Argen­ti­na. La deli­ca­da tarea de vivir en un burbuja

Por Tati Gold­man, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 3 de mar­zo 2021.

El regre­so a las cla­ses pre­sen­cia­les en la Ciu­dad de Bue­nos Aires estu­vo ten­sio­na­do por muchí­si­mas dudas y una úni­ca cer­te­za: nada es igual que antes. Las for­mas de con­vi­vir entre pibxs, fami­lias y docen­tes se rede­fi­nen día a día, y cam­bian de escue­la en escue­la. ¿Cómo se apren­de y se ense­ña cuan­do el futu­ro a cor­to pla­zo no ofre­ce garan­tías? Pro­ble­mas edi­li­cios, mala­ba­res peda­gó­gi­cos, reen­cuen­tros, expec­ta­ti­vas y nue­vas for­mas de vin­cu­lar­se a la dis­tan­cia en esta cró­ni­ca de Tali Goldman.

Como — casi— todos los días, por las tar­des, Mateo va a la pla­za Velez Sar­field, a poqui­tas cua­dras de don­de vive, en Flo­res­ta. Ahí pasa las horas con su her­mano y sus veci­nas. Aho­ra corre, se escon­de, jue­ga a la man­cha mien­tras Lucia­na, su mamá, lo mira a un par de metros. Cuan­do la man­cha lo alcan­za y ape­nas lo toca, Mateo no se con­vier­te sino que se que­da petri­fi­ca­do en el lugar, pone los bra­zos pega­dos al cos­ta­do del cuer­po, aprie­ta los puños bien fuer­te y empie­za a gri­tar. El bar­bi­jo le tapa casi toda la cara y lo úni­co que pue­de ver su mamá son sus ojos. Están lle­nos de furia y ella se pre­gun­ta por qué.

Horas antes de ese pri­mer día de cla­ses, Mateo se levan­tó a las sie­te, desa­yu­nó, se puso el guar­da­pol­vo, su bar­bi­jo des­car­ta­ble, y cami­nó diez cua­dras con su mamá has­ta el cole­gio. Es un caso atí­pi­co: sólo uno de cada cin­co estu­dian­tes de CABA vive a menos de un kiló­me­tro de su escue­la y casi el 60% está a vein­te o más. En la entra­da, Mateo vio que había menos alum­nos: sólo cur­sa­ban pri­me­ro, segun­do y ter­cer gra­do de mane­ra escalonada. 

A él le toca­ba ingre­sar a las ocho. En la puer­ta, le dijo a Lucia­na que se que­da­ra tran­qui­la, que a la sali­da le iba a con­tar minu­to a minu­to cómo había sido el pro­to­co­lo en su pri­mer día de ter­cer gra­do. Sus papás esta­ban muy ner­vio­sos. ¿Regre­so a cla­ses de mane­ra pre­sen­cial? ¿Cómo se apli­ca­ría el pro­to­co­lo? ¿El edi­fi­cio ofre­cía garan­tías? ¿Habría sufi­cien­tes ven­ta­nas, ven­ti­la­ción, dis­tan­cia? ¿Cómo iban a orde­nar la entra­da? ¿Y la sali­da? ¿Por qué vol­ver cuan­do las vacu­nas a los docen­tes no esta­ban garan­ti­za­das? ¿Las con­di­cio­nes esta­ban dadas para que regresara?

Mateo hizo la fila y antes de entrar espe­ró a que las maes­tras le toma­ran la tem­pe­ra­tu­ra y le pusie­ran alcohol en gel. Cuan­do lle­gó al aula, se dio cuen­ta de que todas las mesas esta­ban ocu­pa­das. ¿Y él? ¿Dón­de se iba a sen­tar? Por los pro­to­co­los, el pasi­llo tam­bién era par­te de la cla­se. Miró para un lado, miró para el otro y fue, sólo, a sen­tar­se detrás de la puer­ta: no podía ver a su maes­tra, aun­que sí alcan­za­ba a escu­char­la. Pedía que copia­ran del piza­rrón el día y el cli­ma. Mateo cru­zó la puer­ta, se sen­tó a un cos­ta­do, en el piso, e inten­tó escri­bir sobre su rega­zo. Le resul­tó tan incó­mo­do que le dijo a la seño que mejor vol­ver al pasi­llo, con su mesa. Le que­da­ba el con­sue­lo de sen­tar­se sólo: seis de cada diez escue­las no cuen­tan con ban­cos individuales.

¿Es por todo eso que Mateo aho­ra está gri­tan­do? ¿Por los segun­dos que pasó sólo en el pasi­llo, afue­ra del aula? ¿Por ser el úni­co que se sen­tó en una silla sin ban­co? ¿Por no tocar a nadie ni com­par­tir nada como le habían dicho sus papás y lue­go su maes­tra? ¿O por­que esta­ba feliz de reen­con­trar­se con sus ami­gos des­pués de un año, de vol­ver a esas aulas, a esos pasi­llos, a ese patio? Mateo gri­ta por todo eso y se abra­za con su mamá, que tam­bién llo­ra con él y lo cal­ma. Des­pués se seca las lágri­mas y se con­vier­te en man­cha, otra vez. 

El regre­so a las cla­ses pre­sen­cia­les en la Ciu­dad de Bue­nos Aires estu­vo ten­sio­na­do por muchí­si­mas dudas y una úni­ca cer­te­za: nada es igual que antes. Nada. Aun­que exis­ta un pro­to­co­lo esta­ble­ci­do por el gobierno por­te­ño, cada escue­la es un mun­do: en algu­nas los alum­nos van todos los días pocas horas, en otras van sólo dos veces por sema­na, están las que cum­plen jor­na­da com­ple­ta de lunes a vier­nes e inclu­so hay estu­dian­tes que van alter­na­da­men­te una sema­na sí y otra sema­na no. Nada es lineal. Ni entre las escue­las públi­cas, ni entre las pri­va­das. Es una situa­ción atra­ve­sa­da por gri­ses, con­tra­dic­cio­nes, ale­grías con­te­ni­das: un pro­ce­so com­ple­jo que se rede­fi­ne día a día. “Cru­zar los dedos y tocar made­ra”, pare­ce ser el lema que uni­fi­ca a toda la comu­ni­dad educativa. 

***

—Aho­ra que empe­cé el jar­dín ¿pue­do pedir un deseo? 

—Sí, cla­ro.

—Pido que se vaya el virus.

Gael y su papá Damián están en el super­mer­ca­do y aca­ban de salir del pri­mer día de sali­ta de 4 de una escue­la pri­va­da de Pater­nal. Damián, psi­có­lo­go, tie­ne una noti­cia para darle.

—Gael, papi con­si­guió turno para vacu­nar­se, ¡se va a vacu­nar con­tra el virus!

Gael fre­nó. Lo miró. 

—¡Qué bue­noooooooo papiiiiiiiiiii qué bueno! ¡Hoy es el mejor día del mundo!

Damián no aguan­ta las lágri­mas. Hace unas sema­nas, cuan­do empe­za­ron las reunio­nes vir­tua­les para expli­car los pro­to­co­los de regre­so al jar­dín, Gael le decía: “Yo sin uste­des no voy ni loco a nin­gún lado”. Damián y Ber­na, su novia, esta­ban muy angus­tia­dos. Duran­te los últi­mos meses del 2020, se la pasó en la cama de sus papás y con­tan­do lo feliz que esta­ba con ellos, cuán­to le gus­ta­ba estar en su casa, en su habi­ta­ción con sus jue­gos y sus cosas. No que­ría saber nada ni con un jar­dín, ni con nin­gu­na Seño, ni con ami­gos. Por eso, para Damián y Ber­na era fun­da­men­tal que Gael tuvie­ra un espa­cio para socia­li­zar y vin­cu­lar­se con otros. 

Debie­ron hacer un tra­ba­jo fino para incen­ti­var las ganas de su hijo. Arma­ron un calen­da­rio con dibu­jos para ir tachan­do los días que fal­ta­ban, repa­sa­ron can­cio­nes y, cla­ro, pen­sa­ron qué dirían sus nue­vos ami­gos cuan­do vie­ran el super bar­bi­jo de Spiderman. 

El día que vol­vió a la escue­la, divi­die­ron su cla­se en dos gru­pos de once chi­cos, con una Seño para cada uno. Gael jugó con blo­ques, dibu­jó, escu­chó can­cio­nes y vio son­reír a su Seño Vane, que lle­va­ba bar­bi­jo y más­ca­ra trans­pa­ren­tes. A Gael, el de Spi­der­man le escon­día la risa: ella ape­nas vio cómo le bri­lla­ban los ojos. 

***

Tuvo que repe­tir su nom­bre una vez, dos veces, tres veces. Sus alum­nos de pri­mer gra­do no la enten­dían cuan­do ella les habla­ba detrás del bar­bi­jo. ¿Maia? ¿Mar­ta? ¿María?

Mai­ra, M‑a-i-r‑a: es la pro­fe de músi­ca y, ade­más, can­tan­te y locu­to­ra. Su voz es su herra­mien­ta de tra­ba­jo. Si el pri­mer día ter­mi­na­ba a los gri­tos pron­to que­da­ría afó­ni­ca. Sobre todo por­que tenía todos los cur­sos de pri­me­ro a sex­to en dos escue­las esta­ta­les. May­ra es par­te del dis­po­si­ti­vo que con­tem­pla 2880 ins­ti­tu­cio­nes de ges­tión y admi­nis­tra­ción públi­ca y privada. 

Sus inquie­tu­des empe­za­ron una sema­na antes, cuan­do le con­ta­ron el pro­to­co­lo en las reunio­nes de docen­tes. ¿Cómo ense­ñar can­cio­nes si can­tar con el bar­bi­jo pues­to es impo­si­ble? ¿Cómo tocar otros ins­tru­men­tos si no se pue­den com­par­tir? ¿Cómo dar una cla­se de músi­ca en esta nue­va normalidad? 

Mai­ra encon­tró rápi­do una mane­ra de no poner en ries­go su voz: se com­pró un micró­fono y un par­lan­te de su bol­si­llo, algo que muchas docen­tes imple­men­ta­ron. Algu­nas van por los inalám­bri­cos, otras, con peque­ños o gran­des parlantes.

Ese pri­mer día, des­pués de la pre­sen­ta­ción y de encen­der el micró­fono, Mai­ra enten­dió que la úni­ca acti­vi­dad posi­ble era hacer­los bai­lar. Puso músi­ca y les pidió que se movie­ran en el lugar. Los chi­cos y chi­cas se mira­ron. ¿Bai­lar solos? ¿A dis­tan­cia? Empe­za­ron a sacu­dir las pier­nas y bra­zos, tími­dos, pero de a poco se sol­ta­ron has­ta que todo el gru­po se ani­mó. Mai­ra pudo ver en sus cuer­pos la ale­gría compartida.

***

Jue­ves 17 de febre­ro. Hoy es un día solea­do, escri­bió Luci­la con letra impren­ta gran­de, fuer­te, en su pri­mer día de segun­do gra­do. Luci­la va a una escue­la públi­ca de Flo­res­ta que has­ta mar­zo del 2020 era jor­na­da com­ple­ta. Aho­ra, con el pro­to­co­lo, divi­die­ron el gra­do en dos. A ella le tocó el turno mañana. 

Al medio­día, antes de almor­zar, le mues­tra la tarea a su mamá, Vic­to­ria. Mien­tras lee el cua­derno tapa ama­ri­lla con orgu­llo, su hija le cuen­ta cómo estu­vo ese día un poco “raro”. En la hoja siguien­te, revi­sa una foto­co­pia pega­da. La hoja, divi­di­da en seis cua­dros, tie­ne con­sig­nas para com­ple­tar. “Evi­te­mos el con­tac­to a la entra­da y la sali­da”: No besos, no abra­sos, escri­bió Luci­la; “Uso tapa­bo­ca”: uso correc­to del bar­bi­jo case­ro en la boca, naris y pera, agre­gó; “Uso alcohol en gel”: en las manos; “Me lavo las manos”: con agua y jabon; “Recor­dá siem­pre man­te­ner la dis­tan­cia”: Dos metros de los demás; “No com­par­ti­mos obje­tos”: bote­lli­ta, lapis y goma de borrar. 

Vic­to­ria no sabe si reír o llo­rar. Sabe, son las pos­ta­les de este nue­vo tiem­po. Aun­que lo que más le lla­ma la aten­ción es el últi­mo ejer­ci­cio. La maes­tra les pidió que entre todos pen­sa­ran dis­tin­tas for­mas de salu­do y las dibu­ja­ran. La úni­ca con­di­ción: no tocar­se con el otro. Entre pali­tos y cir­cu­li­tos, Luci­la dibu­jó: el salu­do Apa­che, esti­ran­do la pal­ma de la mano; el roc­ke­ro, levan­tan­do el índi­ce, el meñi­que y el gor­do; el salu­do des­de el cora­zón, ponien­do la mano en el pecho; el tai­lan­dés, hacien­do una reve­ren­cia; el japo­nés, jun­tan­do las dos pal­mas de las manos e incli­nan­do la cabeza. 

Al final de la hoja la seño escri­bió con biro­me la tarea para el día siguien­te: “Pien­so un nue­vo salu­do y lo dibu­jo”. Luci­la frun­ce el ceño, con­cen­tra­da, y piensa.

—El gato chino mamá, el que mue­ve la mano para arri­ba y aba­jo. Ese pue­de ser un buen saludo.

***

Azul empe­zó pri­mer gra­do en 2020. El entu­sias­mo de pasar a la pri­ma­ria le duró 15 días. Se tuvo que adap­tar a una nue­va for­ma de cur­sa­da y al apren­di­za­je de nue­vos con­te­ni­dos, inclui­do el pro­ce­so de alfa­be­ti­za­ción, sin siquie­ra cono­cer del todo la vida esco­lar “nor­mal”. Muchas veces los hora­rios de sus cla­ses coin­ci­dían con los de su her­mano Lucio, o se super­po­nían con el tra­ba­jo de su mamá: duran­te la sema­na la note­book fue un terri­to­rio de dispu­ta. Pero al menos tenían una compu­tado­ra, a dife­ren­cia de muchos de sus ami­gos y ami­gas. Azul y Lucio van a dis­tin­tas escue­las públi­cas del Dis­tri­to Esco­lar 1 y varios de sus com­pa­ñe­ros viven en el Barrio 31, don­de la mayo­ría no tie­ne acce­so a la conectividad. 

Un mes antes de que comen­za­ran las cla­ses, a prin­ci­pios enero, el legis­la­dor del Fren­te de Todos Juan Manuel Val­dés denun­ció a Hora­cio Rodrí­guez Larre­ta por Twit­ter: “¿Expli­ca­rán @horaciorlarreta y @Soledad_Acunia cómo es que deci­die­ron recor­tar 371 millo­nes de pesos al Plan Sar­mien­to en un año de pan­de­mia? ¿O segui­rán fin­gien­do que les impor­ta la vuel­ta a cla­ses?”. Lo cier­to es que median­te una reso­lu­ción publi­ca­da en el Bole­tín Ofi­cial el 4 de enero, el Gobierno de la Ciu­dad modi­fi­có las par­ti­das pre­su­pues­ta­rias des­ti­na­das al Plan Sar­mien­to— el pro­gra­ma que pro­vee de dis­po­si­ti­vos tec­no­ló­gi­cos a los estu­dian­tes de escue­las esta­ta­les— redi­rec­cio­nan­do más de 370 mil millo­nes de pesos hacia otras áreas. Val­dés tam­bién cues­tio­nó el recor­te sobre los fon­dos para infra­es­truc­tu­ra esco­lar: “El GCBA deci­dió recor­tar un ¡70%! la inver­sión en infra­es­truc­tu­ra edu­ca­ti­va. En 2020 la inver­sión fue de apro­xi­ma­da­men­te 3 MIL MILLONES DE PESOS. El 2021 nos espe­ra con MIL MILLONES DE PESOS”.

Cuan­do la inmi­nen­cia del regre­so a la pre­sen­cia­li­dad los sor­pren­dió, Azul y Lucio se entu­sias­ma­ron por el reen­cuen­tro con los com­pa­ñe­ros y, sobre todo, por vol­ver al espa­cio de la escue­la. Como madre, Cla­ra se sin­tió un poco “extor­sio­na­da”: nadie, ni las escue­las, ni el gobierno de la Ciu­dad, le garan­ti­za­ban que sus hijes acce­die­ran a cla­ses remo­tas si deci­día no expo­ner­los a la pre­sen­cia­li­dad. Por eso, los días pre­vios se la pasó repi­tien­do con­se­jos sobre cuidados. 

Azul y Lucio tie­nen el mis­mo sis­te­ma: van una sema­na de corri­do y la siguien­te “cur­san de mane­ra vir­tual”: un eufe­mis­mo para hablar de cin­co días reple­tos de tareas que sus padres y madres deben impri­mir o foto­co­piar. Cla­ra tie­ne varias dudas. ¿Y si no coin­ci­den las sema­nas de ambos hijes? ¿Quién cui­da a uno mien­tras al otro le toca pre­sen­cia­li­dad? La mayo­ría de los padres y madres com­pa­ñe­ros de Azul y Lucio tie­nen tra­ba­jos pre­ca­ri­za­dos, muchos de los cua­les cobran por día. ¿Cómo adap­tar la vida de cua­tro horas por día de escue­la con los cuidados? 

A Cla­ra tam­bién le preo­cu­pa la segu­ri­dad de la escue­la y la ade­cua­ción de las aulas. Por eso, le rega­ló cin­cuen­ta bar­bi­jos a las dos maes­tras de sus hijes. Ambas le agra­de­cie­ron como si les hubie­ra lle­va­do una pie­dra pre­cio­sa. Ese pri­mer día, el gobierno de la Ciu­dad no les había pro­vis­to de bar­bi­jos. Inclu­so, muchos chi­cos y chi­cas no lo tenían.

***

Esti­ma­das fami­lias: Ante la nue­va infor­ma­ción reci­bi­da por todos por par­te de la fami­lia de Valen­ti­na, la escue­la sus­pen­de­rá los encuen­tros pre­sen­cia­les de quin­to gra­do has­ta nue­vo avi­so. Equi­po de conducción 

Gerar­do lee el mail de la escue­la mien­tras escu­cha rezon­gar de fon­do a su hija Sol, que va a una públi­ca de Caba­lli­to. Ella había arran­ca­do la sema­na con mucha expec­ta­ti­va. Esta­ba feliz: iría cua­tro veces por sema­na, tres horas por día. El lunes todo bien, el mar­tes, todo bien, el miér­co­les, todo bien. El jue­ves, en el Whatsapp de padres y madres, la mamá de Valen­ti­na con­tó que su hija tenía fie­bre muy alta. Gerar­do no dudó y muy a pesar de Sol deci­dió que no fue­ra el vier­nes. Sol está angus­tia­da y frus­tra­da. No pen­só que las cla­ses en la escue­la se inte­rrum­pi­rían tan rápi­do. Has­ta el 25 de febre­ro, se asi­la­ron ochen­ta y ocho bur­bu­jas esco­la­res des­de el ini­cio de las cla­ses pre­sen­cia­les. De ellas, 48 que­da­ron sin acti­vi­dad. Para el mis­mo perío­do, se regis­tra­ron 304 casos posi­ti­vos de coro­na­vi­rus entre docen­tes y no docentes.

Julia tam­bién pasó por la mis­ma incer­ti­dum­bre. Sus melli­zos Cami­lo y Feli­pe empe­za­ron sali­ta de tres en una escue­la públi­ca de Paler­mo. La pri­me­ra acti­vi­dad fue divi­dir en dos al gru­po de 25 chi­cos. Des­pués de dos días de jar­dín, una fami­lia del otro turno dio posi­ti­vo de COVID-19. ¿Tenía que alar­mar­se? Sí, por­que la docen­te era la mis­ma. “Enton­ces ¿De qué sir­ven las bur­bu­jas?”, se pre­gun­ta­ron varios padres y madres en el gru­po de Whatsapp. ¿Está bien pen­sa­do el esque­ma? La res­pues­ta de la direc­ción fue sus­pen­der la pre­sen­cia­li­dad duran­te diez días. 

Como tui­teó la comu­ni­ca­do­ra Pau­li­na Cos­si: “Ya conoz­co tres ´bur­bu­jas´ ais­la­das por con­tac­tos estre­chos en escue­las. Arran­có el estre­sa­zo lec­ti­vo 2021”.

***

El gru­po de “padres y madres” de sala de 4 de una escue­la públi­ca de Villa Urqui­za está esta­lla­do. El deba­te: si la coope­ra­do­ra pue­de com­prar o ges­tio­nar fil­tros de aire por­que así no está garan­ti­za­da la ven­ti­la­ción de la escue­la. Como el edi­fi­cio es anti­guo la mayo­ría de las aulas no tie­nen cir­cui­to de aire al exte­rior: sólo puer­tas y pocas ven­ta­nas que dan a un patio techa­do. Según un infor­me de la Unión de Tra­ba­ja­do­res del Esta­do (UTE) en el que se rele­va­ron 611 esta­ble­ci­mien­tos edu­ca­ti­vos, un 66,9% de las aulas en CABA no cuen­ta con la ven­ti­la­ción nece­sa­ria para pre­ve­nir el Covid. Ade­más, nin­gu­na de las escue­las tie­ne medi­dor de dió­xi­do de car­bono, una de las medi­das que toma­ron paí­ses de Euro­pa para evi­tar el con­ta­gio a tra­vés de aerosoles.

Fer­nan­da está ansio­sa por el regre­so de su hijo Ney y lo escri­be en el chat. Aun­que cree que el pro­to­co­lo del gobierno por­te­ño es imprac­ti­ca­ble: le pare­ce un “chis­te” que solo garan­ti­cen “alcohol en gel y lavan­di­na”. Por eso, el pri­mer día puso papel higié­ni­co y rollo de coci­na en la mochi­la de su hijo, algo que ni siquie­ra esta­ba garan­ti­za­do en la pre pan­de­mia. Lle­ga­ron jun­tos unos minu­tos antes de que empe­za­ra el turno de las 13:30 a las 15:30.

—¡Ese bar­bi­jo de Cars está genial!

—¡Qué bueno ese gan­chi­to para que no se pier­da el tapabocas!

Mien­tras los demás padres y madres comen­ta­ban y elo­gia­ban las nove­da­des para el cui­da­do, Fer­nan­da tra­ta­ba de espiar des­de la puer­ta qué aula le iba a tocar a su hijo. ¿Sería la que tie­ne ven­ta­nas? ¿O estu­dia­ría en la gran­de? Lo que más le preo­cu­pa­ba era que, por pro­to­co­lo, la maes­tra no iba a poder siquie­ra hacer­le un mimo en la cabe­za a su hijo, o levan­tar­lo si se lle­ga­ba a caer. ¿Y si no podía subir­se sólo los pan­ta­lo­nes des­pués de ir al baño, algo que toda­vía le costaba?

Ney entró al cole­gio con su mejor ami­ga, Mile. En la mano lle­va­ban la decla­ra­ción jura­da: se la die­ron a la Seño, ella los salu­dó con puñi­to, les midió la tem­pe­ra­tu­ra, les puso alcohol en gel en las pal­mas y los tomó de la mano para subir los tres esca­lo­nes que los sepa­ra­ban del gran patio de entra­da. A Fer­nan­da se le estru­jó el cora­zón: angus­tia y ali­vio; feli­ci­dad y temor. Se dio cuen­ta cuán­to extra­ña­ba la escue­la. No como un lugar de con­te­ni­dos curri­cu­la­res, sino como par­te fun­da­men­tal del entra­ma­do social, de esa red que nece­si­tan las fami­lias y espe­cial­men­te las madres para no colap­sar entre la crian­za y el trabajo. 

A las 15:30 Ney salió feliz. Le con­tó que había juga­do con masa, con auti­tos, que había arma­do una casa con blo­ques y que con Mile ima­gi­na­ban que su aula se incen­dia­ba y venían los bomberos.

—Pero….¡fue muy cor­ti­to, ma!

Fuen­te: Anfi­bia – fotos Vic­to­ria Gesualdi

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