Ingla­te­rra. Por qué Assan­ge sigue detenido

Por San­tia­go O’Donnell, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 5 de noviem­bre de 2021 

A Julian Assan­ge lo metie­ron pre­so por lo que publi­có. No por robar, no por matar, no por come­ter actos vio­len­tos y mucho menos terro­ris­tas. Ni siquie­ra lo metie­ron pre­so por lo que pien­sa. Fue por publi­car a cual­quier pre­cio pero no cual­quier cosa. No publi­có chis­mes ni inti­mi­da­des. Publi­có fil­tra­cio­nes muy fuer­tes de Rusia y de Chi­na, ade­más de Esta­dos Uni­dos. Reve­la­cio­nes de su Aus­tra­lia natal, de Kenia, Indo­ne­sia y Perú. Cru­zó un lími­te cuan­do publi­có cien­tos de miles de cables de emba­ja­das esta­dou­ni­den­ses, expo­nien­do los crí­me­nes que esos cables deta­llan. Y pagó el pre­cio. Por su defen­sa tec­no­ló­gi­ca del inde­pen­den­tis­mo cata­lán había que­ma­do sus últi­mos puen­tes con las poten­cias de la Unión Euro­pea. Por eso lo metie­ron pre­so: por publi­car has­ta que­dar­se solo.

Últi­mos cartuchos

Lo vi gas­tar sus últi­mos car­tu­chos en la emba­ja­da de Ecua­dor cuan­do pre­pa­ra­ba Vault Seven, la mayor fil­tra­ción de la his­to­ria de la CIA. Tenía a Donald Trump comien­do de su mano des­pués de con­quis­tar­lo con la publi­ca­ción de los mails de Hillary Clin­ton, un hecho deter­mi­nan­te en el triun­fo elec­to­ral del mag­na­te nor­te­ame­ri­cano. Con el apo­yo de Trump, Assan­ge se había gana­do su liber­tad, su pros­pe­ri­dad y el fin del cal­va­rio de años de encie­rro en tres cuar­tos de emba­ja­da. Solo tenía que no publi­car. Pero publi­có. Nada menos que Vault Seven, docu­men­tos ultra­se­cre­tos que mues­tran cómo la CIA espía celu­la­res y tele­vi­so­res inte­li­gen­tes. Ahí es cuan­do se reu­nie­ron los espías de la CIA de Trump y se pusie­ron a pen­sar cómo hacían para matar­lo. Se supo hace un mes gra­cias a una inves­ti­ga­ción de Yahoo! News que el pro­pio direc­tor de la CIA de enton­ces, Mike Pom­peo, con­fir­mó dicien­do que la fuen­te anó­ni­ma que dio la infor­ma­ción debe­ría ser cri­mi­na­li­za­da.

Ese es el pro­ble­ma. Mien­tras que en estos días se deci­de la suer­te de Assan­ge en un extra­or­di­na­rio jui­cio de extra­di­ción en Gran Bre­ta­ña a pedi­do de Esta­dos Uni­dos, es impor­tan­te decir que lo metie­ron pre­so y lo quie­ren matar por publi­car. Y que por eso lo quie­ren mos­trar como una espe­cie de terro­ris­ta soli­ta­rio con aires de inte­lec­tual, una espe­cie de Una­bom­ber que ame­na­za la segu­ri­dad esta­dou­ni­den­se. Pero Una­bom­ber, ade­más de haber escri­to un mani­fies­to anti­ca­pi­ta­lis­ta, usa­ba explo­si­vos que mata­ban per­so­nas. En el caso de Assan­ge, las bom­bas son sus ver­da­des. Jamás, ni siquie­ra en Sue­cia, ha sido tan siquie­ra acu­sa­do de ejer­cer la vio­len­cia en cual­quie­ra de sus for­mas. Ni él ni nin­gún miem­bro de Wiki­Leaks, pasa­do o pre­sen­te. Más aún, nadie ha podi­do demos­trar que alguien haya muer­to a raíz de las reve­la­cio­nes de Wiki­Leaks. Pero el sitio publi­có ver­da­des muy pesa­das. Tan­to que a su edi­tor lo metie­ron pre­so y lo quie­ren matar.

Palo­mas y halcones

O, para ser más pre­ci­sos, las palo­mas tipo Joe Biden, Hillary Clin­ton y Barack Oba­ma lo quie­ren pre­so. Igual que muchos ingle­ses, sue­cos y ecua­to­ria­nos, por solo men­cio­nar a los direc­ta­men­te invo­lu­cra­dos en esta his­to­ria. En cam­bio los Pom­peo, los ami­gos de Trump y los espías bri­tá­ni­cos y esta­dou­ni­den­ses pre­fie­ren ver­lo muer­to. Y si no lo pue­den matar con un dron por­que sólo apli­can esa cla­se de cas­ti­go suma­rio a per­so­nas de ras­gos ará­bi­gos que viven en paí­ses leja­nos, y ya que no pue­den freír­lo en una silla eléc­tri­ca por­que nin­gún tri­bu­nal lo va a con­de­nar a muer­te en Esta­dos Uni­dos, van a tra­tar de hacer que se pudra en una cár­cel. O que se vuel­va loco, que para el caso es lo mismo.

Ya lo tuvie­ron sie­te años ence­rra­do en un peda­ci­to de emba­ja­da a la vuel­ta de Scotland Yard. No lo deja­ban res­pi­rar. De día ni se acer­ca­ba a las ven­ta­nas por mie­do a que le dis­pa­ren. Por las noches se escon­día detrás de las cor­ti­nas y le saca­ba fotos a los poli­cías y espías que lo vigi­la­ban. Pobre, pen­sa­ba todo el tiem­po que lo iban a matar.

Ame­na­zas de muerte

Guar­da­ba sus ame­na­zas de muer­te pro­li­ja­men­te en una car­pe­ta que siem­pre tenía a mano para mos­trar­le a sus ami­gos y a los perio­dis­tas que lo iban a ver. Él ya sabía que lo que­rían matar pero aún goza­ba de dos liber­ta­des que para él eran todo, o casi: “ten­go acce­so a inter­net y visi­tas ili­mi­ta­das,” me dijo con­fia­do más de una vez, mien­tras el gobierno ecua­to­riano de Rafael Correa lo cobi­ja­ba con cama, comi­da, asi­lo y ciu­da­da­nía. Des­pués vino Lenin Moreno y pri­me­ro le sacó una habi­ta­ción, la sala de reunio­nes, prác­ti­ca­men­te un ter­cio de su pre­cia­do terri­to­rio. Des­pués le recor­tó las visi­tas, des­pués le sacó la com­pu y al final lo tiró a los perros ingle­ses que entra­ron a la emba­ja­da para lle­vár­se­lo de los pelos a la peor cel­da que pudie­ron encon­trar. Todo eso y más a cam­bio de un cré­di­to del Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal. Assan­ge ter­mi­nó en la cár­cel de máxi­ma segu­ri­dad de Bel­marsh entre ase­si­nos seria­les y pesa­dos de caño, ais­la­do, enfer­mo, casi siem­pre lejos de su fami­lia y abo­ga­dos por dis­po­si­ción de fun­cio­na­rios anó­ni­mos que se escon­den detrás de la buro­cra­cia de la pan­de­mia, y por la inac­ción de Su Seño­ría Vanes­sa Barais­ter, la jue­za del caso. Enci­ma en las audien­cias de su jui­cio lo exhi­ben en uni­for­me car­ce­la­rio, ence­rra­do en una jau­la de vidrio, como si fue­ra la reen­car­na­ción rubia de Abi­mael Guz­mán.

Por eso el fallo de Barais­ter a favor de Assan­ge con­tie­ne un par de, diga­mos, men­ti­ras, que no con­vie­ne men­cio­nar en voz alta por­que a fin de cuen­tas es un fallo a favor de Assan­ge que muy pocos espe­ra­ban, que Esta­dos Uni­dos ape­ló y en pocos días más se deci­de esa ape­la­ción. El fallo dice, en esen­cia, que Esta­dos Uni­dos tie­ne razón en que Assan­ge es un peli­gro­so terro­ris­ta que se cho­reó un mon­tón de infor­ma­ción. Sin embar­go, agre­ga la jue­za, no lo pue­den extra­di­tar por­que está muy depri­mi­do, las cár­ce­les esta­dou­ni­den­ses son muy rigu­ro­sas y es pro­ba­ble que en seme­jan­tes con­di­cio­nes Assan­ge encuen­tre la mane­ra de sui­ci­dar­se. Las men­ti­ras de la jue­za no están en acep­tar que Assan­ge es un peli­gro­so terro­ris­ta que cho­reó infor­ma­ción. OK, no cho­reó infor­ma­ción, se la pasa­ron, y no ata­có a nadie. Pero en todo caso es lo que dice el pedi­do de extra­di­ción. La men­ti­ras de la jue­za son, pri­me­ro, dar a enten­der que no lo man­da a Esta­dos Uni­dos por­que supues­ta­men­te las cár­ce­les de ese país ven­drían a ser mucho peo­res que la ingle­sas. La segun­da men­ti­ra es dar a enten­der que a la jue­za le impor­ta la salud men­tal de Assan­ge cuan­do es tan­to lo que podría haber hecho para mejorarla.

¿Cuán­to lle­va pre­so y ais­la­do? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Tres más sie­te en la emba­ja­da? En la vida de Assan­ge horas, días, meses y años se suce­den en un tran­ce con­ti­nuo, me con­tó una vez, como una pelí­cu­la que nun­ca ter­mi­na. No hay que cri­ti­car el fallo de la jue­za por­que es a favor y hay que espe­rar calla­di­tos que se deci­da la ape­la­ción, pero uno no pue­de dejar de pen­sar que el fallo lle­gó des­pués de que los que quie­ren ver­lo muer­to per­die­ran las elec­cio­nes con los que quie­ren ver­lo pre­so. Y los que quie­ren ver­lo pre­so pre­fie­ren que se pudra en una cár­cel lejos de Esta­dos Uni­dos: no quie­ren un jui­cio que sería un pape­lón en un país con una Pri­me­ra Enmien­da cons­ti­tu­cio­nal que defien­de la liber­tad de expre­sión. Enton­ces la jue­za falla a favor de Assan­ge pero lo deja ence­rra­do para que se vaya murien­do de a poco. Esti­ran­do el pro­ce­so pese a que Assan­ge no tie­ne nin­gu­na cuen­ta pen­dien­te con la jus­ti­cia bri­tá­ni­ca. En una cár­cel de máxi­ma segu­ri­dad pese a que nun­ca mató ni a una mosca.

Se podría decir, des­de nues­tro chau­vi­nis­mo, que la jue­za le apli­có a Assan­ge la doc­tri­na Irur­zun. Pero sería más jus­to decir que Irur­zun apli­có en Argen­ti­na la doc­tri­na Assan­ge: cas­ti­go pre­ven­ti­vo para no depen­der del resul­ta­do un juicio.

 (Fuente: AFP)

El cos­to de publicar

de El tema es que lo metie­ron pre­so y lo quie­ren matar por lo que publi­có. Y no es por­que lo odian. O no es solo por eso. Las razo­nes de Esta­do van más allá. Lo quie­ren silen­ciar y lo quie­ren ver sufrir por­que publi­có ver­da­des que nun­ca más deben salir a la luz. Y para que eso no vuel­va a pasar, nadie más debe atre­ver­se a publi­car­las sin sen­tir el ries­go de ter­mi­nar loco o muer­to o pudrién­do­se en algu­na cár­cel de máxi­ma segu­ri­dad. Enton­ces mejor calla­mos o publi­ca­mos pava­das. Por eso su libe­ra­ción inme­dia­ta es tan impor­tan­te para el ofi­cio, para la liber­tad de expre­sión y para la demo­cra­cia. Por eso miles de per­so­nas en todo el mun­do exi­gi­mos que lo suel­ten y lo dejen en paz. Oja­lá se sumen muchos más.

“Con­se­guir infor­ma­ción es fácil, lo difí­cil es publi­car,” me dijo una vez. Tan difí­cil que lo metie­ron pre­so y lo quie­ren matar. Por publicar. 

Itu­rria /​Fuen­te

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