción de Herri Bata­su­na en 1978. ¿Qué supu­so en la vida polí­ti­ca de Eus­kal Herria el sur­gi­mien­to de esta formación?

Fue un paso impor­tan­te por­que fal­ta­ba eso. Des­pués de ver que­con la muer­te de Fran­co no ter­mi­na nada ‑o sea es una continuación‑, des­pués de que Xiber­ta falla… hace fal­ta un nexo de unión de todas aque­llas fuer­zas que habían com­ba­ti­do al fran­quis­mo. Y esto me gus­ta dejar­lo bien cla­ro: no se com­ba­tió en Eus­kal Herria con­tra Fran­co por­que era Fran­co; luchá­ba­mos por nues­tro des­tino. Y Herri Bata­su­na nació pre­ci­sa­men­te para unir las luchas por la amnis­tía, por los dere­chos civi­les, por los dere­chos polí­ti­cos, por la cla­se tra­ba­ja­do­ra, con­tra Lemoiz… Esas luchas popu­la­res tenían que tener una for­ma de expre­sión y de defen­sa. Así nació HB como coalición.

Duran­te muchos años usted fue el refe­ren­te feme­nino en un mun­do en el que pre­do­mi­na­ban los hom­bres. ¿Cos­tó tra­ba­jo que las muje­res lle­ga­ran tam­bién a las res­pon­sa­bi­li­da­des de dirección?

Sí, como en todas par­tes. En HB se tar­dó has­ta hace bien poco que en la direc­ción hubie­ra muje­res con­si­de­ra­das par­te igual que el hom­bre y en con­di­cio­nes igua­les para poder tra­ba­jar. En mis tiem­pos jóve­nes, el femi­nis­mo no esta­ba toda­vía tan tra­ba­ja­do. Y cuan­do yo empe­cé en la Mesa Nacio­nal, creo que esta­ba más como Itziar Aiz­pu­rua que como mujer; es decir, más por el apor­te res­pec­to al tra­ba­jo que había hecho y a lo que repre­sen­ta­ba des­pués del Pro­ce­so de Bur­gos que como mujer…

Madrid, 20 de noviem­bre de 1989. Lle­va­ban al Con­gre­so de los Dipu­tados un men­sa­je de diá­lo­go y les espe­ra­ba un aten­ta­do mor­tal en el Hotel Alca­lá. ¿Cómo recuer­da aque­lla noche?

Fue terri­ble para todos; no era eso lo que espe­rá­ba­mos, natu­ral­men­te. Noso­tros fui­mos a abrir el camino del diá­lo­go para una posi­ble nego­cia­ción, para un enten­di­mien­to, y nos encon­tra­mos que a la noche, al cenar, apa­re­cie­ron dos enca­pu­cha­dos y mata­ron a tiros a Josu Mugu­ru­za e hirie­ron a Iña­ki Esnaola…

… que esta­ba a su lado, creo…

Sí, esta­ba a mi lado. [Los dis­pa­ros] me agu­je­rea­ron la cha­que­ta tam­bién. Pero lo impor­tan­te fue que mata­ron a Josu. Y Josu nos hacía fal­ta. Cuan­do habla­mos de los que se van, yo con­si­de­ro que nadie somos impres­cin­di­bles, pero hay per­so­nas que son más nece­sa­rias que otras. Josu era una pie­za muy impor­tan­te y nece­sa­ria en aquel momen­to. Muy nece­sa­ria. No ten­go duda algu­na de que supie­ron dar el tiro don­de que­rían. Sin lugar a dudas…

Usted ha cono­ci­do la cár­cel, la deten­ción ‑17 días inco­mu­ni­ca­da, gol­pes, simu­la­cros de violación‑, ha vivi­do la muer­te de cer­ca ‑tiros en la deten­ción de Jokin, otro tiro­teo en Bia­rritz, penas de muer­te, una bom­ba en la cafe­te­ría fami­liar cuan­do esta­ban los dos den­tro, el aten­ta­do del Hotel Alca­lá…- ¿Pue­de alguien lle­gar a acos­tum­brar­se al sufri­mien­to, al horror?

No creo que acos­tum­brar­se sea la pala­bra exac­ta. Yo creo que hay que acep­tar­lo. Es duro decir eso: hay que acep­tar­lo por­que creo en el futu­ro, por­que creo en lo que he hecho tam­bién y por­que creo que algún día todo esto va a valer para que nues­tro pue­blo sea libre. Y si nues­tro pue­blo es libre, egoís­ta­men­te lo seré yo tam­bién. Por eso creo que estas cosas hay que acep­tar­las. El pre­cio lo pone el enemi­go. Muchas veces vie­nen a mí a decir­me «Itziar, ¿has­ta cuándo.…?»

¿Qué les res­pon­de usted?

Les sue­lo res­pon­der siem­pre que tene­mos que mirar la lucha para ver el fru­to hoy mis­mo. No tene­mos que espe­rar que voy a ver esto el año que vie­ne, no. Hay que luchar para ver­lo maña­na a la maña­na, pero no pen­sar en que lo vaya­mos a ver. Es muy duro, pero yo pien­so así.

Quie­nes le cono­cen bien ase­gu­ran que su vida con Jokin, más allá de las tareas mili­tan­tes, fue una inten­sa rela­ción de amor…

Sí, así fue y así es. Aun­que parez­ca men­ti­ra, así es, por­que yo sigo que­rién­do­le inten­sa­men­te y le sigo tenien­do en mi inte­rior. Sé que no le voy a ver nun­ca más, aho­ra sí lo sé. En Bur­gos era así tam­bién pero vol­vi­mos a ver­nos. Hubo otros momen­tos duros: en comi­sa­ría me dije­ron que esta­ba muer­to… pero todo tuvo su final posi­ti­vo. Aho­ra sí sé que no voy a ver­lo nun­ca más, pero mien­tras yo viva, vivi­rá él y vivi­re­mos los dos.

¿Es el amor un motor de las accio­nes humanas?

Efec­ti­va­men­te; el amor es revo­lu­cio­na­rio. El amor es capaz de sal­tar difi­cul­ta­des por enci­ma de todo. Es algo muy gran­de, como el odio ‑pien­so-. El amor no es sola­men­te entre hom­bre y mujer, es en la socie­dad, es el amor a la patria, es el amor al pue­blo… El amor es entrega.

Jokin y usted renun­cia­ron a tener hijos por la dedi­ca­ción que les exi­gía la acti­vi­dad polí­ti­ca. ¿Ha lamen­ta­do en algún momen­to aque­lla decisión?

Aho­ra a veces… Cuan­do a Jokin le con­de­na­ron a muer­te e iba a entrar en capi­lla, pasé aque­llos dos días y tres noches dicien­do: «Llá­ma­me, por favor, por­que voy a hacer lo inde­ci­ble para tener un hijo tuyo y así, si tú te vas, al menos, voy a que­dar con él». Y hoy pien­so que si hubie­ra exis­ti­do Ara­lar ‑que es como pen­sá­ba­mos lla­mar­le- habría teni­do el amor de Jokin. Pero tam­bién habría esta­do todo este tiem­po con Ara­lar y no con Jokin. Y creo que lo más impor­tan­te es lo que hemos vivi­do jun­tos en estos trein­ta años.

¿Tie­ne con­tac­to con los jóve­nes de hoy?

Sí, ten­go con­tac­to con los jóve­nes, fun­da­men­tal­men­te del pue­blo. Y me paran en la calle y eso me hace una gran­dí­si­ma ilu­sión. Últi­ma­men­te, cuan­do he habla­do en públi­co, a quie­nes veo la ilu­sión es a los jóve­nes. Dicen que es por cómo hablo y que a ellos les lle­ga cer­ca, y eso me entusiasma.

¿Qué le pare­cen los jóvenes?

Me pare­cen tan salu­da­bles y entre­ga­dos como en nues­tro tiem­po. Tam­bién hay que pen­sar que esta socie­dad no es la nues­tra; ésta lle­va a una sali­da casi indi­vi­dual y a un egoís­mo atroz. Tam­bién creo que hay una par­te de la juven­tud que real­men­te lo está hacien­do bien, pero está mucho más cas­ti­ga­da y repri­mi­da que en nues­tro tiem­po. En el plan de repre­sión direc­ta, de cár­cel, de suma­rios, de todo esto, hoy está mucho más repri­mi­da… Hoy en día se repri­me a quien levan­ta la cabe­za. En ese sen­ti­do estoy con la juven­tud de hoy a tope. Y lo que más me due­le es que muchas veces no pue­da hacer su tra­ba­jo social y militante…

Ha per­di­do a muchos com­pa­ñe­ros en su vida… ¿Recuer­da a alguien especialmente?

A varios… Por empe­zar por la per­so­na mayor, a Teles­fo­ro Mon­zón. Le qui­si­mos mucho, apren­di­mos mucho de él, sus mane­ras, su ele­gan­cia ‑aun­que no sé si se me ha pega­do mucho‑, su saber hacer, su saber hablar… Y cómo no, San­ti Brouard, a quien qui­se mucho, un gran aber­tza­le socia­lis­ta de la cabe­za a los pies. A Jon Idi­go­ras, com­pa­ñe­ro de fae­nas, a Josu Mugu­ru­za, a Txo­min Itur­be, a Arga­la… Muchos com­pa­ñe­ros idea­les, mara­vi­llo­sos, necesarios…

¿Qué es ser aber­tza­le para usted, seño­ra Aizpurua?

Ser aber­tza­le es vivir en una tie­rra ‑ama lurra- para amar­la, para defen­der­la. Vivir en un sitio don­de que­re­mos ser lo que naci­mos. Naci­mos eus­kal­du­nes y que­re­mos morir eus­kal­du­nes. Naci­mos en una tie­rra y no que­re­mos nada más, no que­re­mos con­quis­tar nada, no que­re­mos las cosas de los demás, sólo que­re­mos lo nues­tro y defen­der esta tie­rra. Y que­re­mos ser sobe­ra­nos, deci­dir nues­tro futu­ro, edi­fi­car nues­tro pue­blo en libertad.

¿Qué le pare­ce la alian­za entre fuer­zas independentistas?

Me pare­ce impor­tan­te, sobre todo en este momen­to, en el cual el PSOE ha lle­ga­do a unas cotas inad­mi­si­bles de repre­sión y está impi­dien­do que este pue­blo pue­da ser libre. Y está enga­ñan­do e inten­tan­do frus­trar a la juven­tud por­que está hablan­do de paz. Y hablar de paz no es váli­do en estos momen­tos; la paz debe estar basa­da en la jus­ti­cia y en la liber­tad. Una paz eté­rea no sir­ve para nada por­que tene­mos que hablar tam­bién de nues­tros muer­tos. No pode­mos espe­rar más de seten­ta años para res­ca­tar el honor y la glo­ria de nues­tros muer­tos. Mien­tras, nos están pasan­do por los morros sus muer­tos úni­ca­men­te. En esta gue­rra ‑que sigue exis­tien­do toda­vía- exis­ten muer­tos por ambos lados. Podre­mos hablar de paz cuan­do todos ellos pue­dan des­can­sar en paz, pero en esa paz basa­da en la jus­ti­cia y en la liber­tad. Has­ta enton­ces, no. Por eso es impor­tan­te que deter­mi­na­das fuer­zas polí­ti­cas se pon­gan de acuer­do en unos míni­mos demo­crá­ti­cos para que en este pue­blo poda­mos vivir bajo el pris­ma de con­se­guir la liber­tad. Aho­ra nos están pasan­do por los morros un par­te de gue­rra todos los días.

Pero tam­bién hay vas­cos que impul­san esa estra­te­gia que usted apunta…

Eso no es ina­mo­vi­ble. En el momen­to en que adquie­ra una fuer­za impor­tan­te la movi­li­za­ción, creo que van a tener que mover­se todos aque­llos que en este momen­to dicen «no a esto» o «no a lo otro»… En el momen­to en que el pue­blo se levan­te para cons­truir, creo que los demás tam­bién van a tener que mover­se, levan­tar­se del asien­to y adop­tar otra postura.

Con toda una vida de mili­tan­cia polí­ti­ca a sus espal­das, ¿cómo ha vis­to evo­lu­cio­nar Eus­kal Herria en estas décadas?

Lo más impor­tan­te es que hay mayor con­cien­cia aber­tza­le. En los años sesen­ta muchas con­cien­cias se cerra­ron y otras se amol­da­ron a la situa­ción; nues­tra labor fue abrir­las. Creo que la mayor apor­ta­ción des­de ese tiem­po es haber con­se­gui­do que el aber­tza­lis­mo hoy sea mucho más amplio y con mayor con­cien­cia. Aho­ra hay que encau­zar, el pro­ble­ma está ahí: eso es lo que nos va a cos­tar, por­que el enemi­go sabe per­fec­ta­men­te que, si se encau­za, esta fuer­za va a ser impa­ra­ble. Y vamos a con­se­guir que este pue­blo ten­ga el futu­ro en sus manos.

¿El país está en ese momento?

Creo que esta­mos empe­zan­do. La suma de siglas no hace siem­pre la mis­ma sopa; es impor­tan­te pero los par­ti­dos polí­ti­cos no son diri­gen­tes máxi­mos del pue­blo. El pue­blo tie­ne que tener razo­na­mien­tos sufi­cien­tes y con­cien­cia para decir «voy a hacer esto». Los par­ti­dos han per­di­do capa­ci­dad moral ante el pue­blo; son impor­tan­tes siem­pre y cuan­do sepan encau­zar el movi­mien­to popu­lar. Hay que dejar al pue­blo que hable, que diga lo que quie­re, hay que seguir el lati­do del pue­blo. A la vez, siem­pre hay que pre­pa­rar al pue­blo, por­que la lucha ideo­ló­gi­ca es tan impor­tan­te o más que cual­quier otra en este momen­to, mucho más que nunca.

¿Qué ingre­dien­tes ali­men­tan toda una vida de entrega?

El amor… Lo digo sin­ce­ra­men­te. Yo soy muy apa­sio­na­da cuan­do está en jue­go mi pue­blo. Y el amor es el ingre­dien­te más impor­tan­te para vivir, para libe­rar un pue­blo, para luchar por lo que se quie­re, para sufrir…

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