Cuba. El Cri­men de Tara­rá, un suce­so espan­to­so (video)

Por Pedro Anto­nio Gar­cía, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 9 de enero de 2022

El cri­men de Tarará

Un gru­po cri­mi­nal tra­tan­do de alcan­zar «el sue­ño ame­ri­cano» con la espe­ran­za de aco­ger­se a la Ley de Ajus­te Cubano, regre­sa­ron a la gari­ta de Tara­rá para no dejar tes­ti­gos . La acción coor­di­na­da de los com­ba­tien­tes del Minint y el pue­blo logró la rápi­da cap­tu­ra del sep­te­to homicida.

La alar­ma cun­dió el 9 de enero de 1992 en el lito­ral del este haba­ne­ro. «Corran, que hay un tiro­teo en Tara­rá». Los agen­tes de la Poli­cía Nacio­nal Revo­lu­cio­na­ria (PNR), que se halla­ban en las cer­ca­nías, par­tie­ron inme­dia­ta­men­te hacia el lugar indi­ca­do. Algu­nos de ellos se baja­ron de los vehícu­los que los trans­por­ta­ban antes de lle­gar a la gari­ta y avan­za­ron, fusil en ris­tre, lis­tos para cual­quier cir­cuns­tan­cia. Ya fren­te a la case­ta se encon­tra­ba un carro patru­lle­ro y tra­ba­ja­do­res de la Salud aten­dían al sar­gen­to Rolan­do Pérez Quintosa.

En cami­lla tras­la­da­ron al heri­do a una ambu­lan­cia. «Fue el vio­la­dor, el vio­la­dor», decía el joven agen­te, al refe­rir­se a un suje­to que había tra­ba­ja­do en el lugar has­ta los pri­me­ros días del últi­mo diciem­bre, cuan­do se le expul­só del cen­tro por haber abu­sa­do sexual­men­te de una com­pa­ñe­ra de trabajo.

Lo que aque­llos cur­ti­dos com­ba­tien­tes del Minint vie­ron a con­ti­nua­ción les qui­tó el sue­ño por días. El cris­tal de la entra­da de la gari­ta, hecho añi­cos, yacía espar­ci­do por el sue­lo, jun­to a pro­yec­ti­les pro­ce­den­tes de un AKM y de una pis­to­la Maka­rov. Una máqui­na de escri­bir, el tele­vi­sor, el radio, pare­cían irrea­les, como si no per­te­ne­cie­ran a tal maca­bra esce­no­gra­fía. En el sar­gen­to de la PNR, Yuri Gómez, ten­di­do en el área de la puer­ta, se apre­cia­ban nue­ve impac­tos de bala, la mayo­ría reci­bi­dos des­pués del dis­pa­ro mor­tal, en la cabe­za. Ama­rra­dos, inde­fen­sos, ya cadá­ve­res, el guar­da­fron­te­ras Oros­mán Due­ñas se halla­ba sobre un buró, con una heri­da de arma blan­ca en la par­te supe­rior de la cer­vi­cal, mien­tras que el CVP Rafael Gue­va­ra, cer­ca de él, había sido apu­ña­lea­do en el estómago.

Des­pués se supo que Pérez Quin­to­sa, al escu­char dis­pa­ros, acu­dió en auxi­lio de sus com­pa­ñe­ros. Al enfren­tar a los sie­te asal­tan­tes, enca­be­za­dos por el vio­la­dor, cayó lue­go de cua­tro bala­zos. Los ase­si­nos lo cre­ye­ron muer­to. Pero no pudie­ron aban­do­nar el país, tal como era su ini­cial inten­ción, por­que todas las embar­ca­cio­nes esta­ban desactivadas.

«Lle­vá­ba­mos poca agua por­que el via­je iba a ser rápi­do, como en las pelí­cu­las», dijo una de las muje­res que inte­gra­ban el gru­po cri­mi­nal. Iban tras «el sue­ño ame­ri­cano» con la espe­ran­za de aco­ger­se a la Ley de Ajus­te Cubano. Como no pudie­ron hacer­se a la mar, regre­sa­ron a la gari­ta para no dejar tes­ti­gos. La acción coor­di­na­da de los com­ba­tien­tes del Minint y el pue­blo logró la rápi­da cap­tu­ra del sep­te­to homi­ci­da, pos­te­rior­men­te juz­ga­dos por los tri­bu­na­les revolucionarios.

Un gru­po mul­ti­dis­ci­pli­na­rio tra­tó de sal­var la vida a Pérez Quin­to­sa, quien pre­sen­ta­ba al lle­gar al hos­pi­tal Naval un esta­do crí­ti­co, pues los dis­pa­ros habían per­fo­ra­do sus intes­ti­nos y ori­gi­na­ron una peri­to­ni­tis cró­ni­ca que dio pie a una infec­ción gene­ra­li­za­da. Se le die­ron los mejo­res anti­bió­ti­cos, pero uno de los impres­cin­di­bles, la vacu­na anti­en­do­to­xi­na, Esta­dos Uni­dos se negó a ven­dér­se­la a Cuba, ale­gan­do las leyes del blo­queo, y aun­que manos soli­da­rias logra­ron enviar­la des­de otros paí­ses, arries­gan­do jui­cios y repre­sa­lias, ya era dema­sia­do tarde.

El 16 de febre­ro de 1992 falle­ció Rolan­do Pérez Quin­to­sa. En la des­pe­di­da del due­lo, Fidel resu­mió el sen­tir de todo un pue­blo cuan­do al refe­rir­se al joven com­ba­tien­te, aun­que sus pala­bras se hicie­ron exten­si­vas a sus otros tres com­pa­ñe­ros, afir­mó: «Cuan­do se vie­ne a dar sepul­tu­ra a una per­so­na que­ri­da, se hace la his­to­ria de su vida. Yo me limi­to a decir que la his­to­ria de Rolan­do es la his­to­ria de nues­tra mag­ní­fi­ca juven­tud, es la his­to­ria de nues­tra Revolución».

Por Gran­ma

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