Por Stella Calloni, Resumen Latinoamericano, 4 de mayo de 2021.
Alcira Argumedo acaba de dejarnos con un mensaje de dignidad que tanto necesitamos en estos tiempos de caos e incertidumbre y se hace muy difícil escribir entre tantos conmovedores textos que le han dedicado en estas horas. La desolación no tiene muchas palabras para expresarse, pero quiero hablarla desde su propia voz, desde esa larga mirada que nos enseñó.
Alcira Argumedo era y es mucho más que sus títulos académicos y otras membresías. Era el símbolo de la intelectual militante con un abarcador pensamiento nacional y latinoamericano y por eso profundamente antimperialista, que elaboraba sus teorías a partir una realidad que conocía como las líneas de sus manos.
Nunca, a través de su historia de militancia política, dejó de estar cada día donde debía estar, rompiendo los límites de las cajas de cristal en que muchos intelectuales se encierran.
Nunca la vimos competir con nadie. Sobre todo lo que pueda decirse de su vida, fue, desde sus primeros pasos en la política, un ser humano extraordinario, que transmitía calidez, capacidad de comprensión y una gran ternura, que encubría, sin lograrlo. Sus percepciones rápidas y precisas, trascendían en su discurso académico creativo y sorprendente, anti dogmático y expresado pedagógicamente, estimulando la imaginación creadora.
Su lenguaje era riguroso pero a la vez diáfano, como para que todos entendiéramos sus palabras que sugerían una hermosa construcción para la descolonización de su entorno académico, y orientador hacia todo lo que fuera necesario para enriquecer las Teorías de la Liberación.
Su humildad asombraba en un mundo donde la soberbia y la vanidad lamentablemente todavía siguen siendo obstáculos para la unidad tan necesaria en el marco del proyecto geoestratégico de recolonización de Nuestra América, que el imperio ‑así con todas sus letras sin balbuceo alguno- intenta imponernos, mediante una despiadada Guerra contrainsurgente de nuevas características, que es necesario conocer a fondo para combatirla desde sus raíces.
Alcira nunca dejó de llamar imperio a lo que es imperio. Fue una auténtica feminista antimperialista de la primera hora, dentro de una concepción del feminismo en la acción permanente y con objetivos liberadores auténticos, sin banalizaciones, ni lejano a la lucha de liberación en que estamos empeñados después de dos siglos que sucedieron a 500 años de lucha por la independencia.
Fue maestra de generaciones y en estos tiempos la vimos renacer en recintos universitarios, sindicales, e internacionales y de Derechos Humanos. Regresó para resucitar el fuego que encendía, a pesar de la serenidad y sobriedad de su discurso, y fuimos testigos de lo que cada presentación suya generaba en los jóvenes universitarios.
Desde aquellas Cátedras Nacionales, en tiempos de renacimientos y furias de los años 60 y desde su peregrinar solidario por nuestro país y por el mundo, nos enseñó a todos, incluso a los de su generación y a algunos que la antecedimos en años, y que siempre estamos permeables para escuchar las voces cada vez más solitarias en esta torre de babel, en un mundo nunca tan caótico e incierto como el que estamos viviendo.
También conocía, como a las líneas de sus manos, a Nuestra América y a “sus venas abiertas”, tan magistralmente expuestas al mundo en aquel libro del escritor uruguayo Eduardo Galeano que ha cumplido ya medio siglo iluminando a los que aún buscan en la oscuridad.
Alcira era la amiga que siempre estaba donde debía estar y en el momento preciso, y cuyo buen humor, ácido a veces, compartíamos, como lo hacíamos con el legado de la alegría liberadora que nos tendió como una alfombra mágica el eterno Arturo Jauretche, cuando reflexionaba en voz alta que los pueblos tristes no hacen revoluciones.
Ella nunca equivocaba su mirada estratégica y jamás se perdió en las brumas de banalizaciones ni extremos dogmatismos. Siempre desde un bajo perfil, que no era una pose, ella brillaba con luz propia en cada momento de su vida académica y en la audacia serena de sus propuestas teóricas.
En el año 2006 se creó el Instituto Espacio para la Memoria (IEM) como entidad autónoma y autárquica, en una articulación entre el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y miembros de la sociedad civil, donde estaban los representantes de los Organismos de Derechos Humanos, las distintas fuerzas políticas de la legislatura de la ciudad y algunas personas con reconocido compromiso con los derechos humanos, (que nos negábamos a que nos dijeran personalidades), entre las cuales estábamos juntas con Alcira y otros amigos y amigas, compañeros y compañeras, con las que compartimos años de fecunda tarea de resguardo y transmisión de la memoria. Después de su disolución en 2014, los integrantes de este grupo decidimos mantener vivo y activo el IEM, como una asociación civil, para continuar con esta importante tarea. Antes y después, Alcira fue una voz y una presencia imprescindibles.
Ella siempre parecía tener la palabra exacta para tender puentes ante cualquier diferencia, preservando siempre el cumplimiento de la tarea que era precisamente recuperar y mantener la memoria, hacerla viva en la búsqueda de la verdad, que se necesitaba como el agua, para terminar con la impunidad y luchar por la justicia.
Era empezar a recorrer un camino difícil, pero abierto desde un día en que en Plaza de Mayo aparecieron aquellas madres de pañuelos-pañales blancos cubriendo su cabeza, que se convirtieron en un símbolo de la dignidad, el coraje y el amor, no sólo para nuestra patria sino para el mundo. Ante esas mujeres que desafiaron a la dictadura más cruenta, al terrorismo de Estado, iniciando la larga y heroica lucha de las familias de las víctimas, perdidas en la noche y la niebla de las desapariciones, nosotros decidimos asumir nuestras tareas con una enorme responsabilidad.
Fueron tiempos de caminar por los Centros Clandestinos, de preservar cada pedazo de pared, cada sitio, de buscar y bucear en aguas turbulentas, de ir hasta el fondo de la historia de un país, surcado por dictaduras una tras otras, y no sólo reconocer al verdugo, sino a la mano que meció la cuna del horror. Reunir documentos, datos perdidos que unidos nos llevaban hasta la verdad de hechos terribles y testimonios que ayudaran a desenredar las telarañas de la impunidad fue una de las tareas que compartíamos con una camaradería que nos hacía cada día mejores personas.
Con Alcira y en largas tertulias, gracias a sus investigaciones y sus trabajos desafiantes que hablaban de la dura historia de los países dependientes, de las sombras coloniales y neocoloniales y sus consecuencias sobre nuestros pueblos sumidos en la inequidad, la injusticia y el saqueo, fuimos poniendo nuestros granos de arena para desentrañar verdaderos laberintos.
Desde muy joven Alcira había conocido la clandestinidad, desafiada por la imaginación, como cuando pasaban clandestinamente La Hora de los Hornos, el legendario documental de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino y mucho más que eso. Todo aquello vivido y estudiado meticulosamente nos llevaba siempre al mismo punto, al que también nos está llevando en estos tiempos: a la cueva del enemigo histórico de Nuestra América.
Leyendo sus trabajos últimos podemos ubicarnos en los tiempos que estamos viviendo. Sus análisis sobre la situación cotidiana, en la que nos enfrentamos a los protagonistas locales de un nuevo intento de imponernos un dominio externo absoluto, nos muestra el mapa de un colonialismo tardío, que intenta avanzar con múltiples estrategias sobre nuestros pueblos.
Pero se encuentran una vez más con murallas de rebeldías que estallan en cada país de este continente “irredento”. Alcira con su serenidad, no exenta de una fuerza arrasadora, que agitaba su voz de fumadora empedernida, nos mostraba no sólo panoramas sombríos, proyectos y planes contra nuestros pueblos. Nos mostraba el mapa de todas las respuestas posibles, de todas las formas de resistencia en esa lucha dispar, donde nunca el “enemigo”, palabra que no dudaba en utilizar, pudo destruir nuestras memorias culturales, nuestra frondosa imaginación, un poder inmenso que a veces olvidamos o dejamos pasar ante la marea de que provoca un terrorismo mediático de vieja data, pero con nuevas tecnologías, que debemos entender no son invencibles. Alcira nos mostraba las múltiples respuestas que teníamos no sólo para defendernos, sino para pasar a la ofensiva con estrategias resplandecientes que están en cada uno de nosotros. Alcira nos abría caminos cada día.
Toda la historia de esta amada compañera-camarada, es de lucha incansable, de permanentes acciones solidarias, revolucionariamente, como fue su vida desde muy joven, con su eterna sonrisa y su mirada brillante.
Momentos gloriosos fueron aquellos años 60, en el marco de una resurrección e insurrección intelectual, de una revoltura académica, ante la irradiación que significaba el proceso de descolonización en África, la recuperación de la palabra y el lenguaje, que junto con los efectos de la Revolución Cubana desbarataban los esquemas.
El mundo era invadido por la imaginación volcánica que se expresó en el libro “Los condenados de la Tierra”, del antillano-argelino Frantz Fanon, que irrumpió en los cenáculos académicos con un prólogo inolvidable, que cayó como un rayo sobre la Europa colonial de aquellos años escrito por Jean Paul Sartre.
¡Qué tiempos vividos, Alcira, cuánta carga, cuánto aprendizaje al mirarse en el espejo de la descolonización, de la lucha y resistencia anticolonial! ¡Tanta sabiduría en las calles de la resistencia, tanta belleza en el discurso de la liberación!
Por esto y tanto más, nunca te irás, ni desapareciendo físicamente, porque nuestra responsabilidad hoy es recuperar todo lo que has escrito y tus clases, desde aquellas que irrumpieron luminosas en la olvidadas (por muchos) Cátedras Nacionales allá, a fines de los 60.
Ese es el mejor homenaje para una luchadora eterna, que soñaba con absoluta certeza que la liberación llegará a pesar de todo lo que se intente para detenerla, porque cómo decías, es como “una fuerza de la naturaleza, incontenible”, sobre todo porque está basada en el amor la dignidad, la justicia y la belleza que siempre surge entre las ruinas y nos libera. Hace pocos días salió entre tantas ideas que cruzábamos sobre estos momentos pandémicos, aquella frase título del libro “la revolución es un sueño eterno”, del escritor argentino Andrés Rivera y tu voz sonó alegremente ronca por el teléfono cuando me dijiste sobre un trabajo que estábamos haciendo juntas “¿Qué te parece?: La liberación es un sueño eterno, pero está cada vez más cerca”. Y yo, y nosotras, amigas, compañeras-camaradas nos sentimos abrazadas y desafiantes por tu certera esperanza.