Nues­tra­mé­ri­ca. Tania, en el día de su naci­mien­to, nues­tro recuer­do a una mili­tan­te heroica

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 20 de noviem­bre de 2021

Naci­da en Bue­nos Aires, Argen­ti­na el 19 de noviem­bre de 1937, Tama­ra Bun­ke era hija de padre ale­mán y madre pola­ca, ambos comu­nis­tas, ambos judíos y ambos maes­tros, que tuvie­ron que refu­giar­se en Argen­ti­na en 1935 huyen­do de la per­se­cu­ción nazi. En Bue­nos Aires tra­ba­ja­ron como pro­fe­so­res. Ade­más de ale­mán, la madre habla­ba ruso y su padre, ade­más de idio­mas, daba cur­sos de gimnasia.

En 1951, cuan­do tenía 12 años, los padres regre­san a su país para ayu­dar en la recons­truc­ción de la Repú­bli­ca Demo­crá­ti­ca Ale­ma­na. Allí cono­ció Tama­ra los rela­tos de dolor y muer­te que había deja­do el fas­cis­mo en ese país y en toda Euro­pa y por eso, para man­te­ner allí la lucha con­tra el fas­cis­mo, al lle­gar se inte­gró a la Juven­tud Libre Ale­ma­na. Lue­go estu­dió en la Facul­tad de Letras de la Uni­ver­si­dad Hum­boldt, fue ins­truc­to­ra de tiro depor­ti­vo y ganó varias meda­llas. Con sólo 18 años de edad comen­zó a mili­tar en las filas del Par­ti­do Socia­lis­ta Uni­fi­ca­do de Alemania.

Pero Tama­ra no olvi­da ni Argen­ti­na ni Lati­noa­mé­ri­ca. Con su acor­deón, can­ta milon­gas y tan­gos y man­tie­ne un con­tac­to muy fre­cuen­te con lati­no­ame­ri­ca­nos. La Revo­lu­ción Cuba­na la lle­na de ale­gría, según narra­ba en una car­ta a un amigo.

En 1960 cono­ció al Che, quien via­jó a la Repú­bli­ca Demo­crá­ti­ca Ale­ma­na al fren­te de una dele­ga­ción comer­cial de la que Tama­ra y su madre eran tra­duc­to­ras. Ambos argen­ti­nos, ambos de nin­gu­na par­te, el Che y Tama­ra tenían muchos lazos en común y, des­de enton­ces, se creó un cir­cui­to de sim­pa­tía entre ellos. Tama­ra deci­de esta­ble­cer­se en Cuba y con­tri­buir a la defen­sa de la pri­me­ra revo­lu­ción socia­lis­ta latinoamericana.

El 12 de mayo de 1961 lle­ga a la isla invi­ta­da por el Ballet Nacio­nal de Cuba de la mano de su direc­to­ra, Ali­cia Alon­so. Estu­dia perio­dis­mo en la recién inau­gu­ra­da Uni­ver­si­dad de La Haba­na; como habla­ba fran­cés, inglés, ale­mán, espa­ñol y un poco de ita­liano, tra­ba­ja en el Minis­te­rio de Edu­ca­ción, el Ins­ti­tu­to Cubano de Amis­tad con los Pue­blos y en la direc­ción nacio­nal de la Fede­ra­ción de Muje­res Cuba­nas. Se hizo mili­cia­na del CDR y tam­bién cola­bo­ró en el tra­ba­jo volun­ta­rio lle­nan­do sus manos de callos en las fae­nas agrícolas.

En 1963, comen­zó un rigu­ro­so entre­na­mien­to ope­ra­ti­vo para el tra­ba­jo de inte­li­gen­cia, que le capa­ci­ta cum­plir com­pli­ca­das y arries­ga­das misio­nes, vivir clan­des­ti­na­men­te, reco­pi­lar infor­ma­ción, sopor­tar en silen­cio todos los pade­ci­mien­tos sin poder com­par­tir tam­po­co las ale­grías revo­lu­cio­na­rias. En su inte­rior todo se tie­ne que trans­for­mar. Tama­ra que­da atrás y nace Tania, la que lue­go sería, jun­to al Che, la heroi­ca gue­rri­lle­ra de las sel­vas de Bolivia.

El 20 de febre­ro de 1964 con­clu­ye la pri­me­ra fase de su pre­pa­ra­ción y se tras­la­da a Cien­fue­gos para pre­pa­rar su plan prác­ti­co operativo.

A fines de mar­zo de aquel año el Che la reci­be en su ofi­ci­na del Minis­te­rio de Indus­tria para infor­mar­le de los deta­lles del plan y su misión clan­des­ti­na en Boli­via: tie­ne que pre­pa­rar la red urba­na de un movi­mien­to gue­rri­lle­ro de alcan­ce con­ti­nen­tal. La com­par­ti­men­ta­ción tenía que ser total; tra­ba­ja­ría sola; no podría con­tar más que con sus pro­pias fuer­zas. El Che le advier­te que, por difí­cil que fue­ra su situa­ción, no debía vin­cu­lar­se a las orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas de izquier­da, ni reve­lar su ver­da­de­ra identidad.

El 9 de abril de 1964 uti­li­zan­do un pasa­por­te con el nom­bre de Hay­dée Bider Gon­zá­lez par­tió rum­bo a Euro­pa occi­den­tal para apren­der a trans­for­mar su len­gua­je y acti­tu­des por las pro­pias de la socie­dad bur­gue­sa en la que debía des­en­vol­ver­se. Entre las varia­das misio­nes enco­men­da­das esta­ban las de tomar fotos de una aldea en una región deter­mi­na­da que lue­go pudie­ra mos­trar como su pue­blo natal y la de un matri­mo­nio de edad avan­za­da, pre­via­men­te estu­dia­do, para poder pre­sen­tar­los como sus padres.

Via­jó con docu­men­tos y bajo dos per­so­na­li­da­des dis­tin­tas, Vit­to­ria Pan­ci­ni y Mar­ta Iriar­te. El 5 de agos­to de ese año lle­gó a Frank­fort en la Repú­bli­ca Fede­ral de Ale­ma­nia, allí adop­tó la per­so­na­li­dad de Lau­ra Gutié­rrez Bauer, de nacio­na­li­dad argen­ti­na, con la que tra­ba­ja­ría clan­des­ti­na­men­te en Bolivia.

En los pri­me­ros días de octu­bre de 1964, par­tió para Boli­via con­ver­ti­da en una etnó­lo­ga espe­cia­li­za­da en arqueo­lo­gía y antro­po­lo­gía. El 5 de noviem­bre de ese mis­mo año lle­gó a Perú; des­de la capi­tal perua­na via­jó en avión al Cuz­co, en tren a Puno y en una camio­ne­ta has­ta Yun­gu­yo, últi­ma pobla­ción perua­na en la fron­te­ra con Boli­via. De aquí pasó a terri­to­rio boli­viano sin mayo­res difi­cul­ta­des, se alo­jó en un hotel de la pobla­ción de Copa­ca­ba­na, y al día siguien­te con­ti­nuó para La Paz.

En la capi­tal boli­via­na se vin­cu­ló con los pin­to­res Juan Orte­ga Ley­tón y Moi­sés Chi­re Barrien­tos, este últi­mo parien­te del pre­si­den­te boli­viano. Ambos le pre­sen­ta­ron a otros artis­tas e inte­lec­tua­les. Esta­ble­ció estre­chas rela­cio­nes con Gon­za­lo López Muñoz, jefe de la Direc­ción Nacio­nal de Infor­ma­cio­nes de la Pre­si­den­cia de la Repú­bli­ca, ami­go per­so­nal de la más abso­lu­ta con­fian­za del Pre­si­den­te. López Muñoz per­te­ne­cía al redu­ci­do gru­po de fun­cio­na­rios que tenían acce­so a todas las depen­den­cias del Pala­cio, inclui­das las habi­ta­cio­nes pri­va­das del man­da­ta­rio boli­viano. Por sus manos pasa­ban docu­men­tos secre­tos, inclu­so antes de reci­bir­los el Pre­si­den­te. López Muñoz la acre­di­tó como agen­te sus­crip­tor del sema­na­rio IPI, una publi­ca­ción con­fi­den­cial que él diri­gía, exclu­si­va­men­te al alcan­ce de fun­cio­na­rios, polí­ti­cos y per­so­nas de alto nivel den­tro de la socie­dad boli­via­na. Este tra­ba­jo le per­mi­tió valio­sas rela­cio­nes y acce­so a las ofi­ci­nas del jefe de informaciones.

Se rela­cio­nó con la Secre­ta­ría de Pla­ni­fi­ca­ción del gobierno boli­viano, con Ana Hen­rich, quien fue­ra secre­ta­ria del Sena­do, vin­cu­la­da al minis­tro del Inte­rior Anto­nio Argue­das, con altos diri­gen­tes del gobierno, con par­ti­dos polí­ti­cos reac­cio­na­rios, altos jefes mili­ta­res y muchas otras per­so­nas influ­yen­tes, como el perio­dis­ta Mario Qui­ro­ga, de ten­den­cia falan­gis­ta, quien le pro­por­cio­nó empleo como correc­to­ra de prue­bas del perió­di­co Pre­sen­cia, el de mayor tira­da del país.

Tania enta­bló amis­tad con Julia Ele­na For­tún, a tra­vés de la cual tra­ba­jó en el comi­té de inves­ti­ga­ción, inte­gra­do por un nume­ro­so gru­po de espe­cia­lis­tas, que esta­ba ads­cri­to al Depar­ta­men­to de Fol­clor del Minis­te­rio de Edu­ca­ción. Estu­dió el arte fol­cló­ri­co con rigor cien­tí­fi­co. Mon­tó la pri­me­ra expo­si­ción de tra­jes típi­cos de Boli­via. Reco­rrió el alti­plano boli­viano, con el pro­pó­si­to de reu­nir can­cio­nes autóc­to­nas. Repre­sen­tó al depar­ta­men­to de fol­clor del Minis­te­rio de Edu­ca­ción de Boli­via en un fes­ti­val cele­bra­do en la ciu­dad de Sal­ta en Argentina.

Para entrar en el Depar­ta­men­to de Fol­clor nece­si­ta­ba una car­ta de reco­men­da­ción de la emba­ja­da argen­ti­na, que le pro­por­cio­nó Ricar­do Arce, secre­ta­rio de esa misión diplo­má­ti­ca, con quien esta­ble­ció estre­chas rela­cio­nes. Arce le pre­sen­tó a todo el per­so­nal de esa emba­ja­da, inclu­so a Mar­ce­lo Bar­bo­sa, cón­sul de Argen­ti­na en la ciu­dad de San­ta Cruz. Se rela­cio­nó con los miem­bros del pro­to­co­lo del Minis­te­rio de Rela­cio­nes Exte­rio­res de Boli­via, don­de lle­gó a ser muy cono­ci­da. Al asis­tir a una fies­ta en el exclu­si­vo club La Paz, acom­pa­ña­da de Ricar­do Arce, éste la pre­sen­tó a sus ami­gos como una per­so­na que tra­ba­ja­ba en la emba­ja­da argen­ti­na. Este hecho le abrió muchas puer­tas y, sobre todo, nue­vas e intere­san­tes rela­cio­nes. Con Ricar­do Arce y el mexi­cano Juan Manuel Ramí­rez con­cu­rrió a otra acti­vi­dad social a ori­llas del lago Titica­ca, don­de se encon­tra­ban altos ofi­cia­les de las fuer­zas arma­das, minis­tros del gobierno y el gene­ral Barrien­tos, a quien cono­ció personalmente.

El 20 de enero de 1965 había logra­do su radi­ca­ción defi­ni­ti­va y enta­blar rela­cio­nes con impor­tan­tes per­so­na­li­da­des guber­na­men­ta­les: altos jefes mili­ta­res, como el gene­ral Ovan­do, diplo­má­ti­cos acre­di­ta­dos en La Paz, artis­tas, inves­ti­ga­do­res, perio­dis­tas, diri­gen­tes polí­ti­cos reac­cio­na­rios y oli­gar­cas. Tania comen­zó a impar­tir cla­ses par­ti­cu­la­res de ale­mán a los hijos de la oli­gar­quía local, lo que le per­mi­tió visi­tar sus casas, rela­cio­nar­se con sus familiares.

Con­tra­jo matri­mo­nio con Mario Mar­tí­nez, estu­dian­te de inge­nie­ría eléc­tri­ca e hijo de un impor­tan­te inge­nie­ro de minas. La boda se cele­bró en la casa de la artis­ta Yolan­da Rivas de Plas­kons­ka. De esa for­ma obtu­vo la ciu­da­da­nía y el pasa­por­te boliviano.

El 1 de enero de 1966 arri­bó a la ciu­dad de La Paz el repre­sen­tan­te de una impor­tan­te y famo­sa fir­ma de belle­za que res­pon­día al seu­dó­ni­mo de Mercy. Su ver­da­de­ra iden­ti­dad nun­ca fue des­cu­bier­ta por la CIA ni por los ser­vi­cios secre­tos boli­via­nos. La misión secre­ta de Mercy era con­tac­tar con Tania para entre­gar­le los nue­vos códi­gos de las comu­ni­ca­cio­nes secretas.

En abril de 1966 Tania salió de Boli­via y sos­tu­vo varias entre­vis­tas clan­des­ti­nas en Méxi­co con Juan Carre­te­ro (Ariel), su nue­vo enla­ce. Éste le comu­ni­có que le había sido con­ce­di­da la mili­tan­cia del Par­ti­do Comu­nis­ta de Cuba y que en La Paz con­tac­ta­ría con un com­pa­ñe­ro que, al igual que ella, esta­ba radi­ca­do en esa ciu­dad y bajo cuyas órde­nes debía poner­se. Regre­só a la capi­tal boli­via­na y en el mes de mayo de 1966 reci­bió la señal con­ve­ni­da, acu­dió al lugar pre­via­men­te acor­da­do y esta­ble­ció con­tac­to con su enla­ce en La Paz.

Al ini­ciar la fase de pre­pa­ra­ción y orga­ni­za­ción de la lucha arma­da, Tania era ya un engra­na­je indis­pen­sa­ble en el desa­rro­llo del tra­ba­jo urbano de la gue­rri­lla, aun­que la idea gene­ral del Che no era de que par­ti­ci­pa­ra en las accio­nes, sino que, dadas las posi­bi­li­da­des de cone­xio­nes en las altas esfe­ras guber­na­men­ta­les, dedi­car­la a la infor­ma­ción y man­te­ner­la como reser­va, con­tan­do con alguien fia­ble para el ocul­ta­mien­to de los gue­rri­lle­ros e inclu­so la recep­ción de algún men­sa­je­ro que vinie­se con algo extre­ma­da­men­te impor­tan­te. El 10 de julio de 1966 Tania ini­ció los pre­pa­ra­ti­vos para la lle­ga­da de los gue­rri­lle­ros: alqui­ló casas de segu­ri­dad que pudie­ran ser­vir de alma­ce­nes y pre­pa­ró reci­pien­tes para el envío de men­sa­jes cifrados.

Cuan­do el Che lle­gó a Boli­via se entre­vis­tó con ella y le trans­mi­tió las últi­mas ins­truc­cio­nes. El 20 de diciem­bre de 1966 el Che escri­bió en su Dia­rio de cam­pa­ña que se había resuel­to apu­rar los con­tac­tos de Coco Pere­do, que esta­ba tra­ba­jan­do den­tro de la ofi­ci­na de infor­ma­cio­nes de la Pre­si­den­cia de la Repú­bli­ca, hablar con Megía ‑revo­lu­cio­na­rio peruano cuya iden­ti­dad aún no se ha reve­la­do- para que éste sir­vie­ra de enla­ce entre Iván y el hom­bre de la Pre­si­den­cia. Seña­ló que Iván man­ten­dría con­tac­to con Tania, con Megía y Sán­chez ‑Julio Dag­nino Pacheco‑, otro revo­lu­cio­na­rio peruano que tra­ba­ja­ba en la clan­des­ti­ni­dad en Boli­via y, ade­más, con un mili­tan­te del Par­ti­do Comu­nis­ta de Boli­via. La red de apo­yo urbano se esta­ba con­for­man­do ace­le­ra­da­men­te, e incluía a Hugo Lozano, como radis­ta, Rodol­fo Sal­da­ña, los doc­to­res Wal­ter Pare­jas Fer­nán­dez y Hum­ber­to Rhea Cla­vi­jo, tam­bién a Loyo­la Guz­mán y otros mili­tan­tes del Par­ti­do Comu­nis­ta de Bolivia.

En diciem­bre de 1966 Tania con­du­ce al trai­dor Mario Mon­je, Secre­ta­rio Gene­ral del Par­ti­do Comu­nis­ta de Boli­via, al cam­pa­men­to gue­rri­lle­ro, don­de los espe­ra­ba el Che. El Che habló pri­me­ro con ella y le dio la orden de via­jar a Argen­ti­na para entre­vis­tar­se con Mau­ri­cio y Joza­mi y citar­los en el cam­pa­men­to gue­rri­lle­ro. El Che tra­ta­ba de empe­zar a tejer la red gue­rri­lle­ra en Argen­ti­na, reanu­dan­do la gue­rri­lla de Salta.

El Che la había orde­na­do no regre­sar a Cami­ri por­que corría el ries­go de ser loca­li­za­da. Sin embar­go en mar­zo, una vez sor­tea­dos todos los obs­tácu­los y cum­pli­da su misión en Argen­ti­na, Tania regre­sa con­du­cien­do en su todo­te­rreno al fran­cés Régis Debray y al argen­tino Ciro Bus­tos (super­vi­vien­te de la gue­rri­lla de Sal­ta) a la Casa de Cala­mi­na en Ñancahuazú.

Fue un error. Su ter­cer via­je a la base gue­rri­lle­ra fue tam­bién el últi­mo. El Che no esta­ba. Mien­tras le espe­ra­ban, deser­tan Vicen­te Roca­ba­do Terra­zas y Pas­tor Barre­ra Quin­ta­na, quie­nes infor­man al ejér­ci­to boli­viano, a sus ser­vi­cios de inte­li­gen­cia y a los ofi­cia­les de la CIA, de la pre­sen­cia de Tania en el cam­pa­men­to gue­rri­lle­ro y de que ésta había via­ja­do en un todo­te­rreno has­ta Cami­ri. Allí el vehícu­lo fue loca­li­za­do con su docu­men­ta­ción. La reac­ción des­cu­bre a Lau­ra Gutié­rrez Bauer como guerrillera.

A par­tir de enton­ces se incor­po­ra a la lucha arma­da. Le entre­gan un uni­for­me de cam­pa­ña y un fusil M‑1. El Che la des­ti­na a la colum­na de la reta­guar­dia, diri­gi­da por el cubano Juan Vita­lio Acu­ña Núñez (Joa­quín).

El Che orde­na sepa­rar las dos colum­nas. Al man­do de Joa­quín, la reta­guar­dia gue­rri­lle­ra sale hacia Río Gran­de. En un terreno tan abrup­to, la adap­ta­ción de Tania al medio geo­grá­fi­co fue asom­bro­sa­men­te rápi­da. Había momen­tos en que había que des­col­gar­se por sogas, gatear, prác­ti­ca­men­te ara­ñan­do sobre las rocas. Cami­na­ba a pesar de las terri­bles lla­gas que tenía en los pies. Las comu­ni­ca­cio­nes entre ambas colum­nas eran pési­mas y Joa­quín pier­de con­tac­to con el Che, que duran­te sema­nas tra­ta de loca­li­zar­le infruc­tuo­samn­te por la espesura.

A fina­les de agos­to, la reta­guar­dia lle­ga a la casa del trai­dor Hono­ra­to Rojas, un cam­pe­sino de la región. Los gue­rri­lle­ros dur­mie­ron en la casa del cam­pe­sino y, al des­pun­tar el alba, se reti­ra­ron, pre­vio acuer­do de que al día siguien­te Rojas los guia­ría por un ata­jo hacia el Vado de Yeso. Esa mis­ma noche, una com­pa­ñía de sol­da­dos, diri­gi­da por el capi­tán Mario Var­gas, mar­chó en direc­ción al Masi­cu­ri Bajo. Al otro día, el jefe del des­ta­ca­men­to dis­cu­tió los últi­mos deta­lles del plan con Rojas: Usted haga lo que los gue­rri­lle­ros le han pedi­do ‑le dijo-. Pero hága­los cru­zar el Vado exac­ta­men­te don­de yo le diga y no más tar­de de las tres.

El 31 de agos­to, a la hora con­ve­ni­da, los gue­rri­lle­ros se encon­tra­ron con el cam­pe­sino, quien les guió un tre­cho y les indi­có el Vado. Los gue­rri­lle­ros siguie­ron andan­do y, antes de que el sol decli­na­ra a su oca­so, el cam­pe­sino se des­pi­dió dán­do­les la mano. Los sol­da­dos espe­ra­ban aga­za­pa­dos en ambas már­ge­nes del río, pres­tos a pre­sio­nar el dedo en el gati­llo. El cubano Israel Reyes Sayas (Brau­lio) fue el pri­me­ro en sen­tir el roce tibio del agua. Vol­teó la cabe­za y, mache­te en mano, orde­nó cru­zar el río. Cuan­do todos los gue­rri­lle­ros se hubie­ron sumer­gi­do en el torren­te ‑excep­to José Castillo‑, con la mochi­lla pesa­da y sos­te­nien­do el arma sobre la cabe­za, el capi­tán Mario Var­gas impar­tió la orden de abrir fue­go des­de ambas ori­llas. Varios resul­ta­ron muer­tos y otros ase­si­na­dos en el mis­mo momento.

Tania fue la penúl­ti­ma en sumer­gir­se en la rápi­da corrien­te del Río Gran­de, jus­to delan­te de Joa­quín que cubría las espal­das de sus com­pa­ñe­ros. El agua casi le lle­ga­ba has­ta la cade­ra cuan­do se escu­cha­ron las pri­me­ras ráfa­gas. Inten­tó aga­rrar su fusil pero una bala le atra­ve­só el pul­món. La corrien­te la arras­tró ten­dién­do­la lue­go sobre un reman­so. Los sol­da­dos no encon­tra­ron su cadá­ver has­ta sie­te días des­pués. Aún no había cum­pli­do 30 años. Des­de enton­ces, cada 31 de agos­to, manos des­co­no­ci­das lle­nan de flo­res aquel lugar don­de se encon­tró su cuer­po. De este modo la gue­rri­lle­ra Tania, la flor sil­ves­tre de Río Gran­de, con­ver­ti­da ya en leyen­da, revi­ve el gri­to de liber­tad que reco­rre Amé­ri­ca Latina.

Sus res­tos, iden­ti­fi­ca­dos y tras­la­da­dos a Cuba en 1998, repo­san en un mau­so­leo en San­ta Cla­ra, jun­to a los del Che y demás gue­rri­lle­ros inol­vi­da­bles. El 28 de octu­bre de 1999 la escri­to­ra cuba­na Gra­zie­lla Pogo­lot­ti escri­bía en el dia­rio Gran­ma: Es de ace­ro el tem­ple de quie­nes deja­ron su hue­lla en la his­to­ria. Pudie­ron hacer­lo, sin embar­go, por­que sus pies esta­ban sóli­da­men­te afin­ca­dos en la tie­rra, por­que vivie­ron inten­sa­men­te en lo coti­diano la exis­ten­cia de hom­bres, por­que estu­vie­ron uni­dos a los demás por múl­ti­ples y diver­sos lazos, por­que no sin­tie­ron, en suma, la Revo­lu­ción como un con­jun­to de prin­ci­pios abs­trac­tos, sino como acción con­cre­ta, heroi­ca sí, pero tam­bién cons­trui­da con el modes­to tra­ba­jo de cada día, hecho para los hom­bres y con los hom­bres, don­de la dis­po­si­ción al sacri­fi­cio total va uni­da al ano­ni­ma­to y a la preo­cu­pa­ción por la eficacia.

La admi­ra­ción va cre­cien­do por la esta­tu­ra moral de la com­ba­tien­te y, al pro­pio tiem­po de ese ejem­plo per­so­nal se des­pren­den y con­so­li­dan, de mane­ra indi­rec­ta, los prin­ci­pios de una éti­ca, de una con­duc­ta. No se tra­ta de un con­jun­to de nor­mas abs­trac­tas, impues­tas des­de a fue­ra, sino del pleno acuer­do entre la con­cien­cia indi­vi­dual y los reque­ri­mien­tos de la acción revo­lu­cio­na­ria. La soli­da­ri­dad nace de sen­tir­se par­te del sufri­mien­to de otros, del com­ba­te y el sacri­fi­cio de todos. Sur­ge espon­tá­nea cuan­do se toman las armas para res­pon­der a una ame­na­za direc­ta. Indis­pen­sa­ble y más pro­fun­da­men­te arrai­ga­da tie­ne que estar en el com­ba­tien­te soli­ta­rio ins­ta­la­do en un medio hos­til, obli­ga­do a lle­var a toda hora, una más­ca­ra, vigi­lan­te siem­pre de los demás y de sí mis­mo. Ese duro apren­di­za­je fue el de Tania.

No sólo el de las téc­ni­cas de la inte­li­gen­cia, sino el saber apri­sio­nar su ver­da­de­ra per­so­na­li­dad, asu­mir otro nom­bre, lo que sig­ni­fi­ca com­por­tar­se en toda hora de mane­ra dife­ren­te. En medio de esa terri­ble sole­dad, el espí­ri­tu se man­tie­ne, cuan­do se sabe que ese ais­la­mien­to es cir­cuns­tan­cial, que otros en la dis­tan­cia pro­si­guen en for­mas diver­sas el mis­mo combate.

Inter­na­cio­na­lis­mo revo­lu­cio­na­rio no es eti­que­ta que corres­pon­da al aven­tu­re­ro, sedien­to de nue­vas expe­rien­cias. Nace de un pro­fun­do arrai­go, como el de Tania en el recuer­do de su Argen­ti­na natal, de un genuino recha­zo de la explo­ta­ción como el de Tania renun­cian­do al camino segu­ro que le brin­da­ba la RDA, al tra­ba­jo crea­dor en la Cuba revo­lu­cio­na­ria recién des­cu­bier­ta, al amor y la amis­tad pos­po­nien­do sus pro­yec­tos per­so­na­les por acu­dir allí don­de otros hom­bres nece­si­tan redención.

Toma­do de Acer­cán­do­nos Cultura

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