Descubierta la jugada: caminan hacia una paz-trampa
Tras la última negociación, la izquierda abertzale ha llegado a la conclusión de que el terreno en el que el Estado español es más débil es en el de la confrontación política desarmada. Y entiende que ahora se dan las condiciones para ganar a través de la conformación de mayorías sociales.
Iñaki IRIONDO
Mientras el Estado español sigue pertrechándose de nuevos artículos del Código Penal con la previsión de alargar la guerra otros muchos años, como hizo el viernes el Consejo de Ministros, la izquierda abertzale se prepara para ir dando pasos unilaterales hacia la paz.
Pese a la nitidez del documento hecho público ayer en Altsasu, no faltarán quienes califiquen el compromiso como «insuficiente» y «poco novedoso», o «pura palabrería» y «maniobra desesperada»; también puede haber quien declare que «no queremos una sola palabra con ETA ni con nada que se mueva en su entorno»; o quien mantenga que «ofrece diálogo con una rama de olivo en una mano y la otra en el bolsillo, sin que nadie sepa lo que esconde». Esas son algunas de las reacciones que se produjeron hace cinco años, cuando Arnaldo Otegi hizo la declaración de Anoeta ante un velódromo a rebosar con miles de ilegalizados e ilegalizadas. Una declaración que, pasadas las respuestas a bote pronto, la mayoría del arco político entendió como fundamental y origen del proceso negociador 2005 – 2007.
Por lo tanto, antes de que Alfredo Pérez Rubalcaba o su maestro Jaime Mayor Oreja digan nada, aclaremos que también desde estas páginas hemos descubierto la jugada que la izquierda abertzale esconde con este «primer paso para el proceso democrático»: caminan hacia una paz-trampa.
Si alguien opina que paz y trampa son términos casi antagónicos o se pregunta qué puede haber de tramposo en la paz, que hable con Baltasar Garzón, que considera delictivo «el conseguir treguas encubiertas» y por eso mantiene encarcelado a Arnaldo Otegi. Habrá quien diga que «encubierta o explícita, mejor una tregua que el fragor de la batalla». Pues sepa quien así piense que la Audiencia Nacional y el Gobierno español no son de su mismo parecer. Y la izquierda abertzale se ha dado cuenta de ello.
Tras el último proceso negociador y las conversaciones de Loiola en noviembre de 2006 y las de Ginebra en mayo de 2007, la izquierda abertzale –hecha también la necesaria autocrítica sobre su actuación en aquel momento– ha llegado a la conclusión de que el terreno en el que el Estado español es más débil es el de la confrontación política desarmada. En el debate político ante observadores internacionales de solvencia democrática, se queda sin argumentos y pierde.
Lo anunció Arnaldo Otegi en una entrevista en GARA hace ahora un año y lo desarrolló más en el foro organizado en el Kursaal el 17 de enero de 2009: «Hay que confrontar con el Estado en su punto débil, el terreno político». Así que, como explicó Rufi Etxeberria hace apenas quince días, la izquierda abertzale anda buscando «una confrontación entre unionistas e independentistas que se desarrolle única y exclu- sivamente por vías democráticas».
¿Por qué? ¿Se han arrepentido? ¿Han visto la luz? No da la impresión. Más bien parece que la izquierda abertzale entiende que después de años de lucha ahora se dan las condiciones, que no se daban en el pasado, para ganar el reconocimiento nacional de Euskal Herria y del derecho de autodeterminación a través de la articulación de mayorías políticas y sociales. Ya lo escribió ETA en su V Asamblea: «Cada avance o retroceso del proceso revolucionario en su conjunto exige unas formas organizativas y de lucha específicas». (Nota para la Audiencia Nacional: esta cita está indultada por la Ley de Amnistía de 1977 y su léxico se circunscribe a la terminología del momento).
Si Karl von Clausewitz escribió que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», la izquierda abertzale ha llegado a la conclusión de que «un proceso pacífico puede ser la continuación de la lucha de 50 años por medios más eficaces». La paz (aunque sea parcial, ofrecida por una sola de las partes) como trampa para el Estado y ganarle democráticamente. ¿Que siguen sin entender cómo la paz puede ser una trampa? Pregúntenle a Pérez Rubalcaba, que está desplegando todo su ardor guerrero para evitarla y anoche dijo desde Cádiz que este texto es «más de lo mismo».