Ernesto Gómez Abascal, periodista de Tricontinental y ex embajador en Iraq
Van a cumplirse siete años del inicio de la criminal guerra contra Iraq, la cual tuve el triste privilegio de presenciar desde nuestra embajada en Bagdad. Todavía retumban en mis oídos los violentos bombardeos que se lanzaron contra esa ciudad bajo la consigna de «conmoción y pavor».
Existen diferentes estimados sobre las cifras de muertos que ha producido la agresión, algunos aseguran que un millón o más, pero con certeza se puede afirmar que alcanzan cientos de miles, bajas que se ampliarían si se le suman los heridos, aunque la desgracia que provocó la guerra es incalculable teniendo en cuenta sus secuelas de mutilados, afectados sicológicamente, refugiados, miserias y otros daños no tan visibles. Pero el sufrimiento del pueblo iraquí no ha concluido, todavía padece la ocupación militar de Estados Unidos, quien ante la imposibilidad de controlarlo, ha trabajado para dividirlo provocando profundas confrontaciones internas que generan una violencia sin fin.
Iraq fue un país donde predominó un sistema secular de gobierno que había atenuado considerablemente las diferencias religiosas sectarias y nacionales. Era ejemplo regional en promover la educación y alcanzaba notables avances en otorgar derechos a la mujer. Apoyado en el bienestar económico que producía la exportación de petróleo, lograba un ritmo de desarrollo importante.
En los últimos veinte años antes de la guerra, yo había visitado Iraq en varias ocasiones y recorrido buena parte del país, por lo que pude conocer sus avances. Su potencial era enorme, contando con una de las tres mayores reservas de hidrocarburos del mundo, buenas tierras para la agricultura y abundante agua. Todo ello lo convirtió en objetivo priorizado para los intereses imperiales, los cuales, lamentablemente, fueron facilitados por los graves errores cometidos por el gobierno Iraquí de entonces.
Ya en marzo, la administración de George W. Bush se lanzó a fondo para ejecutar su belicoso plan, secundado por el británico Tony Blair y el español José Ma. Aznar. Cuando el día 16 se reunieron en las Azores los Tres Jinetes del Apocalipsis, la suerte, o más bien la maldición, estaba echada.
Ahora, a siete años de aquellos momentos, una Comisión Investigadora, sin poder legal oficial, ha estado interrogando al ex Premier británico para determinar si mintió para justificar la participación de sus fuerzas armadas en la guerra, lo cual provocó la muerte de 179 militares ingleses. Los cientos de miles de muertos iraquíes parecen no tener mucho valor.
Es evidente que Blair (o Bliar, como muchos en su país lo llaman utilizando la palabra «liar», que en inglés significa mentiroso), mintió descaradamente asegurando que Saddan Hussein poseía armas de destrucción masiva que podía lanzar en cuestión de minutos.
Aznar, lacayo menor que les servía de eco, hizo lo mismo, ambos incondicionales del mentiroso mayor, George W. Bush.
Los tres fueron los principales criminales de guerra, aunque no los únicos y los pueblos deben exigir que respondan ante la justicia.
Fuente: DiarioVea