Méxi­co. EZLN: «Y toda­vía hay que atra­ve­sar el Atlántico»

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 14 de mayo de 2021

¡Del­fi­nes!

Fue­ron momen­tos dra­má­ti­cos. Aco­rra­la­do, entre cabos suel­tos y la bor­da, el bichi­to ame­na­za­ba con su lan­za a la tri­pu­la­ción, mien­tras de reo­jo obser­va­ba al mar embra­ve­ci­do, don­de un Kra­ken, de la espe­cie “kra­ken esca­ra­bu­jos” –espe­cia­lis­ta en comer escarabajos‑, ace­cha­ba. Enton­ces, se armó de valor el intré­pi­do poli­zón, alzó sus múl­ti­ples bra­zos al cie­lo y su voz rugió, opa­can­do el rui­do de las olas al cho­car con­tra el cas­co de La Montaña:

Ich bin der Stahl­kä­fer, der Größ­te, der Bes­te! Beach­tung! Hör auf mei­ne Wor­te¡ (¡yo soy el esca­ra­ba­jo de ace­ro, el más gran­de, el mejor. ¡Aten­ción! ¡Escu­chad mis palabras!)

La tri­pu­la­ción se detu­vo en seco. No por­que un insec­to esqui­zo­fré­ni­co les reta­ra con un mon­da­dien­tes y una tapi­ta de plás­ti­co. Tam­po­co por­que les habla­ra en ale­mán. Fue por­que el escu­char su len­gua mater­na, des­pués de años de escu­char sólo el espa­ñol tro­pi­cal cos­te­ño, les trans­por­tó a su tie­rra como por un raro encantamiento.

Gabrie­la diría des­pués que el ale­mán del bichi­to esta­ba más cer­ca del ale­mán de un migran­te ira­ní que del Faus­to de Goethe. El capi­tán defen­dió al poli­zón, ale­gan­do que su ale­mán era per­fec­ta­men­te enten­di­ble. Y, como don­de man­da capi­tán no gobier­na Gabrie­la, Ete y Karl apro­ba­ron, y Edwin, aun­que sólo enten­dió la pala­bra “cum­bia”, estu­vo de acuer­do. Así que lo que les narro, es la ver­sión del bicho tra­du­ci­da del alemán:

-*-

“El titu­beo de mis ata­can­tes me dio tiem­po para reha­cer mi estra­te­gia defen­si­va, recom­po­ner mi arma­du­ra (por­que una cosa es morir en un com­ba­te des­igual y otra muy dis­tin­ta es hacer­lo en fachas), y lan­zar mi con­tra­ofen­si­va: un relato…

Fue hace algu­nas lunas, en las mon­ta­ñas del Sur­es­te Mexi­cano. Quie­nes ahí viven y luchan, habían lan­za­do un nue­vo desa­fío para sí mis­mos. Pero en esos momen­tos, vivían en la zozo­bra y el des­alien­to por­que care­cían de un vehícu­lo para su tra­ve­sía. Así fue has­ta que yo, el gran­de, el inefa­ble, el etcé­te­ra, Don Duri­to de La Lacan­do­na A.C. de C.V. de (i)R. (i)L. lle­gué a sus mon­ta­ñas (las siglas, como todos deben saber, sig­ni­fi­can “Andan­te Caba­lle­ro de Cabal­ga­du­ra Ver­sá­til de Irres­pon­sa­bi­li­dad Ili­mi­ta­da”). Tan pron­to se corrió la voz de mi arri­bo, mul­ti­tud de mozas, infan­tes de todas las eda­des, e inclu­so ancia­nas, corrie­ron, rau­das y velo­ces, a acla­mar­me. Pero yo me man­tu­ve fir­me y no sucum­bí a la vana­glo­ria. Me diri­gí enton­ces a los apo­sen­tos de quien se encar­ga­ba de la malo­gra­da expe­di­ción. Por un momen­to me con­fun­dí: la imper­ti­nen­te nariz de quien hacía y reha­cía las cuen­tas impo­si­bles para sufra­gar los gas­tos de la expe­di­ción puni­ti­va con­tra Euro­pa, me hizo recor­dar a aquel capi­tán, que des­pués sería cono­ci­do como el Sup­Mar­cos, al que orien­té duran­te años y a quien edu­qué con mi sabi­du­ría. Pero no, aun­que pare­ci­do, quien se dice lla­mar Sup­Ga­leano tie­ne toda­vía mucho que apren­der de mí, el más gran­de de los andan­tes caballeros.

En fin, que no tenían embar­ca­ción. Cuan­do puse a la dis­po­si­ción de esos seres mi navío, el suso­di­cho Sup, con sar­cas­mo, me res­pon­dió: “pero ahí sólo cabe uno, y tie­ne que ser muy peque­ño, y es… ¡una lata de sar­di­nas!”, refi­rién­do­se así a mi fra­ga­ta, cuyo nom­bre, “Pon tus bar­bas a remo­jar” la nomi­na­ba a babor, a la altu­ra de la proa. Hice caso omi­so de tal imper­ti­nen­cia y, cami­nan­do por entre la mul­ti­tud que anhe­la­ba una mira­da mía, una pala­bra al menos, me diri­gí hacia la isla “No tie­ne nom­bre”, des­cu­bier­ta por quien esto narra en 1999. Ya en lo alto de su, aho­ra sí, cofia arbo­la­da, espe­ré pacien­te a la madrugada.

Mal­di­je enton­ces al averno, con­vo­qué a dio­sas de todas las lati­tu­des, lla­mé pues a la más pode­ro­sa de ellas: la bru­ja escar­la­ta. Ella, la des­pre­cia­da por los otros dio­ses, dados como son al machis­mo fan­fa­rrón y de espec­tácu­lo. Ella, la ale­ja­da por las otras dio­sas, dadas a la belle­za fal­sa de afei­tes y cos­mé­ti­cos. Ella, la bru­ja escar­la­ta, la bru­ja mayor: Oh, die schar­la­chro­te Hexe! Oh, die älte­re Hexe!

Cono­cien­do yo que las pro­ba­bi­li­da­des de que esos seres extra­ños, auto­de­no­mi­na­dos zapa­tis­tas, con­si­guie­ran una embar­ca­ción dig­na, eran exiguas, bien sabía que sólo el más pode­ro­so de los pode­res mági­cos podría sacar­los del apu­ro y cum­plir con su pala­bra. Ergo, lla­mé a la bru­ja mayor, la de ropa­je pur­pú­reo, quien pue­de alte­rar la posi­bi­li­dad de que algo ocu­rra. Ella hizo cuen­tas y cuen­tos y lle­gó a la con­clu­sión de que, en efec­to, la pro­ba­bi­li­dad de que con­si­guie­ran una embar­ca­ción era casi de cero. Así dijo:

“Pero nada pue­do hacer, si no hay una peti­ción. Y no cual­quier peti­ción. Debe ser hecha por un Titán, un ser gran­dio­so y mag­ná­ni­mo que a su buen talan­te cobi­je a quie­nes nece­si­tan de un mági­co evento”.

¿Y quién mejor que yo?, bra­mé sono­ro. La dama del man­to car­me­sí alzó la mano deman­dan­do mi silen­cio. “No es todo”, susu­rró. “Pre­ci­so es que el tal Titán arries­gue su vida, su for­tu­na y repu­tación en la odi­sea que esos seres pre­ten­den. Esto es, que les acom­pa­ñe con su alien­to y bon­dad y, jun­to a ellos, aun­que no a su lado, afron­te desa­fíos y pena­res. Esto es, esta­rá y no estará”.

Estu­ve de acuer­do pues mi úni­ca for­tu­na son mis haza­ñas, la vida la arries­go con sólo exis­tir y, bueno, mi repu­tación está por los sóta­nos del mundo.

La bru­ja her­ma­na hizo pues lo que se hace en estos casos: encen­dió su orde­na­dor, se conec­tó a un ser­vi­dor en Ale­ma­nia, tecleó no sé qué con­ju­ro, modi­fi­có una grá­fi­ca de pro­ba­bi­li­da­des y subió, de casi cero a 99,9 % el por­cen­ta­je, tecleó de nue­vo y un zum­bi­do de su impre­so­ra dela­tó el papel que de ella salía. No sin antes apre­ciar la moder­ni­za­ción que hay en el gre­mio de bru­jas escar­la­tas y simi­la­res, tomé la nota. Una úni­ca sen­ten­cia la llenaba:

“Si el titán de ace­ro es, encuen­tre su seme­jan­te, que de eso depen­de el faltante”

¿Qué sig­ni­fi­ca­ba aque­llo? ¿Dón­de podría yo encon­trar a algo o alguien, ya no digo pare­ci­do, sino diga­mos leja­na­men­te cer­cano a mi gran­de­za? Tita­nes no hay muchos. De hecho, según la wiki­pe­dia de aba­jo y a la izquier­da, soy el úni­co que pre­va­le­ce. Enton­ces “de ace­ro”. ¿El hom­bre de ace­ro?, lo dudo; no creo que la bru­ja escar­la­ta haya reco­men­da­do a un varón. Enton­ces una fémi­na o hem­bra de acero.

Lar­go andu­ve. Reco­rrí des­de la Pata­go­nia has­ta la leja­na Sibe­ria. Cru­cé cami­nos con el digno Mapu­che, gri­té con la Colom­bia ensan­gren­ta­da, atra­ve­sé la doli­da pero per­sis­ten­te Pales­ti­na, pasé por los mares teñi­dos de la pena negra de migran­tes, y vol­ví sobre mis pasos, cre­yen­do, erró­nea­men­te, que fra­ca­sa­do había en mi misión.

Pero, al des­em­bar­car en la geo­gra­fía que lla­man “Méxi­co”, algo lla­mó mi aten­ción. Sobre aguas tur­que­sas un navío pade­cía los arre­glos y par­ches que su tri­pu­la­ción le daba. “Stahl­rat­te”, se leía en un cos­ta­do. Como a la bru­ja escar­la­ta la encon­tré en la Ale­ma­nia de aba­jo, y esa pala­bra sig­ni­fi­ca “rata de ace­ro” en su len­gua, deci­dí pro­bar for­tu­na. Espe­ré, con sabia pacien­cia, a que noche y som­bras cobi­ja­ran la sole­dad del bar­co. Tre­pé con habi­li­dad por la proa y, bor­dean­do por estri­bor, me lle­gué a don­de se ubi­ca el cen­tro de man­do o gobierno de la nave. En ella, un varón mal­de­cía en len­gua ger­ma­na con impro­pe­rios y blas­fe­mias que ape­na­rían al mis­mí­si­mo averno. Algo decía de la pena que da dejar mares y aven­tu­ras. Supe enton­ces que el navío con­ta­ba sus últi­mos días, y su capi­tán y tri­pu­la­ción pesa­di­llas tenían de una vida en tie­rra fir­me. Las bru­jas escar­la­tas de todo el mun­do con­fa­bu­la­ban a mi favor y ven­tu­ra. Pero todo depen­día de mí, del esca­ra­ba­jo de ace­ro inoxi­da­ble, del más gran­de de los andan­tes caba­lle­ros, de etcé­te­ra, para encon­trar “el fal­tan­te”. Espe­ré enton­ces a que el capi­tán cesa­ra en sus lamen­tos y mal­di­cio­nes. Cuan­do hubo calla­do y sólo un sollo­zo le aho­ga­ba la gar­gan­ta, me tre­pé al timón y enca­rán­do­lo dije: “Yo Don Duri­to, ¿tú quién?” El capi­tán no titu­beó al res­pon­der “Yo capi­tán, tú poli­zón” mien­tras blan­día un perió­di­co o revis­ta y ame­na­za­ba con opri­mir así mi her­mo­sa y esbel­ta figu­ra. Fue enton­ces que, con voz poten­te, me pre­sen­té. El capi­tán dudó y guar­dó silen­cio y perió­di­co o revista.

Des­pués, bas­ta­ron unas cuan­tas fra­ses para que ambos enten­dié­ra­mos que éra­mos gen­te de mun­do, aven­tu­re­ros por voca­ción y elec­ción, seres dis­pues­tos a enfren­tar cual­quier desa­fío por impo­nen­te y terri­ble que fuera.

Ya en con­fian­za, le refe­rí yo la his­to­ria de una odi­sea en cur­so, algo que lle­na­ría lue­go los ana­les de las his­to­rias por venir, el más peli­gro­so e ingra­to de los queha­ce­res: la lucha por la vida.

Me pro­di­gué en deta­lles, le hablé de una embar­ca­ción cons­trui­da en medio de las mon­ta­ñas, sin más agua que la de la llu­via para dar­le voca­ción y razón de ser. Le pla­ti­qué de quie­nes habían deci­di­do abra­zar tama­ña osa­día, de leyen­das sobre una mon­ta­ña que se nie­ga a la pri­sión de sus pies en tie­rra, de mitos y leyen­das mayas en voz de sus originarios.

El capi­tán encen­dió un piti­llo, me ofre­ció uno pero hube de recha­zar­lo al sacar mi pipa. Com­par­ti­mos el fue­go y el humo del tabaco.

El capi­tán guar­dó silen­cio y, des­pués de algu­nas boca­na­das dijo algo como: “a fe mía que gran honor sería sumar­se a tan noble y des­ca­be­lla­da cau­sa”. Y agre­gó: “no ten­go tri­pu­la­ción aho­ra, pues esta­mos ya al reti­ro, pero estoy segu­ro que muje­res y hom­bres se acer­ca­rán con tan solo el encan­to de esta his­to­ria. Ve con los tuyos y diles que cuen­ten con lo que somos, huma­nos y navío”.

Ter­mi­na­da mi his­to­ria, me diri­gí a quie­nes ame­na­za­ban con arro­jar­me por la bor­da: “Y así fue como uste­des, sim­ples mor­ta­les, se embar­ca­ron en esta aven­tu­ra. Así que dejad­me en paz y vol­veos a vues­tros tra­ba­jos y ense­res, que yo he de vigi­lar que el Kra­ken deje en paz nues­tra casa y camino. Para eso he lla­ma­do a peces ami­gos que lo man­ten­drán ausente”.

-*-

Y záz, que en ese momen­to alguien en cubier­ta gri­ta “¡Del­fi­nes!” y tod@s subie­ron a cubier­ta arma­dos de cáma­ras, celu­la­res o sólo sus ojos asombrados.

En la con­fu­sión, Duri­to, el más gran­de de los Tita­nes, el úni­co héroe a la altu­ra del arte, el cóm­pli­ce de magos y bru­jas, se esca­bu­lló y tre­pó de nue­vo a, aho­ra sí, la Cofa y des­de ahí ento­nó cán­ti­cos que, lo juro, eran repli­ca­dos por los del­fi­nes que, entre olas y sar­ga­zo, bai­la­ban por la vida.

-*-

Más tar­de, en la cena, el capi­tán con­fir­mó la his­to­ria del bichi­to. Y des­de ese momen­to el bichi­to dejó de ser “el bichi­to” y es lla­ma­do, a par­tir de ese even­to, “Duri­to Stahl­kä­fer”, “Duri­to, el Esca­ra­ba­jo de Acero”.

“Una raya más al tigre”, debió decir el fina­do Sup­Mar­cos, tres metros bajo cubier­ta, err, qui­se decir, bajo tierra.

Aho­ra, con cama­ra­de­ría, Gabrie­la le corri­ge a Stahl­kä­fer la pro­nun­cia­ción ger­ma­na; en el hom­bro de Ete, Duri­to sube a lo más alto del palo mayor; acom­pa­ña a Carl cuan­do toma el timón y le divier­te con his­to­rias terri­bles y mara­vi­llo­sas; sobre la cabe­za de Edwin le diri­ge en el des­ple­gar y arriar del vela­men; y en las madru­ga­das com­par­te con el Capi­tán Lud­wig el taba­co y la palabra.

Y, cuan­do el mar embra­ve­ce y el vien­to aumen­ta su luju­rio­so cor­te­jo, el más gran­de ejem­plar de la andan­te caba­lle­ría, Stahl­kä­fer, entre­tie­ne al Escua­drón 421 rela­tan­do leyen­das increí­bles. Como aque­lla que narra la his­to­ria absur­da de una mon­ta­ña que bar­co se hizo por la vida.

Doy fe.

Sup­Ga­leano.
Pla­ne­ta Tierra.

Nota: El video de los del­fi­nes con­vo­ca­dos por Stahl­kä­ker fue toma­do por la Lupi­ta, por­que el equi­po de apo­yo de la Comi­sión Sex­ta, encar­ga­do de tal misión, esta­ba ocu­pa­do… gomi­tan­do. Sí, de pena aje­na. Aho­ra el Escua­drón 421 tie­ne como misión apo­yar al equi­po de apo­yo. Y toda­vía hay que atra­ve­sar el Atlán­ti­co (sus­pi­ro).

Video y fotos:

http://​enla​ce​za​pa​tis​ta​.ezln​.org​.mx/​2​0​2​1​/​0​5​/​1​2​/​d​e​l​f​i​n​es/

FUENTE: Pozol

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