Nues­tra­mé­ri­ca. El ori­gen de la con­cen­tra­ción de la riqueza

Por Jor­ge Moli­na Ara­ne­da y Patri­cio Mery Bell. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 23 de diciem­bre de 2020.

Des­de tiem­pos inme­mo­ria­les la rique­za con­cen­tra­da en manos de unos pocos ha sido una situa­ción popu­lar­men­te des­pre­cia­da, y como sabe­mos hay varios pasa­jes bíbli­cos, corá­ni­cos y budis­tas en los que se hace refe­ren­cia al dine­ro o a la rique­za acu­mu­la­da como una difi­cul­tad para alcan­zar la salvación. 

La obra de Adam Smith titu­la­da Inves­ti­ga­ción sobre la natu­ra­le­za y cau­sas de la rique­za de las nacio­nes (1776) es con­si­de­ra­da como la pri­me­ra en tra­tar la eco­no­mía del capi­ta­lis­mo y en inau­gu­rar, de este modo, la teo­ría eco­nó­mi­ca, como rama espe­cia­li­za­da de las cien­cias sociales. 

Smith se pro­pu­so inves­ti­gar cómo se pro­du­ce la acu­mu­la­ción para la rique­za de una socie­dad, pero no tra­tó el con­tras­te entre ricos y pobres. Sin embar­go, logró enten­der que del tra­ba­jo del obre­ro pro­vie­nen las ganan­cias del capi­ta­lis­ta, aun­que con­si­de­ró a este hecho como una ley natu­ral del sistema. 

Fue Karl Marx (1818−1883) quien dio cuen­ta de la incon­sis­ten­cia teó­ri­ca de Smith y en su obra El Capi­tal (1867) com­pro­bó que, en efec­to, siguien­do a Smith, del tra­ba­jo del obre­ro pro­vie­nen las ganan­cias del capi­ta­lis­ta, pero lo que Smith no inves­ti­gó, Marx lo des­cu­brió, pues ope­ra un meca­nis­mo que él deno­mi­nó “plus­va­lía”. En otras pala­bras, el valor crea­do por los tra­ba­ja­do­res en el pro­ce­so pro­duc­ti­vo, es supe­rior al valor de su fuer­za de tra­ba­jo y eso de lo que gra­tui­ta­men­te se apro­pia el capi­ta­lis­ta por man­te­ner la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción. Otro fac­tor rele­van­te es la divi­sión social del tra­ba­jo, que divi­de a las per­so­nas entre quie­nes solo tie­nen su fuer­za bru­ta para ofre­cer y los que pue­den ven­der su cono­ci­mien­to; por otra par­te expli­có los fac­to­res de pro­duc­ción: tie­rra, tra­ba­jo y capi­tal, que demues­tran las carac­te­rís­ti­cas nece­sa­rias para gene­rar rique­zas entre los tra­ba­ja­do­res, los due­ños de la tie­rra y las mate­rias pri­mas y los due­ños del capi­tal financiero. 

El pro­ble­ma se encuen­tra en la ten­den­cia inelu­di­ble que adquie­re la acu­mu­la­ción de capi­tal hacia su con­cen­tra­ción en pocas manos y la pre­pon­de­ran­cia que se les da a los due­ños del capi­tal por sobre los tra­ba­ja­do­res. Esa ten­den­cia se ori­gi­na en la dispu­ta que sos­tie­ne el agen­te eco­nó­mi­co con otros agen­tes por obte­ner una tasa de ganan­cia más alta que la media de su mer­ca­do, de su sec­tor, y de la socie­dad; con­tien­da ori­gi­na­da a su vez en la nece­si­dad de aba­tir a los otros que par­ti­ci­pan en el mer­ca­do para evi­tar la ina­ni­ción de su nego­cio. Pero ese esfuer­zo y dedi­ca­ción para alcan­zar una tasa más alta que la tasa media de ganan­cia y así poder aba­tir o domi­nar a sus con­trin­can­tes, con­vier­te su tra­ba­jo y esfuer­zo en un ins­tru­men­to de corrup­ción de los prin­ci­pios ori­gi­na­rios del mercado. 

De acuer­do con esta hipó­te­sis, habría dos momen­tos de este intrin­ca­do pro­ce­so: El pri­me­ro, por el cual se acu­mu­la capi­tal para alcan­zar una posi­ción de hege­mo­nía en el mer­ca­do que le ase­gu­re cier­to domi­nio de la com­pe­ten­cia para evi­tar la ina­ni­ción o la quie­bra de su nego­cio. El segun­do, cuan­do la nece­si­dad de ase­gu­rar ese domi­nio se trans­for­ma en una nece­si­dad de acu­mu­la­ción de rique­za. En este segun­do momen­to el capi­tal, que en un prin­ci­pio fue un mero medio de pro­duc­ción (y de tra­ba­jo para el que no lo tenía), se trans­mu­ta en un medio de crear rique­za para el que lo posee. 

Con­for­me se “nor­ma­li­za” en la socie­dad esta situa­ción, con­for­me se con­so­li­da el sec­tor social que posee los medios de pro­duc­ción, el pri­mer momen­to va engen­dran­do con­di­cio­nes para el sur­gi­mien­to de mer­ca­dos anó­ma­los, regen­ta­dos por unas cuan­tas empre­sas; mer­ca­dos que per­mi­ten ganan­cias supe­rio­res a las que debie­ran exis­tir sin ellas. De esta mane­ra, la “tasa media de ganan­cia” en esa socie­dad se ele­va por enci­ma de la “tasa natu­ral” que requie­re el fun­cio­na­mien­to ópti­mo del mer­ca­do, gene­ran­do con este movi­mien­to un des­equi­li­brio sis­té­mi­co que con­du­ce al uso inne­ce­sa­rio de recur­sos y a remu­ne­ra­cio­nes indebidas. 

Cau­sas de la con­cen­tra­ción y des­igual­dad en Latinoamérica 

Las dife­ren­cias actua­les, entre paí­ses y socie­da­des, son dan­tes­cas, aun­que los prin­ci­pa­les paí­ses de Amé­ri­ca Lati­na ya con­me­mo­ra­ron el segun­do siglo de su inde­pen­den­cia nacio­nal, el pro­ce­so de moder­ni­za­ción pro­vo­ca­do por la expan­sión eco­nó­mi­ca y social deri­va­do de la domi­na­ción colo­nial, ejer­ci­da prin­ci­pal­men­te por Espa­ña, Por­tu­gal, Ingla­te­rra, Holan­da y Fran­cia, no gene­ró una dis­tri­bu­ción jus­ta del poder, del ingre­so y de la rique­za. Al con­tra­rio, la fuer­te con­cen­tra­ción del ingre­so y el poder cons­ti­tu­yó uno de los pila­res de la rápi­da expan­sión de la rique­za, que se desa­rro­lló des­pro­vis­ta de meca­nis­mos de jus­ti­cia redis­tri­bu­ti­va como los de los paí­ses desarrollados. 

Inser­ción de las colo­nias en la eco­no­mía-mun­do de la épo­ca.

Se debe resal­tar, para empe­zar, la dis­po­si­ción de las monar­quías de Por­tu­gal y Espa­ña para dispu­tar, entre los siglos XV y XVIII, las posi­cio­nes supe­rio­res en el sis­te­ma eco­nó­mi­co en desa­rro­llo en aquel perío­do. En otras pala­bras, la eco­no­mía-mun­do del Atlán­ti­co ibé­ri­co tenía en Espa­ña una orien­ta­ción hacia la expan­sión en la for­ma de un impe­rio uni­ver­sal, mien­tras que Por­tu­gal se enca­mi­na­ba hacia la con­quis­ta del mer­ca­do inter­na­cio­nal. De ese modo, el pro­ce­so de colo­ni­za­ción, tan­to de la Amé­ri­ca espa­ño­la como de la Amé­ri­ca por­tu­gue­sa, se carac­te­ri­zó fun­da­men­tal­men­te por la explo­ta­ción de rique­zas aso­cia­da al exclu­si­vis­mo metro­po­li­tano, que pri­vi­le­gia­ba el mono­cul­ti­vo de pro­duc­tos pri­ma­rios para la expor­ta­ción (agri­cul­tu­ra, gana­de­ría y la acti­vi­dad extrac­ti­va de mine­ra­les y vege­ta­les) hacia las metrópolis. 

La fal­ta de com­pro­mi­so de las metró­po­lis con el desa­rro­llo de las colo­nias lati­no­ame­ri­ca­nas favo­re­ció inme­dia­ta­men­te el enri­que­ci­mien­to de redu­ci­dos sec­to­res de habi­tan­tes loca­les, en gene­ral vin­cu­la­dos a las acti­vi­da­des de pro­duc­ción y comer­cia­li­za­ción (expor­ta­ción e impor­ta­ción de bie­nes y trá­fi­co de escla­vos). El res­to de la pobla­ción colo­nial en for­ma­ción per­ma­ne­ció com­ple­ta­men­te al mar­gen de la gene­ra­ción del exce­den­te económico. 

Cons­ti­tu­ción del sis­te­ma agra­rio.

Los colo­ni­za­do­res por­tu­gue­ses y espa­ño­les tra­ta­ron de con­ce­bir inme­dia­ta­men­te la idea de que los “indios” ocu­pa­ban muy mal la tie­rra, rei­vin­di­can­do y asu­mien­do para sí, por cau­sa de eso, el dere­cho a la pro­pie­dad y la fun­ción de diez­mar a la pobla­ción indí­ge­na, que, en la épo­ca, era de 100 millo­nes de indi­vi­duos. La situa­ción de Méxi­co, en espe­cial, se des­ta­ca por la rapi­dez con que fue redu­ci­da la pobla­ción ame­rin­dia, que pasó de 25,2 millo­nes en 1518, a tan sólo 2,6 millo­nes en 1568. Un ver­da­de­ro geno­ci­dio. La lógi­ca fue: menos gen­te, mayor territorio. 

La estruc­tu­ra agra­ria crea­da en la Amé­ri­ca espa­ño­la y por­tu­gue­sa fue la de la gran pro­pie­dad, que ten­día a la explo­ta­ción exten­si­va de pro­duc­tos pri­ma­rios des­ti­na­dos a la expor­ta­ción. De esa for­ma, la orga­ni­za­ción agra­ria tra­di­cio­nal de la Amé­ri­ca pre­co­lom­bi­na –de pro­pie­dad colec­ti­va y de uso común de la tie­rra– fue sus­ti­tui­da rápi­da­men­te por el régi­men de la pro­pie­dad privada. 

Eso dio lugar al sur­gi­mien­to de un estra­to de aris­tó­cra­tas de la tie­rra. La aris­to­cra­cia agra­ria en Amé­ri­ca Lati­na que­dó divi­di­da en tres sis­te­mas dis­tin­tos de ocu­pa­ción del sue­lo y repar­ti­ción de la pro­pie­dad agra­ria. De un lado, la hacien­da, que evo­lu­cio­nó en las áreas del alti­plano con las gran­des pro­pie­da­des y la explo­ta­ción del tra­ba­jo por medio de la ser­vi­dum­bre por deu­das, situa­ción muchas veces veri­fi­ca­da en Los Andes y en Méxi­co. Del otro lado, plan­ta­cio­nes, que se vol­có tam­bién a la pro­duc­ción en gran esca­la de pro­duc­tos pri­ma­rios orien­ta­dos al mer­ca­do externo, con uso del tra­ba­jo escla­vo, como en Bra­sil y en Cos­ta Rica. Por últi­mo, gran­je­ris­mo, no siem­pre sus­ten­ta­do en el uso del tra­ba­jo for­za­do, sino tam­bién, a veces, de mano de obra libre, en la for­ma de apar­ce­ría, asen­ta­mien­to o colo­na­to, como en algu­nas áreas de la Argen­ti­na, Bra­sil y Uruguay. 

Divi­sión del tra­ba­jo en el inte­rior de las gran­des pro­pie­da­des.

En gene­ral, duran­te la colo­ni­za­ción pre­va­le­ció el uso recu­rren­te del tra­ba­jo for­za­do de indios y de negros para sus­ten­tar la pro­duc­ción agro­pe­cua­ria y la explo­ta­ción de minas en gran esca­la con des­tino a la comer­cia­li­za­ción exter­na. Entre los siglos XVI y XIX, cer­ca de 14,6 millo­nes de escla­vos fue­ron intro­du­ci­dos en todo el con­ti­nen­te ame­ri­cano, lo que per­mi­tió el enri­que­ci­mien­to de los mer­ca­de­res del trá­fi­co negre­ro externo e interno. Ade­más del envi­le­ci­mien­to de la con­di­ción huma­na y de la deva­lua­ción del tra­ba­jo impues­to por el régi­men de la escla­vi­tud, eso pos­ter­gó la cons­ti­tu­ción de los mer­ca­dos de tra­ba­jo, y esto a su vez for­mó una masa de pau­pe­ri­za­dos en Amé­ri­ca Latina. 

La pau­pe­ri­za­ción alcan­zó no sola­men­te a los seg­men­tos socia­les some­ti­dos al tra­ba­jo for­za­do, sino tam­bién a los lla­ma­dos agre­ga­dos socia­les, cons­ti­tui­dos por hom­bres libres des­pro­vis­tos de capi­tal. Por eso, la lucha a favor de la inde­pen­den­cia nacio­nal, a lo lar­go del siglo XIX, no siem­pre fue acom­pa­ña­da por la supera­ción de las dife­ren­tes for­mas de tra­ba­jo for­za­do. Aun en los nacien­tes paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos –que pusie­ron fin inme­dia­ta­men­te a la escla­vi­tud– pre­va­le­cie­ron varia­das for­mas de explo­ta­ción de la mano de obra. En gran medi­da como resul­ta­do de la pro­lon­ga­ción de un patrón anti­cua­do de pro­duc­ción y repro­duc­ción de ricos, pro­ta­go­ni­za­do por la inser­ción eco­nó­mi­ca subor­di­na­da al mono­cul­ti­vo y extrac­ción de los bie­nes pri­ma­rios y a la estruc­tu­ra agra­ria con­cen­tra­da en la gran propiedad. 

Aun­que la indus­tria­li­za­ción com­ple­ta haya sido esca­sa en el con­jun­to de los paí­ses de la región, se avan­zó –espe­cial­men­te a par­tir de la pri­me­ra mitad del siglo XX– en las acti­vi­da­des urba­nas, capa­ces de per­mi­tir el sur­gi­mien­to de una nue­va cama­da de ricos indus­tria­les. Su con­for­ma­ción, mien­tras tan­to, se plas­mó apar­ta­da del con­jun­to de la pobla­ción, dado que muchas veces fue el resul­ta­do de la mayor expo­lia­ción de la pobla­ción tra­ba­ja­do­ra urbana. 

En cier­ta mane­ra, el pro­ce­so pro­duc­ti­vo aso­cia­do a la manu­fac­tu­ra gene­ró una cla­se obre­ra que ter­mi­nó con­vi­vien­do con una masa huma­na mar­gi­na­da de las polí­ti­cas públi­cas y some­ti­da a la com­pe­ten­cia en el inte­rior de un mer­ca­do que fun­cio­na­ba con un enor­me exce­den­te de fuer­za de tra­ba­jo a lo lar­go del siglo XX, aun en los paí­ses con mayor gra­do de indus­tria­li­za­ción (Argen­ti­na, Bra­sil, Chi­le, Méxi­co y Vene­zue­la). Prác­ti­ca­men­te, en todos los paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos que avan­za­ron, en algu­na medi­da, en la indus­tria­li­za­ción, se veri­fi­có el amplio pro­ce­so de urba­ni­za­ción de la anti­gua pobre­za, que se encon­tra­ba loca­li­za­da en el cam­po, sin mejo­ra con­si­de­ra­ble en la redis­tri­bu­ción del ingreso. 

A par­tir del últi­mo cuar­to del siglo XX, las opcio­nes del avan­ce urbano-indus­trial se vie­ron fuer­te­men­te limi­ta­das por la apa­ri­ción de una nue­va mayo­ría polí­ti­ca, más favo­ra­ble a las orien­ta­cio­nes neo­li­be­ra­les de esta­bi­li­za­ción mone­ta­ria y aper­tu­ra comer­cial y finan­cie­ra que en rela­ción con la expan­sión pro­duc­ti­va vía mer­ca­do interno. De esa mane­ra, con el debi­li­ta­mien­to de las acti­vi­da­des manu­fac­tu­re­ras y la rápi­da con­ver­sión de los paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos en pro­duc­to­res y expor­ta­do­res de bie­nes pri­ma­rios, comen­zó a cobrar impor­tan­cia una selec­ta cama­da social vin­cu­la­da a la espe­cu­la­ción finan­cie­ra, gene­ral­men­te sus­ten­ta­da por el endeu­da­mien­to del sec­tor públi­co. Inclu­so con la esta­bi­li­za­ción mone­ta­ria, acom­pa­ña­da de la aper­tu­ra comer­cial y finan­cie­ra así como de la modi­fi­ca­ción del papel del Esta­do, no hubo inver­sión del pro­ce­so redistributivo. 

Finan­cia­ri­za­ción de la rique­za.

Los nue­vos ricos de la finan­cia­ri­za­ción se alia­ron a los gran­des lati­fun­dis­tas vin­cu­la­dos al agro nego­cio y a la extrac­ción de mine­ra­les y vege­ta­les, a los gran­des pro­pie­ta­rios de acti­vi­da­des urba­nas (comu­ni­ca­ción, indus­tria, comer­cio y ser­vi­cios) y a los gran­des finan­cis­tas. De la mis­ma for­ma, el avan­ce de la pri­va­ti­za­ción del sec­tor pro­duc­ti­vo esta­tal (tele­co­mu­ni­ca­cio­nes, side­rúr­gi­cas, ban­cos y avia­ción, entre otros) y de bie­nes y ser­vi­cios públi­cos (como la salud, la edu­ca­ción y el agua) fue acom­pa­ña­do por la mayor con­cen­tra­ción –muchas veces mono­po­li­za­da– del ingre­so, la rique­za y el poder en el sec­tor pri­va­do, no siem­pre nacional. 

Fren­te al rela­ti­vo estan­ca­mien­to de Amé­ri­ca Lati­na des­de el últi­mo cuar­to del siglo XX, se per­ci­be el ago­ta­mien­to de los meca­nis­mos de movi­li­dad social. Has­ta los hijos de las fami­lias de la cla­se media fue­ron vic­ti­mi­za­dos por las déca­das per­di­das. El bajo cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co con alto des­em­pleo y expan­sión de pues­tos de tra­ba­jo pre­ca­rios impi­dió la apa­ri­ción de opor­tu­ni­da­des y pers­pec­ti­vas supe­rio­res de tra­yec­to­rias de vida para la pobla­ción, y muchas veces incen­ti­vó la emigración. 

Sólo los ricos se bene­fi­cia­ron de los meca­nis­mos de movi­li­za­ción de mayor rique­za, sobre todo gra­cias a las espe­cu­la­cio­nes finan­cie­ras, posi­bi­li­ta­das en el últi­mo tiem­po por las polí­ti­cas de cor­te neo­li­be­ral. Se obser­va que de apro­xi­ma­da­men­te 150 millo­nes de fami­lias lati­no­ame­ri­ca­nas, sólo el 10% absor­ben casi el 47% del flu­jo anual de ingre­so, con­ta­bi­li­za­do por el Pro­duc­to Interno Bru­to (PIB). 

La rique­za en Amé­ri­ca Lati­na fue cons­trui­da des­de la vio­len­cia colo­nial, lue­go ama­sa­da por una cla­se pri­vi­le­gia­da crio­lla, que aun­que dis­mi­nu­yó y erra­di­có la escla­vi­tud for­mal, se acos­tum­bró a gene­rar y cons­truir sus for­tu­nas sus­ten­ta­das en el abu­so, la explo­ta­ción y el empo­bre­ci­mien­to de las masas popu­la­res. Esta super­es­truc­tu­ra del abu­so corrom­pió todos los pila­res de los Esta­dos moder­nos y los fac­to­res reales de poder. La pobre­za es vio­len­cia, no tan­to por su sig­ni­fi­ca­do moral y éti­co, sino más bien por su ori­gen, for­ma y mane­ra en que los ricos han uti­li­za­do el abu­so per­ma­nen­te para con­so­li­dar sus pri­vi­le­gios y su poder.

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