El fusi­la­mien­to de Alfon­so Cano

Las FARC-EP, Segun­da Mar­que­ta­lia, rin­den hoy un home­na­je pós­tu­mo, con afec­to gue­rri­lle­ro, al coman­dan­te Alfon­so Cano, ase­si­na­do por el ejér­ci­to hace 9 años, lue­go de un bru­tal bom­bar­deo de la Fuer­za Aérea con­tra su cam­pa­men­to, en Chi­rria­de­ros, área rural del muni­ci­pio de Suá­rez en el Cauca.

Alfon­so fue fusi­la­do la noche del 4 de noviem­bre de 2011, por orden direc­ta del pre­si­den­te Juan Manuel San­tos. “Yo dí la orden de eli­mi­nar­lo, por­que está­ba­mos en gue­rra y segui­mos en gue­rra”, reco­no­ció en un acto elec­to­ral en Bogo­tá, el 13 de junio de 2014 ante la tele­vi­sión y la radio, sacan­do pecho estú­pi­da­men­te por ese cri­men de lesa humanidad.

El coman­dan­te de las FARC-EP había sido cap­tu­ra­do en com­ba­te, y se encon­tra­ba heri­do y des­ar­ma­do bajo cus­to­dia de uni­da­des del ejér­ci­to, infor­ma­ción que le fue trans­mi­ti­da inme­dia­ta­men­te al pre­si­den­te de la repú­bli­ca. Las noti­cias solo men­cio­na­ban el ata­que aéreo y las ope­ra­cio­nes terres­tres, pero no sus resul­ta­dos. Entre tan­to San­tos pen­sa­ba con sus gene­ra­les qué hacer con el pri­sio­ne­ro. Alfon­so Cano era su inter­lo­cu­tor en el sue­ño de poner en mar­cha un pro­ce­so de paz para Colom­bia, pero pudo más la ale­vo­sía del insen­sa­to man­da­ta­rio, que al ima­gi­nar que, un diá­lo­go de Paz con Alfon­so Cano vivo no ten­dría posi­bi­li­da­des de éxi­to, emi­tió la orden de fusi­lar­lo. Per­pe­tra­do el cri­men, bien entra­da la noche, como exper­to mani­pu­la­dor de la pren­sa, difun­dió la noti­cia de la muer­te en com­ba­te del coman­dan­te de las FARC.

No exis­te alma más ras­tre­ra, que la de ese expre­si­den­te. Alfon­so, cap­tu­ra­do en com­ba­te y ya inde­fen­so, debió ser tra­ta­do con­for­me a los con­ve­nios inter­na­cio­na­les que obli­gan al Esta­do colombiano.

El Pro­to­co­lo II de 1977 adi­cio­nal a los Con­ve­nios de Gine­bra del 12 de agos­to de 1949, de obli­ga­da apli­ca­ción en los con­flic­tos arma­dos sin carác­ter inter­na­cio­nal, seña­la en el artícu­lo 4 que, quien haya deja­do de par­ti­ci­par en las hos­ti­li­da­des, tie­ne dere­cho a que se res­pe­te su per­so­na, a ser tra­ta­do con huma­ni­dad en toda cir­cuns­tan­cia, sin nin­gu­na dis­tin­ción de carác­ter des­fa­vo­ra­ble. Y expre­sa­men­te se indi­ca que que­da prohi­bi­do orde­nar que no haya supervivientes.

El artícu­lo 145 del Códi­go Penal colom­biano, prohí­be los actos de bar­ba­rie, como la prác­ti­ca de rema­tar heri­dos o enfer­mos. Se con­si­de­ra deli­to en dicha dis­po­si­ción, orde­nar no dejar sobre­vi­vien­tes, lo cual es con­si­de­ra­do cri­men de gue­rra en el Esta­tu­to de la Cor­te Penal Inter­na­cio­nal (artícu­lo 8, nume­ral 2, lite­ral I), que es nor­ma que el Esta­do colom­biano dice aca­tar, al tiem­po que, como se obser­va, vio­la la prohi­bi­ción del homi­ci­dio inten­cio­nal. Por lo demás, ¿qué inter­pre­ta­ción da, enton­ces, el régi­men al lite­ral VI, que indi­ca que es un cri­men pri­var deli­be­ra­da­men­te a un pri­sio­ne­ro de gue­rra de su dere­cho a ser juz­ga­do legí­ti­ma e imparcialmente?

Con fre­cuen­cia los voce­ros del régi­men esgri­men la Cons­ti­tu­ción de 1991 para argu­men­tar que esta­mos bajo las reglas de un Esta­do demo­crá­ti­co, pero es evi­den­te que más allá de la lite­ra­li­dad que expre­sa, por ejem­plo en el artícu­lo 11, que el dere­cho a la vida es invio­la­ble y que no habrá pena de muer­te, en la reali­dad se ase­si­na a san­gre fría, con pre­me­di­ta­ción y ale­vo­sía, lo cual hace vana para la inmen­sa mayo­ría de nues­tros com­pa­trio­tas, la sus­crip­ción que el Esta­do colom­biano ha hecho de ins­tru­men­tos como la Con­ven­ción Ame­ri­ca­na de Dere­chos Huma­nos o Pac­to de San José de 1969, que en su artícu­lo 4 admi­te, sólo la pena de muer­te en cum­pli­mien­to de sen­ten­cia eje­cu­to­ria­da de tri­bu­nal com­pe­ten­te y de con­for­mi­dad con una ley que esta­blez­ca tal pena, dic­ta­da con ante­rio­ri­dad a la comi­sión del deli­to, sub­ra­yan­do que en nin­gún caso se pue­de apli­car la pena de muer­te por deli­tos polí­ti­cos, ni comu­nes conexos.

San­tos le dic­tó la pena de muer­te a Alfon­so Cano, si exis­tir en Colom­bia una ley que auto­ri­ce la pena de muer­te. ¿Por qué no con­du­jo al pri­sio­ne­ro a los tri­bu­na­les en lugar de asesinarlo?

Ese pre­si­den­te reco­no­ció que orde­nó eje­cu­tar extra­ju­di­cial­men­te a un pri­sio­ne­ro de gue­rra heri­do, des­ar­ma­do y fue­ra de com­ba­te. Fue una orden impar­ti­da de mane­ra direc­ta por quien era el Coman­dan­te Supre­mo de todas las fuer­zas arma­das y de poli­cía. El artícu­lo 189 de la Cons­ti­tu­ción con­fir­ma que el Pre­si­den­te de la Repú­bli­ca como Jefe de Esta­do, Jefe del Gobierno y Supre­ma Auto­ri­dad Admi­nis­tra­ti­va, es quien diri­ge la fuer­za públi­ca y dis­po­ne de ella como Coman­dan­te Supre­mo de las Fuer­zas Arma­das de la Repú­bli­ca, sien­do suya la potes­tad de diri­gir las ope­ra­cio­nes de gue­rra cuan­do lo esti­me con­ve­nien­te. Y son estas las cir­cuns­tan­cias de tiem­po, modo y lugar, etc., que rodean la sus­tan­cia del hecho con­cre­to del ase­si­na­to del coman­dan­te Alfon­so Cano, en el que de mane­ra ple­na apa­re­ce como res­pon­sa­ble el Pre­si­den­te Juan Manuel San­tos, si con­si­de­ra­mos la con­fe­sión de par­te y la exis­ten­cia de una cade­na o línea de man­do que supues­ta­men­te fun­cio­na de modo efi­caz, de for­ma eje­cu­ti­va, de mane­ra estu­dia­da, metó­di­ca, cons­cien­te y ver­ti­cal, sin obs­truc­ción en la estruc­tu­ra jerárquica.

Exi­gi­mos que Juan Manuel San­tos sea lla­ma­do a apor­tar ver­dad ple­na y exhaus­ti­va sobre este caso ante la Juris­dic­ción Espe­cial para la Paz, tenien­do tam­bién en cuen­ta que se tra­ta de un cri­men de gue­rra sobre el cual se ten­drán que reca­bar prue­bas has­ta hoy ocul­tas, des­de el examen foren­se has­ta los tes­ti­gos y auto­res o par­ti­ci­pan­tes in situ, quié­nes toma­ron la deci­sión de eje­cu­tar­lo y quié­nes dis­pa­ra­ron con­tra Alfon­so tras haber­se infor­ma­do pre­via­men­te su cap­tu­ra y esta­do de inde­fen­sión al hallar­se des­ar­ma­do y herido.

El cadá­ver del jefe insur­gen­te mos­tra­ba las mar­cas de pól­vo­ra en sus manos al tra­tar de evi­tar los dis­pa­ros de sus ver­du­gos uniformados.

El Pre­mio Nobel de paz, no le alcan­za­rá a San­tos para encu­brir este cri­men de Esta­do, que es tam­bién un cri­men de lesa humanidad.

FARC-EP, Segun­da Mar­que­ta­liaNoviem­bre 4 de 2020

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