La ver­da­de­ra máqui­na de hacer dine­ro de Hollywood

Este domin­go una audien­cia glo­bal, cuyo tama­ño sólo es supe­ra­do por el Super Bowl, mira­rá el comer­cial infor­ma­ti­vo más lucra­ti­vo de la tele­vi­sión: la 82ª Entre­ga Anual de los Pre­mios Oscar. Duran­te unas tres horas y media, inter­ca­la­das con clips de pelí­cu­las dis­po­ni­bles actual­men­te, las estre­llas más publi­ci­ta­das de Holly­wood les entre­ga­rán con éxta­sis a los gana­do­res esta­tui­llas de 13 pul­ga­das baña­das en oro cono­ci­das como Oscars en todo el mundo.(fecha de publi­ca­ción de la nota: 07 mar­zo 2010)

Por Edward Jay Eps­tein (*)The Wall Street Journal

El pro­pó­si­to ini­cial de este even­to de gala, que los estu­dios crea­ron jun­to a la Aca­de­mia de Artes y Cien­cias Cine­ma­to­grá­fi­cas en 1927, era, en pala­bras de su prin­ci­pal arqui­tec­to Louis B. Mayer, «esta­ble­cer la indus­tria en la men­te del públi­co como una ins­ti­tu­ción res­pe­ta­ble». Pero tam­bién esta­ba dise­ña­do para ven­der y crear «estre­llas». Mayer fue el co-fun­da­dor de Metro-Goldwyn-Mayer, uno de los estu­dios más exi­to­sos de Holly­wood duran­te su Era de Oro (déca­das del 30 al 50), y es cono­ci­do como el padre del «sis­te­ma de las estre­llas» de mar­ke­ting de Hollywood.

Sí, las estre­llas esta­rán pre­sen­tes el domin­go por la noche, pero para refor­zar aún más su audien­cia este año, la Aca­de­mia dupli­có la can­ti­dad de nomi­na­dos a Mejor Pelí­cu­la. Inclu­so con esta expan­sión, la aten­ción sigue con­cen­tra­da en dos pelí­cu­las dia­me­tral­men­te opues­tas: «Vivir al lími­te» de Kathryn Bige­low, y «Ava­tar» de James Came­ron, que entre las dos cose­cha­ron ocho nomi­na­cio­nes al Oscar.

«Vivir al lími­te» es un film basa­do en la reali­dad sobre un escua­drón de valien­tes sol­da­dos esta­dou­ni­den­ses quie­nes des­ac­ti­van bom­bas bajo con­di­cio­nes espan­to­sas en Irak. Para los están­da­res de Holly­wood, es una pelí­cu­la muy peque­ña, que cos­tó sólo US$15 millo­nes de pro­duc­ción y otros US$15 millo­nes en publi­ci­dad y dis­tri­bu­ción. Y aun­que fue acla­ma­da por la crí­ti­ca, ven­dió sólo US$18,5 millo­nes en entra­das en todo el mun­do. Al tener en cuen­ta que los lec­to­res se que­da­ron con alre­de­dor de la mitad de estas ven­tas de taqui­lla y el dis­tri­bui­dor des­con­tó sus gas­tos de esos valo­res, el film está muy lejos de haber gana­do dine­ro. Sin embar­go, para muchos entre los casi 6.000 votan­tes de la Aca­de­mia, repre­sen­ta la cla­se de rea­lis­mo inte­li­gen­te que Holly­wood es capaz de pro­du­cir para una audien­cia adulta.

«Ava­tar», por otro lado, es una pelí­cu­la de fan­ta­sía sobre for­mas de vida extra­te­rres­tre que nece­si­tan ser res­ca­ta­das de una explo­ta­ción cor­po­ra­ti­va neo­co­lo­nia­lis­ta en un pla­ne­ta lla­ma­do Pan­do­ra. La pelí­cu­la, poten­cia­da por efec­tos visua­les bri­llan­tes, podría ser la más cos­to­sa que jamás se haya hecho. Según un alto eje­cu­ti­vo de Fox, cos­tó más de US$225 millo­nes de pro­duc­ción y otros US$150 millo­nes en publi­ci­dad y dis­tri­bu­ción, una cifra que se ha publi­ci­ta­do has­ta tan­to como US$500.000 dólares.

Más allá del cos­to, «Ava­tar» ha teni­do un éxi­to inmen­so, al batir récords de ven­tas con US$709 millo­nes en entra­das en Esta­dos Uni­dos, don­de se pro­yec­ta en 3D y en el tra­di­cio­nal for­ma­to 2D. Para 20th Cen­tury Fox, pro­pie­dad de Rupert Mur­doch, que obtie­ne sus hono­ra­rios por dis­tri­bu­ción del total (al igual que Dune Enter­tain­ment e Inge­nious Part­ners, los fon­dos de inver­sión pri­va­da de capi­tal que apor­ta­ron el 60% del finan­cia­mien­to, y la pro­duc­to­ra de James Came­ron, Lights­torm Enter­tain­ment) es un ver­da­de­ro El Dorado.

El éxi­to del film en la taqui­lla tam­bién alen­tó las espe­ran­zas de que sus efec­tos visua­les de 3D res­tau­ren la Edad de Oro de asis­ten­cia del públi­co a las salas de cine, una épo­ca antes de la tele­vi­sión cuan­do dos ter­cios de los esta­dou­ni­den­ses iban la cine en una sema­na pro­me­dio. Actual­men­te menos del 10% va al cine en una sema­na promedio.

Las cifras gene­ra­les de taqui­lla, sin embar­go, dan pocos moti­vos para ese opti­mis­mo. Sin dudas «Ava­tar» enri­que­ció a muchas salas de cine al cobrar una suma extra por la expe­rien­cia 3D, pero lo hizo prin­ci­pal­men­te a expen­sas de cines que pasa­ban otras pelí­cu­las. En las ocho sema­nas en las que «Ava­tar» domi­nó la taqui­lla esta­dou­ni­den­se (del 18 de diciem­bre al 11 de febre­ro), los tota­les de asis­ten­cia a salas de cine subie­ron alre­de­dor de un 6%.

Pero inclu­so si el resur­gi­mien­to de la audien­cia no es más que un sue­ño, «Ava­tar» repre­sen­ta para muchos en la Aca­de­mia la idea de que la sal­va­ción defi­ni­ti­va de Holly­wood resi­de no en una capa­ci­dad supe­rior de con­tar his­to­rias y de actuar sino en efec­tos visua­les des­lum­bran­tes, ani­ma­ción sor­pren­den­te y pro­yec­ción 3D de últi­ma gene­ra­ción que sumer­ge a la audien­cia en la ilusión.

Más allá de las ven­tas de taqui­lla, los mayo­res estu­dios de Holly­wood tie­nen un motor cer­te­ro para ganar dine­ro de manos de espec­ta­do­res que no van al cine de for­ma habi­tual. Es lo que el estu­dio lla­ma su «biblio­te­ca», que con­tie­ne los dere­chos de todas las pelí­cu­las y las series que haya pro­du­ci­do o adqui­ri­do. Al otor­gar licen­cias y ven­der sin tre­gua los dere­chos para estos títu­los, los estu­dios cose­chan dine­ro de audien­cias en el hogar déca­das más tar­de de que un film se haya pro­yec­ta­do en los cines.

Con­si­de­re, por ejem­plo, la biblio­te­ca de Time War­ner. Tie­ne más de 45.000 horas de pelí­cu­las, dibu­jos ani­ma­dos y capí­tu­los de series de TV, dobla­dos o sub­ti­tu­la­dos en más de 40 idio­mas, sobre los que les que otor­ga licen­cias a tele­vi­sión paga, por cable, por saté­li­te y cana­les de tele­vi­sión en más de 175 paí­ses. Estos títu­los a menu­do se agru­pan en paque­tes sin opción a cam­bios (una prác­ti­ca que está prohi­bi­da por leyes esta­dou­ni­den­ses anti­mo­no­po­lio para la dis­tri­bu­ción de pelí­cu­las a salas de cine), que ayu­da a mejo­rar las ganan­cias. En 2009, sólo la par­te de dis­tri­bu­ción por TV de esta ope­ra­ción apor­tó más de US$2.000 millo­nes, según una fuen­te de War­ner Brothers. Un canal de ingre­sos tan lucra­ti­vo, inclu­so tras pagar lo que les corres­pon­de a los sin­di­ca­tos, aso­cia­cio­nes y otros par­ti­ci­pan­tes, sería sufi­cien­te para cubrir la mayo­ría, si no todos, los cos­tos de las nue­vas pelí­cu­las de War­ner Brothers.

Las biblio­te­cas, por supues­to, tam­bién obtie­nen enor­mes ganan­cias de la ven­ta y el alqui­ler glo­bal de DVD (téc­ni­ca­men­te, los títu­los recién estre­na­dos no se inclu­yen en la biblio­te­ca has­ta dos años más tar­de). Aun­que las ven­tas de DVD de títu­los de pelí­cu­las y series de TV aho­ra están a la baja, en el hori­zon­te se vis­lum­bra otra fuen­te de ingre­sos pro­me­te­do­ra: dere­chos digi­ta­les por entre­ga por Inter­net. Mien­tras aho­ra estos dere­chos recau­dan poco dine­ro para los estu­dios, los ingre­sos futu­ros debe­rían explo­tar con la pro­li­fe­ra­ción de telé­fo­nos inte­li­gen­tes, net­books, table­tas, con­so­las de jue­gos y otros apa­ra­tos de ese tipo. De cual­quier modo, como me dijo hace poco un eje­cu­ti­vo de Via­com: «Nin­gún estu­dio podría man­te­ner­se sol­ven­te duran­te tan­to tiem­po sin una biblioteca».

Si las biblio­te­cas de los estu­dios, las máqui­nas de hacer dine­ro en base a rega­lías que impul­san los balan­ces, no reci­ben un galar­dón o al menos una men­ción duran­te los pre­mios Oscar del domin­go, no sig­ni­fi­ca que su valor no es apre­cia­do. Es por­que el genio real de Holly­wood está enten­dien­do que su audien­cia pre­fie­re la ilu­sión a la reali­dad. Las estre­llas bri­llan más que nun­ca en la noche de los Oscar. Y eso es el nego­cio del espectáculo.


(*) Eps­tein es el autor de «The Big Pic­tu­re: Money and Power In Holy­wood», publi­ca­do en EE.UU. por Ran­dom Hou­se en 2006, y de «The Holly­wood Eco­no­mist: The Hid­den Finan­tial Reality Behind The Movies», publi­ca­do el mes pasa­do en EE.UU. por Mel­vi­lle House. 

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