La suerte está echada, el juego está claro y cuanto más tarde identifiquemos las nuevas reglas, mayor será el costo para los ciudadanos europeos. La lucha de clases está de vuelta en Europa, y en términos tan nuevos que los actores sociales están perplejos y paralizados. En tanto práctica política, la lucha de clases entre el trabajo y el capital nació en Europa y, después de muchos años de confrontación violenta, fue en Europa donde alcanzó más equilibrio y dio frutos más auspiciosos. Los adversarios verificaron que la institucionalización de la lucha sería mutuamente ventajosa: el capital consentiría altos niveles impositivos y de intervención estatal a cambio de no ver amenazada su prosperidad; los trabajadores conquistarían importantes derechos sociales a cambio de desistir de una alternativa socialista. Así surgieron la concertación social y sus resultados más envidiables: altos niveles de competitividad ajustados a altos niveles de protección social; el modelo social europeo y el Estado de Bienestar; la posibilidad, sin precedentes en la historia, de que los trabajadores y sus familias pudieran hacer planes a mediano plazo (la educación de los hijos, la compra de una vivienda); la paz social; el continente con los más bajos niveles de desigualdad social.
Todo ese sistema está al borde del colapso y los resultados son impredecibles. El informe que el FMI acaba de publicar sobre la economía española es una declaración de guerra: la acumulación histórica de luchas sociales, de tantas y tan laboriosas negociaciones y de equilibrios obtenidos con tantas dificultades, es echada por tierra con una arrogancia inaudita. Y España es mandada a retroceder décadas en su historia: a reducir drásticamente los salarios, destruir el sistema de pensiones, eliminar derechos laborales (para facilitar despidos y reducir indemnizaciones). La misma receta se le impondrá a Portugal, como ya ocurrió con Grecia, y a otros países de Europa, y mucho más allá del sur europeo. Europa es víctima de una hostil OPA (Oferta Pública de Adquisición) por parte del FMI, preparada por los neoliberales que dominan la Unión Europea, de Merkel a Barroso, escondidos detrás del FMI para no pagar los costos políticos de la devastación social.
El sentido común neoliberal nos dice que la culpa es de la crisis, que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades y que no hay dinero para tanto bienestar. Pero cualquier ciudadano entiende esto: si la FAO calcula que 30 mil millones de dólares serían suficientes para resolver el problema del hambre en el mundo y los gobiernos insisten en que no hay dinero para eso, ¿cómo se explica que, de repente, hayan surgido 900 mil millones para salvar al sistema financiero europeo? La lucha de clases está volviendo bajo una nueva forma, pero con la violencia de hace cien años: esta vez es el capital financiero el que le declara la guerra al trabajo.
¿Qué hacer? Habrá resistencia, pero, para ser eficaz, deberá tener en cuenta dos hechos nuevos.
En primer lugar, la fragmentación del trabajo y la sociedad de consumo pusieron en crisis a los sindicatos. Nunca antes los que trabajan trabajaron tanto y nunca les fue tan difícil identificarse como trabajadores. La resistencia tendrá un pilar en los sindicatos, pero será muy frágil si la lucha no es compartida en pie de igualdad por los movimientos de mujeres, de ambientalistas, de consumidores, de derechos humanos, de inmigrantes, y los movimientos contra el racismo, la xenofobia y la homofobia. La crisis afecta a todos porque todos son trabajadores.
En segundo lugar, no hay economías nacionales en Europa y, por lo tanto, o la resistencia es europea o no existirá. Las luchas nacionales serán un blanco fácil para los que claman por la gobernabilidad al mismo tiempo que desgobiernan. Los movimientos y las organizaciones sociales de toda Europa tendrán que articularse para demostrarles a los gobiernos que la estabilidad de los mercados no puede construirse sobre las ruinas de la estabilidad de la vida de los ciudadanos y sus familias. No es socialismo; es la demostración de que o la Unión Europea crea las condiciones para que el capital productivo se desvincule relativamente del capital financiero, o el futuro es el fascismo y tendrá que ser combatido por todos los medios.