Perú. ¡Que vie­ne el lobo!

César Rodrí­guez Raba­nal /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 28 de junio de 2021

Qui­zá los más avis­pa­dos entre los perua­nos, acu­cia­dos aho­ra por angus­tias exis­ten­cia­les, empie­cen a parar mien­tes en el hecho que pue­de haber una rela­ción incons­cien­te entre el casi total des­po­jo de un vas­tí­si­mo sec­tor de la pobla­ción y el temor a ser des­po­seí­dos por los exclui­dos; azu­za­dos, cla­ro está, por los redun­dan­tes gon­fa­lo­ne­ros del sta­tus quo.

Aga­rran car­ne los pre­go­ne­ros mediá­ti­cos y de toda índo­le, cuan­do recu­rren a los estra­tos más pri­ma­rios, más infan­ti­les de nues­tro Si mis­mo, cuan­do ape­lan a que vie­ne el lobo. El des­cen­so a los estra­tos más recón­di­tos de la psi­que con­lle­va la inca­pa­ci­dad de ejer­cer la prue­ba de la reali­dad. Una ele­men­tal revi­sión de la via­bi­li­dad de las mas even­tua­les inten­cio­nes de quie­nes nos gober­na­rán, nada o casi nada de lo que tan­to asus­ta es factible.

¿Podría­mos ima­gi­nar­nos que, en socie­da­des media­na­men­te equi­li­bra­das, soli­da­rias, por ejem­plo, en Sue­cia o en Ale­ma­nia, que a alguien en su sano jui­cio se le ocu­rrie­ra que va a ser arro­ja­do a la cune­ta, por­que asu­me el poder una for­ma­ción polí­ti­ca que anun­cia, un giro sus­tan­ti­vo de timón? Pues cla­ro que no. Nadie tiem­bla allí don­de la gra­tui­dad uni­ver­sal de la ense­ñan­za, el dere­cho inalie­na­ble a la salud y a la vivien­da, la regu­la­ción del queha­cer empre­sa­rial y la admi­nis­tra­ción res­pon­sa­ble de los fon­dos de pen­sio­nes (super­vi­gi­la­do pal­mo a pal­mo por el Esta­do), es par­te cons­ti­tu­ti­va, casi la razón de ser de socie­da­des que mere­cen la con­di­ción de tales. 

Nadie alu­ci­na que alguien pudie­ra que­dar en cero por­que jamás nadie estu­vo en ese páramo.

De lo dicho se deri­va que, trans­cen­dien­do cues­tio­nes psi­co­ló­gi­cas indi­vi­dua­les, la úni­ca posi­ble mane­ra de con­ju­rar nues­tros mie­dos atá­vi­cos, de ate­nuar sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te la para­noia colec­ti­va es par­ti­ci­par uná­ni­me­men­te en el bien­es­tar de todos. Si logra­mos median­te nues­tro com­pro­me­ti­do apor­te que no haya un solo com­pa­trio­ta des­aten­di­do, se disi­pa­ran nues­tros peo­res fantasmas.

En esta ruta es pre­ci­so, ver­bi­gra­cia, que la edu­ca­ción deje de ser segre­ga­cio­nis­ta, que los cole­gios se con­vier­tan en luga­res de encuen­tro de esco­la­res pro­ve­nien­tes de los diver­sos estra­tos socia­les. De esta for­ma los niños incor­po­ra­rán para siem­pre la viven­cia de lo dife­ren­te, que es tam­bién un espe­jo de lo otro en uno mis­mo. Cla­ro está que las dife­ren­cias gene­ran con­flic­tos, pero las riva­li­da­des, las envi­dias, los celos se tra­mi­ta­rán en el aquí y aho­ra, en el inme­dia­to con­tac­to. El otro deja­rá de ser “peli­gro­so” extra­te­rres­tre al que se le pue­de col­gar cual­quier eti­que­ta de los cucos en boga. No deben vol­ver, ni en nues­tras pesa­di­llas, imá­ge­nes de her­ma­nos que mue­ren por­que no hemos edi­fi­ca­do un sis­te­ma de salud que des­car­te defi­ni­ti­va­men­te la pre­va­len­cia del lucro sobre la inte­gri­dad de la persona.

Segui­re­mos aso­la­dos por nues­tros más pri­mi­ti­vos temo­res, mien­tras no haga­mos nues­tra una con­cep­ción del desa­rro­llo que colo­que real­men­te a la per­so­na en el cen­tro de nues­tra aten­ción y que des­tie­rre la idea del nego­cio como bien supremo.

Una ver­sión par­ti­cu­lar­men­te per­ver­sa de esto es la apre­cia­ción de nume­ro­sos “ana­lis­tas” polí­ti­cos, que la can­di­da­ta rein­ci­den­te ha rea­li­za­do una bue­na cam­pa­ña elec­to­ral, pues­to que incre­men­tó su por­cen­ta­je de vota­ción entre la pri­me­ra y la segun­da vuel­ta. Esto guar­da peno­sas simi­li­tu­des con la tan difun­di­da como deli­ran­te idea del Perú ad por­tas del pri­mer mundo.

A los opi­nó­lo­gos de marras les pare­ce de mara­vi­lla que se acu­mu­len cifras, aun­que para ello se movi­li­cen mie­dos ances­tra­les, se ati­ce el páni­co talió­ni­co (a los que ape­nas deja­mos miga­jas nos van a arre­ba­tar nues­tro pan) y los pro­sé­li­tos del inmi­nen­te ingre­so a la OECD esta­ban per­sua­di­dos de que el incre­men­to de las cifras macro­eco­nó­mi­cas era lo que con­ta­ba. Los tenía sin cui­da­do, o ni siquie­ra regis­tra­ban el hecho qué cada vez nos ale­já­ba­mos más de la indis­pen­sa­ble cohe­sión social, que se ahon­da­ba el abis­mo entre los pri­vi­le­gia­dos y los que al fin aho­ra levan­tan la voz.

Por favor, no insis­ta­mos en el lugar común que aho­ra, así de pron­to, tras los comi­cios, somos un país divi­di­do en dos. De nue­vo, lo que defi­ne las cosas serían exclu­si­va­men­te los núme­ros. Si, es cier­to que con estos se ganan elec­cio­nes, pero si ver­te­mos una mira­da al otro lado del muro, nos damos con un uni­ver­so men­tal ave­ria­do, aba­rro­ta­do de frac­tu­ras de lar­guí­si­ma data. Esto corres­pon­de a la acti­tud diso­cia­da de una socie­dad que con­ci­be la demo­cra­cia como una éli­te rodea­da de esclavos.

Que­dé­mo­nos con la inefa­ble ima­gen de sem­blan­tes que aso­man espe­ran­za­dos y que jun­to al maes­tro de cam­po, aban­do­nan el ano­ni­ma­to de siglos, ros­tros que dan fe que la son­ri­sa, ale­lu­ya, cam­bió de bando.

FUENTE: Otra Mirada

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