“Les aseguro que estamos viviendo un verdadero drama, el número de víctimas de crímenes sexuales que recibimos es muy alto. En estos momentos tengo 15 pacientes que me esperan en consulta. Llegan de todos los rincones”, explica Célile Mulolo, psicóloga en el hospital Panzi de República Democrática de Congo (RDC) a una periodista de la productora Lolamora. A Panzi acuden mujeres no sólo desde Congo, sino desde otros países de la región africana de los Grandes Lagos, como Burundi o Ruanda, a buscar paliativos a los estragos de la violencia sexual: úteros destrozados, fístulas, sida…
La campaña Desafiando el silencio contra la violencia sexual promovida por Lolamora une a mujeres periodistas de Europa, África y Latinoamérica. Como declaración de principios, Tatiana Miralles, una de las periodistas promotoras, describe la violencia sexual contra las mujeres como “un continuum en la historia” pero subraya que “la movilización de las mujeres contra esa violencia también lo es”. A lo largo de los cuatro programas de radio que se recogen en el DVD que han distribuido en medios de comunicación de todo el mundo (disponibles en la página lolamora.net) se recogen testimonios de mujeres de Congo, Ruanda y Angola: mujeres agredidas, pero también mujeres activistas que se han unido para hablar y exigir “verdad, justicia y reparación”.
El primer aterrizaje de esta campaña para documentar los crímenes sexuales –reconocidos como de lesa humanidad por el Estatuto de Roma– fue en RDC, lugar en el que la virulencia genocida alcanzó dimensiones salvajes. “Entre 1996 y 2003, sólo en la región Kivu, ha habido unas 40.000 mujeres violadas. Hablamos de violaciones en grupo, de introducción en la vagina de instrumentos, destrozando a las mujeres”, apunta Miralles. Allí recogieron testimonios como el de Marie, violada por hombres armados ruandeses que mataron a sus dos hijos ante sus ojos: “Allá éramos comparables a los animales, nos pegaban sin piedad. No sé quién es el padre pero ahora estoy embarazada de seis meses. Ellos nos violaban tres veces por día”.
Godelive Mukasari, de la organización ruandesa de mujeres SEVOTA, insiste en la necesidad de “acompañamiento, justicia y reparación”. “Hay mujeres a las que se les han mutilado sus órganos genitales externos y hoy sufren y viven con dificultad. Debería haber reparación e indemnización para esas situaciones”, insiste. En Ruanda durante el genocidio de 1994, unas 250.000 mujeres fueron víctimas de violación, esclavitud sexual, embarazo forzado y mutilaciones genitales. Perdieron sus familias y sus tierras. Aunque se creó un Tribunal Penal Internacional ad hoc en 1994, las mujeres se sintieron incómodas al carecer de acompañamiento y tratamiento adecuado.
Domitille Bukanagwanza, secretaria nacional de los tribunales populares de justicia tradicional Gacaca, destaca el carácter genocida de las agresiones, para evitar la reproducción: “Es así como introducían árboles, incluso botellas, todo lo que ustedes se puedan imaginar, en el útero de las mujeres”. Y tras este dolor, llegó el silencio al que las víctimas se ven sometidas. En palabras de la escritora ruandesa Ester Mujawayo: “En cuanto comenzábamos a contar lo que habíamos vivido, nos cortaban y nos decían: ‘¡Uy! ¡Calla, calla, es horrible!”.
Según Otaegi, las mujeres que quieren hablar “rompen el discurso oficial del ‘ya pasó’ porque sus cuerpos y sus mentes, el sida y los hijos productos de las violaciones dan cuenta de ello”. Susana Mendez, editora del periódico Angolese y miembro de la campaña, señala que la lucha actual de las mujeres angoleñas se centra en la violencia doméstica. “De la cuestión de la guerra no se habla mucho. Por una especie de consenso mental se piensa que es mejor no discutir”, aclara. Para esta activista, “la comunidad internacional está en silencio porque somos un país rico, que tiene petróleo, diamantes…”. Ella y sus compañeras, por contra, siguen desafiando el silencio.
Patricia Manrique