Pen­sa­mien­to crí­ti­co. La eco­no­mía neo­li­be­ral, el poli­zón en nues­tro cerebro

Por Ale­jan­dro Mar­có del Pont. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 10 de mayo de 2021.

¿No es extra­ño? Los mis­mos que se ríen de los adi­vi­nos se toman en serio a los economistas.

Comen­za­re­mos con el inge­nio­so inven­tor Buck­mins­ter Fuller para dar una ima­gen de lo que que­re­mos expli­car. Este inves­ti­ga­dor decía: “Nun­ca se cam­bian las cosas luchan­do con­tra la reali­dad exis­ten­te. Si quie­res cam­biar algo, cons­tru­ye un mode­lo nue­vo que vuel­va obso­le­to el mode­lo actual”. En base a esta fra­se, la idea es comen­zar a des­ba­ra­tar algu­nos de los pre­cep­tos sobre los que se fun­da­men­ta la eco­no­mía actual. Que­re­mos comen­zar a dis­cu­tir una nue­va eco­no­mía, una eco­no­mía para el siglo XXI.

Nadie duda que el mode­lo actual es obso­le­to, pero de ahí a acep­tar­lo hay un tre­cho. Olvi­dar lo que nos han susu­rra­do duran­te años: leyes, prin­ci­pios, pre­cep­tos y máxi­mas eco­nó­mi­cas, no es un tema menor. Es ver­dad que esas ideas nos han con­du­ci­do a per­se­guir fal­sos obje­ti­vos. Las imá­ge­nes tan per­fec­ta­men­te depo­si­ta­das en nues­tro cere­bro per­ma­ne­cen como tatua­jes, son los poli­zo­nes de nues­tro equi­pa­je inte­lec­tual y sal­drán a la luz como refle­jo ante cual­quier deba­te. Recor­de­mos, por ejem­plo, la afir­ma­ción, repe­ti­da has­ta el can­san­cio, que el défi­cit fis­cal es noci­vo para cual­quier país. ¿Alguien lo duda? Si la res­pues­ta es no, debe­ría­mos desconfiar.

Para desa­rro­llar las ideas toma­re­mos algu­nas ideas del libro “La eco­no­mía dona” de Kate Raworth, eco­no­mis­ta que inten­ta expo­ner múl­ti­ples mane­ras de pen­sar la eco­no­mía del siglo XXI, olvi­dan­do las nor­mas eco­nó­mi­cas pre­es­ta­ble­ci­das y crean­do una men­ta­li­dad para esta cen­tu­ria. No es posi­ble pen­sar este siglo en tér­mi­nos eco­nó­mi­cos si los manua­les de eco­no­mía fue­ron escri­tos en 1950, con raí­ces teó­ri­cas que van a 1850, o más atrás.

Aun­que no parez­ca, hay en el mun­do una can­ti­dad de uni­ver­si­ta­rios y téc­ni­cos impor­tan­tes que se reci­ben habien­do cur­sa­do o ren­di­do eco­no­mía. Y para su for­ma­ción, ya sean chi­nos o chi­le­nos, según detec­tó la auto­ra men­cio­na­da, echan mano de los mis­mos manua­les (en su ver­sión ori­gi­nal o tra­du­ci­dos) de Cam­brid­ge o Chica­go, y con los mis­mos pre­cep­tos, aun­que varíen los auto­res. Lo cier­to es que, a lo lar­go del siglo XXI, polí­ti­cos, empre­sa­rios, perio­dis­tas, líde­res socia­les van a repe­tir las mis­mas nor­mas y leyes que en 1850, todas, por cier­to, fracasadas.

Resul­ta­do más noci­vo acom­pa­ña a los pro­pios eco­no­mis­tas. La eco­no­mía cons­ti­tu­ye el len­gua­je de las polí­ti­cas públi­cas, de la aus­te­ri­dad, la des­igual­dad y la pobre­za, y entre fines del siglo XX y prin­ci­pios del XXI ha sido la due­ña de las dispu­tas domi­nan­tes. Ya sea en con­se­jos eco­nó­mi­cos de los paí­ses cen­tra­les o en la pri­me­ra fila de los orga­nis­mos inter­na­cio­na­les, los eco­no­mis­tas no son esqui­vos a ase­so­rar al poder, ya sea para depo­si­tar sus ideas, o por­que el esta­blish­ment les paga para demos­trar las bon­da­des de la con­cen­tra­ción del ingre­so. Muchos hom­bres prác­ti­cos que se creen exen­tos de cual­quier influen­cia eco­nó­mi­ca, al decir de Key­nes, “son gene­ral­men­te escla­vos de algún eco­no­mis­ta difunto”.

El pri­mer pro­ble­ma al que nos enfren­ta­mos es que cier­tos ele­men­tos de la teo­ría eco­nó­mi­ca orto­do­xa han sido intro­du­ci­dos a lo lar­go de años de bata­lla cul­tu­ral y han que­da­do tan arrai­ga­dos en nues­tra memo­ria que resul­ta muy labo­rio­so modi­fi­car­los o sus­ti­tuir­los. Qui­zás quien mejor lo expre­só fue uno de los más bri­llan­tes y des­co­no­ci­dos eco­no­mis­tas, Joseph Schum­pe­ter, quien com­pren­dió la difi­cul­tad de des­ha­cer­se de las ideas que se nos transmiten.

“En la prác­ti­ca todos ini­cia­mos nues­tra pro­pia inves­ti­ga­ción a par­tir del tra­ba­jo de nues­tros pre­de­ce­so­res, es decir, que casi nun­ca par­ti­mos de cero. Pero, supon­ga­mos que par­tié­ra­mos de cero, ¿qué pasos ten­dría­mos que dar? El tra­ba­jo ana­lí­ti­co comien­za con el mate­rial pro­por­cio­na­do por nues­tra visión de las cosas, y dicha visión es ideo­ló­gi­ca casi por definición.”

La idea es que todo pun­to de vis­ta nos da una inter­pre­ta­ción del mun­do o de nues­tra reali­dad social, la que inten­ta­mos resol­ver. Para solu­cio­nar­la, los cien­tí­fi­cos o estu­dio­sos del tema ela­bo­ran ideas a par­tir de mode­los adqui­ri­dos a tra­vés de la edu­ca­ción. Es decir, hay un aná­li­sis ante­rior que toma en cuen­ta un mar­co teó­ri­co esta­ble­ci­do. No exis­te nin­gu­na visión pre­ana­lí­ti­ca correc­ta, nin­gún para­dig­ma ver­da­de­ro o mar­co per­fec­to con leyes para su apli­ca­ción, nacio­nal o mun­dial. Repen­sar los pre­cep­tos eco­nó­mi­cos no nos va a per­mi­tir encon­trar la eco­no­mía correc­ta, sino una que sir­va para el con­tex­to que afron­ta­mos y que sea ade­cua­da a nues­tros fines.

Esta idea está diri­gi­da a anu­lar y des­creer de las leyes eco­nó­mi­cas exis­ten­tes, pero qui­zás, en la mis­ma medi­da, se encuen­tren las pala­bras. Pon­ga­mos un ejem­plo: para los polí­ti­cos una bue­na ini­cia­ti­va sería un “ali­vio tri­bu­ta­rio”, una idea har­to cono­ci­da para los con­ser­va­do­res ame­ri­ca­nos, adop­ta­da por un sin­nú­me­ro de fili­bus­te­ros del subdesarrollo.

Lo intere­san­te resul­ta que la socie­dad jamás se opo­ne a un ali­vio de ese tipo. ¿Quién se enfren­ta­ría a tan noble cau­sa como un ali­vio tri­bu­ta­rio o a cual­quier miti­ga­ción, des­de la pobre­za has­ta enfer­me­dad? Aun­que la pre­gun­ta debe­ría ser: este ali­vio tri­bu­ta­rio, ¿a quién con­sue­la? Los impues­tos, por lo gene­ral, son pro­gre­si­vos, se les cobran a los que más tie­nen, por lo que ali­via­ría­mos a los ricos, aun­que no sabe­mos de qué pesa­da car­ga podría­mos paliar a tan nobles con­tri­bu­yen­tes, por­que en reali­dad nun­ca pagan.

Esta idea de ante­po­ner el “ali­vio” al tri­bu­to la ten­dría­mos que pen­sar ante la posi­bi­li­dad fis­cal de moda en los paí­ses cen­tra­les y orga­nis­mos inter­na­cio­na­les de gra­bar a la opu­len­cia. La impo­si­ción ten­dría que ser tra­ta­da como una cola­bo­ra­ción, una ayu­da, una asis­ten­cia a los des­ba­rran­ca­dos del mun­do. O sea, habría que poner algo como “limos­na tri­bu­ta­rio a la pobre­za”, pero como limos­na no encua­dra en tri­bu­to, ten­dría que ser un “apor­te” para dejar per­fec­ta­men­te cla­ra la cola­bo­ra­ción, la asis­ten­cia indul­gen­te de los ricos a la pobre­za. Hay que cola­bo­rar para com­ba­tir esta pobre­za, esta des­gra­cia caí­da del cie­lo, y siem­pre pedir dis­cul­pas, a tan noble cola­bo­ra­ción, por úni­ca vez. Lo impor­tan­te es que sea una apor­ta­ción, cola­bo­ra­ción, auxi­lio, cual­quier pala­bra difí­cil de desterrar. 

¿Cómo lle­ga­mos a este mun­do don­de 1 % de la pobla­ción acu­mu­la el 82 % de la rique­za glo­bal o alguien que para ingre­sar al lis­ta­do de millo­na­rios de la revis­ta For­bes nece­si­ta tener como piso 1.000 millo­nes de dóla­res? Quien tuvie­ra esta cifra y gas­ta­ra al mes 50 000 dóla­res, tar­da­ría 1.667 años en ago­tar su for­tu­na. Lle­ga­mos a este esta­do de cosas por el sim­ple triun­fo del neo­li­be­ra­lis­mo y la apli­ca­ción de sus polí­ti­cas. Y por si fal­ta­ra algo, por creer en sus leyes económicas.

Una de las pri­me­ras cosas que reco­no­ci­mos fue que el libre mer­ca­do tenía ven­ta­jas sobre los ser­vi­cios públi­cos. Lo públi­co pasó a ser un nego­cio pri­va­do, en las pri­va­ti­za­cio­nes le rega­la­mos clien­tes cau­ti­vos, sin regu­la­ción, al sec­tor pri­va­do. Este es uno de los deba­tes actua­les en Argen­ti­na, por ejem­plo, sobre quién paga los aumen­tos de la ener­gía: el Esta­do (los con­tri­bu­yen­tes) con sub­si­dios aumen­tan­do el défi­cit públi­co des­ba­lan­cean­do de esta mane­ra la ecua­ción ingre­sos – gas­tos = pago intere­ses de deu­da, o que lo paguen las usua­rias + apor­te a los intere­ses de deu­da vía impues­tos al con­su­mo. En sín­te­sis, de una for­ma u otra, siem­pre los pagan los usua­rios. Aquí hay varios pre­cep­tos y leyes de la anti­gua eco­no­mía que debe­mos res­pe­tar. Que los mer­ca­dos son más efi­cien­tes que los pri­va­dos, que las tari­fas publi­can no son polí­ti­cas, que los que no reci­ben luz se la pidan a Dios y que achi­car el gas­to es más efi­cien­te que cobrar impues­tos. El ali­vio tributario. 

La teo­ría con­sis­ten en no res­trin­gir las capa­ci­da­des y las liber­ta­des empre­sa­ria­les de los indi­vi­duos, en un mar­co de dere­chos fuer­tes a la pro­pie­dad pri­va­da, los mer­ca­dos libres y las liber­ta­des de comer­cio”. Pero el neo­li­be­ra­lis­mo es más que eso, es tam­bién “una tra­di­ción inte­lec­tual, un pro­gra­ma polí­ti­co, y un movi­mien­to cul­tu­ral. Es, pues, una trans­for­ma­ción en la mane­ra de ver al mun­do y en la mane­ra de enten­der la natu­ra­le­za huma­na (Fer­nan­do Esca­lan­te, His­to­ria míni­ma del neo­li­be­ra­lis­mo).

Nin­gu­na de estas leyes dise­mi­nó las bon­da­des de sus pro­me­sas; de hecho, los resul­ta­dos están a la vis­ta. A esta dosis de estu­pi­dez le agre­ga­mos que en la actua­li­dad la des­igual­dad es un atri­bu­to para impul­sar el espí­ri­tu empren­de­dor. La cús­pi­de del 1% de los mul­ti­mi­llo­na­rios del mun­do está abier­ta para todos. O sea, el tra­ba­jo duro (si se encuen­tra), la acti­tud y los méri­tos son los cami­nos para la movi­li­dad de cla­se. Pero si esto fue­ra cier­to, como dice Geor­ge Mon­biot, “si la rique­za fue­ra el resul­ta­do inevi­ta­ble del tra­ba­jo duro y el empren­di­mien­to, todas las muje­res en Áfri­ca y en Lati­noa­mé­ri­ca serían millonarias”.

Lo que nos lle­va a repen­sar las leyes y las ideas. La aus­te­ri­dad no ha dado resul­ta­do des­de su imple­men­ta­ción, solo ha con­so­li­da­do que los pobres sean más pobres y lo ricos más opu­len­tos. El aná­li­sis de las pro­yec­cio­nes fis­ca­les del FMI mues­tra que se espe­ran recor­tes pre­su­pues­ta­rios en 154 paí­ses este año, y has­ta en 159 paí­ses en 2022. Esto sig­ni­fi­ca que 6.600 millo­nes de per­so­nas, o el 85 % de la pobla­ción mun­dial, vivi­rá en con­di­cio­nes de aus­te­ri­dad el pró­xi­mo año, ten­den­cia que pro­ba­ble­men­te con­ti­nua­rá has­ta 2025.

Duran­te más de seten­ta años la eco­no­mía ha teni­do una espe­cie de fija­ción por el PIB, o pro­duc­ción nacio­nal, como su prin­ci­pal indi­ca­dor de pro­gre­so. Esa fija­ción se ha uti­li­za­do para jus­ti­fi­car des­igual­da­des extre­mas de ren­ta y rique­za, jun­to con una des­truc­ción sin paran­gón del medio ambien­te. Para el siglo XXI se nece­si­ta un obje­ti­vo mucho más ambi­cio­so: crear eco­no­mías —des­de el nivel local has­ta el glo­bal— que ayu­den a lle­var a toda la huma­ni­dad a un espa­cio segu­ro, más jus­to y sus­ten­ta­ble. En lugar de per­se­guir un PIB que sólo aspi­re a cer­cer, como los neo­cla­si­co creen, sino cual es el mode­lo de desa­rro­llo mas equi­ta­ti­vo. Es hora de des­cu­brir cómo pros­pe­rar de for­ma equi­li­bra­da y no va a ser siguien­do las leyes anteriores.

Fuen­te: El tábano economista

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