Pen­sa­mien­to crí­ti­co. La san­gre y el hambre

Por Sil­va­na Melo, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 16 de diciem­bre de 2021. 
El lunes, en el medio­día ardien­te de San­tia­go del Este­ro, un tren de car­ga arras­tró a un camión de hacien­da. Con cua­ren­ta novi­llos para la fae­na. La pre­sies­ta se vol­vió fue­go y un des­per­tar des­de la nece­si­dad a la incle­men­cia. El pue­blo de Pin­to supo, en un rumor que se expan­dió como las lla­mas en la pól­vo­ra, que había comi­da viva tum­ba­da en las vías. E irrum­pie­ron de a cien­tos para hacer­se de un tro­zo de car­ne para la navi­dad. O para la noche mis­ma, cuan­do no sue­le haber nada.

El 50,2 por cien­to de los san­tia­gue­ños son pobres. En las car­ni­ce­rías se ven­de a 1.200 pesos el kilo de nal­ga. La mila­ne­sa es inac­ce­si­ble para gran par­te de los 5.000 habi­tan­tes de Pin­to. Don­de la comi­da, viva, des­ca­rri­ló el lunes a la hora del mediodía.

Unas 300 per­so­nas –cal­cu­ló el encar­ga­do de la estan­cia Los Jague­les, ori­gen de la hacien­da- sur­gie­ron como de la nada, con cuchi­llos de la coci­na, y un sue­ño pre­ca­rio, ances­tral: la comi­da más pre­cia­da pero fue­ra del alcan­ce de los pobres. De la mitad de los san­tia­gue­ños. La car­ne pro­tei­ca, ritual, cimien­to del ali­men­to argentino.

Pero esa comi­da esta­ba viva, tum­ba­da en las vías del tren. Hay un pun­to don­de la cruel­dad del ham­bre habi­li­ta otras fie­re­zas. Muje­res y niños baña­dos en san­gre de pies a cabe­zas. Acu­chi­llan­do con tra­mon­ti­nas del almuer­zo dia­rio a vacas sin fae­nar. Los ani­ma­les se matan antes. Y se des­pos­tan des­pués. Más allá de la muer­te en sí mis­ma, la fae­na bus­ca redu­cir el dolor. El degue­llo, el gol­pe cer­te­ro en la cabe­za y des­pués la pro­duc­ción del ali­men­to. Es el coti­diano de los mata­de­ros. El día a día para poblar las parri­llas de los domin­gos. Hoy eli­tis­tas como nunca.

Pero el lunes en las vías de Pin­to las vacas que nun­ca lle­ga­ron a Tos­ta­do –San­ta Fe- fue­ron des­cuar­ti­za­das vivas. Les reba­na­ron los cor­tes a cuchi­lla­das mien­tras aún tenían vida. Las vías de Pin­to eran una olla de sufri­mien­tos don­de se gui­sa­ban el ham­bre, el dolor, el maña­na que huyó, el esta­do que mira de lejos, los mar­ti­rios de las muje­res, de los niños, de los ani­ma­les, todo ado­ba­do con la san­gre que tiñe la vida, la muer­de, la des­car­ta, la devora.

Los dos o tres cen­te­na­res de per­so­nas que se lan­za­ron sobre la posi­bi­li­dad de la comi­da inac­ce­si­ble defen­dían a pun­ta­zos cada car­ne. La defen­dían con los cuchi­llos pro­pios. La defen­dían de la nece­si­dad del otro. Todos baña­dos en la mis­ma san­gre. Espe­ran­do asar, macha­car para mila­ne­sas, poner sobre la plan­cha el bife impen­sa­do, el bife que cues­ta san­gre. La des­me­su­ra del que no tiene.

Se lle­va­ban la car­ne en bol­sas, en cajas o sobre los hombros.

Las vacas que pudie­ron esca­par vaga­ron por las calles de Pin­to, a 235 kiló­me­tros de la capi­tal. Saben, por ins­tin­to, que su des­tino natu­ral es la muer­te. Más tem­prano que tarde.

Pero como cual­quier ser humano huyen del sufrimiento.

Como las muje­res y los niños baña­dos en san­gre huyen del ham­bre. De la injus­ti­cia. De la tra­ge­dia de la humanidad.

Fuen­te: Pelo­ta de trapo

Itu­rria /​Fuen­te

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *