Méxi­co. Nor­te: eco­ci­dio con rum­bo de etnocidio

Por Víc­tor M. Quin­ta­na S. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de julio de 2021

Fuen­te de la ima­gen: ALAI

La filo­so­fía de la vida de los rará­mu­ri, su carác­ter paci­fis­ta y la fuer­za des­pro­por­cio­na­da de las armas de los cri­mi­na­les, les impi­de siquie­ra orga­ni­zar­se en gru­pos de autodefensa.

Las voces e imá­ge­nes se difun­die­ron pro­fu­sa­men­te por las redes socia­les: per­so­nas preo­cu­pa­das gra­ba­ron videos mos­tran­do la exten­sión e inten­si­dad de los incen­dios fores­ta­les en la Sie­rra Tarahu­ma­ra, en el noroes­te de Méxi­co. Se hizo con­cien­cia. Lue­go, empe­zó a llo­ver. Pero el inci­pien­te tem­po­ral no debe des­viar la aten­ción del pro­ble­ma estruc­tu­ral de la devas­ta­ción del medio ambien­te en esta zona, pul­món de los desier­tos chihuahuen­se y sono­ren­se y hábi­tat de varios pue­blos ori­gi­na­rios, sobre todo los rarámuri.

Es una fala­cia pen­sar que en esta región del pla­ne­ta las sequías son cícli­cas y que poco se pue­de hacer ante ello. Por­que éstas se han hecho más recu­rren­tes, con más seve­ros impac­tos. El cam­bio cli­má­ti­co y la ele­va­ción de la tem­pe­ra­tu­ra del glo­bo impac­tan par­ti­cu­lar­men­te a estas lati­tu­des, al nor­te y sur del pla­ne­ta: los invier­nos más cáli­dos impi­den la extin­ción de pla­gas que diez­man los bos­ques y se mul­ti­pli­can y tor­nan más vora­ces los incen­dios fores­ta­les. Pero todo esto tie­ne una raíz antro­po­gé­ni­ca: es cau­sa­do o, cuan­do menos deto­na­do y agra­va­do por fac­to­res liga­dos a la acción del hom­bre sobre el medio.

En la Sie­rra Tarahu­ma­ra se con­ju­gan fac­to­res aún más espe­cí­fi­cos: el más impor­tan­te de ellos es la defo­res­ta­ción ram­pan­te de los bos­ques secos de esta región. Una devas­ta­ción ya muy añe­ja que se ha veni­do agra­van­do los últi­mos años por la acción com­bi­na­da de la indus­tria made­re­ra, de las minas a cie­lo abier­to, de la cons­truc­ción de gaso­duc­tos y, aho­ra, por la inmi­se­ri­cor­de tala clan­des­ti­na que lle­van a cabo las orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les. Todo esto está toman­do las dimen­sio­nes de un eco­ci­dio en una región mon­ta­ño­sa, seca y roco­sa, don­de la capa orgá­ni­ca del sue­lo es extre­ma­da­men­te del­ga­da, al gra­do que alguien dice que la Tarahu­ma­ra es “un desier­to con pinos”.

Has­ta aho­ra no hay nin­gún pro­gra­ma públi­co o pri­va­do que deten­ga la devas­ta­ción y pro­mue­va un buen mane­jo del bos­que para lograr su recu­pe­ra­ción total. 

Has­ta aho­ra no hay nin­gún pro­gra­ma públi­co o pri­va­do que deten­ga la devas­ta­ción y pro­mue­va un buen mane­jo del bos­que para lograr su recu­pe­ra­ción total. Los que ha habi­do no han toma­do en cuen­ta las con­di­cio­nes agro­eco­ló­gi­cas espe­cí­fi­cas y mucho menos a las comu­ni­da­des indí­ge­nas. El antro­pó­lo­go Hora­cio Alma­zán Alcal­de, seña­la que, a dife­ren­cia de lo que ocu­rre en esta­dos como Oaxa­ca, Michoa­cán y Yuca­tán, en Chihuahua, los pue­blos ori­gi­na­rios son rele­ga­dos de toda acción de con­ser­va­ción, pro­tec­ción o cul­ti­vo del bos­que. Nun­ca se les con­si­de­ra como los due­ños ances­tra­les de estos terri­to­rios y, peor aún, en muchas oca­sio­nes, los “pro­pie­ta­rios” mes­ti­zos inten­tan des­alo­jar­los de ellos. Com­pa­ñías mine­ras vie­nen y se van, empre­sas fores­ta­les y turís­ti­cas vie­nen y se van: sólo los rará­mu­ri y sus her­ma­nos de otros pue­blos siguen ahí, como fan­tas­mas, sin que sean con­si­de­ra­dos y hechos valer sus dere­chos al terri­to­rio, al desa­rro­llo como ellos lo con­ci­ben, a su cultura.

Adi­cio­nal­men­te, las tres últi­mas admi­nis­tra­cio­nes fede­ra­les han ope­ra­do sig­ni­fi­ca­ti­vas reduc­cio­nes a los pro­gra­mas de mane­jo de bos­ques, de con­ser­va­ción de sue­los, de siem­bra y cose­cha de agua. Y, a dife­ren­cia de otras cuen­cas, los prós­pe­ros agri­cul­to­res del Yaqui, Mayo y Con­chos no pagan un cen­ta­vo por ser­vi­cios ambien­ta­les a la región don­de nace el agua con que riegan.

Algu­nas comu­ni­da­des, con ayu­da de orga­ni­za­cio­nes civi­les, han empren­di­do pro­gra­mas de con­ser­va­ción del sue­lo, de reten­ción del agua y de pro­tec­ción del bos­que, pero a esca­la muy redu­ci­da y con apo­yos insu­fi­cien­tes. El pro­gra­ma Sem­bran­do Vida, aun­que ambi­cio­so en el hec­ta­rea­je que pre­ten­de cubrir, no aca­ba de adap­tar­se a las con­di­cio­nes agro­eco­ló­gi­cas de la región ni a los usos y cos­tum­bres de las comu­ni­da­des indígenas.

Pero lo que ya es deses­pe­ran­te y sus­ci­ta la indig­na­ción de fue­ra y den­tro de la Tarahu­ma­ra es la pasi­vi­dad o inefi­ca­cia de las auto­ri­da­des para poner un alto a la tala clan­des­ti­na. Ni la Poli­cía Esta­tal ni la Guar­dia Nacio­nal ni el Ejér­ci­to, ni nin­gu­na fis­ca­lía han podi­do ‑ni que­ri­do- dete­ner la devas­ta­ción. Los ate­rro­ri­za­dos habi­tan­tes de la Sie­rra ven como les roban, les que­man, les aca­ban sus bos­ques, pero no se ani­man a denun­ciar­lo por temor a las repre­sa­lias de los cri­mi­na­les. La filo­so­fía de la vida de los rará­mu­ri, su carác­ter paci­fis­ta y la fuer­za des­pro­por­cio­na­da de las armas de los cri­mi­na­les les impi­de siquie­ra orga­ni­zar­se en gru­pos de auto­de­fen­sa como en Michoa­cán. Por eso, por el mie­do y la inac­ción del gobierno, siem­pre tie­nen que optar por la sali­da silen­cio­sa, por aban­do­nar su tie­rra. Esto es lo que al eco­ci­dio en cur­so en la Tarahu­ma­ra le da ribe­tes de etno­ci­dio: por­que al matar la natu­ra­le­za, al matar el hábi­tat de las comu­ni­da­des y de las per­so­nas, se mata a dichas comu­ni­da­des, se sepul­tan for­mas de vida, de cul­tu­ra, de convivencia.

Los zapa­tis­tas han seña­la­do que la hege­mo­nía y la homo­ge­ni­za­ción impues­tas por el capi­tal en los terri­to­rios de los pue­blos ori­gi­na­rios han sem­bra­do muer­te y des­truc­ción. Inclu­so los pro­pios gobier­nos, con bue­nas inten­cio­nes, pero con la mis­ma lógi­ca, des­de arri­ba, hege­mó­ni­ca y homo­ge­ni­zan­te, no pue­den pre­ser­var la vida y las comu­ni­da­des. El eco­ci­dio y el etno­ci­dio sólo podrán dete­ner­se des­de aba­jo, des­de la dife­ren­cia, des­de la par­ti­ci­pa­ción igualitaria.

Pero antes de eso, es indis­pen­sa­ble que, las has­ta aho­ra pasi­vas e inefi­ca­ces auto­ri­da­des, dejen de lado el lais­sez fai­re en favor de las com­pa­ñías, mine­ras, turís­ti­cas, fores­ta­les y las orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les. Pero ya.

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Fuen­te: Amé­ri­ca Lati­na en Movi­mien­to: https://​www​.alai​net​.org/​e​s​/​a​r​t​i​c​u​l​o​/​2​1​2​923

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