El pasado lunes 26 de abril a las 16:45, emocionante aniversario de aquella misma jornada de mercado en 1937, maldito día y hora para la historia de la humanidad, tras los toques de sirena se celebró un año más en el cementerio de Zallo el tradicional homenaje a las víctimas del único y verdadero terrorismo que ha existido en Euskal Herria: el bombardeo deliberado e indiscriminado de Durango, Elorrio, Elgeta, Eibar, Otxandio y, culminando la barbarie, Gernika. Una de las primeras masacres de una población civil en el mundo, ordenada por el criminal de guerra y posguerra Francisco Franco, con la ayuda de sus aliados fascistas de Alemania e Italia.
La campana de la iglesia de San Juan, recuperada de los escombros de la villa foral, sonó un año más en emotivo tañido funerario recordatorio de su función de advertencia ante el ataque aéreo. Entonces fue el último sonido vernáculo pleno de angustia para cientos de gerniqueses, que se impuso espiritualmente ante el estruendo de los mecanismos de la muerte que aquella tarde festiva humillaron un símbolo de nuestra tierra vasca, destruyeron un pueblo y mataron a personas de toda condición.
Semejante episodio de barbarie asesina no puede quedar jamás olvidado. Desgraciados aquellos pueblos que ignoren su historia: no serán nunca nada. Desde hace unos años resulta muy rentable políticamente la manipulación populista con la fácil perversión del lenguaje, especialmente si se adoctrina y estimula a los medios de comunicación, incluida EiTB, de la palabra terrorismo. La lucha armada, un último recurso como modo de sublevación y respuesta violenta en defensa de derechos elementales de un pueblo no es lo mismo que terrorismo, ni conceptual, ni semántica ni realmente.
El homenaje de Gernika a sus víctimas se envileció por la despreciable y provocativa presencia de Arantza Quiroga, elegida para presidenta de Eusko Legebiltzarra por los golpistas que se han apoderado ilegítimamente de un parlamento constituido con la tiranía de la represión, el consentimiento de la tortura, la prohibición de la libertad de expresión y la ilegalización de partidos para oficialmente ejecutar sus maniobras de destrucción identitaria, lingüística y cultural de esta parte de Euskal Herria.
De la biografía de esta señora, declarada antivasca, no hace falta más que recordar las desgraciadas palabras sobre el euskara, celebrando la clausura de «Egunkaria» y apoyando a las fuerzas de ocupación. Es miembro del sector más reaccionario del PP que todavía no ha condenado ni el bombardeo de Gernika, ni repudiado el franquismo. Pretenden que el pueblo vasco se olvide de todo el sufrimiento, represión y muerte que han sembrado tanto sus antecesores como los actuales dirigentes.
El pasado año este acto memorial se desarrolló con la absoluta naturalidad de tantas otras ocasiones, ya que dicha persona no acudió, puesto que debía estrujar réditos políticos en los habituales festejos de las numerosas franquicias de las autoproclamadas «víctimas» que, junto con policías de todo tipo y cuarteles, constituyen su hábitat conceptual. Su novedosa y alevosa asistencia al memorial de Gernika, éticamente repugnante, es además de una cruel e intolerable insulto para los supervivientes allí presentes y los familiares de los fallecidos, un desprecio al pueblo vasco, una burla a la humanidad. Supone el agravio de una soberbia colonialista de amenaza constante y la humillación de nuestro pueblo.
Debió ser contundentemente abucheada, que no es ninguna falta de respeto sino una muestra de dignidad, o dejarla sola con su indecente ramo de flores envenenadas, que alguien con criterio de autoestima supongo ya habrá tirado al cubo de la basura en el que terminan las ofrendas marchitadas, en este caso ofensas manchadas de muchísima sangre vasca inocente.
Esta devota del fascismo y encubridora de sus crímenes pretende que las centenas de miles de víctimas olviden el terrorismo que durante tantos años impuso aquella tiranía. Franco y sus colaboradores como Fraga, presidente honorario del PP, han cometido delitos de lesa humanidad y es preciso recordarlo continuamente hasta que sean juzgados, se depuren sus responsabilidades, se desagravie y resarza a las víctimas y sean condenados. Por todo ello es exigible que: o se arrepiente solemne y públicamente de su apoyo a la represión y condena el terrorismo franquista, lo mismo que los cómplices de su partido o mejor que no pisen jamás Gernika, porque supone una perpetuación de la infamia y el agravio.
Al anochecer en la villa se apreciaba de forma discreta una gran indignación por dicha inoportuna presencia. Tan chulesca, banal y provocativa actitud no puede quedar impune. Si los políticos parlamentarios abertzales tienen una mínima dignidad deben pedir explicaciones en la sede parlamentaria. En su ofensiva y cínica asistencia al acto del cementerio en la villa foral estuvo acompañada de otra calamidad política, la presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, Ana Madariaga (PNV), responsable de una de las últimas y graves aberraciones sufridas en Gernika: la imposición entusiasmada en Batzar Etxea, sede de dicho organismo político, de la bandera de España y la presencia en su interior de guardias civiles, policías, militares, etc. que han envilecido tan mítico, simbólico y democrático lugar vasco.
Gernika, sinónimo social de resistencia, tenacidad, orgullo de pueblo derrotado pero no vencido y con la inmensa grandeza de sus significados asamblearios, gestión autónoma propios de nuestro país y de su historia, debe ser la génesis de un futuro libre, participativo e independiente para Euskal Herria.