Pales­ti­na. Un via­je de pesadilla

Por Abda­llah al-Naa­mi , Resu­men de Medio Orien­te, 8 de sep­tiem­bre de 2021.

Foto: Samar y su madre, Um Jihad, en su jar­dín en Gaza. 

Samar Abu Daher toda­vía no pue­de creer que su horri­ble pesa­di­lla final­men­te haya ter­mi­na­do. En abril, des­pués de casi tres años en una pri­sión israe­lí, la mujer de 38 años final­men­te fue libe­ra­da para estar nue­va­men­te con su fami­lia. La habían ence­rra­do por lo que, según ella, eran car­gos fal­sos de ayu­dar a su her­mano, Jihad, antes de que fue­ra encar­ce­la­do en 2007. 

Jihad fue sen­ten­cia­do a 23 años de pri­sión, acu­sa­do de ser un mili­tan­te ope­ra­ti­vo de la Jihad Islá­mi­ca. Aún le que­dan nue­ve años de cár­cel. Once años des­pués de que comen­za­ra su encar­ce­la­mien­to, el ejér­ci­to israe­lí apa­ren­te­men­te deci­dió que su cas­ti­go no era sufi­cien­te. El 6 de diciem­bre de 2018, Samar salió de Gaza para acom­pa­ñar a otro her­mano, Eyad, que tie­ne una enfer­me­dad que afec­ta las arte­rias del cora­zón. Los dos pla­nea­ban via­jar jun­tos al hos­pi­tal Al-Makas­sed en la Jeru­sa­lén Orien­tal ocu­pa­da. Tenían todo el pape­leo en orden y nin­guno de los dos podía saber qué tan lar­go sería el via­je de Samar y qué terri­ble expe­rien­cia sería. 

«Está­ba­mos pre­pa­ra­dos», dijo Samar a The Elec­tro­nic Inti­fa­da. «Las auto­ri­da­des israe­líes me habían entre­vis­ta­do y me con­ce­die­ron un per­mi­so para via­jar a Jeru­sa­lén con mi her­mano». Con sus preo­cu­pa­cio­nes fir­me­men­te fija­das en la ciru­gía car­día­ca de Eyad, los her­ma­nos des­pre­ve­ni­dos fue­ron al pues­to de con­trol mili­tar de Erez, la vía prin­ci­pal a Israel o la Cis­jor­da­nia ocu­pa­da des­de Gaza. Sin embar­go, una vez que lle­ga­ron al lado israe­lí, dos sol­da­dos se acer­ca­ron a Samar y la lle­va­ron a una sala de inte­rro­ga­to­rios. “No sabía por qué me rete­nían. Me hicie­ron muchas pre­gun­tas de las que no tenía idea y lue­go me deja­ron espe­rar duran­te horas ”, dijo Samar. 

Ciru­gía dife­ri­da

Al prin­ci­pio, dijo, esta­ba sim­ple­men­te preo­cu­pa­da por lle­gar a tiem­po a la con­sul­ta de su her­mano. Pero las pre­gun­tas con­ti­nua­ron: sobre su fami­lia, sobre Jihad. Cuan­to más dura­ba, más preo­cu­pa­da y ner­vio­sa se ponía. En un momen­to, dijo, inclu­so per­dió el cono­ci­mien­to por el estrés. Des­pués de nue­ve horas de esto, se encon­tró espo­sa­da de pies y manos en la par­te tra­se­ra de un trans­por­te de pri­sio­ne­ros. “Me sor­pren­dió y me des­ma­yé. Lo úni­co que recuer­do es que cuan­do des­per­té, esta­ba en el vehícu­lo de trans­por­te de pri­sio­ne­ros, lejos de mi hermano ”. 

Por su par­te, Eyad no pudo via­jar y fue envia­do de regre­so. Extre­ma­da­men­te preo­cu­pa­da por lo que podría suce­der, la fami­lia de Eyad se mos­tró rea­cia a inten­tar soli­ci­tar otro per­mi­so para enviar­lo de regre­so a tra­vés de Erez. Como resul­ta­do, el joven de 32 años aún no se ha some­ti­do a una ciru­gía. Sigue depen­dien­do de los anal­gé­si­cos y tran­qui­li­zan­tes para pasar todos los días. El año pasa­do, Israel arres­tó a 10 per­so­nas que inten­ta­ban cru­zar el pues­to de con­trol de Erez. 

Abdel Nas­ser Fer­wa­na, del minis­te­rio de asun­tos de pri­sio­ne­ros de la Auto­ri­dad Pales­ti­na, dijo que el ejér­ci­to israe­lí está apro­ve­chan­do la urgen­cia de algu­nos de via­jar para reci­bir tra­ta­mien­to médi­co. «Las auto­ri­da­des de ocu­pa­ción israe­líes han con­ver­ti­do el cru­ce de Erez en una tram­pa», dijo Fer­wa­na. “Les dan per­mi­sos de via­je a los pacien­tes y sus acom­pa­ñan­tes, lue­go los arres­tan en el cru­ce y les pre­sen­tan car­gos falsos”. 

Des­de que Israel comen­zó a blo­quear la Fran­ja de Gaza en 2007, el núme­ro de pales­ti­nos que via­jan fue­ra de Gaza a tra­vés del pues­to de con­trol de Erez ha dis­mi­nui­do sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te, y lue­go prin­ci­pal­men­te para bus­car tra­ta­mien­to médi­co. Con el esta­lli­do de la cri­sis del COVID-19 a prin­ci­pios de mar­zo de 2020, Israel prohi­bió a casi todos los via­jes a tra­vés del pues­to de con­trol de Erez, excep­to a algu­nos pacien­tes crí­ti­ca­men­te enfer­mos y sus acom­pa­ñan­tes. En agos­to, sin embar­go, a algu­nos empre­sa­rios pales­ti­nos se les per­mi­tió reanu­dar el via­je y dos fue­ron «arres­ta­dos arbi­tra­ria­men­te» el 23 de agos­to, según la orga­ni­za­ción de dere­chos huma­nos Al Mezan. 

Con­di­cio­nes desesperadas 

Ser rete­ni­da en Erez fue solo la pri­me­ra par­te de un tiem­po de pesa­di­lla para Samar. Des­de los pri­me­ros meses en la pri­sión de Ash­ke­lon, don­de estu­vo reclui­da, Samar comen­zó a sufrir sín­to­mas rela­cio­na­dos con la hiper­ten­sión y la dia­be­tes. Estas son con­di­cio­nes por las cua­les ella no tie­ne ante­ce­den­tes fami­lia­res y está con­ven­ci­da de que el estrés del encar­ce­la­mien­to las pro­vo­có. Tam­bién fue some­ti­da a vio­len­cia físi­ca. En una oca­sión, los guar­dias de la pri­sión vinie­ron a reco­ger a la com­pa­ñe­ra de cel­da de Samar. Ate­rra­da, la com­pa­ñe­ra de cel­da resis­tió, aga­rrán­do­se a Samar, quien fue ata­ca­da con una porra. “Está­ba­mos ate­rro­ri­za­dos cuan­do los car­ce­le­ros israe­líes entra­ron en la cel­da. Les gri­ta­mos que nos deja­ran en paz, pero uno de ellos me gol­peó con el palo en la mano y arras­tró a mi ami­ga por el cabe­llo fue­ra de la cel­da ”, dijo Samar. Samar dijo que no fue la úni­ca vez que fue agre­di­da físi­ca­men­te, sino que suce­dió con regu­la­ri­dad, espe­cial­men­te cuan­do los reclu­sos pro­tes­ta­ban por dere­chos que a menu­do se les nie­gan en la deten­ción israe­lí, como visi­tas regu­la­res, mejor acce­so a la aten­ción médi­ca o más pro­duc­tos de higiene.

No reci­bió muchas visi­tas de su fami­lia duran­te su estan­cia en pri­sión. De hecho, solo a su madre, Um Jihad, se le per­mi­tió el dere­cho de visi­ta, y lue­go solo cua­tro veces duran­te los casi 30 meses que estu­vo dete­ni­da. Y cada visi­ta era one­ro­sa, no solo para Um Jihad, sino tam­bién para Samar. 

En lugar de lle­var a su madre a Ash­ke­lon, no muy al nor­te de Gaza, las auto­ri­da­des peni­ten­cia­rias de Israel tras­la­da­ron a Samar al com­ple­jo peni­ten­cia­rio de Beershe­ba, mucho más lejos en el desier­to del Sinaí. En total, el via­je dura­ría tres días, dijo Samar: un día para traer­la, un día en Beershe­ba, don­de podría ver a su madre por solo una hora, y un día para regre­sar. El lar­go via­je en sí la ago­tó. Los trans­por­tes peni­ten­cia­rios no tie­nen asien­tos cómo­dos. Inclu­so el perro guar­dián, seña­ló, esta­ba más cómo­do en el autobús. 

Una pesa­di­lla en curso 

En la encru­ci­ja­da, fue aco­sa­da por tran­seún­tes que iden­ti­fi­có como colo­nos que a menu­do la mal­de­cían si la veían. “Cada vez que los colo­nos me veían en la ven­ta­na del auto­bús, gri­ta­ban las pala­bras más sucias que apren­die­ron solo para aco­sar a las muje­res pales­ti­nas”, dijo Samar. «Que­ría cerrar mis oídos, pero mis manos esta­ban espo­sa­das». La pan­de­mia de COVID-19 hizo que las auto­ri­da­des peni­ten­cia­rias israe­líes can­ce­la­ran por com­ple­to las visi­tas de los pri­sio­ne­ros. A los pre­sos solo les que­da­ban lla­ma­das tele­fó­ni­cas para man­te­ner­se en con­tac­to con sus fami­lias, e inclu­so a ellos no siem­pre se les permitía. 

“No podría­mos obte­ner fácil­men­te nin­guno de nues­tros dere­chos en pri­sión. Le pedí a la admi­nis­tra­ción de la pri­sión varias veces que me per­mi­tie­ra hacer una lla­ma­da tele­fó­ni­ca a mi fami­lia, pero se nega­ron, así que deci­dí recha­zar mis medi­ca­men­tos como una for­ma de hacer cam­pa­ña por mis dere­chos ”, dijo Samar. Inclu­so des­pués de su libe­ra­ción, sus jui­cios aún no habían terminado. 

El asal­to de Israel a Gaza comen­zó menos de un mes des­pués de su regre­so, y la fami­lia, cuya casa está cer­ca de la fron­te­ra de Gaza, se sepa­ró por razo­nes de segu­ri­dad des­pués de ape­nas reu­nir­se. “La gue­rra fue un momen­to excep­cio­nal­men­te difí­cil para mí”, dijo Samar. “Real­men­te no supe cómo recu­pe­rar­me de mi expe­rien­cia en pri­sión o de la gue­rra que me sepa­ró de mi fami­lia nuevamente”. 

Samar toda­vía está trau­ma­ti­za­do. Tie­ne pesa­di­llas recu­rren­tes que la des­pier­tan duran­te la noche. “Todas las maña­nas mi hija se des­pier­ta ate­rro­ri­za­da. A veces gri­ta: ‘¿Vinie­ron a con­tar?’ ”, Dijo Um Jihad. Samar habría sido des­per­ta­do con regu­la­ri­dad en pri­sión por guar­dias que rea­li­za­ban recuen­tos de per­so­nas. Su men­te dor­mi­da cla­ra­men­te toda­vía la lle­va de vuel­ta a eso, cree su madre. “Sim­ple­men­te la abra­zo y le recuer­do que ya no está en pri­sión”, dijo Um Jihad. 

*Abda­llah al-Naa­mi es un perio­dis­ta y fotó­gra­fo que vive en Gaza.

fuen­te: The Elec­tro­nic Intifada

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