El comu­nis­mo y la familia

La fami­lia, en su for­ma actual, no es más que una de tan­tas heren­cias del pasa­do. Sóli­da­men­te uni­da, com­pac­ta en sí mis­ma en sus comien­zos, e indi­so­lu­ble —tal era el carác­ter del matri­mo­nio san­ti­fi­ca­do por el cura — , la fami­lia era igual­men­te nece­sa­ria para cada uno de sus miem­bros. Por­que ¿quién se hubie­ra ocu­pa­do de criar, ves­tir y edu­car a los hijos de no ser la fami­lia? ¿Quién se hubie­ra ocu­pa­do de guiar­los en la vida?

Tris­te suer­te la de los huér­fa­nos en aque­llos tiem­pos; era el peor des­tino que pudie­ra tocar­le a uno en suerte.

En el tipo de fami­lia a que esta­mos acos­tum­bra­dos, es el mari­do el que gana el sus­ten­to, el que man­tie­ne a la mujer y a los hijos. La mujer, por su par­te, se ocu­pa de los queha­ce­res domés­ti­cos y de criar a los hijos como le parece.

Pero, des­de hace un siglo, esta for­ma corrien­te de fami­lia ha expe­ri­men­ta­do una des­truc­ción pro­gre­si­va en todos los paí­ses del mun­do, en los que domi­na el capi­ta­lis­mo, en aque­llos paí­ses en que el núme­ro de fábri­cas cre­ce rápi­da­men­te, jun­ta­men­te con otras empre­sas capi­ta­lis­tas que emplean trabajadores.

Las cos­tum­bres y la moral fami­liar se for­man simul­tá­nea­men­te como con­se­cuen­cia de las con­di­cio­nes gene­ra­les de la vida que rodea a la fami­lia. Lo que más ha con­tri­bui­do a que se modi­fi­ca­sen las cos­tum­bres fami­lia­res de una mane­ra radi­cal ha sido, indis­cu­ti­ble­men­te, la enor­me expan­sión que ha adqui­ri­do por todas par­tes el tra­ba­jo asa­la­ria­do de la mujer. Ante­rior­men­te, era el hom­bre el úni­co sos­tén posi­ble de la familia.

Pero des­de los últi­mos cin­cuen­ta o sesen­ta años, hemos expe­ri­men­ta­do en Rusia (con ante­rio­ri­dad en otros paí­ses) que el régi­men capi­ta­lis­ta obli­ga a las muje­res a bus­car tra­ba­jo remu­ne­ra­dor fue­ra de la fami­lia, fue­ra de su casa.

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