Para algunos esto puede ocurrir gracias a la crisis capitalista permanente que empuja a las masas en su propia dirección. Para otros se consuma definitivamente en la tribuna de los soviets. En cualquier caso esto exige que, como lo describió agudamente Hal Draper, el mini-partido, hasta que las masas ‘lo encuentren”, actue como si lo fuera, y consolide estructuras organizativas propias a veces durante décadas. Haciendo una revisión de los grupos revolucionarios de la posguerra en 1970 Draper escribió que:
“hay una falacia fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un partido de masas en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas. La ciencia prueba que la escala en la que vive un organismo vivo no puede cambiarse arbitrariamente: los seres humanos no pueden existir a la escala de los liliputienses o los brobdingagenses, pues sus mecanismos vitales no podrían funcionar.
Las hormigas pueden cargar 200 veces su propio peso, pero una hormiga que midiese seis pies no podría levantar 20 toneladas, incluso aunque pudiera existir en algún monstruoso modo. En la vida organizativa, esto también es cierto. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue un partido de masas miniaturizado, sino un monstruo. La razón básica es la siguiente: el principio vital de un partido revolucionario de masas no es simplemente su programa completo, que puede copiarse sin más que un activista mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su principio vital es su involucramiento integral como una parte del movimiento de la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la decisión de un Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse o miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una camisa de lana. Como una reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente cuando existe una masa crítica, por debajo de la cual el fenómeno no es menor, sino que desaparece” (Hal Draper, 2003) . Esta idea da en el centro de la concepción según la cual se tiene un partido por el simple expediente de poseer un programa e incluso una tendencia de revolucionarios, hipostasiando el Que Hacer e independizando las estructuras partidistas del movimiento real de las masas y olvidando que un partido es tal cuando su existencia depende de fuerzas sociales e históricas.
Esta idea evolucionista vulgar está en la raíz de la concepción facciosa del partido, cuya máxima expresión es el mini-partido, concepto que definió y hemos tomado de Draper. Esto no implica, sin embargo, adoptar un curso invertido, es decir, abandonar todo intento de construcción partidista a las fuerzas contingentes de la historia.
Esto lo llevó a Draper en el mismo texto a dibujar un Lenin literato y al bolchevismo sólo como un círculo de ideas, y aunque en parte la Iskra cumplió ese papel, es imposible reconstruir la historia del bolchevismo sobre la base del Lenin literario, del escritor revolucionario o incluso de la dirección por ideas, que podría corresponder más a la figura del trabajo de Luxemburgo en Alemania anterior a 1917.
La ansiedad de Draper por delimitarse del trabajo sectario de los grupos americanos lo condujo a subestimar al Lenin constructor, es decir, al fabuloso luchador político y arquitecto de tendencias y fracciones. La idea literaria conduce a rechazar incluso la organización de militantes obreros en corrientes políticas, y necesitamos precavernos de esa imagen un poco angelical de la formación del marxismo ruso.
Necesitamos, en consecuencia, precisar los límites de nuestra crítica, tanto al mini-partido sectario, como al simple circulo director. Asegurada esta delimitación, el concepto del partido liliputiense y la exigencia de una masa crítica pueden ser de mucha utilidad.