Hubo un tiempo en que se hablaba de la prensa como cuarto poder… ¿Sigue siendo así?
Los medios de comunicación ahora son realmente instrumentos de propaganda de los gobiernos, pero no sólo de los estatales, sino también de los locales…
¿Es la prensa un instrumento al servicio de estrategias políticas?
Ahora los medios de comunicación no son tanto los periódicos, las radios o las televisiones, sino los grupos empresariales, donde no se conoce muy bien quiénes son los propietarios. Y si al Estado, por ejemplo, le interesa decir que aquí hay una mayoría de habla hispana y de un origen geográfico que a ellos les interesa, todo lo que sea disidencia se anula informativamente desde los propietarios de la opinión. La opinión, hoy, no está en manos de los periodistas; éstos son los trabajadores de esas empresas, que pertenecen a las finanzas, a la industria, a la banca o a las editoriales…
En ese contexto, ¿qué le parece el control político sobre los medios públicos como EITB?
Hay una cosa importante: las empresas tienen dueños. En una empresa pública no se sabe quién es el dueño; de hecho debería ser un conjunto de representantes según la distribución política del momento. Pero si aquí no se es capaz de hacer como en los países nórdicos o en la BBC ‑donde, esté quien esté de gobernante, los informativos siguen teniendo crédito y objetividad informativa- igual hay que plantearse que es un medio muy caro para pagar con los impuestos y para que hagan propaganda del gobierno de turno…
¿Se ha pervertido de alguna manera el concepto de servicio público de los medios?
En una televisión ‑si es a lo que te refieres- hay diferentes organismos y hay gente que está viviendo muy cómoda porque supuestamente no les afecta nada, son los técnicos… Los afectados son aquellos cuyo trabajo es crear opinión e información. ¿Quién mediatiza la información? El propietario. Si el propietario es público, es una inmoralidad que se manipule. Por tanto, se debe plantear quién debe ser el propietario de la información en una televisión pública: si debe ser un consejo de redacción y que sea la propia ética profesional la que determine y no el zorromozorro que se adapta a todos los momentos y coyunturas y que lo mismo sirve a Mahoma o a su padre…
Hay realidades que se ocultan en los medios ‑pongamos la tortura, los atropellos del Estado, los abusos del sistema…-. ¿La prensa en Euskal Herria calla más de lo que cuenta?
La ocultación de la información ha sido siempre tremenda. Hace ya más de treinta años que Noam Chomsky dijo que lo que no se publica no existe. Cuántas guerras hay de las que no se informa y, sin embargo, existen. Si a escala mundial se silencian guerras, aquí, que es un país pequeño, se silencia todo aquello que molesta. Y lo que más molesta es que alguien diga que un derecho universal y reconocido, como es el derecho a la autodeterminación, debería ser algo tan sencillo como otros reivindican el derecho a comprar en uno o siete supermercados…
Algunos medios, lejos de estimular vías de solución al conflicto político, lo alimentan exacerbando opiniones, tergiversando realidades… ¿El conflicto puede llegar a ser rentable política o económicamente?
Yo sacaría esto del contexto de la rentabilidad. Pienso que ‑igual que se produjo el fenómeno nazi- hay una idiosincrasia española de odio y de inquisición. Ante cualquier cosa que no entra en sus parámetros, vuelcan el afán de revancha, de dominar, de imponer… Llámese ahora vasco, Catalunya o llámese lo que se llame ‑inmigración, novedad…- todo aquello que no les interesa tiene que pasar siempre por el cedazo del odio y la aversión a lo diferente…
¿Quiere decir eso que, más allá de otros intereses, existen también factores emocionales?
Sí, de psicología colectiva y emocional. En el momento en que un Estado se atrinchera en una cárcel normativa como es una constitución, ¿a qué tiene miedo? A la libertad. Todo conflicto político entraña un interés económico; y todo lo que hay de emocional es porque existen complejos o necesidad de arrodillar a alguien… Y los medios de comunicación forman parte de esa búsqueda de la subyugación…
En poco más de la última década se han cerrado en Euskal Herria dos periódicos, una radio, y una revista; se ha detenido, torturado y encarcelado a directivos… ¿Esto es homologable con una sociedad democrática?
Yo no soy quién para decir qué es homologable. Sí creía que los tribunales de la Inquisición se habían producido en siglos pasados… Se está aplicando la maestría de decir quién tiene derecho a la vida y quién no, y quién tiene derecho a expresarse y quién no.
Teniendo en cuenta la dura experiencia que usted ha vivido como directora de medios, ¿qué sintió ante estos casos?
Pues que nada había cambiado. Durante un tiempo este país se embarcó en una esperanza enorme de decir «es nuestro momento, podemos tener libertad, podemos ampliar nuestros espacios, podemos dar respiro a nuestra lengua, podemos empezar a ser propietarios de nuestra propia casa…» Y de pronto, todo esto, en nombre de no se sabe cuántas leyes ad hoc ‑o sin dar ninguna explicación‑, simplemente desapareces, dejas de tener voz y palabra… Y así uno, otro y otro… Sentí que habíamos entrado en el túnel del tiempo.
Usted también ha conocido todas las modalidades del acoso a la prensa. En «Punto y Hora», por ejemplo, sufrieron censura, amenazas, procesos, encarcelamientos, incluso atentados… ¿Cómo recuerda aquellos años?
Era una carrera veloz llena de vértigo. En todas las esquinas estaban los que llevaban una pistola reglamentaria ‑a mí me han sacado la pistola en la redacción de «Punto y Hora» en dos o tres ocasiones-. Aquellos que marchaban en los desfiles de la victoria con uniforme luego los veías de paisano en la calle amenazándote a ti. No aceptaban que las charreteras, las botas y los vestidos de militar habían pasado de moda. Aquella gente se negaba a dejar de existir y de imponer. Fue una especie de «a río revuelto ganancia de pescadores» donde se permitió todo tipo de venganzas pequeñas y grandes, donde hubo muertos y amenazas. Era el estertor de los vencedores.
Tengo la impresión de que es usted una persona valiente…
Me he jugado la vida conscientemente, sabía que en cualquier momento podía dejar de existir, por eso me parecía que cada minuto era imprescindible para mí y debía resolverlo de la manera que mi conciencia me dictaba. Y no me juzgo, ni incluso si hubiese estado desacertada, porque mi principio era cómo hacer las cosas mejor…
Esa época no acabó allá porque, a continuación, fue directora de «Egin», la primera mujer directora de un periódico. ¿Qué supuso aquella responsabilidad?
En aquel tiempo la conducta era absolutamente masculina, incluso entre los propios compañeros, pero eso es lo anecdótico, porque cualquier persona que hubiese estado en aquel periódico en aquella época ‑como me tocó a mí- tenía varias misiones diarias, no sólo ir a los juzgados, sino cada dos por tres desalojar el periódico por amenaza de bomba… De repente llegaban dos o tres furgonetas de policías o un autobús lleno de militares y te hacían explosiones que nunca llegábamos a saber si realmente eran… A mí me han llegado a detener en el periódico y llevarme a La Salve en un coche celular; un tipo me llevó desde Hernani hasta Bilbao con una pistola aquí [se apunta al costado].
Fueron tiempos tremendos; no sólo como mujer, sino como profesional, de respiración… El tiempo que estuve en «Egin» cambié siete veces de domicilio; en más de una ocasión me acogía la cocinera porque se suponía que a ella no le vigilaban. Yo por lo menos estoy viva, pero he visto morir a tanta gente…
Creo que más tarde las amenazas llegaron a un nivel insoportable y decidió exiliarse…
Me esperaban tantísimos sumarios abiertos [más de veinte]… El abogado Iñaki Esnaola me dijo: «No te preocupes, el pueblo te sacará de la cárcel». Y yo me veía de [la cárcel de] Yeserías a la Audiencia Nacional y de la Audiencia a Yeserías… Pero cuando se metieron con la farmacia de mi hermana y a mi padre le amenazaron en su negocio, pensé que ya no era sólo mi vida la que estaba en peligro, sino también la de los míos. Entonces decidí marcharme. Primero fui a Venezuela, donde había estado mi padre exiliado, y luego a Estados Unidos, donde estudié cine.
¿Qué cabe esperar del periodista en la sociedad actual?
Que no se deje aplaudir por los jefes que le pagan y que haga un hueco siempre a la dignidad de su profesión y a la libertad, que es a lo que debe servir.
La televisión ha ganado relevancia sobre otros medios precisamente cuando más se ha degradado… ¿Por qué cuesta cada vez más encontrar programas de calidad en televisión?
Los programadores dicen que lo serio no vende, que la gente es frívola y que hay que «dar al vulgo lo que pide el vulgo»… El objetivo de una televisión es informar y entretener; y yo creo que han visto que si el entretenimiento es amarillo tiene más cancha, y si tiene más cancha entra más publicidad, y si entra más publicidad ganan más; y entonces han ido al producto barato de usar y tirar…
Sin embargo, usted misma dirigió un programa de calidad [Mundo.Hoy, en ETB] que tenía una audiencia estimable…
Mi opinión es muy diferente a la de los programadores. Yo opino que las personas son muy inteligentes y que agradecen la calidad. Igual que cuando vas a comer a un restaurante y te encuentras el mantel sucio, lleno de migas o los cubiertos usados.… La gente busca dignidad, limpieza, las cosas bien presentadas, que pueda contrastar su inteligencia, que le ilustren, que le den datos, que le acerquen el mundo… Es el menosprecio de los programadores y de los que detentan la opinión lo que degrada realmente la televisión. Mi tesis es que lo bueno es lo que verdaderamente tiene audiencia y mejora el mundo.
Décadas de conflicto político irresuelto sobre la mesa… ¿Se ha sentido alguna vez decepcionada por los partidos políticos?
Tengo una muy pobre impresión de la malversación de las libertades que hacen los partidos políticos en Euskal Herria. No es que se hayan atrevido a meter la mano en la caja del dinero, que es grave… lo más grave es la manipulación de las libertades, las promesas inconclusas…
Yo nací en una familia donde toda la vida oí decir que «Euskadi es la patria de los vascos». Y algunos llevan ciento y pico años diciendo eso y nunca ha llegado a ser ni un ápice el objetivo… ¿Quiénes son los responsables de que haya uno, dos o tres conflictos sin resolver? Los que han pedido nuestro voto para resolverlos. No hay otros. Nosotros somos las víctimas de su responsabilidad. Han usado el voto para servirse, comerciar, negociar e imponer. Y si no hubiese sido así, gentes iluminadas que no conocemos no nos estarían gobernando, no las hemos elegido. De pronto surgen, aparecen. Creo verdaderamente que la libertad está por llegar.
¿Tal vez tenemos una clase política que no nos merecemos?
Yo no pondría el término «merecer», yo digo que no estoy teniendo la oportunidad de elegir a las personas que creo que no van a silenciar ‑como se está silenciando en este momento- la voz de este pueblo. Me opongo a que el pueblo no tenga voz ni palabra y que yo no pueda elegir a aquellas personas que considero que son realmente valiosas, auténticas, veraces… Y a tener que pasar por un comercio donde unos señores eligen entre sí a los amigos que van a poner como cabeza de lista. Mientras, yo no he tenido siquiera la oportunidad de elegir talentos, valores, cualidades, bondad, honestidad, transparencia…
¿Otro mecanismo posible…?
Hacerlo con luz, taquígrafos y transparencia. Un montón de gente llevamos mucho tiempo trabajando para que exista luz y transparencia a la hora de elegir las personas. Creo que sería muy liberador. Pero nos hemos encontrado con que la gente tiene mucho miedo en los aparatos de los partidos.
Usted fue la única periodista que asistió a las reuniones de Xiberta [1977]. Tres décadas después, fuerzas abertzales acaban de alcanzar un acuerdo estratégico por la independencia. ¿Qué puede suponer para Euskal Herria una alianza así?
La verdad es que desconozco si el acuerdo puede prosperar o va a ser cercenado, tal y como acaba de anunciar [el ministro del Interior español Alfredo Pérez] Rubalcaba… No lo sé. Pero creo que hay que pensar diferente a ellos y que hay que buscar salidas diferentes, completamente nuevas, no hechas todavía. La experiencia que tengo de lo que viví en Xiberta es que los proyectos, cualesquiera que sean, por graves, importantes o definitorios que sean, los destrozan o los amplían las personas. El acierto es encontrar a aquellas personas capaces de poner luz, dignidad, libertad y autenticidad a todos y cada uno de los proyectos. Y se destrozarán cuando entren la vanidad, el afán de dominar, el querer controlar… porque las salidas están en la limpieza de las personas.
¿Cree que aquí existen personas de la talla adecuada? ¿Estamos hablando de estadistas?
Estamos hablando de personas dignas, libres, sanas, que cumplan lo que prometen, que decidan servir a los caminos que ensanchen la libertad de su pueblo, que dignifiquen a sus antepasados, que respeten el paisaje de la vida que nos ha acogido aquí durante tanto tiempo… Y eso es lo que los partidos impiden que se vea. Hay cantidad de personas que tienen esas cualidades, que no se han enrolado en los partidos porque tienen que entrar con una cuerda que les cercena. Claro que hay, y muchas, tanto en las nuevas generaciones como en mi época.
¿Y en los estados español y francés ve personas idóneas?
Yo pienso que un largo engaño como el que está siendo, y tan evidente como la ocupación de un poder de manera permanente, usando todas las posibilidades que les da el Estado, desde las leyes y las fronteras hasta las constituciones, un largo engaño sostenido también por los que creías que eran tus representantes… aboca inexorablemente a la secesión. Es un camino irreversible. Las personas están preparadas, el país está ‑tanto Hegoalde como Iparralde‑, los pueblos están; hace falta poner los plazos a una realidad ‑un calendario de cotas- de manera civilizada, como lo están haciendo los belgas, los canadienses, los escoceses, como nos daría la gana de hacerlo a nosotros… Veamos qué plazos requiere la separación, qué mayorías exige… ¿Hay que negociarlas?
El problema es que los partidos han parado la libertad de su pueblo, lo han embridado. Lo sorprendente es el tiempo que lo han tenido silenciado y callado. Lo demás es que, de una vez ya, la gente diga «es nuestro momento». Y además, después de semejante constricción de todo tipo, de libertad y dignidad de este pueblo, la secesión es el único camino que queda a todos.
Usted ha respaldado la Declaración de Bruselas suscrita por veinte líderes internacionales. ¿Por qué dio su apoyo?
Todo lo que sea dar una nueva oportunidad a la libertad, a la paz y a la concordia es casi un deber. Me parece maravilloso que fundaciones tan dispares como la de Mandela o la de Carter confluyan y apelen a la inteligencia y al bien común para encontrar una solución. Destruir lo sabemos hacer todos; construir y diseñar nuevos edificios que hagan la vida confortable a todo el mundo, poquísimos. Y éstos son de los pocos.
¿Qué le parece la inacción de los gobiernos español y autonómicos de Hego Euskal Herria ante la Declaración de Bruselas?
No es una inacción, es una acción programada. Parecer que no les importa es una decisión política y tan activa como el negarla. ¿Qué significa eso? Miedo. ¿A dónde les lleva el miedo? A la represión.
¿El precio de la libertad es muy elevado?
El precio de la libertad es caro y se paga; ha sido siempre así.
Gara