Argen­ti­na. ¿Quién pue­de lle­gar con vida a la cura del VIH?

Por Lucas Gutié­rrez, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de diciem­bre de 2021.

En pri­me­ra per­so­na, el perio­dis­ta y Lucas Gutié­rrez, rei­vin­di­ca el valor del acti­vis­mo en los avan­ces con res­pec­to al virus. La espe­ran­za de una nue­va ley.

Uno de los pri­me­ros man­tras que apren­dí en 2009 cuan­do comen­cé con mi acti­vis­mo VIH fue: “Nece­si­ta­mos lle­gar vivos a la cura”. Lo leí en una pan­car­ta cuan­do en 2016 los fal­tan­tes de medi­ca­ción eran graves.

La fra­se se levan­ta­ba en bra­zos al cie­lo de otre acti­vis­ta que reza­ba a nin­gún dios ni Esta­do. La peda­go­gía de los car­te­les en las mar­chas entra por la reti­na y se gra­ba en la piel. Las fra­ses que vemos y escu­cha­mos jue­gan un rol muy impor­tan­te en nues­tra salud. Con el tiem­po apren­dí a parar de pecho los “vos que sos enfer­mo”, bajar­la y gam­be­tear­la por toda la can­cha has­ta meter un gol al gri­to de: “Yo no estoy enfer­mo. Yo soy una per­so­na vivien­do con VIH. Enfer­mo está el sis­te­ma que nos odia”. Mis defen­sas a veces se can­san de luchar con­tra un virus, no las for­ce­mos a com­ba­tir tam­bién tan­to pre­jui­cio y estigma.

Mien­tras en Argen­ti­na el pro­yec­to para una nue­va ley de VIH final­men­te pare­ce avan­zar, en Méxi­co se lucha para dero­gar leyes que cri­mi­na­li­zan a las per­so­nas posi­ti­vas y estos sin lugar a duda son logros a cele­brar. Todos estos avan­ces son posi­bles gra­cias a los acti­vis­mos que cons­tan­te­men­te alzan la voz, tejen estra­te­gias y acer­can infor­ma­ción, visi­bi­li­zan urgencia.

Pero tam­bién recor­de­mos que nues­tros acti­vis­mos nacen en res­pues­ta a los ata­ques, crí­me­nes, invi­si­bi­li­za­cio­nes y dere­chos nega­dos. Y que en el camino a la apro­ba­ción de leyes y dere­chos obte­ni­dos son muchas, muchos y muches les acti­vis­tas y ami­gues que han per­di­do la vida. En cada mar­cha hay un espa­cio vacío, están pre­sen­tes las ausen­cias. Fal­tan en la mesa de casa, en el escri­to­rio del tra­ba­jo, en el abra­zo cotidiano.

Que esta memo­ria nun­ca nos fal­te al momen­to de recla­mar y gri­tar por todes.

Doble pan­de­mia

Las per­so­nas posi­ti­vas vivi­mos en pan­de­mia hace 40 años. En 1981 sur­gió la pri­me­ra aler­ta sobre casos de una rara enfer­me­dad, se la cono­ció como el “cán­cer de los gays”. Si moría­mos los no hete­ro­se­xua­les, impor­ta­ba nada. Si en ese momen­to el mun­do hubie­se res­pon­di­do con toda su fuer­za qui­zás el virus se hubie­se podi­do con­tro­lar, se hubie­sen evi­ta­do tan­tí­si­mas muer­tes y se hubie­se comen­za­do mucho antes un camino a la mejor cali­dad de vida. 

Cua­tro déca­das des­pués una nue­va pan­de­mia arra­sa. Y es muy evi­den­te cómo una reac­ción rápi­da y glo­bal mar­ca la dife­ren­cia. No es que haya­mos apren­di­do algo, reac­cio­na­mos al mie­do. Ni con este terror la soli­da­ri­dad ter­mi­na de afian­zar­se. Las vacu­nas se siguen mez­qui­nan­do, la gen­te pre­fie­re una pan­de­mia antes que una res­pues­ta global.

El VIH duran­te el ais­la­mien­to pre­ven­ti­vo evi­den­ció aún más la vul­ne­ra­bi­li­dad de las per­so­nas posi­ti­vas. Con la doble pan­de­mia debi­mos inge­niár­nos­la para armar las redes que nos ayu­den a lle­gar a los hos­pi­ta­les para reti­rar la medi­ca­ción, no pudi­mos rea­li­zar­nos estu­dios y con­tro­les por mucho tiem­po. Hoy en esta “casi” post pan­de­mia segui­mos sin poder acce­der a los ser­vi­cios de salud. Tuvi­mos que apren­der nue­va­men­te que nues­tro dere­cho a la con­fi­den­cia­li­dad no podía ser vio­len­ta­do, y mucho menos en los vacu­na­to­rios de covid-19. 

A fines del año pasa­do des­de la Orga­ni­za­ción Pan­ame­ri­ca­na de la Salud (OPS) infor­ma­ban que los casos de VIH en Amé­ri­ca Lati­na entre 2010 y 2019 habían aumen­ta­do un 21%. Y esas cifras no con­tem­plan los años de Covid. Y más allá de las cifras y por­cen­ta­jes me pre­gun­to por los diag­nós­ti­cos obli­ga­dos a vivir en un cló­set. ¿Qué pasa con esas per­so­nas posi­ti­vas que deben lle­var en silen­cio su vida por­que la socie­dad se plan­ta como ame­na­za ante ellas? Mi infan­cia de barrio de años 80 a veces se empa­ta con el año 2021 cuan­do escu­cho que “se murió de un cán­cer raro” o “bueno vis­te como era”. El tiem­po y el estig­ma se muer­den la cola en un bucle infi­ni­to que día a día ayu­da­mos a ter­mi­nar cuan­do mili­ta­mos con amor e información.

El camino a la cura

Cada cier­to tiem­po un nue­vo hallaz­go pro­me­te acer­car­nos más a la cura del VIH. El pacien­te de algún lugar con su tras­plan­te, la medi­ca­ción nue­va en for­ma­to más sen­ci­llo, un estu­dio tal que ata cabos, etc. 

Hace poco supi­mos que en Argen­ti­na está la “pacien­te Espe­ran­za”, una de las dos úni­cas per­so­nas cono­ci­das en el mun­do que pudie­ron com­ba­tir al virus sin nece­si­dad de medi­ca­ción. Y vive en la ciu­dad de Espe­ran­za, San­ta Fe. Pero esto no pasa por fe ni espe­rar a la pro­vi­den­cia, esto suce­de cuan­do hay inves­ti­ga­ción y un sis­te­ma de salud pre­sen­te. El camino a la cura se hace con pre­su­pues­to, pro­fe­sio­na­les y Esta­dos que acom­pa­ñen. Y cada día que se va sin alcan­zar esa cura es otro obi­tua­rio. Pero como las metá­fo­ras no exis­ten, acá segui­mos cons­tru­yen­do estra­te­gias, redes, abra­zos, y cla­ro, esperanza.

No ten­go duda que la res­pues­ta va a lle­gar. Pero será el resul­ta­do del tra­ba­jo colec­ti­vo. Y el mien­tras tan­to no pue­de ser excu­sa para no aten­der la cali­dad de vida de las per­so­nas que vivi­mos con el virus. Por­que los ojos que se pul­ve­ri­zan miran­do fijo a ese hori­zon­te que es la cura, no pode­mos negar lo que pasa con las vidas posi­ti­vas hoy. Si no tene­mos tra­ba­jo, si no pode­mos tomar la medi­ca­ción, si no tene­mos acce­so al mejor esque­ma para la salud, si no pode­mos vivir una vida sexoa­fec­ti­va y social en liber­tad, si se nos sigue cri­mi­na­li­zan­do, si no tene­mos todo esto, la cura ven­drá a ser una flor más sobre nues­tras tumbas. 

Nues­tra mili­tan­cia con­sis­te en lle­gar con vida y de la mejor mane­ra al día que el virus ya no exista.

Fuen­te: Agen­cia Presentes

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