En la antigua Grecia, el cinismo fue una corriente de pensamiento, utilizado por Diógenes como una crítica contundente y excéntrica al poder establecido. Con el tiempo la acepción del concepto de cinismo se ha desvirtuado y, en ciencia política, ha derivado hacia derroteros menos saludables. Hoy, los cínicos se distinguen y se califican como tales por su desvergüenza a la hora de mentir y defender sus patrañas, sobre todo delante de cámaras y micrófonos. Buena muestra de esa desfachatez la han dado estos días algunos políticos, metidos a tertulianos, al analizar la quema de contenedores en Euskal Herria.
Estos discípulos de la desvergüenza, conocen de buena mano que esas acciones nada tienen que ver con la izquierda abertzale ni con la kale borroka. Saben también de buena mano que, a falta de realidades concretas de lucha armada con las que vapulear la apuesta de Zutik Euskal Herria, el Estado ha retomado el manual de «guerra sucia» para socavar la confianza de la opinión pública favorable a un nuevo ciclo político.
Aun así, en nombre de su dudoso trabajo en defensa de Euskal Herria, alzan la voz e inculpan a la izquierda abertzale desautorizando y condenando una apuesta política, debatida por cientos de militantes y aceptada por una mayoría social que ellos se empeñan en ignorar para satisfacer a Madrid. Lo que no deben de conocer es que el único discurso de la desfachatez y de la mentira es la verborrea, que la verborrea pone la cabeza como un bombo y luego se olvida. Por lo menos Diógenes se limitaba a clamar: busco un hombre honrado. ¿Hay alguno entres ustedes señores del PNV y Aralar?.