Argen­ti­na. Esa mujer que me sal­vó la vida

Por Alber­ti­na Carri, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 3 de mayo de 2021.

«A los 16 años, lue­go de un inten­to de sui­ci­dio me lle­va­ron a ver­la», empie­za este con­mo­ve­dor abra­zo escri­to que la cineas­ta le dedi­ca a la que lla­ma­ba «madre putati­va». Sabe que se publi­ca­rán muchas notas sobre su pen­sa­mien­to crí­ti­co y com­pro­mi­so, pero eli­ge con­tar esta «peque­ña anéc­do­ta» que da una idea de su dimen­sión humana.

A los 16 años, lue­go de un inten­to de sui­ci­dio me lle­va­ron a ver­la. Fui con un impor­tan­te mal­hu­mor por­que espe­ra­ba un nue­vo ser­món. Aho­ra más de izquier­da, menos seve­ro, tal vez un poco más humano, pero ser­món al fin. Alci­ra me pre­gun­tó si María Eli­sa, la tía con la que vivía en ese enton­ces, se por­ta­ba bien. Esa fue su entra­da triun­fal, me puso de su lado y me hizo su cóm­pli­ce. Me reí. Siem­pre me pre­gun­ta­ban si yo me por­ta­ba bien, dan­do por sen­ta­do que no lo hacía. Ella dejó cla­ro que el pro­ble­ma no era mi con­duc­ta. El asun­to era cómo se por­ta­ban los adul­tos que me rodea­ban. Algo que yo tenía cla­ro y que repe­tía de diver­sas for­mas, pero que nadie era capaz de escu­char en aquel enton­ces, cuan­do las rémo­ras de la dic­ta­du­ra no eran aún memo­ria ni dis­tan­cia, sino vida coti­dia­na, pala­bras soe­ces y cas­ti­go habilitado.

Ese mis­mo año mi fami­lia de san­gre me echó de todas sus casas y a mí me que­da­ba un año de secun­da­rio. Esta­ba por irme a vivir a una pen­sión, fan­ta­sía que había cons­trui­do con las his­to­rias que cir­cu­la­ban sobre la juven­tud y la rebel­día de mi padre, pero Alci­ra me dijo que vaya a vivir a su casa has­ta al menos ter­mi­nar el cole­gio. Así, mi ado­les­cen­cia empe­zó a ser menos trau­má­ti­ca y nos que­dá­ba­mos char­lan­do, fuman­do y toman­do café duran­te horas. Apren­dí que Rober­to era un pen­sa­dor bri­llan­te y Ana María una mujer bra­ví­si­ma. Que Rober­to nun­ca hubie­se sopor­ta­do irse del país y dejar en ban­da a las per­so­nas que depen­dían de él. Que mamá esta­ba más asus­ta­da pero que nun­ca hubie­ra podi­do dejar­lo a él a gam­ba.

Que la mili­tan­cia arma­da fue una con­se­cuen­cia de 18 años de pros­crip­ción. Que era un aire de épo­ca y que sus ejem­plos eran el Che y la revo­lu­ción cuba­na. Que no se aguan­ta­ba más tan­ta polí­ti­ca cipa­ya y tan­to ham­bre para el pue­blo. Que a mis dos años ella me hacía bai­lar al rit­mo de “yo no soy leni­nis­ta, yo no soy leni­nis­ta y que le voy a hacer“, y que a mi padre se le des­via­ba el ojo de la bron­ca que le daba. Que hicie­ron un via­je a Chi­le para ver la expe­rien­cia de Allen­de y que mi madre se la pasó con vér­ti­go y con asma. Que Perón no los había trai­cio­na­do y ahí era cuan­do peleá­ba­mos y me con­ta­ba algu­na his­to­ria sobre los chi­nos y cómo se orga­ni­za­ban, para que salié­ra­mos del embro­llo del pero­nis­mo. Siem­pre tra­yen­do quilombos.

Alci­ra tenía dos hijos dos años meno­res que yo. De un día para el otro yo tuve dos her­ma­nos más chi­cos, unos ado­les­cen­tes peleo­nes que cada tan­to habla­ban en meji­cano y se ama­ban entre ellos con locu­ra. Vivi­mos los cua­tro jun­tos duran­te tres años. Cuan­do ter­mi­né el secun­da­rio me dijo que no me fue­ra, tam­bién habló con uno de mis tíos y le acla­ró que ella esta­ría a car­go de mi manu­ten­ción pero que él se ocu­pe de com­prar­nos una casa a cada una de noso­tras. A mis dos her­ma­nas que ya eran gran­des, y a mí que esta­ba empe­zan­do a des­pun­tar auto­no­mía. Has­ta aquel momen­to mi abue­la y ese tío nos habían man­te­ni­do a las tres a tra­vés de men­sua­li­da­des que entre­ga­ban a quie­nes fue­ra que estu­vie­ran a car­go de noso­tras. Así fui­mos pasan­do de casa en casa, según las nece­si­da­des eco­nó­mi­cas de cada fami­lia. Y aquí venía esta mujer de voz ron­ca y humor áci­do a dar un bata­ca­zo en nues­tro des­tino. No todo se tra­ta de gui­ta, éstas chi­cas nece­si­tan amor y un lugar dón­de estar.

Alci­ra recons­tru­yó la con­fian­za, el lazo pri­mor­dial para no que­rer morir.

Des­pués de esos años, segui­mos toman­do café por horas, cada vez que a mí la vida se me hacía acia­ga o la con­fu­sión del pre­sen­te me arra­sa­ba. Me encan­ta­ban nues­tras char­las lar­gas y nues­tras escan­da­lo­sas pre­sen­ta­cio­nes fren­te a los otros cuan­do la lla­ma­ba mi mamá putati­va, siem­pre repi­tien­do en sor­na puta-tiva un par de veces. Un chis­te nues­tro que solo nos hacía reír a ella y a mí. Ella me decía Sober­bi y yo le decía Argu, la mula. Entre la ter­que­dad y la sober­bia cons­trui­mos un fuer­te de amor y bro­mas pesa­das. Le encan­ta­ba decir que si seguía hacien­do pelí­cu­las porno ella iba a tener que ir con pasa­mon­ta­ñas a los estre­nos. Pero me pres­ta­ba pla­ta para pro­du­cir­las. Todo lo que lle­ga­ba de Alci­ra era un estí­mu­lo de vida, un apo­yo a los sin-razo­nes para seguir. Ano­che mis­mo, cuan­do el due­lo final esta­ba sus­pen­di­do por esas pocas horas que habían vati­ci­na­do has­ta la des­pe­di­da, se des­per­tó del sue­ño de la mor­fi­na y gri­tó ¡Viva Perón! cre­yen­do que esta­ba del otro lado. Me rega­ló la últi­ma carcajada.

Me ense­ñó a que­rer a esos jóve­nes mili­tan­tes que habían sido mis padres y me ense­ñó a dar­le una vuel­ta de humor a la impo­ten­cia y a la injus­ti­cia. Supon­go que en estos días sur­gi­rán muchos escri­tos sobre su mili­tan­cia y su inco­rrup­ti­ble éti­ca. Sobre su pen­sa­mien­to crí­ti­co, su luci­dez y su bri­llan­te ora­to­ria. Pero para mí, hoy es impor­tan­te con­tar esta peque­ña anéc­do­ta sobre su paso en esta tie­rra. Por­que esa dimen­sión huma­na es una de las poten­cias vita­les que hacen de la muer­te un impo­si­ble. Es una obvie­dad decir que ella vivi­rá en su hijo, mi her­mano Juan Pablo, en mis her­ma­nas Andrea y Pau­la, en sus nie­tos Bru­ni­to, Furi­to, Joa­quín y Mateo, en mí y en todas las per­so­nas que la amamos.

Pero lo que hace impo­si­ble su muer­te es esa vida de ejem­plar de com­pro­mi­so afec­ti­vo con los muer­tos y con los vivos. Con los que se fue­ron tem­prano y con los que nos que­da­mos acá, aún sin con­vic­ción. Por­que la vida es sagra­da si vale la pena vivir­la y ella nos deja ese lega­do. Haga­mos que la vida sea algo vivi­ble para la mayor can­ti­dad de per­so­nas posi­bles. Hoy mi hijo me abra­zó llo­ran­do y me dijo que él tam­bién la va extra­ñar mucho. Yo no sé si la voy a extra­ñar, toda­vía no es eso, es más bien unas ganas de correr has­ta su casa y que me haga un café bati­do y me expli­que algo de lo que me está pasan­do. No pue­do creer que eso no sea posi­ble, pero te juro, Argu, que voy a hon­rar tu legado.

*Cineas­ta, hija de Rober­to Carri y Ana María Caru­so, secues­tra­dos y des­apa­re­ci­dos en 1977. Alci­ra Argu­me­do actuó jun­to a Ana­lía Coucey­ro en su pelí­cu­la Los Rubios.

Itu­rria /​Fuen­te

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