Murió José Saramago, escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, admirador de estrambóticas guerrillas que no combaten y jefes guerrilleros que viajan en autobuses cedidos, generosamente, por el supuesto enemigo.
Padeció vaivenes ideológicos vinculados a la oportunidad del momento. Alabó la Revolución cubana en tiempos de vacas gordas, y la abandonó en tiempos de vacas flacas, cuando más se necesita del amigo, del compañero. Posteriormente rectificó suavemente, pero desde entonces,- y bajo mi punto de vista- quedó ligado, hasta el fin de sus días, a un imprevisible proceder.
Tildó de terrorista a la legitima lucha que desarrollan las FARC colombianas, e ignoró la causa de los revolucionarios independentistas vascos, excepto para insultar a Alfonso Sastre, a quien llamó “valedor de asesinos” por escribir un artículo donde insistía en la necesidad de buscar una solución negociada al conflicto vasco.
Descanse en paz el ex compañero Saramago que tantas alabanzas levanta estos días entre la burguesía, con la que se alineó cuando pintaban bastos.
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