Cuba. Esta­rás siem­pre con nosotrxs Vicen­te Feliú: Crée­me cuan­do me vaya y te nom­bre en la tarde

Por Julie­ta Gar­cía Ríos, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 17 de diciem­bre de 2021. 

Como home­na­je al que­ri­do tro­va­dor Vicen­te Feliú, quien aca­ba de falle­cer en La Haba­na, JR repro­du­ce esta entre­vis­ta publi­ca­da en oca­sión de su cum­plea­ños 70.

Aca­ba de cum­plir 70 años y para nada es un veje­te. Con­ser­va su encan­to: des­de el azul pene­tran­te de sus ojos, los bra­zos de Pope­ye y esos ade­ma­nes suyos tan varoniles.

No le teme a las nue­vas tec­no­lo­gías. Sigue sien­do un «incen­dia­rio», solo que con la expe­rien­cia se ha vuel­to más selec­ti­vo y le pren­de fue­go úni­ca­men­te a las cau­sas necesarias.

De Vicen­te Feliú, nues­tro entre­vis­ta­do, ha dicho su ami­go y tro­va­dor Sil­vio Rodrí­guez: «Vicen­te sin­te­ti­za en mucho una de las aspi­ra­cio­nes del Movi­mien­to de la Nue­va Tro­va: hacer de la can­ción y del que la can­ta una com­pac­ta uni­dad. Es un hom­bre de su tiem­po y, des­de la acción, le sur­gen cró­ni­cas, can­cio­nes, tes­ti­mo­nios. Su len­gua­je varía según el tim­bre de la vida o el sue­ño, pero siem­pre hay un vien­to épi­co ron­dán­do­lo. Cuan­do can­ta sus ver­sos con voz menu­da o aira­da, su tim­bre cáli­do nos some­te a una espe­cie de hogar. He aquí a un hom­bre, a un poe­ta, a un tro­va­dor sin­ce­ro. Créanle».

Y Amaury Pérez, el tam­bién can­tau­tor y con­duc­tor tele­vi­si­vo, resu­mió que su mayor éxi­to es «ser una bue­na per­so­na y un hom­bre decente».

De ello da fe un «pelo­tón» de jóve­nes tro­va­do­res y tro­va­do­ras de Cuba y otras lati­tu­des, para quie­nes creó el pro­yec­to Can­to a todos para la can­ción ibe­ro­ame­ri­ca­na, des­de el que hace años pro­mue­ve con­cier­tos de nove­les figuras.

Vicen­te es el pri­mer hijo, sobrino y nie­to de una fami­lia nume­ro­sa de raí­ces espa­ño­las y con víncu­los inde­pen­den­tis­tas, a la cual la músi­ca le lle­ga como algo natural.

Su abue­la era pro­fe­so­ra de piano, su papá can­ta­ba y com­po­nía, toda la fami­lia pater­na ento­na­ba muy bien.

Gus­ta de ser cono­ci­do y no famo­so, lo que le per­mi­te dis­fru­tar de un café sin ser inte­rrum­pi­do para dar un autógrafo. 

Sus can­cio­nes lo reve­lan como es. Así sabe­mos que para él la feli­ci­dad equi­va­le a «un buen hogar, salir a comer a algún res­to­rán, el domin­go char­lar con ami­gos, un poco de ron… que los hijos ten­gan buen ren­di­mien­to y se pro­pon­gan ser como papá».

Vicen­te jun­to a su hija

Juven­tud Rebel­de con­ver­sa con este hom­bre con­se­cuen­te con su épo­ca y con las cau­sas jus­tas, con el «gue­rre­ro» que hizo suya tam­bién la lucha por el regre­so de los cin­co anti­te­rro­ris­tas cuba­nos, con el que gui­ta­rra en ris­tre en tiem­pos de gue­rra lle­vó la can­ción a Ango­la y a Etio­pía, y a Boli­via en momen­tos difíciles.

—En los con­cier­tos se te nota rela­ja­do, ¿es real­men­te así?

—Una vez le escu­ché a Chi­co Buar­que decir que un minu­to antes de salir a esce­na no tenía idea de lo que haría, y un minu­to des­pués de ter­mi­nar, no tenía idea de lo que hizo. El mis­te­rio de cada con­cier­to es dife­ren­te, pero inva­ria­ble­men­te, un misterio.

«Antes me ate­rra­ba cada vez que iba a salir a can­tar. Por eso me toma­ba algu­nos tra­gos y has­ta casi pier­do, entre otras cosas, la voz. Pen­sé que el día que no sin­tie­ra ese mie­do deja­ría de can­tar, cosa que feliz­men­te no ha ocu­rri­do. Pare­ce que con la edad algu­nos pro­ble­mas se resuelven».

—Al ter­mi­nar, ¿cómo te sientes?

—Pre­fie­ro res­pon­der­te con un frag­men­to de la can­ción Des­pués que can­ta el hom­bre (1969), de Sil­vio: Des­pués que can­ta, el hom­bre que­da solo, /​sobreviviendo a igual incer­ti­dum­bre. /​Pero de nue­vo orde­na sus conciertos/​como un ángel pos­ti­zo que insis­tie­se. /​Sabe que aho­ra, de pron­to, se hace luego,/ aun­que des­pués que can­te que­de ciego.

—Eres de los can­tau­to­res más com­pro­me­ti­dos con la Revo­lu­ción, ¿cómo se lle­va eso?

—Sien­do como soy, sen­ci­lla­men­te, con todos los ries­gos exter­nos e inter­nos que ello conlleva.

—¿Las can­cio­nes cómo surgen?

—De las mane­ras más insó­li­tas. Dur­mien­do, via­jan­do en avión o has­ta a pie, escu­chan­do can­cio­nes, des­de viven­cias pro­pias o aje­nas. A veces un ver­so, o un frag­men­to meló­di­co, un acor­de, cual­quier ele­men­to humano o divino pue­de dar­te una razón para can­tar­les. Si estu­vie­ra menos invo­lu­cra­do en tan­tas otras cosas, que a la vez me nutren para com­po­ner, qui­zá ten­dría más canciones.

—Vicen­te, ¿te dis­gus­ta com­po­ner por encargo?

—Hay can­cio­nes que agra­de­cí que me las pidie­ran por­que eran cau­sas pen­dien­tes que tenía y que por deter­mi­na­das razo­nes no las había escri­to. Creo que solo si se asu­me la can­ción que quie­res hacer nace algo útil. Algu­nas me las encar­gué yo mis­mo, y no solo patrióticas.

Crée­me, una de tus com­po­si­cio­nes más cono­ci­da, nació así. ¿Cuál es su historia?

—En los pri­me­ros meses de 1975, un direc­tor de la Tele­vi­sión Uni­ver­si­ta­ria y ami­go común le pidió a Sil­vio una can­ción por el ani­ver­sa­rio 40 de la caí­da en com­ba­te de Anto­nio Gui­te­ras y el vene­zo­lano Car­los Apon­te. Sil­vio le res­pon­dió que con mucho gus­to, pero que mejor la hicie­ra yo por mis víncu­los casi fami­lia­res con ellos.

«Mi fami­lia pater­na era de Matan­zas y Car­los Alfa­ras, espo­so de una her­ma­na de mi padre y miem­bro de la Joven Cuba, orga­ni­za­ción crea­da por Gui­te­ras, estu­vo entre los com­ba­tien­tes de El Morri­llo. Apon­te y Pau­lino Pérez Blan­co se escon­die­ron en la casa de mi fami­lia el 7 de mayo de 1935, y esa noche mi abue­la pater­na Igna­cia López Pine­da, jun­to a Mario Argen­ter, emi­nen­te músi­co matan­ce­ro y ami­go de la fami­lia, toca­ron para Apon­te, a peti­ción suya, La Polo­ne­sa de Cho­pin, brin­da­ron, y mi abue­lo, el juez San­tia­go Feliú Sil­ves­tre, le rega­ló su revól­ver a Apon­te, con el que cae­ría com­ba­tien­do al día siguiente.

«En abril de 1975, lue­go de estu­diar todo lo escri­to y con­ver­sar con fami­lia­res y ami­gos impli­ca­dos (entre ellos José Taba­res del Real y Mario Kuchi­lán Sol), por fin com­pu­se la can­ción Home­na­je a Anto­nio Gui­te­ras, lamen­ta­ble­men­te per­di­da. Al rato escri­bí Si can­to a los muer­tos, dedi­ca­da a Car­los Apon­te y el poe­ma Los héroes que sería el preám­bu­lo años más tar­de de la can­ción Sue­ño del Héroe. En la madru­ga­da de ese mis­mo y lar­go día, de repen­te sen­tí un enor­me peso sobre los hom­bros y salió Crée­me de un tirón. Su tona­li­dad ori­gi­nal fue en La mayor, pero aho­ra la can­to en Do y me que­da “como­dí­si­ma”».

—Hable­mos de San­ti (San­tia­gui­to Feliú) y su esti­lo tan pecu­liar de trovar.

—Aun­que el más joven, San­ti siem­pre fue el mayor de los her­ma­nos. Rony y yo solo somos los más vie­jos. Fíja­te quién era San­ti que a los sie­te años com­pu­so una can­ción para los niños viet­na­mi­tas. Le dijo a papá que se la acom­pa­ña­ra, mien­tras él la can­ta­ba y en un momen­to, San­ti lo para y le dice: «Papi­to, ese acor­de no es». El Vie­jo hacía can­cio­nes bellí­si­mas con recur­sos armó­ni­cos un tan­to limi­ta­dos y él esta­ba cla­ro de que no era el que puso papá. 

«Con­tra­rio a lo que muchos pien­san, San­ti nun­ca fue zur­do, por lo que supo­ne­mos que apren­dió la gui­ta­rra de vis­ta, como en un espe­jo. Me comen­tó algu­na vez que la encor­dó para zur­dos, pero como no tenía gui­ta­rra y todos sus ami­gos eran dere­chos, deci­dió apren­der así. Lo increí­ble es lo bien y lo lim­pio que toca­ba, tenien­do todo al revés.

«Bri­llan­te y lúci­do, su poé­ti­ca (poe­sía y éti­ca), difí­cil por demás, lle­gó a muchí­si­ma gen­te en todas par­tes y ha deja­do hue­llas que se verán en la medi­da en que el tiem­po pase.

«Aún me cues­ta hablar de él. Se nos que­da­ron dema­sia­das cosas pen­dien­tes que ya no podrán ser, como gra­bar las can­cio­nes de papá, de las cua­les más de la mitad solo él se las sabía».

—Aho­ra que habla­mos de quié­nes no están, me gus­ta­ría saber qué ima­gen guar­das de Fidel.

—No fue fácil de asi­mi­lar la noti­cia de su muer­te. La can­ción de Raúl Torres me hizo llo­rar como un niño, por la coin­ci­den­cia de nues­tros sen­ti­mien­tos. Fidel repre­sen­tó el padre que me ense­ñó a pen­sar. Nun­ca lo vi como un dios, ni como el due­ño abso­lu­to de las ver­da­des. Las veces que tuve opor­tu­ni­dad de estar en un espa­cio común con él, lo que más me lla­mó la aten­ción fue su capa­ci­dad de escu­char con ver­da­de­ro inte­rés y humildad.

—¿Y del Che?

—Su figu­ra me ger­mi­na. El día en que Fidel leyó la car­ta de des­pe­di­da en la pre­sen­ta­ción del Comi­té Cen­tral del Par­ti­do, en octu­bre de 1965, me mar­có. A par­tir de ese momen­to me con­ver­tí en un bus­ca­dor de su ejem­plo y, mucho más, lue­go del 9 de octu­bre de 1967. Espe­ro ir algu­na vez a La Higue­ra, en soli­ta­rio, en una suer­te de pere­gri­na­ción personal.

—Últi­ma­men­te se te pue­de ver cada fin de sema­na en la Fábri­ca de Tro­va, en Alamar…

—Sí, por­que ade­más de sen­tir­me bien y poner­me al día con lo que hacen mis cole­gas, creo que hay que apo­yar­los por todas las vías posi­bles. El esfuer­zo de Pepe Ordás, el ver­da­de­ro artí­fi­ce de la Fábri­ca de Tro­va, y de Olgui­ta, la pun­tal de Pepe, no que­re­mos que se ven­ga aba­jo por la fal­ta de fija­dor que carac­te­ri­za al cubano.

—Auro­ra ha ins­pi­ra­do en ti más de una canción…

—Ella enru­tó defi­ni­ti­va­men­te mi vida (hace ya 38 años), sin dudas la per­so­na que más he que­ri­do (con car­gas de odio, como tie­ne que ser). Des­pués de muchas pare­jas y matri­mo­nios (seis), Auro­ra rom­pió muchos esque­mas, inclui­do el pro­to­ti­po de mujer que siem­pre había teni­do. Es Tau­ro, signo polar con el Escor­pión, que soy, y nos com­ple­men­ta­mos la mayo­ría de las veces. Es quien ha esta­do con­mi­go —y yo con ella— en las bue­nas, malas y malí­si­mas, para sobre­vi­vir a los ava­ta­res de todo tipo.

«A Auro­ra de Los Andes la man­da­mos a hacer, con algu­nas de las mejo­res cosas de ella y mías. Hemos sido varias pare­jas Auro­ra y yo, por­que en varias oca­sio­nes de cri­sis ha habi­do que dar un sal­to hacia ade­lan­te; ante­rior­men­te yo rom­pía y ya, ella me ense­ñó a bus­car solu­cio­nes. Oja­lá siga sien­do así».

Fuen­te: juven­tud Rebelde

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