Nafa­rroa en el vagón de Blan­co y Sanz

Ramón SOLA

Bas­ta­ba ver los abra­zos efu­si­vos y las son­ri­sas que se cru­za­ron ayer en Dipu­tación Miguel Sanz y José Blan­co para recor­dar que son mucho más que dos riva­les polí­ti­cos y bas­tan­te más que dos bue­nos ami­gos. Sanz y Blan­co hacen el via­je jun­tos des­de aquel día del verano de 2007 en que el pre­si­den­te nava­rro y Jai­me Igna­cio del Bur­go se plan­ta­ron en una sede del PSOE de un barrio en Madrid, quien sabe si en tono de súpli­ca o de ame­na­za. El tiem­po lo dirá. De momen­to, lo que se sabe es que Blan­co acu­dió a Iru­ñea y man­dó parar al PSN, y que Sanz retu­vo así el sillón del Gobierno. Des­de enton­ces, cada vez que Zapa­te­ro nece­si­ta ayu­da, Blan­co sil­ba y Sanz lle­ga en su auxi­lio. Y cada vez que Sanz está en apu­ros, Blan­co sil­ba y Rober­to Jimé­nez acu­de con el sal­va­vi­das. Miguel y Pepi­ño, Sanz y Blan­co, lle­van dos años en el mis­mo vagón, como demues­tra el caso del TAV. Y esto les pare­ce tan nor­mal que a Sanz se le ha ocu­rri­do aho­ra que sean los nava­rros quie­nes paguen todo el bille­te de este viaje.

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