Cul­tu­ra. Pepa Vivan­co: «la músi­ca sana y da libertad»//»La bagua­la, el can­to ori­gi­na­rio sigue vivo» (audios y video)

Por María Torre­llas, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 31 de julio de 2021

-Con­ver­sa­mos con Pepa Vivan­co que es argen­ti­na, com­po­si­to­ra, can­tan­te, músi­ca, toca la flau­ta y otros ins­tru­men­tos. Es peda­go­ga y un ser muy par­ti­cu­lar, por­que ella dice en sus cla­ses, que lo que hace en reali­dad es sacar lo que tie­ne cada per­so­na en su inte­rior y que casual­men­te, al dar su voz, se encuen­tra con las demás. 

Te digo así, a boca de jarro, ¿vos creés Pepa que la músi­ca sana?

-Sí, Sí y sí. Siem­pre para empe­zar una entre­vis­ta uno qui­sie­ra hablar de todo enton­ces no habla de nada. Enton­ces la músi­ca sana tan­to, tan­to, que yo te diría: (Pepa canta)

-Me es más fácil empe­zar una entre­vis­ta habla­da can­tan­do un tex­to del Sub­co­man­dan­te Mar­cos, (EZLN). Es una can­ción anti­gua, tie­ne como mil años. “Para salir de las penas, quien can­ta su mal espan­ta”, dice la can­ción. Hay una cosa muy bio­ló­gi­ca y acús­ti­ca. Los que tra­ba­jan con el cuer­po, con todas las medi­ci­nas, saben que la voz es vibra­ción. Al can­tar vibran los hue­sos y es lo úni­co que rela­ja la mus­cu­la­tu­ra pro­fun­da. Eso ya es un bien­es­tar. Si uno se pone a can­tar y se toca, escu­cha la vibra­ción, si toca al otro es vibra­ción. Y eso, apar­te del sen­ti­do emo­cio­nan­te que tie­ne, de que yo vibro y vos per­ci­bís mi vibra­ción. O sea, vibra­mos jun­tos con el sue­lo, con la tie­rra, con el otro y con­mi­go. Eso tie­ne un sen­ti­do pro­fun­do humano y otro muy con­cre­to que pro­du­ce bien­es­tar. A veces, si esta­mos hechos bol­sa nos cues­ta empe­zar a can­tar, pero segu­ra­men­te si lo hace­mos, nos empe­za­mos a sen­tir mejor. Des­de lo más ele­men­tal, eso es salud. Lue­go están todos los sen­ti­dos, todo lo que no logro hablar ni pen­sar, pue­do entrar en eso des­de el arte y des­de la músi­ca. Un ejem­plo: yo por­que ten­go 72 años, pue­do sen­tir un sen­sua­lis­mo feme­nino a mi edad, me pon­go a can­tar una can­ción del Cari­be y se me va la ver­güen­za, por­que no soy yo, es la can­ción que me lle­va a mover las cade­ras, y ahí estoy , con todos mis años me olvi­do de mi ver­güen­za, o de que soy un nego­cio tele­vi­si­vo o qué y me conec­to. Y ni lo pien­so. Entré en una zona para estar bien. Lo mis­mo un ado­les­cen­te, que los chi­cos de estas eda­des, algu­nos, no están nada bien. Enton­ces, el pibe está con su sen­sa­ción de des­truc­ción, escri­be un tex­to dicien­do que está todo mal, aga­rra la gui­ta­rra y con dos acor­des, se pone a gri­tar­lo como le sal­ga, un tex­to mapu­che o un blues, o un rock and roll y pone ahí todo su sen­ti­mien­to de des­truc­ción y des­pués capaz que lo escu­cha la novia, o la her­ma­na y le dicen: ah! estás can­tan­do lo que yo sien­to! y lo abra­za y el otro dio algo. Enton­ces ese sen­ti­mien­to de des­truc­ción al dar­lo se con­vier­te en una construcción.

-Por­que es Comunidad.

-Exac­to. Es dar algo. Mirá si no es salud qué es, ¿cómo lo lla­mo? Sí, es salud.

-Es Salud de lo comu­ni­ta­rio, de vivir en común.

-De todo, des­de don­de lo mires.

-El filó­so­fo boli­viano Rafael Bau­tis­ta, dice que lo más sub­ver­si­vo con­tra la colo­nia­li­dad es la comu­ni­dad. En el mun­do colo­nial, la moder­ni­dad es indi­vi­dua­lis­ta, es el yo, en cam­bio, en el mun­do no euro­peo, en nues­tros pue­blos ori­gi­na­rios, es lo comunitario.

-Pero esta­mos avan­zan­do mucho, por­que mi gene­ra­ción her­mo­sa, a la que res­pe­to y amo, tenía­mos las cosas muy pola­ri­za­das. Enton­ces, si te ponías a mirar en tu inte­rior eras indi­vi­dua­lis­ta, te ibas a un diván de sicoa­ná­li­sis, mira­bas tu pro­ble­ma y no hacías nada social. El que esta­ba meti­do en lo social, no podía conec­tar lo que sen­tía, esta­ba todo muy pola­ri­za­do. Era men­ti­ra, por­que has­ta den­tro del sicoa­ná­li­sis hubo per­so­nas muy revo­lu­cio­na­rias. Y aho­ra es un momen­to, en ese sen­ti­do, den­tro del des­pio­le uni­ver­sal. Se han des­or­de­na­do unas cuan­tas cosas que había que des­or­de­nar para vol­ver a construir.

-Tus cla­ses son ani­ma­das, tie­nen jue­gos, risas, son crea­ti­vas, ¿cómo lle­gas­te a este tipo de cla­ses que son tan pla­cen­te­ras, cuan­do la músi­ca en su ense­ñan­za tra­di­cio­nal sue­le ser tan tedio­sa y aburrida?

-Hay dos moti­vos, el pri­me­ro, que tra­ba­jé des­de muy chi­ca, no lo ele­gí, se fue dan­do, nece­si­ta­ba tra­ba­jar y resul­ta que encon­tré algo apa­sio­nan­te. Enton­ces, cuan­do tenés que tra­ba­jar vas que­dan­do con lo que fun­cio­na, es muy sen­ci­llo. Si tenés que dar miles de horas de cla­ses en escue­las te vas que­dan­do con lo que va. Eso y con lo que ves a tu alre­de­dor de otros maes­tros y maes­tras que hacen cosas que fun­cio­nan y las vas bus­can­do. Des­pués, yo siem­pre fui faná­ti­ca estu­dio­sa, inves­ti­ga­do­ra, y me apa­sio­na­ban un mon­tón de cosas. Des­cu­brí fue­ra del mun­do de la músi­ca, cues­tio­nes de edu­ca­ción cul­tu­ra­les que me movie­ron mucho el piso. Todo Pau­lo Frei­re me cam­bió mi mane­ra de ense­ñar la gra­má­ti­ca musi­cal, un enfo­que que me afec­tó muchí­si­mo. Lue­go, obtu­ve una beca de músi­ca anti­gua euro­pea, que me pare­cía her­mo­sa: “La músi­ca del hogar”, que era opues­to a lo comer­cial y cai­go ahí des­pués de mayo del 68. Era una revo­lu­ción y ahí apren­dí de todo, del anti-auto­ri­ta­ris­mo. Cues­ta rela­tar, por­que pare­ce que es un camino de logro per­so­nal y en reali­dad son los con­tex­tos que me atra­ve­sa­ron, que me hicie­ron modi­fi­car y apren­der un mon­tón de cosas. Así se va mucho más rápi­do, enton­ces armá­ba­mos un gru­po de estu­dio, por­que en esa épo­ca no había espe­cia­li­da­des en la Uni­ver­si­dad de epis­te­mo­lo­gía. Armá­ba­mos estos gru­pos duran­te varios años, para estu­diar epis­te­mo­lo­gía de Pia­get, por­que yo dije: acá se cons­tru­ye cono­ci­mien­to y no es auto­ri­ta­rio. Mucho me afec­tó mi víncu­lo con la acti­vi­dad gre­mial docen­te, que en los fina­les de la dic­ta­du­ra era el más sabio y que tra­ba­jó sobre lo edu­ca­ti­vo, no sólo con la rei­vin­di­ca­ción gre­mial del rol docen­te. Ahí apren­dí que sabien­do de leyes y ase­so­ra­da por un mon­tón de gen­te que no sabía lo que yo sabía, podía­mos cam­biar cosas, como los pro­gra­mas de estu­dio, inclu­si­ve. Así apren­dí jus­ta­men­te a tra­ba­jar con otros. 

-Recien­te­men­te hicis­te un tra­ba­jo con todas las escue­las: cómo hacer los días fes­ti­vos nacio­na­les una fies­ta para la músi­ca y diri­gi­do a las infancias.

-Fue lin­dí­si­mo, por­que las fies­tas esco­la­res fue­ron un pre­tex­to para rever la his­to­ria y cómo fes­te­jar. Siem­pre escri­bía libros, que son caros y que mucha gen­te no acce­día a ellos. Aho­ra arma­mos un equi­po fan­tás­ti­co y la uni­ver­si­dad públi­ca y gra­tui­ta de Rosa­rio nos dio el apo­yo y esta­mos sacan­do un mate­rial por inter­net para todas las escue­las: “Para ver cómo fes­te­jar”. Esta­mos muy con­ten­tos. Si alguno quie­re acce­der, des­de cual­quier medio, des­de un celu­lar, tie­ne acce­so a miles de mate­ria­les. Estoy feliz que la pan­de­mia me ense­ñó a no pelear­me con la tec­no­lo­gía, y ver este aspec­to fabu­lo­so de la tec­no­lo­gía, aun­que nos ten­ga en depen­den­cia, por aho­ra, has­ta que logre­mos tener nues­tra pro­pia extrac­ción de litio, o de lo que sea, para lograr nues­tra difusión.

-Con­ta­nos esa expe­rien­cia de que ibas a ver a tu her­mano Artu­ro, pre­so polí­ti­co, en la cár­cel de Raw­son y que le empe­zas­te a can­tar, por­que él te lo pedía. Esto vie­ne a cuen­to con res­pec­to a que la músi­ca sana.

-Vos tenés una mane­ra de hacer entre­vis­tas que ya tu voz me lle­va a luga­res de inti­mi­dad, nun­ca hablé en públi­co de esto. Pero nos esta­mos atre­vien­do a hablar de lo per­so­nal, que no es lo per­so­nal sino es lo más sen­ti­do, que cuan­do lo hablás resul­ta que es algo que atra­ve­sa­mos todos. Esta­mos apren­dien­do a hablar de lo que no hemos habla­do. Me voy a atre­ver. Este es el otro apren­di­za­je de por qué apren­dí a can­tar, yo no era can­tan­te, yo era ins­tru­men­tis­ta. Cuan­do me tocó en la cár­cel de la dic­ta­du­ra, por­que me tocó, como nos tocó a todos y muchos hemos apren­di­do a callar­lo, enton­ces pue­do com­pren­der que haya quie­nes pue­den denun­ciar el Holo­caus­to, por ejem­plo, pero no pue­den hablar de lo que vivi­mos, por­que es dema­sia­do cer­cano. Creo que vos te estás refi­rien­do a lo que me pasó cuan­do en Raw­son, en una de las cár­ce­les más difí­ci­les, con más tor­tu­ras a todo tipo de gen­te, mili­tan­tes y no mili­tan­tes, don­de había todo tipo de dete­ni­dos sicó­lo­gos, tra­ba­ja­do­res, de todo. Visi­ta­ba a mi her­mano, que como esta­ban bajo el régi­men de la dic­ta­du­ra, no podían can­tar, ni llo­rar, no podían sil­bar, no podían leer, cuan­do habla­ban tenían que bajar la cabe­za y poner las manos atrás. Esta­ba muy estu­dia­do des­de la doc­tri­na que vino de Esta­dos Uni­dos, todo el régi­men de des­truc­ción de la per­so­na. Enton­ces, yo iba y tenía un rati­to de visi­ta. Para mí, el via­je a Raw­son, era des­pe­dir­me de mi fami­lia, por­que qui­zá no vol­vía, así que deja­ba dicho con quién se iban a que­dar mis hijos, si yo no vol­vía. En ese rati­to de visi­ta hablá­ba­mos a tra­vés de un vidrio, a tra­vés de un tubo y el últi­mo rati­to mi her­mano me decía que le can­te. Y yo le decía, pero “¿si nos des­cu­bren? o capaz que están gra­ban­do y vos des­pués vas estar en un cala­bo­zo en el sur ais­la­do un mes”. Y él me decía, “sí, vale la pena, por­que esos 15 minu­tos son 15 minu­tos de liber­tad”. Enton­ces, yo me ponía en el tubo y me ponía a can­tar. Veía que los com­pa­ñe­ros que esta­ban en tubos cer­ca­nos con su fami­lia, se iban callan­do y sua­ve­ci­to escu­cha­ban. No sé por qué nun­ca me prohi­bie­ron, los guar­das que esta­ban ahí, no vinie­ron ni se acer­ca­ron, capaz que esta­ban sin­tien­do algo ellos tam­bién. Ahí me di cuen­ta que eran los mejo­res con­cier­tos de mi vida. Ahí apren­dí a can­tar con un sen­ti­do, o sea, des­preo­cu­par­me si yo esta­ba can­tan­do con una bella voz o qué can­ción can­ta­ba. Era, lo que tenía y lo daba. Eso tan sen­ci­llo lo apren­dí ahí. Era una ale­gría, era mejor que todas las pala­bras, era increí­ble. Enton­ces es muy bueno, todo lo que apren­di­mos en esas situa­cio­nes de extre­ma vul­ne­ra­bi­li­dad, de extre­ma agre­sión. La vida tie­ne, no sólo el géne­ro humano, segu­ra­men­te las plan­tas tam­bién lo tie­nen, una capa­ci­dad de reor­ga­ni­zar­nos, de sacar la ale­gría, el cari­ño. Y de pron­to nos reí­mos can­tan­do cosas. No sé. será eso, que ahí apren­dí a reír­me en las cla­ses. No lo sé, no lo ten­go muy claro.

-Por eso qui­zá la músi­ca sea aque­llo que está más en el cora­zón de los pue­blos, y por eso des­de que recor­da­mos, en todos los pue­blos ori­gi­na­rios del pla­ne­ta hay música.

-Es fuer­te y con­tro­ver­ti­do. Jus­ta­men­te esta­mos escri­bien­do, (me remi­to de nue­vo) este tra­ba­jo de las fies­tas, de cele­brar, que decía­mos: “¿no vamos a poner nin­gu­na mar­cha?” Pri­me­ro diji­mos: “No, por­que las mar­chas son todas euro­peas, con un sen­ti­do tal que nin­gu­na de las comu­ni­da­des indí­ge­nas pue­de aga­rrar nin­gu­na, por­que son todas de enar­bo­lar un estan­dar­te, que sig­ni­fi­có des­truir­los ¿Cómo hace­mos?” Enton­ces diji­mos: “a ver si nos atre­ve­mos a aga­rrar una mar­cha, la más que­ri­da que se lla­ma “Febo aso­ma”. Enton­ces cuan­do nos pusi­mos con el equi­po a tra­ba­jar con esa mar­cha de San Mar­tín, ¿sabés qué ver­sión vamos a hacer?

-No, ¿cúal?

-En vez de ser can­ta­da con una bella voz, va a ser can­ta­da como la can­ta­mos en las mar­chas en la calle, o en la can­cha, con voces has­ta des­pro­li­jas. Vamos a hacer lo que uno can­ta cuan­do está jun­to con otros. Pri­me­ra cosa. Es muy fuer­te gra­bar esto. Segun­do: nada de acom­pa­ña­mien­to mili­tar, solo tam­bo­res, por­que diji­mos: los tam­bo­res hablan de lo que se calló, lo que está calla­do. Por ejem­plo, esa mar­cha habla de Cabral que era afro­des­cen­dien­te, el sar­gen­to Cabral tan vene­ra­do, está ocul­to, fue calla­do. El que com­pu­so esta mar­cha es un uru­gua­yo afro­des­cen­dien­te, por lo tan­to, no deja­ban ente­rrar­lo en el cemen­te­rio de Rosa­rio. San Mar­tín era mes­ti­zo y fue ocul­ta­do. O sea que es un home­na­je a la negri­tud, a los afro­des­cen­dien­tes calla­dos. Esa es nues­tra mar­cha. Cuan­do nos pone­mos a inves­ti­gar, ¿quién se ena­mo­ró de esa mar­cha? por­que es la úni­ca que tie­ne rit­mo, ale­gría, la gen­te no sabe por qué le gus­ta tan­to, por­que las pala­bras son un dis­pa­ra­te: “Febo aso­ma”, nadie dice febo, todos dicen sol, pero a todo el mun­do le gus­ta por­que tie­ne ener­gía la músi­ca y por­que la com­pu­so un afro­des­cen­dien­te. Enton­ces, tie­ne una rít­mi­ca mix­ta, que no sabes si es com­pás de tres o dos, que los euro­peos no saben hacer­lo. Tie­ne tal ener­gía esa con­tro­ver­ti­da rít­mi­ca, que no sabés en qué com­pás acom­pa­ñar­la, que le gus­ta a los euro­peos y no saben por qué. Enton­ces el ejér­ci­to nazi de Hitler entra a París ¿con qué mar­cha?, con “Febo aso­ma”. Es espan­to­so. pero es ver­dad, y ni ellos mis­mos, lo euro­peos, saben que les atra­jo la ener­gía africana.

-O lo hacían, tal vez, para des­truir su significado.

-No, ellos no lo sabían, por­que se ocul­tó la negri­tud del com­po­si­tor de esta músi­ca. Bueno, yo soy maes­tri­ta, maes­tri­ta de alma, enton­ces, cuan­do los maes­tros toma­mos y tene­mos que tra­ba­jar nues­tra iden­ti­dad, está todo eso con­tro­ver­ti­do, y la mitad de esas cosas ni las sabe­mos. Por ahí, una ener­gía que va más allá de noso­tros, que en ese caso está en la músi­ca, que atra­vie­sa todo y esa ener­gía está en estos tra­ba­jos que hace­mos. Des­pués tra­ta­mos de hacer actos decen­tes, o sea, que la gen­te los mire y se con­mue­va. Mar­tín Fume­ro, que está en este equi­po, dice que el ver­da­de­ro fes­te­jo, lo que hemos apren­di­do y tene­mos que recu­pe­rar de las comu­ni­da­des indí­ge­nas, y de las comu­ni­da­des afri­ca­nas, es que no fes­te­jan para el esce­na­rio, el ver­da­de­ro fes­te­jo es estar reunidos.

-En la comu­ni­dad.

-Sí. En la comu­ni­dad. Enton­ces vamos a pro­po­ner, en el fes­te­jo por zoom, que los chi­cos se pre­pa­ren, o sea, que estu­dien para sen­tir lo comu­ni­ta­rio, o sea, no para un acto en el esce­na­rio, no, para fes­te­jar jun­tos. Enton­ces fes­te­ja­mos a la valen­tía de San Mar­tín, a la ale­gría de estar vivos, fes­te­ja­mos haber supe­ra­do las muer­tes, de todas esas comu­ni­da­des, como sin­tién­do­nos tocar los tam­bo­res jun­tos. No nece­sa­ria­men­te en esce­na­rio. Y esa es otra revolución.

-Decías que tu her­mano Artu­ro sen­tía liber­tad, enton­ces no sólo la músi­ca sana, sino que da libertad.

-Sí, ellos decían que en ese momen­to esta­ban fue­ra de la cár­cel, esta­ban recor­dan­do una novia, pen­san­do en el futu­ro, acor­dán­do­se de su infan­cia, de los afec­tos, de sus luchas, y era fuer­za, era ale­gría, es así.

Pri­me­ra par­te de la entre­vis­ta en audio: 

-Me impor­ta que nos cuen­tes tu com­pro­mi­so con todas las luchas, con todas las músi­cas, con todas las rei­vin­di­ca­cio­nes de nues­tra Pacha­ma­ma. Eres una via­je­ra incan­sa­ble, que te lla­man de muchos luga­res de Nues­tra­mé­ri­ca, del Abya Yala, para que cuen­tes tus hallaz­gos. Hace poco apren­dis­te un nue­vo can­to acá en Argen­ti­na. Esta lucha por la Pacha­ma­ma, más en estos momen­tos, que nos hablan de una catás­tro­fe de este capi­ta­lis­mo depre­da­dor que se nos acer­ca cada vez más ¿Creés que pode­mos apor­tar con la músi­ca a esta lucha?

-Sí. Lo pri­me­ro que se me ocu­rre res­pon­der­te es que veo todo lo que tene­mos que modi­fi­car de nues­tros pen­sa­mien­tos, de nues­tras cos­tum­bres, es lo que hace años estoy tra­tan­do de prac­ti­car. Me cues­ta cada vez más la pala­bra “lucha”. Una cosa increí­ble que apren­dí en estos tiem­pos es a estar más abier­ta con mis pre­jui­cios y a avan­zar des­de la acción posi­ti­va. Enton­ces la pala­bra lucha se me que­dó muy pega­da a des­truir, y sí, es des­truir lo vie­jo. Pero esta­mos encon­tran­do mane­ras más ama­bles, este con­cep­to boli­viano, que lo ví en las comu­ni­da­des, de com­ple­men­ta­rie­dad, es decir, bas­ta de fes­te­jar la inde­pen­den­cia con una ban­de­ra que no repre­sen­ta lo Plu­ri­na­cio­nal. Esta­dos con len­guas dis­tin­tas, con geo­gra­fías dife­ren­tes, es lo mis­mo en Boli­via, acá, en Chi­le, se está dan­do aho­ra, dis­tin­tos pen­sa­mien­tos. Todas las nacio­nes Mapu­che dis­tin­tas entre sí, tam­bién tie­nen que estar pre­sen­tes, como la penín­su­la ibé­ri­ca, (de don­de tú vie­nes), va a haber que hacer esta­dos plu­ri­na­cio­na­les. Si bien, cuan­do habla­mos apa­re­ce que mi acción es des­de la polí­ti­ca, es así, todas las accio­nes son polí­ti­cas. Inclu­so toman­do agua en este jarro, que tie­ne su his­to­ria polí­ti­ca, sobre cómo lo tene­mos, jarro arte­sa­nal, hecho a mano, que nos rega­la­ron a Fadei­ros, en un acto de amor. Esto yo lo estoy aprendiendo.

Cuan­do fui a las comu­ni­da­des mayas, la mitad de las cosas no las enten­día. Me di cuen­ta que los Zapa­tis­tas (adon­de tam­bién fui a apren­der), en Méxi­co, eran mayas, y que es un cono­ci­mien­to extra­or­di­na­rio, que es la sal­va­ción del planeta.

El movi­mien­to Zapa­tis­ta dices.

-Sí. El pen­sa­mien­to maya con sus diver­si­da­des, por­que tam­bién están los tzotzi­les, kaq­chi­ke­les, y otros. Des­pués estu­ve con los garí­fu­nas, que son direc­tos des­cen­dien­tes afri­ca­nos. Que no lle­ga­ron a estar some­ti­dos como escla­vos, pero aho­ra están some­ti­dos por el capi­ta­lis­mo. O sea, que la lucha de ellos (tomo tu pala­bra lucha) sigue. Pero yo que estu­ve toman­do cla­ses de can­to, de músi­ca, la mitad de las cosas toda­vía me cues­ta con­tar­las por­que las pala­bras que uso no tie­nen refe­ren­cia a lo que viví. Enton­ces has­ta ten­go que encon­trar nue­vos lenguajes.

Resul­ta que eso lo vivo acá, a tra­vés de una maes­tra que tra­ba­ja en capi­tal, en Quil­mes, en una zona de extre­ma pobre­za, y me ter­mi­na dan­do cla­ses de su can­to una seño­ra, Sil­via Gon­zá­lez. Ella dice que no sabe dar cla­ses. Ni sus hijos sabían que ella can­ta­ba. Me hizo can­tar un can­to muy espi­ri­tual, ene el que uno empie­za a que­brar la voz, y a agu­dear, o sea, dejar­la sos­te­ni­da en la nota agu­da y ahí apa­re­ce lo que uno sien­te, y que esa es la ver­dad. La infor­ma­ción es lo que uno sabe con pala­bras y lo que uno sien­te. (Pepa impro­vi­sa ese canto)

Esto de hablar con el can­to, uno no lo con­tro­la con la cabe­za, enton­ces apa­re­ce lo que sé, lo que viví, o sea, mi his­to­ria, mi reali­dad y se la cuen­to al otro. Es un vér­ti­go terri­ble. No ten­go muchas pala­bras para nom­brar esto. Me hablas­te de la magia, será esto la magia, la magia de lo que los garí­fu­nas me decían lo intan­gi­ble.

-Los garí­fu­nas, son las comu­ni­da­des negras de Gua­te­ma­la, Hon­du­ras, y Nica­ra­gua. Esos pue­blos tie­nen orga­ni­za­cio­nes extra­or­di­na­rias de muje­res sana­do­ras. En tus cla­ses me sor­pren­de cómo has con­se­gui­do que sean ame­nas, can­tar con los cuer­pos, cómo con­se­guís que las cla­ses en pan­ta­lla ten­gan la magia de com­par­tir, de emo­cio­nar, de decir algo tam­bién que nos sale del alma, inclu­so per­so­nas que nun­ca hemos com­pues­to, nos ani­ma­mos a crear ¿cómo lo hacés?

-Como hacer músi­ca pone tan feliz, vos me tenés un poco idea­li­za­da, no fue tan mági­co, por­que soy sabia y así. Cuan­do apa­re­ció la pan­de­mia y había que dar cla­ses por zoom, lo pri­me­ro que dije fue «no, no voy a dar cla­ses, por­que no sé hacer­lo» (así le dije a un chi­co que me pidió cla­ses). Bueno, tuve que apren­der­lo. No es que sea una genia, no. Nos reuni­mos con varios cole­gas músi­cos, músi­cas, con mis hijos que tam­bién están en la músi­ca a pro­bar a hacer cosas, a dar­nos cla­ses. Nos eno­ja­mos, “¡no te escu­cho!”, nos moría­mos de la risa de los dis­pa­ra­tes que pro­ba­mos. A ver: “gri­tá, can­tá, gol­peá algo”, enton­ces fue pro­bar algo que yo no sabía. Y cuan­do yo no sé algo, me aga­rra mucha inse­gu­ri­dad, enton­ces, me depri­mo, “ya estoy vie­ja” pien­so, o ¡bas­ta! ¡has­ta aquí lle­gué! o me eno­jo. Enton­ces ten­go que supe­rar esa tris­te­za, o ese eno­jo y mi omni­po­ten­cia, y todas esas cosas, has­ta que empie­zo a lograr algo. Así, te bajo de un hon­da­zo esa feli­ci­dad que vos tras­mi­tís, que no es tan así, que tuve que ir pro­ban­do. Y como siem­pre, uno se va que­dan­do con lo que va fun­cio­na­do. Y me ayu­da, para variar, la per­so­na que está del otro lado, con su expre­sión, con su comen­ta­rio. Es esto que te decía que apren­dí con Pau­lo Frei­re, que es cons­truir con la otra par­te. Que la edu­ca­ción es un víncu­lo don­de me ense­ña el que está apren­dien­do y yo tam­bién voy ense­ñán­do­le. Y eso empe­zó a pasar por zoom, y vimos qué fun­cio­na­ba y qué no. Ahí des­cu­brí cosas que no sabía, que es, por ejem­plo, que tener la cara del otro tan cer­ca es impre­sio­nan­te, tenés una per­cep­ción a tra­vés de lo visual, inclu­si­ve del soni­do, que da una inti­mi­dad tre­men­da. Tam­bién apa­re­ció lo ais­la­dos que está­ba­mos como seres, y cuan­do apa­re­cía un espa­cio de inti­mi­dad y de cer­ca­nía, uno ponía cosas que has­ta el momen­to no había pues­to en las cla­ses. Una emo­ción, una inti­mi­dad, des­cu­brir­se nue­vos aspec­tos. Todo eso fue apa­re­cien­do solo, y ahí en las eva­lua­cio­nes que sur­gían de for­ma espon­tá­nea, o pla­ni­fi­ca­da; por­que para mí es muy impor­tan­te la eva­lua­ción del otro, para qué le está sir­vien­do lo que hace, qué cami­nos le están resul­tan­do más úti­les, bueno ahí apa­re­cie­ron cosas más cer­te­ras, que tra­to de tras­mi­tir cuan­do doy capa­ci­ta­cio­nes docen­tes y otros me tras­mi­ten otras. Pero fue todo una construcción.

No pue­do dejar de sen­tir que el Covid y antes las otras gri­pes, la gen­te mue­re por­que se que­da sin aire. Lo que pasa con el Covid es lo mis­mo que estu­vi­mos hacien­do con la tie­rra, el pla­ne­ta tie­rra, deján­do­la sin oxí­geno con nues­tras mane­ras de pro­duc­ción, de pro­du­cir cha­ta­rra y des­truir. Esta­mos todos sin­tien­do lo mis­mo, la mis­ma enfer­me­dad, la Pacha­ma­ma sien­te lo mis­mo que sen­ti­mos noso­tros a tra­vés de la enfermedad.

Enton­ces, este sufri­mien­to que me lle­gó muy cer­ca, que se me murió un ami­go joven y cer­cano, y ¿cómo se murió?: se que­dó sin aire, lo mis­mo que está vivien­do la tie­rra y el pla­ne­ta. No pue­do dejar de pen­sar que no ten­go herra­mien­tas polí­ti­cas ni de eco­no­mía, pero como maes­tra, maes­tri­ta y como músi­ca, que tra­ba­jo sobre los sen­ti­mien­tos, estoy a tra­vés de las can­cio­nes dicien­do eso que sien­to. Enton­ces me ani­mo a can­tar un blues o un can­to bagua­le­ro, por­que es una voz que se quie­bra. (Pepa can­ta : no quie­ro ser feliz….)

Y ese can­to que se quie­bra es el can­to de la voz que se quie­bra del blues, que ¿de dón­de nació?, de la escla­vi­tud, de lo que se les prohi­bió can­tar apren­die­ron a decir­lo de otra mane­ra. La bagua­la es la úni­ca can­ción que can­ta la voz que­bra­da. Por­que la cha­ca­re­ra, la zam­ba y todo nues­tro fol­klo­re ya usa la copla de la penín­su­la ibé­ri­ca, que se tuvo que adap­tar para seguir vivo el can­to de los crio­llos y del mes­ti­za­je. La vida­la y la bagua­la con ese quie­bre que can­ta esa seño­ra Sil­via, de Quil­mes, tie­ne ese quie­bre que es el can­to de los Dako­ta, en Cana­dá y en Esta­dos Uni­dos, y el can­to mapu­che, es el can­to indí­ge­na y está vivo todavía. 

-Jus­ta­men­te me das el pie para otro acer­ca­mien­to a tu vida tan pro­fun­da y tan amplia en el arte y la cul­tu­ra, den­tro de la sen­si­bi­li­dad, que es tu bús­que­da de las can­cio­nes. Nos has habla­do de esta mujer que te ense­ñó, no sólo bus­cas las can­cio­nes, sino tam­bién el sen­ti­mien­to y la emo­ción en los soni­dos: en el agua, en la llu­via. Cuan­do íba­mos a tus peñas, nos pedías repli­car el soni­do de vien­to, del mar: ¿eso tam­bién es música?

-A mí me pasó “que tra­ta­ba de estu­diar bien”, cuan­do era chi­ca, esto entre comi­llas. Así con­se­guí la beca para estu­diar bien. Via­jé a Ale­ma­nia, estu­ve vivien­do alli y caí jus­to des­pués del mayo fran­cés en el 68, lle­gué en el 69, y enton­ces, era una revo­lu­ción. Mien­tras man­te­nía mi beca para estu­diar la músi­ca del siglo XVI y XVII, el mun­do de la vie­ja Euro­pa se daba vuel­ta. Me puse a hacer cur­sos de nue­va músi­ca que era la elec­tro­acús­ti­ca, la com­po­si­ción y en la radio de la ciu­dad tra­ba­ja­ba Karlheinz Stockhau­sen, des­cu­brien­do el mun­do. Esta gen­te deci­día que todo lo que sue­na es músi­ca. Enton­ces este tipo, Stockhau­sen, hacía una obra que se lla­ma him­nos y mez­cla­ba todos los him­nos de todas las nacio­na­li­da­des. Se aga­rra­ba los noti­cie­ros en dis­tin­tos idio­mas y los mez­cla­ba y yo escu­cha­ba que eso era la músi­ca de ese momen­to, del siglo XX. Las voces de todo el pla­ne­ta hablan­do, en dis­tin­tos idio­mas, los him­nos mez­cla­dos que él des­cu­brió que todos tenían el tum-tum, esti­lo “vamos a matar a todos”, los him­nos euro­peos tenían la mis­ma rít­mi­ca. Lo des­cu­bría con esa músi­ca que era ato­nal, una rup­tu­ra. Y yo dije, esto es la liber­tad, todo lo que sue­na está vivo, todo lo que escu­cho tie­ne algo para decir.

Pasan los años y eso mis­mo lo escu­cho en el can­to mapu­che. Esa mis­ma pro­fun­di­dad está en el can­to, ese que le can­ta al agua, en mapu­che la pala­bra agua (que no sé cómo se dice) y que, según en qué región, se dice dife­ren­te y que no tie­ne tra­duc­ción a nues­tro cas­te­llano. Enton­ces escu­cho que hay un can­to para el agua, cuan­do está en el lago, otra es el agua de la llu­via, otra es del hie­lo, no es la mis­ma. Enton­ces hay una can­ción que hace la oli­ta cuan­do pega con­tra el bor­de. (Pepa can­ta los soni­dos) y es el «Agüi­ta» eso es la canción.

Des­cu­bro que el soni­do del secre­to, si habla­mos en susu­rro (Pepa y María susu­rran) eso no es rui­do, me dice algo. El lago me está hablando.

Antes los euro­peos cre­ye­ron que los pue­blos ori­gi­na­rios, cuan­do decían que la semi­lla te habla, que la tie­rra te habla, que el agua te habla, eran unos pobres inú­ti­les, tan infan­ti­les que se lla­ma­ba pen­sa­mien­to ani­mis­ta: “de creer que la tie­rra habla­ba”, si los úni­cos que habla­mos somos los seres huma­nos. Aho­ra esta­mos vien­do que si no apren­de­mos a escu­char lo que te dice el agua, el vien­to, el vol­cán, lo que está hablan­do el pla­ne­ta, no sé si a tra­vés del COVID, no lo sé, pero pue­do ser menos necia y pen­sar que están expre­sán­do­nos una ver­dad, que como no soy agua, no la pue­do deco­di­fi­car, pero pue­do pen­sar que tie­ne una for­ma de mani­fes­tar­se. Yo meto eso en mis can­cio­nes, por­que ese cono­ci­mien­to me apa­re­ció des­de la elec­tro­acús­ti­ca y cuan­do vol­ví, logré una beca de com­po­si­ción elec­tro­acús­ti­ca, gra­tis para maes­tros. De las dos que había para maes­tros de Lati­noa­mé­ri­ca, por suer­te me ligué una y fue bue­ní­si­ma y me abrió el cono­ci­mien­to y ver que el aná­li­sis de la armo­nía en músi­ca no era el que ense­ña­ban en el con­ser­va­to­rio, a la euro­pea. Me ense­ñó Eli­seo Verón, el estruc­tu­ra­lis­mo, ahí empe­cé a estu­diar epis­te­mo­lo­gía, en esa épo­ca se estu­dia­ba teo­ría de la comu­ni­ca­ción, la Ges­talt, for­mas de pen­sar que venían de Euro­pa pero que te demos­tra­ban que el pen­sa­mien­to euro­peo no iba más, ese pen­sa­mien­to lineal. 

-El pen­sa­mien­to colo­ni­za­do que vie­ne de Euro­pa, no nos deja sen­tir, ni ser como se sien­te en el Abya Yala.

-En esos cur­sos, enton­ces, noso­tros empe­za­mos a rever nues­tro pro­pio cono­ci­mien­to. A las char­las empe­zó a venir Eduar­do Galeano, un mon­tón de gen­te des­de el arte, la lite­ra­tu­ra, ter­mi­ná­ba­mos encon­trán­do­nos como Galeano, con los Zapa­tis­tas. Ahí están otras verdades.

-Siem­pre vol­ve­mos a las y los Zapa­tis­tas, aho­ra se han ido a Euro­pa a ver si des­pier­tan las rebel­días euro­peas que están ador­me­ci­das. Que­ría ter­mi­nar la entre­vis­ta, que es un por aho­ra, con el agua, con esa gran rei­vin­di­ca­ción en toda Argen­ti­na y Nues­tra­mé­ri­ca para sal­var el agua, el movi­mien­to del agua en Andal­ga­lá, de los mapu­che, del sur, del este , del nor­te, para que no nos qui­ten el agua, por­que si aho­ra nos pode­mos morir sin aire, tam­bién nos pode­mos morir sin agua. Quie­ro que ter­mi­ne­mos con esa can­ción tuya sobre el agua. ¿La pue­des cantar?

-Sí, con la sal­ve­dad de que ese es otro tema, no exis­te la pro­pie­dad pri­va­da inte­lec­tual, por­que el que era mi mari­do, Hugo Fume­ro, toca­ba una cosa her­mo­sí­si­ma en la gui­ta­rra, lar­guí­si­ma, hacien­do con la gui­ta­rra los soni­dos del agua y ape­ni­tas can­ta­ba esto, a lo que él no le daba nin­gu­na impor­tan­cia, por­que a él le gus­ta­ba lo que hacía con la gui­ta­rra, y él no sabía si poner­lo en el tema, por­que le gus­ta­ba la gui­ta­rra, que era más impor­tan­te que yo, que era su com­pa­ñe­ra de vida (se ríe). Enton­ces yo me que­dé can­tan­do eso que para él no era tan impor­tan­te. y yo no sé quién inven­tó esa can­ción, sí la gui­ta­rra, si él o el agua (can­ta Pepa)

Agua, agua fres­ca, para vos, para mi, para todos

Gra­cias Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, por­que nos están lle­van­do a todos a nue­vos luga­res, por des­per­tar­me esa ter­nu­ra en la entre­vis­ta, gra­cias María. 

-Gra­cias Pepa por esta con­ver­sa­ción tan sen­ti­da, pro­fun­da, her­mo­sa, por­que nece­si­ta­mos dar, como la músi­ca, dar esto que sen­ti­mos, por­que, tal vez, hay per­so­nas que tam­bién sien­ten esto y lo pue­den des­cu­brir y sanar. 

Fotos: María Torrellas

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