Las dro­gas ile­ga­les y el mer­ca­do- Mar­ce­lo Colussi

El mun­do de las dro­gas ile­ga­les, en tan­to gran nego­cio a esca­la pla­ne­ta­ria, pero más aún: como meca­nis­mo de con­trol social, es algo mane­ja­do por los mis­mos acto­res que deci­den las polí­ti­cas glo­ba­les, las deu­das exter­nas de los paí­ses y fijan las gue­rras. Dicho cla­ra­men­te: el mun­do de las dro­gas ile­ga­les es un ins­tru­men­to imple­men­ta­do ‑secre­ta­men­te- por los gran­des pode­res, y más exac­ta­men­te, por la Casa Blan­ca, por el gobierno de la prin­ci­pal poten­cia del orbe: Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca, en fun­ción de seguir man­te­nien­do su hegemonía.

Sabien­do que no es sim­ple­men­te un pro­ble­ma de salud públi­ca o una cues­tión cri­mi­nal de orden poli­cial, sabien­do que las dimen­sio­nes del asun­to son gigan­tes­cas, con impli­can­cias mili­ta­res a nivel pla­ne­ta­rio inclu­so, ¿qué pode­mos hacer los ciu­da­da­nos de a pie para enfren­tar todo eso, noso­tros, los pue­blos que segui­mos pade­cien­do la explo­ta­ción y la exclu­sión social?
Hay que empe­zar por crear con­cien­cia, por des­mon­tar la men­ti­ra en jue­go, por denun­ciar de mane­ra públi­ca el meca­nis­mo que allí se realiza.
Está cla­ro que el pro­ble­ma afec­ta a todos los ciu­da­da­nos comu­nes, tan­to los del Nor­te como los del Sur. En los paí­ses capi­ta­lis­tas desa­rro­lla­dos el pro­ble­ma es la cul­tu­ra de con­su­mo ya esta­ble­ci­da, con­su­mo uni­ver­sal de cuan­ta mer­ca­de­ría se ofrez­ca y que inclu­ye, entre otras, las dro­gas ile­ga­les (ade­más de las lega­les. Las ben­zo­dia­ze­pi­nas, es decir: los tran­qui­li­zan­tes meno­res, cons­ti­tu­yen la segun­da dro­ga más ven­di­da en todo el mun­do, lue­go del áci­do ace­til sali­cí­li­co ‑la aspi­ri­na-). En el Sur, don­de no es tan­to la cali­dad de vida lo que está en jue­go, sino su posi­bi­li­dad mis­ma, el pro­ble­ma tie­ne otras con­no­ta­cio­nes: el trá­fi­co de dro­gas ile­ga­les es una bue­na excu­sa que sir­ve para la inter­ven­ción direc­ta, polí­ti­ca y mili­tar. En ambas pers­pec­ti­vas, no obs­tan­te, se tra­ta de lo mis­mo: meca­nis­mos de domi­na­ción polí­ti­co-cul­tu­ral con los que el poder se ase­gu­ra el mane­jo de las pobla­cio­nes y los recur­sos. En ambos casos, tam­bién, para el cam­po popu­lar se tra­ta de lo mis­mo: ¿qué hacer?, ¿cómo enfren­tar este mons­truo que se ha ido crean­do y que se pre­sen­ta como de tan difí­cil desarticulación?
La lega­li­za­ción es una cla­ve fun­da­men­tal para empe­zar a cam­biar todo esto; si se saca a las dro­gas de su lugar de prohi­bi­do, segu­ra­men­te va a des­cen­der en muy bue­na medi­da el con­su­mo y se va a ter­mi­nar, o se va a redu­cir osten­si­ble­men­te, mucho de la delin­cuen­cia y la vio­len­cia que acom­pa­ñan al fenó­meno. Pero la lega­li­za­ción no es la solu­ción final.
A par­tir de la mis­ma con­di­ción huma­na, fini­ta, siem­pre nece­si­ta­da de vál­vu­las de esca­pe ante la cru­de­za de la vida, para lo que apa­re­ció el uso de eva­si­vos ‑prác­ti­ca que se repi­te en todas las culturas‑, a lo cual se suma la monu­men­tal induc­ción arti­fi­cial a un con­su­mo siem­pre cre­cien­te, es muy difí­cil pre­de­cir si en un futu­ro inme­dia­to podre­mos pres­cin­dir abso­lu­ta­men­te de las dro­gas. Pero el hecho de qui­tar­les su estig­ma dia­bó­li­co, des­pe­na­li­zar­las, eso ya cons­ti­tui­ría un paso ade­lan­te en el mane­jo del tema. De todos modos, dado que en la actual situa­ción esta­mos ante una red tan fuer­te­men­te teji­da, con intere­ses tan exten­di­dos, qui­zá resul­te prác­ti­ca­men­te impo­si­ble, den­tro de los mar­cos socia­les don­de la mis­ma sur­gió, poder ter­mi­nar­la en totalidad.
¿Repre­sión o prevención?
Los plan­tea­mien­tos poli­cía­co-mili­ta­res en rela­ción al nar­co­trá­fi­co no son una ver­da­de­ra res­pues­ta ante el pro­ble­ma. De hecho las polí­ti­cas anti­nar­có­ti­cos que se des­plie­gan por todo el pla­ne­ta, alen­ta­das por Washing­ton como par­te de su estra­te­gia de domi­na­ción glo­bal, ponen siem­pre, y cada vez más insis­ten­te­men­te, todo su acen­to en la repre­sión. Se repri­men, eso sí, los dos pun­tos más débi­les de la cade­na, los que menos inci­den­cia tie­nen en todo el fenó­meno: el pro­duc­tor de la mate­ria pri­ma (cam­pe­si­nos pobres de las mon­ta­ñas más recón­di­tas) y el con­su­mi­dor final. De esa for­ma no hay posi­bi­li­dad algu­na de ter­mi­nar con el círcu­lo. Eso, en todo caso, mar­ca que no hay la más míni­ma inten­ción de afron­tar el pro­ble­ma en for­ma seria. Muy por el con­tra­rio, reafir­ma que es un “pro­ble­ma” arti­fi­cial, pro­vo­ca­do, mane­ja­do des­de una ópti­ca de con­trol polí­ti­co-mili­tar pla­ne­ta­ria. La angus­tia huma­na que lle­va a con­su­mir los diver­sos con­sue­los quí­mi­cos de que dis­po­ne­mos no es arti­fi­cial; lo es, sí, el mane­jo polí­ti­co que se vie­ne hacien­do de él des­de hace unas cua­tro déca­das, con fines de dominación.
A esto se suma el mane­jo hipó­cri­ta que se hace del tema, pues mien­tras por un lado la estra­te­gia de hege­mo­nía glo­bal de Washing­ton levan­ta la voz con­tra el fla­ge­lo del nar­co­trá­fi­co, al mis­mo tiem­po su prin­ci­pal ins­tan­cia pre­sun­ta­men­te encar­ga­da de com­ba­tir­lo, la DEA, fun­cio­na de hecho como el más gran­de car­tel del tra­sie­go de sus­tan­cias ilí­ci­tas en el mun­do. Doble dis­cur­so inmo­ral con el que es impo­si­ble afron­tar con serie­dad el asun­to y que rati­fi­ca, en defi­ni­ti­va, que no hay inte­rés en ter­mi­nar con el mismo.
En Cuba hay algo emble­má­ti­co: el caso del gene­ral Arnol­do Ochoa, héroe de la gue­rra de Ango­la, y de otros tres ofi­cia­les del Ejér­ci­to. Cuan­do se des­cu­brió que par­ti­ci­pa­ban en una red de nar­co­trá­fi­co, se les fusi­ló. Eso fue real­men­te una res­pues­ta fuer­te del Esta­do a este pro­ble­ma social, con un alto con­te­ni­do polí­ti­co e ideo­ló­gi­co. Y de hecho Cuba, más allá de la sucia cam­pa­ña mediá­ti­ca inter­na­cio­nal con la que quie­re invo­lu­crár­se­la en el nego­cio de las dro­gas ile­ga­les, no tie­ne pro­ble­mas ni de nar­co­trá­fi­co ni de con­su­mo. ¿Se tra­ta­rá de fusi­lar unos cuan­tos mafio­sos para ter­mi­nar con el pro­ble­ma? No, sin dudas que no; los entra­ma­dos en torno al poder mun­dial que hoy día se cons­tru­ye­ron con este meca­nis­mo son infi­ni­ta­men­te com­ple­jos. En defi­ni­ti­va, el con­su­mo indu­ci­do de dro­gas es par­te medu­lar del man­te­ni­mien­to del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, tan­to como lo es la gue­rra. Ata­car el nar­co­trá­fi­co, por tan­to, es dar en el cora­zón mis­mo del poder. Por eso en un país socia­lis­ta se pue­de fusi­lar a nar­co­tra­fi­can­tes con­si­de­rán­do­los delin­cuen­tes peli­gro­sos mien­tras que la DEA, la agen­cia pre­ten­di­da­men­te dedi­ca­da a la lucha con­tra los nar­có­ti­cos, ter­mi­na fun­cio­nan­do como el prin­ci­pal gru­po mafio­so de nar­co­trá­fi­co. Está cla­ro que el pro­yec­to del capi­ta­lis­mo no es ter­mi­nar con el nego­cio; al con­tra­rio: lo necesita.
Dicho de otra mane­ra: el sis­te­ma capi­ta­lis­ta se apo­ya cada vez más en pila­res insos­te­ni­bles. Si la gue­rra, el con­su­mo de nar­có­ti­cos o un mode­lo de con­su­mo voraz que está pro­vo­can­do una catás­tro­fe medioam­bien­tal sin sali­da, si esas for­ma­cio­nes cul­tu­ra­les son las vías sobre las que tran­si­ta, eso mar­ca que, como sis­te­ma, no tie­ne sali­da. Si la muer­te y la des­truc­ción son su ali­men­to impres­cin­di­ble, defi­ni­ti­va­men­te no sir­ve al desa­rro­llo de la huma­ni­dad. Por el con­tra­rio, es el camino que con­du­ce a su destrucción.
En un sen­ti­do es casi impo­si­ble, al menos hoy, pen­sar en un suje­to que a tra­vés de la his­to­ria no haya nece­si­ta­do este sopor­te arti­fi­cial de las dro­gas. De hecho, has­ta don­de pode­mos recons­truir, nues­tra his­to­ria como espe­cie, nues­tra mis­ma con­di­ción de fini­tud nos con­fron­ta con esa angus­tia de base que nos lle­va a bus­car apo­yos en deter­mi­na­das sus­tan­cias quí­mi­cas. Son nues­tras “pró­te­sis” cul­tu­ra­les, que hablan, en defi­ni­ti­va, de nues­tras fla­que­zas ori­gi­na­rias. Es difí­cil, cuan­do no impo­si­ble, hablar de “la” con­di­ción huma­na, una con­di­ción úni­ca, ahis­tó­ri­ca; con modes­tia pode­mos hablar de la con­di­ción de ser humano que cono­ce­mos hoy. El suje­to de refe­ren­cia, aquél del que pode­mos hablar en este momen­to, es una expre­sión en peque­ño de la dimen­sión socio-cul­tu­ral gene­ral que lo mol­dea; por tan­to es una expre­sión de fini­tud giran­do en torno a valo­res ego­cén­tri­cos y don­de la lucha en torno al poder jue­ga un papel cen­tral. Esa es, al menos, nues­tra reali­dad cons­ta­ta­ble hoy; si la edi­fi­ca­ción de una nue­va cul­tu­ra basa­da en otros prin­ci­pios da lugar a un nue­vo mode­lo de suje­to, a nue­vas rela­cio­nes socia­les, y por tan­to a una nue­va éti­ca, está por ver­se. En todo caso, hay ahí un desa­fío abier­to. Con mayor o menor éxi­to, el socia­lis­mo lo ha inten­ta­do cons­truir en las pri­me­ras expe­rien­cias del siglo pasa­do. Si aún no se logró, ello no habla de la impo­si­bi­li­dad del pro­yec­to. Habla, en todo caso, de su difi­cul­tad, de la len­ti­tud en cam­biar mode­los ances­tra­les. ¿Quién dijo que cam­biar la ideo­lo­gía patriar­cal, machis­ta, xenó­fo­ba y ego­cén­tri­ca que cono­ce­mos en todas las cul­tu­ra­les actua­les es tarea fácil? La duda, en todo caso, es ver si ello será posi­ble cam­biar. La apues­ta nos dice que sí. ¿O esta­re­mos con­de­na­dos a socie­da­des cen­tra­das en la divi­sión de cla­ses y en el triun­fo de los “mejo­res”? ¿Habrá, aca­so, que acep­tar un dar­wi­nis­mo social originario?
Nego­cios “sucios”: una nece­si­dad del sistema
Sien­do cru­da­men­te rea­lis­tas, nues­tra situa­ción en este momen­to es que esta­mos en el medio de un mun­do mane­ja­do cri­mi­nal­men­te por unos pocos gran­des pode­res basa­dos en enor­mes capi­ta­les pri­va­dos y con un espí­ri­tu mili­ta­ris­ta furio­so; y son esos fac­to­res de poder los que han pues­to en mar­cha la estra­te­gia del con­su­mo de dro­gas ile­ga­les como par­te de su polí­ti­ca hege­mó­ni­ca. Una vez más, enton­ces, la pre­gun­ta ini­cial: ¿qué hace­mos ante este esta­do de cosas?
Lla­mar casi inge­nua­men­te al no con­su­mo de dro­gas sabe­mos que no alcan­za. En todo caso, con bas­tan­te más modes­tia ‑o visos de realidad‑, se podrían pen­sar estra­te­gias para mini­mi­zar el con­su­mo. ¿O podre­mos ter­mi­nar algún día con la angus­tia de base que gene­ra estas hui­das a paraí­sos per­di­dos? De momen­to, nadie en su sano jui­cio podría con­ce­bir un mun­do don­de los eva­si­vos no fue­ran nece­sa­rios; pero lo que sí pode­mos inten­tar es gene­rar una nue­va socie­dad don­de nin­gún gru­po alien­te las con­duc­tas de las gran­des mayo­rías impo­nién­do­le ten­den­cias, obli­gán­do­las a con­su­mir en fun­ción de pro­yec­tos basa­dos en el bene­fi­cio de unos pocos.
Algu­nos gobier­nos, con pro­yec­tos alter­na­ti­vos al neo­li­be­ra­lis­mo sal­va­je de estos últi­mos años, están pro­po­nien­do nue­vos cami­nos. No se tra­ta de seguir los dic­ta­dos del impe­rio, hacer bue­na letra para no ser “des­cer­ti­fi­ca­dos” y apo­yar la estra­te­gia de repre­sión que se ha pues­to en mar­cha. Repri­mien­do al usua­rio final o al cam­pe­sino pro­duc­tor de las mate­rias pri­mas, no se ter­mi­na con el pro­ble­ma de las dro­gas ile­ga­les. Para ata­car el con­su­mo con algu­na posi­bi­li­dad cier­ta de impac­tar posi­ti­va­men­te hay que imple­men­tar polí­ti­cas que vayan más allá de la repre­sión poli­cía­co-mili­tar; hay que poner énfa­sis en la pre­ven­ción en su sen­ti­do más amplio.
Pero ter­mi­nar con el nar­co­trá­fi­co tal como hoy lo cono­ce­mos impli­ca, por fuer­za, luchar en tér­mi­nos polí­ti­cos por otras rela­cio­nes socia­les. Se tra­ta, inexo­ra­ble­men­te, de una nue­va socie­dad: nue­vas rela­cio­nes de cla­ses, nue­vas rela­cio­nes entre paí­ses, nue­vas rela­cio­nes entre géne­ros. Es decir: un mun­do nue­vo, una nue­va éti­ca, un nue­vo suje­to. Sin ese mar­co no es posi­ble con­si­de­rar seria­men­te el nar­co­trá­fi­co, sabien­do que él es, en defi­ni­ti­va, un ins­tru­men­to más de domi­na­ción de la cla­se capi­ta­lis­ta glo­bal lide­ra­da por el apa­ra­to guber­na­men­tal de Washington.
Sólo la cons­truc­ción de una socie­dad nue­va que supere las injus­ti­cias de lo que ya cono­ce­mos en el ámbi­to de la ini­cia­ti­va pri­va­da basa­da en el lucro y que recu­pe­re crí­ti­ca­men­te lo mejor que hayan pro­du­ci­do las pri­me­ras expe­rien­cias socia­lis­tas del siglo pasa­do, sólo así podre­mos pen­sar de ver­dad en ter­mi­nar con el altí­si­mo con­su­mo indu­ci­do y el trá­fi­co de sus­tan­cias psi­co­ac­ti­vas como gran pro­ble­ma de salud a esca­la pla­ne­ta­ria. Sólo una socie­dad nue­va a la que lla­ma­re­mos socia­lis­ta, qui­tán­do­nos de enci­ma el mie­do y la escle­ro­sis que nos pro­du­je­ron las pasa­das déca­das de neo­li­be­ra­lis­mo feroz, sólo una socie­dad con esas carac­te­rís­ti­cas, cen­tra­da en la equi­dad, en la bús­que­da de jus­ti­cia por igual para todas y todos, sólo eso será lo que podrá des­ar­mar esa estra­te­gia de muer­te que hoy, al igual que el siem­pre mal defi­ni­do “terro­ris­mo”, ha imple­men­ta­do el impe­ria­lis­mo para seguir man­te­nien­do sus pri­vi­le­gios dis­fra­zan­do el con­trol social con el noble fin de un com­ba­te con­tra un pro­ble­ma real. El peor enemi­go de la socie­dad, en defi­ni­ti­va, no son las mafias delin­cuen­cia­les que tra­fi­can con dro­gas ile­ga­les; el enemi­go sigue sien­do el sis­te­ma injus­to que usa esa bar­ba­rie para bene­fi­cio de unos pocos privilegiados.
Nadie ase­gu­ra que los seres huma­nos, por nues­tra mis­ma con­di­ción de fini­tud, no siga­mos ape­lan­do por siem­pre a estos apo­yos exter­nos, estos eva­si­vos que cons­ti­tu­yen las dro­gas. Pero sí pode­mos ‑y debe­mos- bus­car mode­los de socie­da­des más jus­tos don­de nin­gún poder hege­mó­ni­co deci­da maquia­vé­li­ca­men­te la vida de la huma­ni­dad, tal como suce­de hoy día con el capi­ta­lis­mo desa­rro­lla­do. Una socie­dad que no ofre­ce sali­das, que se cen­tra cada vez más en los “nego­cio de la muer­te” como son la gue­rra, la catás­tro­fe eco­ló­gi­ca pro­vo­ca­da, el con­su­mo impa­ra­ble de dro­gas, la apo­lo­gía de la vio­len­cia, no es sino una bar­ba­rie, es la nega­ción de la civi­li­za­ción. Los “inci­vi­li­za­dos” no son los pue­blos que aún están en el neo­lí­ti­co y con tapa­rra­bos, ten­den­cio­sa ima­gen holy­woo­den­se que ya se nos inter­na­li­zó. La bar­ba­rie está en la socie­dad capi­ta­lis­ta que no ofre­ce sali­da a la mar­cha de la huma­ni­dad, que tie­ne como sus dos prin­ci­pa­les queha­ce­res la gue­rra y las dro­gas, prin­ci­pa­les rubros comer­cia­les del mun­do. ¿Cómo enten­der, si no, lo que decía­mos de las ben­zo­dia­ze­pi­nas? ¿Por qué esa acu­cio­sa nece­si­dad de fugar­nos de la realidad?

En ese sen­ti­do, enton­ces, hace­mos nues­tras las pala­bras de Rosa Luxem­bur­go para mos­trar que sin cam­bio social no es posi­ble ter­mi­nar con esta cul­tu­ra de muer­te lla­ma­da capi­ta­lis­mo que nos envuel­ve día a día, des­tru­yen­do valo­res mora­les y el pro­pio medio ambien­te. Es decir: “socia­lis­mo o barbarie”.

ARGENPRESS

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