Desde diversas posturas económicas, sobre todo progresistas y heterodoxas, se afirma que estamos en una época de hegemonía del sector financiero sobre el productivo y en una hipertrofia del capital especulativo, que dejó al descubierto el estancamiento de la economía mundial en los últimos treinta años. En diálogo con Cash, el investigador marxista Rolando Astarita señaló, en cambio, que, en realidad, en el último cuarto de siglo hubo una expansión mundial del capitalismo, que la brecha entre ricos y pobres no impidió el crecimiento de los mercados y que la crisis no se dio sólo por un mal funcionamiento del mercado financiero, sino de la economía en su conjunto. “Lo del capital ficticio hay que ponerlo en proporción, no debe hacernos perder el análisis estructural”, explicó.
¿Cree que la crisis financiera marca la caída de “la dictadura de las finanzas”?
–No veo que haya una dictadura de las finanzas, sino un dominio del capital en general, acentuado de manera muy profunda a partir de los años ’80. En el último cuarto de siglo, el disciplinamiento del capital sobre las clases trabajadoras operó a través de mecanismos directos pero también del mercado, con políticas monetarias duras, aperturas comerciales, flexibilización laboral. Pero no veo distinción de sectores dentro del capital.
Sin embargo, el crédito y las deudas crecieron en todo el mundo. ¿Esto pudo haber afectado el desarrollo de la economía real?
–Nunca hubo desarrollo del capitalismo sin desarrollo del crédito y de una monetización de la economía. Desde la perspectiva de Marx, el crédito es una palanca de la acumulación del capital. Esto también se ve en la fase que va de 1890 a 1929. En China, junto con la expansión capitalista crecieron sus índices monetarios y la participación de los mercados financieros. Pero el crédito también potencia las posibilidades de especulación, sobreacumulación y crac. Marx trabajaba con tendencias y contra-tendencias. Hoy, en cambio, se toma un solo aspecto de la realidad.
Algunos sostienen que el crecimiento del crédito prueba el estancamiento del sistema capitalista.
–La idea de que el sistema capitalista está estancado desde hace 25 años no resiste el análisis de la realidad. En los últimos 30 años, la economía capitalista tuvo tasas de expansión superiores al 3 por ciento a nivel mundial. Aunque fueron desiguales: Japón está estancada desde 1992 y Europa tuvo un crecimiento débil. Hubo una expansión geográfica del sistema capitalista, que entró en China, en el Este de Europa y en Rusia, y una profundización de las relaciones capitalistas. El aumento de la productividad en la economía de Estados Unidos desde 1995 fue mayor al 3 por ciento anual. El crédito actúa como una potenciación de tendencias del sistema y muchas veces permite que un ciclo económico se expanda más allá de sus posibilidades. En 2001, Estados Unidos sufrió una recesión suave. La economía creció 0,8 por ciento y el crédito lubricó los mecanismos económicos. Pero la recuperación de 2002 fue débil, con poca generación de puestos de trabajo y recuperación débil de la inversión.
¿Hacia qué sectores se dirigió el crédito en ese contexto?
–Hacia la construcción residencial y al consumo en general; no a las empresas. Desde el 2000, las empresas de Estados Unidos y del G‑7 disminuyeron su dependencia del sistema financiero. Hubo un exceso de ahorro y las empresas achicaron sus deudas con los bancos. Incluso, usaron parte de esa liquidez para recomprar sus acciones. No hubo una gran expansión de la inversión productiva, pero tampoco una dependencia del capital productivo con respecto al capital financiero. Las ratios de dependencia volvieron a promedios de los ’70. No se puede decir que haya sido una crisis a lo Hyman Minsky, un autor keynesiano que planteaba que las crisis se producen porque las empresas caen en un sobreendeudamiento y pagan deuda con deuda hasta que la situación explota.
Pero sí hubo una “financiarización de los consumidores”, con la que se amortiguó la crisis de 2001.
–Y además ayudó a la recuperación de 2002. Eso es cierto, lo equivocado es pensar que eso actuó solo. En 2001, la sobreabundancia de capital líquido y la débil inversión se dieron porque la tasa de rentabilidad del capital se venía debilitando desde 1996⁄97. Ese es el fondo del problema. Se produjo lo que Marx llamaba “una plétora de capital”: abundante capital líquido, tasas de interés muy bajas (motorizados por la Reserva Federal y por la entrada de capitales que buscaban refugio en Estados Unidos) y una sobreoferta del crédito. Esos capitales líquidos terminaron en el sector de la construcción, donde encontraron un campo de expansión relativamente rápido. Y terminó explotando.
También se plantea que, desde los años setenta, el mundo asiste a una crisis de sobreproducción combinada con una crisis de subproducción.
–Hay dos tipos de explicaciones de las crisis. Una, que el problema de las crisis se dio por las finanzas. Otra, que en Argentina se repite bastante, dice que se debe a una importante desigualdad en los ingresos, lo que produjo una crisis de consumo por falta de demanda. Creo que esto tampoco explica lo que sucedió. En el último cuarto de siglo, hubo un proceso de “proletarización”, enormes masas de la población se incorporaron al ejército de asalariados. Los casos más resonantes son China y la India. Esto supone una ampliación de los mercados, aun cuando haya una brecha creciente en los ingresos. Según The Economist, en Estados Unidos, el 0,1 por ciento de la población gana 77 veces más que el 90 por ciento. En los ’70 esa diferencia era de 1 a 20. También en China crece la desigualdad. Pero no es cierto que si crece la desigualdad no crecen los mercados.
En este crecimiento de la economía capitalista, ¿cómo se compone el producto bruto en el mundo?
–En el caso de Estados Unidos, desde la recuperación de 2001 se generaron fenómenos de sobre-acumulación de capital y caída de la tasa de rentabilidad. Ese es el telón de fondo de la crisis. Sobre esto actuó el factor financiero, pero también el crecimiento desproporcionado en la construcción residencial entre 2001 y 2007. Su participación en el Producto pasó de 4,2 a más del 6,0 por ciento. Esto genera tensiones, porque un sector está creciendo a tasas muy superiores al resto, en un contexto en que la inversión se mantiene débil. Esto potenció el sistema del crédito y se dio una sobre-expansión del sector en relación con las necesidades de la economía.
Tomando sólo el sector financiero, ¿el crecimiento de su participación en el PIB de Estados Unidos supuso un cambio o una continuidad respecto de etapas anteriores?
–No me parece que la tasa de crecimiento se haya acelerado desde 1979⁄80. Entre 1895 y 1929, la tasa de crecimiento de ese sector en Estados Unidos fue superior a los últimos veinte años. Con la crisis del ’30 bajó su participación en la economía y recuperó terreno desde la década del ’50, con un crecimiento relativamente constante desde 1960. No hubo un quiebre importante en los ’80, aunque sí aumentaron mucho las tasas de interés: entre 1979 y 1985, el peso de los intereses en las balanzas empresarias subió considerablemente. Esto expresa parte de la tesis de la financiarización, pero no se convirtió en algo permanente.
¿Por qué?
–Se pronosticó que se produciría una punción permanente del sector financiero sobre la ganancia empresaria, mediante la tasa de interés. Y que esto debilitaría al sector productivo y llevaría al estancamiento. Pero insisto en que el peso de los intereses sobre el sector productivo tendió a bajar. Según datos del Official Bureau of Economic Analysis de Estados Unidos, entre 2006 y principios de 2007, ese peso estaba a niveles de 1970, que era una época keynesiana. Pienso que ésta es una crisis muy grave, muy profunda, pero estamos lejos de una crisis como la del ’30.
¿Entonces cree que no hay un predominio del capital ficticio por sobre el productivo, en detrimento del crecimiento de la economía real?
–Hay que preguntarse hasta qué punto esto es novedoso. Cuando en el sistema capitalista hubo expansión del capital, en la Bolsa de Valores hubo sobrevalorizaciones. Tradicionalmente, un promedio de esta ratio estaría en 10 años de price earning. En momentos de euforia bursátil, alcanzó 20 o 30 años. Esto ayuda a la inestabilidad del sistema capitalista, ya que provoca inflación de ganancias que desaparecen de la noche a la mañana, pero éstas no crecen al margen del trabajo productivo.
¿Cree que la crisis actual refleja este mecanismo?
–Aquí han estallado activos financieros ligados al crédito, que se había sobrevalorizado. El estallido refleja que la economía estaba funcionando mal. Lo del capital ficticio hay que ponerlo en proporción, no debe hacernos perder el análisis estructural. Al extraer la plusvalía y realizarla en los mercados, puede haber inflaciones que terminan reventando. Pero, si bien agravan la inestabilidad, no explican en sí mismas las crisis.
¿Se puede establecer alguna relación entre el exceso de ahorro y la tendencia a la financiarización de la economía?
–Este exceso de ahorro se debió a la debilidad de la inversión productiva. En determinado momento, hubo sectores que han sobreacumulado. Los neoclásicos lo interpretaron como una decisión de los hogares cuando, en realidad, fue por debilidad de la inversión. Un ejemplo es la caída de la inversión en Asia –con excepción de China– después de la crisis de 1997⁄98. Esta masa de capital líquido presiona sobre el sector financiero al buscar su valorización. Pero hay que destacar la relación de causalidad. El crecimiento de este sector es consecuencia de la acumulación del capital, no opera por fuera del conjunto de los problemas de esa acumulación. La interpretación de los neo-keynesianos –que hoy son el mainstream– es la del acelerador financiero. Es decir, el uso de los activos financieros como colaterales en préstamos hace que, en determinado momento, se produzca un shock que se potencia a través del mecanismo financiero.
¿Y usted qué opina sobre ese diagnóstico?
–Tiene aspectos de la realidad importantes, pero no analiza a qué se debe el shock, de dónde viene. Es el propio sistema de la competencia capitalista el que obliga a un banco a competir con otros para ofrecer más rentabilidades. Si no los ligamos a los problemas de fondo, no entendemos por qué esas especulaciones pueden estallar en una brutal crisis financiera, que no siempre afecta a la economía. Por ejemplo, el crac de Wall Street de 1987 no derivó en una crisis global y fue la segunda gran caída de la Bolsa de Estados Unidos.
En la cumbre del G‑20 se propuso una mayor regulación de los mercados como forma de apuntalar la situación económica, ¿cree que ésa sería una solución?
–En el G‑20 la regulación de los mercados se planteó como gran cuestión para después de la crisis. Hoy la discusión es hasta qué grado hay que tener intervención estatal y si se van a aplicar o no medidas proteccionistas. Todo el mundo pide que no haya medidas proteccionistas pero, en el fondo, muchos las aplican. Sobre esto quisiera hacer dos reflexiones. Los mercados financieros y capitalistas presionan por eludir las regulaciones. Las regulaciones de Basilea establecieron que los bancos debían tener cierta ratio de capital en relación a su cartera de activos. Pero éstos diseñaron “Sociedades de Propósitos Especiales” (especie de fideicomiso) para armar sus operaciones por fuera de balance y, luego, comprar los papeles que emitían esas entidades.
¿Y la segunda reflexión?
–Lenin decía que estaban bien las consignas pero hay que pensar quién las aplica. En el G‑20, se planteó que el FMI debe retomar poder para regular. Ese organismo está gobernado por las grandes potencias, los grandes banqueros y el capital internacionalizado. Va a responder a esos intereses. Es un control de los altos mandos del capital para evitar desequilibrios. No hay controles en abstracto.
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