Hai­tí. El «Rey Bana­na» y sus cor­te­sa­nos (I)

Por Lau­ta­ro Riva­ra, des­de Hai­tí, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 23 de mar­zo de 2021.

¿Alcan­za a expli­car algo el repe­ti­do lati­gui­llo de que “Hai­tí es el país más pobre del hemis­fe­rio occi­den­tal”? ¿Se tra­ta de un país pobre o empo­bre­ci­do? ¿O tal vez insos­pe­cha­da­men­te rico? ¿Nin­gún inte­rés tie­nen en el país sus desin­te­re­sa­dos ami­gos de Occi­den­te? ¿A qué se debe enton­ces el celo con que pare­cen abo­car­se a la “cosa hai­tia­na” los Esta­dos Uni­dos y los paí­ses euro­peos? En una serie de notas y a par­tir de un tra­ba­jo de cam­po rea­li­za­do en cua­tro depar­ta­men­tos del país, nos dedi­ca­re­mos a com­pren­der al “pobre rico Hai­tí” y a algu­nas de las ini­cia­ti­vas de lo que a par­tir de 2010 se dio en lla­mar su “Recons­truc­ción”. Habla­re­mos de los intere­ses eco­nó­mi­cos de las poten­cias occi­den­ta­les, expre­sa­dos a tra­vés de ini­cia­ti­vas como los par­ques indus­tria­les, las explo­ta­cio­nes mine­ras, los empren­di­mien­tos turís­ti­cos de encla­ve, el aca­pa­ra­mien­to de tie­rras y las zonas fran­cas agrícolas.

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Las fron­te­ras de Hai­tí son curio­sas por demás. El peque­ño país limi­ta al este con la Repú­bli­ca Domi­ni­ca­na, divi­dien­do en dos el terri­to­rio de la isla La Espa­ño­la. Al oes­te con el Mar Cari­be y al sur, en una olvi­da­da fron­te­ra marí­ti­ma, con la Repú­bli­ca de Colom­bia. Pero lo que aquí nos intere­sa es una fron­te­ra no del todo ima­gi­na­ria, por la que al nor­te y al nor­des­te, por más que los mapas quie­ran indi­car lo con­tra­rio, Hai­tí limi­ta con los Esta­dos Unidos. 

Aquí, en esta región, se con­cen­tran la mayor par­te de los intere­ses eco­nó­mi­cos nor­te­ame­ri­ca­nos ‑y tam­bién los de sus socios meno­res-. Es el caso de Cana­dá, esa pecu­liar colo­nia nor­te­ame­ri­ca­na que a su vez colo­ni­za a otros. Pero tam­bién los de Fran­cia, Ale­ma­nia y otras nacio­nes euro­peas. Habla­re­mos en esta y en las siguien­tes notas de par­ques indus­tria­les, explo­ta­cio­nes y pros­pec­cio­nes mine­ras, empren­di­mien­tos turís­ti­cos de encla­ve, aca­pa­ra­mien­to de tie­rras y zonas fran­cas agrí­co­las. Eso sin con­tar algu­nas ini­cia­ti­vas non sanc­tas en otros pun­tos de la geo­gra­fía, como por ejem­plo el secues­tro de islas ente­ras, el trá­fi­co de estu­pe­fa­cien­tes o los lupa­na­res fis­ca­les en don­de el dine­ro ingre­sa sucio y sale libre de cul­pa y pecado. 

Pero es en la región nor­des­te de este “pobre rico” país, en don­de no casual­men­te se ha ama­sa­do el poder del que goza el actual pre­si­den­te de fac­to, Jove­nel Moï­se, quien ha hecho de este terri­to­rio su feu­do per­so­nal, del aca­pa­ra­mien­to de tie­rras su modus ope­ran­di, y de sus alian­zas eco­nó­mi­cas con los capi­ta­les tras­na­cio­na­les, lega­les y extra­le­ga­les, el ver­da­de­ro fun­da­men­to de su poder. 

Para eso via­ja­re­mos al cora­zón de las comu­ni­da­des afec­ta­das por lo que, tras el devas­ta­dor terre­mo­to del 2010, se ha dado en lla­mar la “Recons­truc­ción de Hai­tí”. En esta pri­me­ra nota, habla­re­mos ‑para­fra­sean­do a Eduar­do Galeano- sobre el “Rey Bana­na” Jove­nel Moï­se y sus nume­ro­sos cor­te­sa­nos agrí­co­las. Pero antes eche­mos una mira­da a la situa­ción de las zonas rura­les y del cam­pe­si­na­do local. 

Des­cal­zos

De cada dos habi­tan­tes del país, uno vive en el cam­po. Pero un por­cen­ta­je aún más alto de la pobla­ción, alre­de­dor del 66%, depen­de y sub­sis­te en rela­ción a las zonas rura­les y la pro­duc­ción agrí­co­la. Según un estu­dio de la CEPAL, la pobla­ción urba­na sobre­pa­só a la rural recién en los últi­mos cin­co años, y la dife­ren­cia actual es de ape­nas unas 100 mil personas. 

La niñez y la juven­tud cam­pe­si­na, las más afec­ta­das por las polí­ti­cas de aca­pa­ra­mien­to de tierras.

La tie­rra es, en todo lados, fini­ta y vital. Pero lo es aún más en un terri­to­rio cubier­to de exten­sas cade­nas mon­ta­ño­sas, y en don­de la fron­te­ra agrí­co­la retro­ce­de con cada metro gana­do por la defo­res­ta­ción y la deser­ti­fi­ca­ción, con­si­de­ran­do que el país con­ser­va ape­nas un 2 por cien­to de su cober­tu­ra vege­tal ori­gi­nal. No es de extra­ñar enton­ces que bue­na par­te de la pobla­ción cam­pe­si­na sea pobre: se tra­ta de los lla­ma­dos pyè atè, los “pata en tie­rra”, los descalzos.

Duran­te mucho tiem­po, sin embar­go, un hecho de radi­ca­li­dad iné­di­ta pudo al menos garan­ti­zar a los hai­tia­nos un peda­zo de tie­rra don­de pro­du­cir y repro­du­cir la vida. Des­de la Cons­ti­tu­ción revo­lu­cio­na­ria de 1805, la pro­pie­dad de la tie­rra fue nega­da a los extran­je­ros bajo argu­men­tos de sobe­ra­nía y dig­ni­dad nacio­nal, con­vir­tién­do­se en un obs­tácu­lo a la implan­ta­ción ple­na del capi­ta­lis­mo en la isla. Al menos has­ta la abo­li­ción defi­ni­ti­va de dicha prohi­bi­ción en el año 1915, bajo el man­to de la ocu­pa­ción norteamericana.

En la actua­li­dad, encon­tra­mos en Hai­tí alre­de­dor de 600 mil explo­ta­cio­nes agrí­co­las, orga­ni­za­das en peque­ñas par­ce­las –jaden– de entre 0,5 y 1,8 hec­tá­reas de exten­sión. La agri­cul­tu­ra cam­pe­si­na es en su enor­me mayo­ría fami­liar y tra­di­cio­nal, pero pode­mos encon­trar un sin fin de for­mas de pro­pie­dad, tra­ba­jo y usu­fruc­to de la tie­rra: pro­pie­ta­rios fami­lia­res, arren­da­ta­rios, medie­ros, jor­na­le­ros, apar­ce­ros, etc. Los ins­tru­men­tos, rús­ti­cos, no pasan la mayo­ría de las veces de los tra­di­cio­na­les pico y mache­te, sin ani­ma­les de tiro por lo gene­ral, sin maqui­ni­za­ción de nin­gún tipo, sin fer­ti­li­zan­tes quí­mi­cos, con semi­llas nati­vas, todo bajo un régi­men de agri­cul­tu­ra plu­vial. Pese a la enor­me con­tri­bu­ción de la agri­cul­tu­ra cam­pe­si­na a la rique­za nacio­nal ‑alre­de­dor de un 25 por cien­to del PBI‑, los apor­tes del Esta­do al sec­tor son prác­ti­ca­men­te nulos.

Del otro lado de la rura­li­dad, un selec­to gru­po de fami­lias, por lo gene­ral resi­den­tes en el extran­je­ro, así como un puña­do de empre­sas trans­na­cio­na­les, con­cen­tran aún cer­ca de la mitad de las tie­rras dis­po­ni­bles y en muchos casos, lo que es peor, las man­tie­nen improductivas. 

Un réquiem para el libre mercado

Comer lo que no se pro­du­ce y pro­du­cir lo que no se ha de comer. He ahí el secre­to de la agri­cul­tu­ra de expor­ta­ción, des­lo­ca­li­za­da y finan­cia­ri­za­da que se pro­mo­vió en el país las últi­mas déca­das. Un hito fun­da­men­tal de su implan­ta­ción fue la polí­ti­ca de libe­ra­li­za­ción comer­cial y finan­cie­ra impues­ta a media­dos de la déca­da del ‘80, con el con­cur­so del Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal, el Depar­ta­men­to de Esta­do nor­te­ame­ri­cano y la acción entu­sias­ta del inefa­ble Bill Clin­ton ‑un auto­de­no­mi­na­do “ami­go de Hai­tí” cuya amis­tad, sin embar­go, aquí nadie quie­re corresponder-.

A media­dos de los ‘90 esta polí­ti­ca se pro­fun­di­zó, por lo que los aran­ce­les a la impor­ta­ción de arroz caye­ron des­de un 35 a un 3 por cien­to por pre­sión exter­na. Ese mis­mo año los Esta­dos Uni­dos invir­tie­ron 60 mil millo­nes de dóla­res para sub­si­diar su pro­pia pro­duc­ción arro­ce­ra. El lla­ma­do dum­ping des­plo­mó la pro­duc­ción de Hai­tí des­de las 130 mil a las 60 mil tone­la­das. Los pre­cios de ven­ta del cam­pe­si­na­do, expues­to a la com­pe­ten­cia des­leal con el hiper-sub­si­dia­do far­mer nor­te­ame­ri­cano lle­va­ron a la rui­na y al éxo­do a miles y miles de cam­pe­si­nos. Se gene­ró así un círcu­lo vicio­so de rui­na agrí­co­la, des­em­pleo, ham­bre, asis­ten­cia ali­men­ta­ria exter­na, impo­si­bi­li­dad de com­pe­tir con el ali­men­to “gra­tis” envia­do al país, y nue­va­men­te más rui­na, des­em­pleo, ham­bre, etc. 

El Valle del Arti­bo­ni­te, cora­zón de la pro­duc­ción arro­ce­ra del país, en cri­sis ter­mi­nal des­de la déca­da del ‘90.

Como resul­ta­do, Hai­tí pasó de ser prác­ti­ca­men­te auto­su­fi­cien­te en la pro­duc­ción del ele­men­to prin­ci­pal de su die­ta nacio­nal a impor­tar­lo masi­va­men­te. Aun­que el caso del arroz sea el más dra­má­ti­co, está lejos de ser el úni­co. La nación pasó de impor­tar menos del 20 por cien­to de sus ali­men­tos a comien­zos de los ‘80, a impor­tar más del 55 por cien­to del exte­rior en la actua­li­dad, sobre todo des­de Esta­dos Uni­dos y Repú­bli­ca Dominicana. 

Este ciclo redun­dó en la des­truc­ción par­cial de la tra­di­cio­nal agri­cul­tu­ra cam­pe­si­na. Hay quien la lla­ma­rá “de sub­sis­ten­cia” pero para el cam­pe­sino local se tra­tó en cam­bio de una agri­cul­tu­ra “de abun­dan­cia”, si con­si­de­ra­mos como la libe­ra­li­za­ción comer­cial ha gene­ra­li­za­do el fenó­meno del ham­bre en la actua­li­dad. Por otro lado, la rela­ción entre asis­ten­cia ali­men­ta­ria y ham­bre es direc­ta, como suce­dió con el pro­gra­ma “Tikè Man­je” y otros desa­rro­lla­dos por la USAID, a tra­vés de sis­te­mas de cupo­nes de com­pra que solo per­mi­ten a la pobla­ción acce­der a pro­duc­tos norteamericanos. 

Agri­trans S.A: la nave insignia

Sobre este esce­na­rio de tie­rra arra­sa­da comen­zó a tomar for­ma, tras la coyun­tu­ra del devas­ta­dor terre­mo­to de enero del 2010, el pro­yec­to de agri­cul­tu­ra trans­na­cio­nal, des­te­rri­to­ria­li­za­da y finan­cia­ri­za­da. Trans­na­cio­nal, por la gra­vi­ta­ción domi­nan­te de los capi­ta­les exter­nos, más allá de la reso­na­da publi­ci­dad de cier­tos “empren­de­do­res” loca­les. Des­te­rri­to­ria­li­za­da por­que el espa­cio local se vuel­ve una suer­te de no lugar para los capi­ta­les que mol­dean el terri­to­rio a su ima­gen y seme­jan­za: lo mis­mo valen las bana­nas de Hai­tí o de Gua­da­lu­pe, la soja de Bra­sil o Para­guay, el azú­car de caña del Cari­be o el azú­car de remo­la­cha euro­peo, etc. Y finan­cia­ri­za­da por­que lo que esta agri­cul­tu­ra tien­de a pro­du­cir no son ali­men­tos, sino divi­sas. Se tra­ta, en defi­ni­ti­va, de una agri­cul­tu­ra que no sacia a nadie más que al ham­bre de valo­ri­za­ción del capital. 

Un rodeo cau­te­lo­so de la mano de un buen baqueano local nos per­mi­tió ingre­sar en las tie­rras de Agri­trans S.A, la empre­sa del pre­si­den­te de fac­to Jove­nel Moï­se, la cual sal­tó a la fama por su invo­lu­cra­mien­to en uno de los mayo­res des­fal­cos de fon­dos públi­cos de la his­to­ria del país, por un valor equi­va­len­te a un cuar­to del PBI nacio­nal. Así lo cons­ta­ta­ron sen­das inves­ti­ga­cio­nes del Sena­do ‑antes de su clau­su­ra en enero de 2020- y del Tri­bu­nal Supe­rior de Cuen­tas, antes de su reduc­ción, por decre­to pre­si­den­cial, a nada más que un mero órgano consultivo. 

Un temor reve­ren­cial envuel­ve todo lo rela­ti­vo a esta exten­sión fun­dia­ria entre los habi­tan­tes de la zona de Limo­na­de y Terrier-Rou­ge, en el Depar­ta­men­to Nor­des­te. Y para quién no sien­ta temor ni res­pe­to, allí están las pos­tas de guar­dias arma­dos para recor­dár­se­lo. Estos die­ron la voz de alto y ame­na­za­ron con dis­pa­rar ape­nas redu­ci­mos la velo­ci­dad en la moto en que reco­rri­mos su perí­me­tro sobre la Ruta Nacio­nal Núme­ro 6. Impo­si­bi­li­ta­dos de fil­mar o foto­gra­fiar sus acce­sos, debi­mos entrar clan­des­ti­na­men­te al pre­dio por unos alam­bra­dos tor­ci­dos a la vera de un canal. Sor­pre­si­va­men­te, una pla­ni­cie yer­ma se exten­dió enton­ces ante noso­tros. Sea por los daños ambien­ta­les resul­tan­tes de una pro­duc­ción inten­si­va sin rota­ción de cul­ti­vos, o qui­zás por­que la tenen­cia de estas tie­rras sir­ve hoy más a la afir­ma­ción de poder local que al pro­ce­so de acu­mu­la­ción real, no vimos ni ras­tros de un sem­bra­dío. Agri­trans S.A. es hoy un enor­me lati­fun­dio bal­dío, rodea­do de mul­ti­tu­des cam­pe­si­nas que no pue­den acce­der siquie­ra a un “pañue­lo de tie­rra”, según la elo­cuen­te expre­sión local.

Aquí se implan­tó el pro­yec­to “Nou­rri­bio” des­de el año 2013, en las tie­rras del que se con­ver­ti­ría leu­go en el pre­si­den­te del país. Las 1.000 hec­tá­reas fren­te a las que nos encon­tra­mos fue­ron dona­das para un pro­yec­to que con­tem­pla­ba la pro­duc­ción inten­si­va de bana­nas, des­ti­na­das prin­ci­pal­men­te a la expor­ta­ción hacia los paí­ses occi­den­ta­les. Adqui­rió ade­más la for­ma de zona fran­ca, que­dan­do exo­ne­ra­da de impues­tos y otras ero­ga­cio­nes. La tie­rra para su implan­ta­ción fue expro­pia­da a 3.000 cam­pe­si­nos, y otor­ga­da en con­ce­sión por un pla­zo, reno­va­ble, de 25 años. Las alu­di­das pro­me­sas de empleo que­da­ron muy por deba­jo de las expec­ta­ti­vas: ape­nas 200 per­so­nas esta­ban sien­do emplea­das según infor­ma­cio­nes del año 2014. ¿Y las per­so­nas expro­pia­das? El peque­ño mon­to de su indem­ni­za­ción fue uti­li­za­do en las peque­ñas nece­si­da­des de la vida coti­dia­na. Sin tie­rras don­de tra­ba­jar ni pro­du­cir, sus “bene­fi­cia­rios” pron­to se vie­ron des­em­plea­dos, expul­sa­dos a la capi­tal o al extran­je­ro, o redu­ci­dos al ham­bre, cuan­do no una com­bi­na­ción de todas las posi­bi­li­da­des anteriores.

Según el espe­cia­lis­ta Geor­ges Eddy Lucien, ante la cri­sis de la pro­duc­ción bana­ne­ra en los depar­ta­men­tos fran­ce­ses de ultra­mar (Gua­da­lu­pe y Mar­ti­ni­ca), “el Nor­des­te ‑de Hai­tí- apa­re­ce a los ojos de los inver­so­res o de las ins­ti­tu­cio­nes inter­na­cio­na­les como un terri­to­rio ideal y alter­na­ti­vo, don­de los cos­tos de pro­duc­ción (mano de obra, tie­rra dis­po­ni­ble) son neta­men­te infe­rio­res…”. La pau­pe­ri­za­ción del tra­ba­ja­dor y la tra­ba­ja­do­ra hai­tia­na, han lle­va­do a que el sala­rio de un tra­ba­ja­dor agrí­co­la pue­da lle­gar a ser 25 veces infe­rior -¡25!- que los de un mar­ti­ni­qués. Ni que hablar si lo com­pa­ra­mos con los sala­rios pro­me­dio de un fran­cés o un norteamericano.

La his­to­ria es un boo­me­rang. El pri­mer car­ga­men­to de Agri­trans lle­gó al puer­to de Ambe­res, en Bél­gi­ca, en 2015. El mis­mo puer­to que flo­re­ció duran­te la tra­ta escla­vis­ta y duran­te el rei­na­do de Leo­pol­do II. Ayer lle­ga­ban allí miles de kilos de mar­fil y cau­cho, pro­duc­to de la explo­ta­ción escla­vis­ta en el Con­go Bel­ga. Hoy se tra­ta de bana­nas pro­ve­nien­tes de Hai­tí, pro­du­ci­das por una de las fuer­zas labo­ra­les más pau­pe­ri­za­das del planeta. 

Ope­ra­ción despojo

Sin embar­go, al menos la cons­truc­ción de Agri­trans S.A. impli­có meca­nis­mos que lla­ma­re­mos cua­si-lega­les ‑aun­que no mora­les- a tra­vés de la expro­pia­ción y la indem­ni­za­ción de pro­pie­da­des cam­pe­si­nas, recau­dos toma­dos, qui­zás, por la visi­bi­li­dad inter­na­cio­nal del proyecto. 

Pero la polí­ti­ca de aca­pa­ra­mien­to de tie­rras se ha pro­fun­di­za­do en los últi­mos años según lo mani­fes­tó la diri­gen­cia de las prin­ci­pa­les orga­ni­za­cio­nes cam­pe­si­nas duran­te un recien­te colo­quio sobre el tema rea­li­za­do en la región cen­tral. Allí, por ejem­plo, el gobierno nacio­nal cedió por decre­to nada menos que 8.600 hec­tá­reas de tie­rras fér­ti­les a la fami­lia Apaid, una de las más ricas del país. Se supo­ne que allí se cons­trui­rá otra zona fran­ca agrí­co­la, pero esta vez para la pro­duc­ción y expor­ta­ción de ste­via para la mul­ti­na­cio­nal Coca-Cola. 

Chris­tia­ne Fon­ro­se y su espo­so pre­pa­ran car­bón vege­tal en las tie­rras apro­pia­das de Terrier Rouge.

Pero vol­va­mos al Nor­des­te. Tras lar­gas cami­na­tas por cami­nos rura­les intran­si­ta­bles, ane­ga­dos por la llu­via, el barro y la desidia esta­tal, pudi­mos visi­tar varias comu­ni­da­des que han sufri­do y enfren­tan hoy el des­po­jo de sus tie­rras por par­te de lati­fun­dis­tas loca­les, empre­sas extran­je­ras y ban­das armadas.

En Terrier Rou­ge, nos rela­ta Ire­né Cinic Antoi­ne del movi­mien­to “Peque­ños plan­ta­do­res” que su pose­sión de una impor­tan­te par­ce­la de 6 mil hec­tá­reas de tie­rra se remon­ta al año 1986. Y que en 1995, bajo el gobierno pro­gre­sis­ta de Jean-Ber­trand Aris­ti­de, se ini­ció el pro­ce­so para lega­li­zar su tenen­cia. Des­de enton­ces las tie­rras comu­nes estu­vie­ron divi­di­das entre las labo­res de la agri­cul­tu­ra, la siem­bra de árbo­les para car­bón vege­tal y la gana­de­ría. Inclu­so su dere­cho de pro­pie­dad lle­gó a publi­car­se en el perío­di­co ofi­cial del Esta­do, pero tiem­po des­pués los docu­men­tos pro­ba­to­rios fue­ron des­apa­re­ci­dos por manos anónimas. 

Hace poco más de un año un gru­po fuer­te­men­te arma­do irrum­pió des­ba­ra­tan­do los cul­ti­vos, roban­do o ase­si­nan­do sus ani­ma­les, des­tru­yen­do las cer­cas, las edi­fi­ca­cio­nes y sus esca­sos imple­men­tos agrí­co­las. Evi­den­te­men­te no se tra­tó ni de veci­nos ni de afi­cio­na­dos, dado que el ope­ra­ti­vo con­tó con el des­plie­gue de cos­to­sas maqui­na­rias bull­do­zer. Aún hoy las tie­rras del des­po­jo per­ma­ne­cen impro­duc­ti­vas, y los cam­pe­si­nos son ame­na­za­dos cons­tan­te­men­te para que no inten­ten recu­pe­rar­las. Has­ta el momen­to nin­gu­na ins­tan­cia esta­tal les ha dado res­pues­ta. “Sin la tie­rra, afue­ra de la tie­rra, los cam­pe­si­nos no vale­mos nada. Noso­tros mis­mos los vota­mos, pero pare­ce que aho­ra ya no nos nece­si­tan” con­clu­ye Antoine.

Tam­bién con­ver­sa­mos con Chris­tia­ne Fon­ro­se y su espo­so, mien­tras ambos ati­zan el fue­go de la mon­ta­ña de tie­rra en cuyo inte­rior arde la made­ra que se con­ver­ti­rá en car­bón. Se tra­ta de uno de los esca­sos medios de super­vi­ven­cia que que­dan en la región, aun­que sus cos­tos eco­ló­gi­cos son bien cono­ci­dos por todos, en par­ti­cu­lar por el cam­pe­si­na­do. Des­de su fe inque­bran­ta­ble, nos rela­ta Fon­ro­se: “La tie­rra es una cosa de Dios, que Dios creó para noso­tros. Antes de crear a sus hijos, Dios creó la tie­rra. (…) Pero des­pués nos qui­ta­ron la tie­rra de las manos. Hoy en día no tene­mos don­de sem­brar, don­de pas­tar algu­nos peque­ños ani­ma­les, los niños no pue­den ir a la escue­la (…) Esta­mos en una situa­ción muy difícil”. 

Tam­bién pudi­mos visi­tar a orga­ni­za­cio­nes cam­pe­si­nas de Grand Bas­sin que resis­ten en estos momen­tos la hos­ti­li­dad per­ma­nen­te de acto­res invi­si­bles que pre­ten­den adue­ñar­se de tie­rras que les fue­ron cedi­das por el Esta­do, nue­va­men­te duran­te los tiem­pos de Aris­ti­de. Lue­go de una nue­va y lar­ga mar­cha por los difí­ci­les cami­nos rura­les, nues­tra entre­vis­ta debió dis­cu­rrir bajo una llu­via sin tre­gua, dado que has­ta los techos y las puer­tas de la peque­ña vivien­da que se empla­za en la par­ce­la les fue­ron roba­dos. Aquí, a la vera de mon­ta­ñas ricas en mine­ra­les, 1500 cam­pe­si­nos y cam­pe­si­nas orga­ni­za­das supie­ron tra­ba­jar 148 kawo de tie­rra (cer­ca de 200 hec­tá­reas) para pro­du­cir de for­ma sobe­ra­na y agro­eco­ló­gi­ca caña, maíz, man­dio­ca e inclu­so miel y kle­ren ‑un aguar­dien­te de caña campesino-. 

Los y las cam­pe­si­nas de MOPAG resis­ten des­de años los inten­tos de des­alo­jos en Grand Bassin.

Hoy ape­nas que­dan unas 350 per­so­nas, entre ellos un puña­do de jóve­nes ape­nas: la mayo­ría se han vis­to for­za­dos a migrar a la capi­tal Puer­to Prín­ci­pe o inclu­so al extran­je­ro. En la lar­ga gue­rra de ase­dio que sufren des­de enton­ces, ape­nas si el Ins­ti­tu­to Nacio­nal de la Refor­ma Agra­ria (INARA) se atre­vió a tomar par­ti­do por ellos. Casual­men­te, según tras­cen­dió en estos días, el gobierno de Moï­se bus­ca­ría eli­mi­nar este orga­nis­mo en la nue­va Cons­ti­tu­ción que aho­ra pre­pa­ra. Según Wil­son Mes­si­dor, diri­gen­te de MOPAG, el pro­yec­to de des­po­jar­los de sus tie­rras esta­ría estre­cha­men­te vin­cu­la­do a los recur­sos mine­ros de la zona, y a la cons­truc­ción de los lla­ma­dos villa­ge, barrios resi­den­cia­les semi cerra­dos que la USAID cons­tru­ye para los obre­ros de las zonas francas. 

La USAID apa­re­ce, de hecho, como la auto­ri­dad civil de fac­to en estos terri­to­rios, y sus pro­yec­tos no cesan de cre­cer y mul­ti­pli­car­se como lo indi­can los nume­ro­sos car­te­les que se empla­zan a la vera de los cami­nos. Según nos refie­re de for­ma anó­ni­ma un inge­nie­ro cubano, la mega orga­ni­za­ción de coope­ra­ción nor­te­ame­ri­ca­na ope­ra a tra­vés de prés­ta­mos y pro­yec­tos, endeu­dan­do al esta­do y a las comu­ni­da­des, para garan­ti­zar así el con­trol de áreas estra­té­gi­cas por sus recur­sos hídri­cos o mineros. 

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Poco impor­ta, siguien­do la metá­fo­ra de Eduar­do Galeano, si el monar­ca es el Rey Bana­na, la Rei­na Ste­via o el Rey Manu­fac­tu­ra. Hai­tí sigue sien­do deter­mi­na­do por las ben­di­cio­nes de la natu­ra­le­za y las mal­di­cio­nes de ‑quie­nes domi­nan- la his­to­ria. Segui­re­mos, en la pró­xi­ma nota, des­en­tra­ñan­do los mis­te­rios de este “pobre rico país” que, en la divi­sión inter­na­cio­nal del tra­ba­jo, ha sido some­ti­do a la tarea de expor­tar pobre­za e impor­tar ayu­da huma­ni­ta­ria. Habla­re­mos allí de las zonas fran­cas indus­tria­les y del rocam­bo­les­co pro­yec­to de hacer de Hai­tí el “Tai­wán de América”. 

Itu­rria /​Fuen­te

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