Méxi­co. EZLN: la lucha por la vida no es una obse­sión en los pue­blos ori­gi­na­rios. Es más bien… una voca­ción… y colectiva

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 11 de octu­bre de 2020.-

Octu­bre del 2020.

Supon­ga­mos que es posi­ble ele­gir, por ejem­plo, la mira­da. Supon­ga­mos que usted pue­de librar­se, así sea por un momen­to, de la tira­nía de las redes socia­les que impo­nen no sólo qué se mira y de qué se habla, tam­bién cómo mirar y cómo hablar. Enton­ces, supon­ga­mos que usted levan­ta su mira­da. Más arri­ba: de lo inme­dia­to a lo local a lo regio­nal a lo nacio­nal a lo mun­dial. ¿Lo mira? Cier­to, un caos, un des­ba­ra­jus­te, un des­or­den. Enton­ces supon­ga­mos que usted es un ser humano; vaya, que no es una apli­ca­ción digi­tal que, veloz­men­te, mira, cla­si­fi­ca, jerar­qui­za, juz­ga y san­cio­na. Enton­ces usted eli­ge qué mirar… y cómo mirar. Pudie­ra ser, es un supo­si­to­rio, que mirar y juz­gar no sean lo mis­mo. Así que usted no sólo eli­ge, tam­bién deci­de. Cam­biar la pre­gun­ta de “eso, ¿está mal o bien?”, a “¿qué es eso?”. Cla­ro, la pri­me­ra cues­tión lle­va a un deba­te sabro­so (¿toda­vía hay deba­tes?). Y de ahí al “Eso está mal –o bien- por­que yo lo digo”. O, tal vez, hay una dis­cu­sión sobre qué es el bien y el mal, y de ahí a los argu­men­tos y citas con pie de pági­na. Cier­to, tie­ne usted razón, eso es mejor que recu­rrir a “likes” y “mani­tas arri­ba”, pero le he pro­pues­to cam­biar el pun­to de par­ti­da: ele­gir el des­tino de su mirada.

Por ejem­plo: usted deci­de mirar a los musul­ma­nes. Pue­de usted ele­gir, por ejem­plo, entre quie­nes per­pe­tra­ron el aten­ta­do con­tra Char­lie Heb­do o entre quie­nes mar­chan aho­ra por los cami­nos de Fran­cia para recla­mar, exi­gir, impo­ner sus dere­chos. Pues­to que usted ha lle­ga­do a estas líneas, es muy pro­ba­ble que se decan­te por los “sans papiers”. Cla­ro, tam­bién se sien­te usted en la obli­ga­ción de decla­rar que Macron es un imbé­cil. Pero, obvian­do ese rápi­do vis­ta­zo hacia arri­ba, usted vuel­ve a mirar los plan­to­nes, cam­pa­men­tos y mar­chas de los migran­tes. Usted se pre­gun­ta por el núme­ro. Le pare­cen muchos, o pocos, o dema­sia­dos, o sufi­cien­tes. Ha pasa­do de la iden­ti­dad reli­gio­sa a la can­ti­dad. Y enton­ces usted se pre­gun­ta qué quie­ren, por qué luchan. Y aquí usted deci­de si acu­de a los medios y las redes para saber­lo… o les escu­cha. Supon­ga que les pue­de pre­gun­tar. ¿Les pre­gun­ta usted su creen­cia reli­gio­sa, cuán­tos son? ¿O les pre­gun­ta por qué aban­do­na­ron su tie­rra y deci­die­ron lle­gar a sue­los y cie­los que tie­nen otra len­gua, otra cul­tu­ra, otras leyes, otro modo? Tal vez le res­pon­dan con una sola pala­bra: gue­rra. O tal vez le deta­llen lo que esa pala­bra sig­ni­fi­ca en su reali­dad de ellos. Gue­rra. Usted deci­de inves­ti­gar: ¿gue­rra dón­de? O, más mejor. ¿por qué esa gue­rra? Enton­ces le abru­man con expli­ca­cio­nes: creen­cias reli­gio­sas, dispu­tas terri­to­ria­les, saqueo de recur­sos o, sim­ple y lla­na­men­te, estu­pi­dez. Pero usted no se con­for­ma y pre­gun­ta por quién se bene­fi­cia de la des­truc­ción, del des­po­bla­mien­to, de la recons­truc­ción, de la repo­bla­ción. Encuen­tra los datos de diver­sas cor­po­ra­cio­nes. Inves­ti­ga a las cor­po­ra­cio­nes y des­cu­bre que están en varios paí­ses, y que fabri­can no sólo armas, tam­bién autos, cohe­tes inter­es­te­la­res, hor­nos de micro­on­das, ser­vi­cios de paque­te­ría, ban­cos, redes socia­les, “con­te­ni­do mediá­ti­co”, ropa, celu­la­res y compu­tado­ras, cal­za­do, ali­men­tos orgá­ni­cos y no, empre­sas navie­ras, ven­tas en línea, tre­nes, jefes de gobierno y gabi­ne­tes, cen­tros de inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y no, cade­nas de hote­les y res­tau­ran­tes, “fast food”, líneas aéreas, ter­mo­eléc­tri­cas y, cla­ro, fun­da­cio­nes de ayu­da “huma­ni­ta­ria”. Usted podría decir, enton­ces, que la res­pon­sa­bi­li­dad es de la huma­ni­dad o del mun­do entero.

Pero usted se pre­gun­ta si el mun­do o la huma­ni­dad no son res­pon­sa­bles, tam­bién, de esa mar­cha, plan­tón, cam­pa­men­to de migran­tes, de esa resis­ten­cia. Y lle­ga enton­ces a con­cluir que, pue­de ser, es pro­ba­ble, tal vez, es un sis­te­ma ínte­gro el res­pon­sa­ble. Un sis­te­ma que pro­du­ce y repro­du­ce el dolor, a quie­nes lo infli­gen y a quie­nes lo padecen.

Aho­ra vuel­va usted la mira­da a la mar­cha que reco­rre los cami­nos de la Fran­cia. Supon­ga que son pocos, muy pocos, que sólo es una mujer que car­ga un su pichi­to. ¿Le impor­tan aho­ra su creen­cia reli­gio­sa, su len­gua, sus ropas, su cul­tu­ra, su modo? ¿Le impor­tan que sea sólo una mujer que car­ga su pichi­to en bra­zos? Aho­ra olví­de­se de la mujer por un momen­to y enfo­que su mira­da sólo en la cria­tu­ra. ¿Impor­ta si es varón o hem­bra u otroa? ¿Su color de piel? Tal vez des­cu­bra usted, aho­ra, que lo que impor­ta es su vida.

Aho­ra, vaya más allá, des­pués de todo ya lle­gó usted has­ta estas líneas, así que unas más no le harán daño. Ok, no mucho daño.

Supon­ga que esa mujer le habla y usted tie­ne el pri­vi­le­gio de enten­der lo que le diga. ¿Usted cree que ella le exi­gi­rá que le pida per­dón por el color de su piel de usted, su creen­cia reli­gio­sa o no, su nacio­na­li­dad, sus ante­pa­sa­dos, su len­gua, su géne­ro, su modo? ¿Usted se apre­su­ra a pedir­le per­dón por ser quien es? ¿Espe­ra que ella le per­do­ne y usted regre­se a su vida con esa cuen­ta sal­da­da? ¿O que ella no le per­do­ne y usted se diga “bueno, al menos lo inten­té y estoy sin­ce­ra­men­te arre­pen­ti­do de ser quien soy”?

¿O teme que ella no le hable, que sólo le mire en silen­cio, y usted sien­ta que esa mira­da le pre­gun­ta “¿Y tú, qué?”?

Si lle­ga usted a este razo­na­mien­to-sen­ti­mien­to-angus­tia-deses­pe­ra­ción, enton­ces, lo lamen­to, usted no tie­ne reme­dio: usted es un ser humano.

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Acla­ra­do así que usted no es un bot, repi­ta el ejer­ci­cio en la Isla de Les­bos; en el Peñón de Gibral­tar; en el Canal de la Man­cha; en Nápo­les; en el río Suchia­te; en el río Bravo.

Aho­ra mue­va su mira­da y bus­que Pales­ti­na, Kur­dis­tán, Eus­ka­di y Wall­ma­pu. Sí, lo sé, marea un poco… y no es todo. Pero en esos luga­res, hay quie­nes (muchos o pocos o dema­sia­dos o sufi­cien­tes) tam­bién luchan por la vida. Pero resul­ta que con­ci­ben la vida liga­da inse­pa­ra­ble­men­te a su tie­rra, a su len­gua, su cul­tu­ra, su modo. A eso que el Con­gre­so Nacio­nal Indí­ge­na nos ense­ñó a lla­mar “terri­to­rio”, y que no es sólo un peda­zo de tie­rra. ¿No tie­ne la ten­ta­ción de que esas per­so­nas le cuen­ten su his­to­ria, su lucha, sus sue­ños? Sí, lo sé, tal vez sea mejor para usted recu­rrir a Wiki­pe­dia, pero ¿no le tien­ta el escu­char­lo direc­ta­men­te y tra­tar de entenderlo?

Regre­se aho­ra a eso que está entre los ríos Bra­vo y Suchia­te. Acér­que­se a un lugar que se lla­ma “More­los”. Un nue­vo acer­ca­mien­to de su mira­da al muni­ci­pio de Temoac. Enfo­que aho­ra la comu­ni­dad de Amil­cin­go. ¿Mira usted esa casa? Es la casa de un hom­bre que en vida lle­vó el nom­bre de Samir Flo­res Sobe­ra­nes. Fren­te a esa puer­ta fue ase­si­na­do. ¿Su deli­to? Opo­ner­se a un mega­pro­yec­to que repre­sen­ta muer­te para la vida de las comu­ni­da­des a las que per­te­ne­ce. No, no me equi­vo­qué en la redac­ción: Samir es ase­si­na­do no por defen­der su vida indi­vi­dual, sino la de sus comunidades.

Más aún: Samir fue ase­si­na­do por defen­der la vida de gene­ra­cio­nes que aún no son ni pen­sa­das. Por­que para Samir, para sus com­pa­ñe­ras y com­pa­ñe­ros, para los pue­blos ori­gi­na­rios agru­pa­dos en el CNI y para noso­tras, noso­tros, noso­troas, zapa­tis­tas, la vida de la comu­ni­dad no es algo que trans­cu­rra sólo en el pre­sen­te. Es, sobre todo, lo que ven­drá. La vida de la comu­ni­dad es algo que se cons­tru­ye hoy, pero para el maña­na. La vida en la comu­ni­dad es algo que se here­da, pues. ¿Usted cree que la cuen­ta se sal­da si los ase­si­nos –el inte­lec­tual y el mate­rial- piden per­dón? ¿Pien­sa que su fami­lia, su orga­ni­za­ción, el CNI, nosotr@s, que­da­re­mos con­for­mes con que pidan per­dón los cri­mi­na­les? “Per­dó­nen­me, yo lo seña­lé para que los sica­rios pro­ce­die­ran a eje­cu­tar­lo, y siem­pre he sido un boqui­flo­jo. Veré de corre­gir­me, o no. Ya les pedí per­dón, aho­ra qui­ten su plan­tón y vamos a com­ple­tar la ter­mo­eléc­tri­ca, por­que si no, se va a per­der mucho dine­ro” ¿Usted supo­ne que eso espe­ran, espe­ra­mos, que por eso luchan, lucha­mos? ¿Para que pidan per­dón? ¿Que decla­ren “dis­cul­pen, sí, ase­si­na­mos a Samir y, de paso, con este pro­yec­to, ase­si­na­mos a sus comu­ni­da­des. Ya pues, per­dó­ne­nos. Y si no nos per­do­nan, pues no nos impor­ta, el pro­yec­to se tie­ne que completar”?

Y resul­ta que los mis­mos que pedi­rían per­dón por la ter­mo­eléc­tri­ca, son los mis­mos del Tren mal lla­ma­do “Maya”, los mis­mos del “corre­dor transíst­mi­co”, los mis­mos de pre­sas, minas a cie­lo abier­to y cen­tra­les eléc­tri­cas, los mis­mos que cie­rran fron­te­ras para dete­ner la migra­ción pro­vo­ca­da por las gue­rras que ellos mis­mos ali­men­tan, los mis­mos que per­si­guen al Mapu­che, los mis­mos que masa­cran al Kur­do, los mis­mos que des­tru­yen Pales­ti­na, los mis­mos que dis­pa­ran a los afro­ame­ri­ca­nos, los mis­mos que explo­tan (direc­ta o indi­rec­ta­men­te) a tra­ba­ja­do­res en cual­quier rin­cón del pla­ne­ta, los mis­mos que cul­ti­van y enal­te­cen la vio­len­cia de géne­ro, los mis­mos que pros­ti­tu­yen a la niñez, los mis­mos que le espían a usted para saber qué le gus­ta y ven­der­le eso ‑y si no le gus­ta nada, pues hacen que le guste‑, los mis­mos que des­tru­yen la natu­ra­le­za. Los mis­mos que quie­ren hacer­le creer, a usted, a los demás, a nosotr@s, que la res­pon­sa­bi­li­dad de ese cri­men mun­dial y en mar­cha, es res­pon­sa­bi­li­dad de nacio­nes, de creen­cias reli­gio­sas, de resis­ten­cia al pro­gre­so, de con­ser­va­do­res, de len­guas, de his­to­rias, de modos. Que todo se sin­te­ti­za en un indi­vi­duo… o indi­vi­dua (no olvi­dar la pari­dad de género).

Si se pudie­ra ir a todos esos rin­co­nes de este pla­ne­ta mori­bun­do, ¿qué haría usted? Bueno, no sabe­mos. Pero noso­tras, noso­tros, noso­troas, zapa­tis­tas, iría­mos a apren­der. Cla­ro, tam­bién a bai­lar, pero una cosa no exclu­ye a la otra, creo. Si hubie­ra esa opor­tu­ni­dad esta­ría­mos dispuest@s a arries­gar­lo todo, todo. No sólo nues­tra vida indi­vi­dual, tam­bién nues­tra vida colec­ti­va. Y si no exis­tie­ra esa posi­bi­li­dad, lucha­ría­mos por crear­la. Por cons­truir­la, como si de un navío se tra­ta­ra. Sí, lo sé, es una locu­ra. Algo impen­sa­ble. ¿A quién se le ocu­rri­ría que el des­tino de quie­nes resis­ten a la ter­mo­eléc­tri­ca, en un peque­ñí­si­mo rin­cón de Méxi­co, le podría inte­re­sar a Pales­ti­na, al Mapu­che, al vas­co, al migran­te, al afro­ame­ri­cano, a la joven ambien­ta­lis­ta sue­ca, a la gue­rre­ra kur­da, a la mujer que lucha en otra par­te del pla­ne­ta, al Japón, a Chi­na, a las Coreas, a Ocea­nía, a la Áfri­ca madre?

¿No debe­ría­mos, en cam­bio, ir, por ejem­plo, a Cha­ble­kal, en Yuca­tán, al local del Equi­po Indig­na­ción, y recla­mar­les: “¡Ey! Uste­des son de piel blan­ca y son cre­yen­tes, ¡pidan per­dón!”? Casi estoy segu­ro de que res­pon­de­rían: “no hay pro­ble­ma, pero espe­ren su turno, por­que aho­ra esta­mos ocupad@s en acom­pa­ñar a quie­nes se resis­ten al Tren Maya, a quie­nes sufren des­po­jos, per­se­cu­ción, cár­cel, muer­te.” Y agregarían:

“Ade­más tene­mos que aten­der la acu­sa­ción que el supre­mo nos hace de que esta­mos finan­cia­das por los Ilu­mi­nat­ti como par­te de un com­plot inter­pla­ne­ta­rio para dete­ner a la 4T”. De lo que sí estoy segu­ro es que usa­rían el ver­bo “acom­pa­ñar”, y no los de “diri­gir”, “man­dar”, “con­du­cir”.

¿O debe­ría­mos mejor inva­dir las Euro­pas al gri­to de “¡rín­dan­se cara-páli­das!”, y des­truir el Par­te­nón, el Lou­vre y el Pra­do y, en lugar de escul­tu­ras y pin­tu­ras, lle­nar todo de bor­da­dos zapa­tis­tas, espe­cial­men­te de cubre bocas zapa­tis­tas –que, dicho sea de paso, son efi­ca­ces y boni­ti­llos-; y, en lugar de pas­tas, maris­cos y pae­llas, impo­ner el con­su­mo de elo­tes, cacaté y yer­ba mora; en lugar de refres­cos, vinos y cer­ve­zas, pozol obli­ga­to­rio; y quien sal­ga a la calle sin pasa­mon­ta­ñas, mul­ta o cár­cel (sí, opcio­nal, por­que tam­po­co hay que exa­ge­rar); y excla­mar “¡A ver, esos roc­ke­ros, marim­ba obli­ga­to­ria! ¡Y des­de aho­ra puras cum­bias, nada de que reg­gae­ton (¿le tien­ta, ver­dad?)! ¡A ver tú, Pan­chi­to Varo­na y Sabi­na, los demás a los coros, arrán­quen­se con “Car­tas Mar­ca­das”, y en loop, aun­que nos den las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres… y ya, por­que maña­na hay que madru­gar! ¡Oyes otro tú, ex rey pies-en-pol­vo­ro­sa, deja en paz a esos ele­fan­tes y pon­te a coci­nar! ¡Sopa de cala­ba­za para toda la cor­te! (lo sé, mi cruel­dad es exquisita)?

Aho­ra díga­me: ¿usted cree que la pesa­di­lla de los de arri­ba es que les obli­guen a pedir per­dón? ¿No será que lo que les pue­bla el sue­ño de cosas horren­das es que des­apa­rez­can, que no impor­ten, que no se les tome en cuen­ta, que sean nada, que su mun­do se des­mo­ro­ne sin ape­nas hacer rui­do, sin nadie que les recuer­de, que les eri­ja esta­tuas, museos, cán­ti­cos, días de guar­dar? ¿No será que les da páni­co la posi­ble realidad?

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Fue de las pocas veces que el fina­do Sup­Mar­cos no recu­rrió a un símil ciné­fi­lo para expli­car algo. Por­que, no están uste­des para saber­lo, ni yo para con­tar­les, el difun­to podía refe­rir las eta­pas de su cor­ta vida, cada una, a una pelí­cu­la. O acom­pa­ñar una expli­ca­ción sobre la situa­ción nacio­nal o inter­na­cio­nal con un “como en la pelí­cu­la tal”. Cla­ro, más de una vez tenía que recom­po­ner el guión para que se ajus­ta­ra a lo narra­do. Como la mayo­ría de noso­tros no había­mos vis­to el fil­me refe­ri­do, y no tenía­mos señal para con­sul­tar en los celu­la­res la wiki­pe­dia, pues le creía­mos. Pero no nos des­vie­mos del tema. Espe­ren, creo que lo dejó escri­to en alguno de esos pape­les que satu­ran su baúl de los recuer­dos… ¡Aquí está! Va pues:

“Para enten­der nues­tro empe­ño y el tama­ño de nues­tra osa­día, ima­gi­nen que la muer­te es una puer­ta que se cru­za. Habrá muchas y varia­das espe­cu­la­cio­nes sobre lo que hay detrás de esa puer­ta: el cie­lo, el infierno, el lim­bo, la nada. Y sobre esas opcio­nes, dece­nas de des­crip­cio­nes. La vida, enton­ces, podría ser con­ce­bi­da como el camino hacia esa puer­ta. La puer­ta, la muer­te pues, sería así un pun­to de lle­ga­da… o una inte­rrup­ción, el imper­ti­nen­te tajo de la ausen­cia hirien­do el aire de la vida.

A esa puer­ta se lle­ga­ría, enton­ces, con la vio­len­cia de la tor­tu­ra y el ase­si­na­to, el infor­tu­nio de un acci­den­te, el peno­so entor­nar la puer­ta en una enfer­me­dad, el can­san­cio, el deseo. Es decir, aun­que la mayo­ría de las veces se lle­ga­ba a esa puer­ta sin desear­lo ni pre­ten­der­lo, tam­bién sería posi­ble que fue­ra una elección.

En los pue­blos ori­gi­na­rios, hoy zapa­tis­tas, la muer­te era una puer­ta que se plan­ta­ba casi al ini­cio de la vida. La niñez se topa­ba con ella antes de los 5 años, y la cru­za­ba entre fie­bres y dia­rreas. Lo que hici­mos el pri­me­ro de enero de 1994 fue tra­tar de ale­jar esa puer­ta. Cla­ro, hubo que estar dis­pues­tos a cru­zar­la para lograr­lo, aun­que no lo deseá­ra­mos. Des­de enton­ces todo nues­tro empe­ño ha sido, y es, por ale­jar esa puer­ta lo más posi­ble. “Alar­gar la espe­ran­za de vida”, dirían los espe­cia­lis­tas. Pero vida dig­na, agre­ga­ría­mos nosotr@s. Ale­jar­la has­ta lograr colo­car­la a un lado, pero muy ade­lan­te del camino. Por eso diji­mos al ini­cio del alza­mien­to que “para vivir, mori­mos”. Por­que si no here­da­mos vida, es decir camino, ¿enton­ces para qué vivimos?”

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Here­dar vida.

Eso es pre­ci­sa­men­te lo que le preo­cu­pa­ba a Samir Flo­res Sobe­ra­nes. Y eso es lo que pue­de sin­te­ti­zar la lucha del Fren­te de Pue­blos en Defen­sa del Agua y de la Tie­rra de More­los, Pue­bla y Tlax­ca­la, en su resis­ten­cia y rebel­día con­tra la Ter­mo­eléc­tri­ca y el lla­ma­do “Pro­yec­to Inte­gral More­los”. A sus deman­das de dete­ner y des­apa­re­cer un pro­yec­to de muer­te, el mal gobierno res­pon­de argu­men­tan­do que se per­de­ría mucho dinero.

Ahí, en More­los, se sin­te­ti­za la con­fron­ta­ción actual en todo el mun­do: dine­ro ver­sus vida. Y en ese enfren­ta­mien­to, en esa gue­rra, nin­gu­na per­so­na hones­ta debe­ría ser neu­tral: o con el dine­ro, o con la vida.

Así que, podría­mos con­cluir, la lucha por la vida no es una obse­sión en los pue­blos ori­gi­na­rios. Es más bien… una voca­ción… y colectiva.

Vale. Salud y que no olvi­de­mos que per­dón y jus­ti­cia no son lo mismo.

Des­de las mon­ta­ñas de Los Alpes, dudan­do qué inva­dir pri­me­ro: ¿Ale­ma­nia, Aus­tria, Sui­za, Fran­cia, Ita­lia, Eslo­ve­nia, Móna­co, Liech­tens­tein? Nah, es bro­ma… ¿o no?

El Sup­Ga­leano prac­ti­can­do su “gómi­to” más elegante.

Méxi­co, Octu­bre del 2020.

Del Cua­derno de Apun­tes del Gato-Perro: Una mon­ta­ña en alta mar. Par­te I: La balsa.

“Y en los mares de todos los mun­dos que en el mun­do son,
se mira­ron mon­ta­ñas que se movían sobre el agua y, con el
ros­tro nega­do, muje­res, hom­bres y otroas sobre ellas”.
“Cró­ni­cas del maña­na”. Don Duri­to de La Lacan­do­na. 1990.

Al ter­cer inten­to falli­do, Maxo que­dó pen­sa­ti­vo y, des­pués de unos segun­dos, excla­mó: “Quie­re lazo”. “Te lo dije”, obvió Gabino. Los res­tos de la bal­sa flo­ta­ban dis­per­sos, cho­can­do unos con otros al gus­to de la corrien­te del río que, hacien­do honor a su nom­bre de “Colo­ra­do”, se pin­ta­ba del barro roji­zo que arran­ca­ba de las orillas.

Lla­ma­ron enton­ces a un escua­drón mili­ciano de caba­lle­ría, que lle­gó al rit­mo de la “Cum­bia Sobre el Río Sue­na”, del maes­tro Cel­so Piña. Fue­ron empa­tan­do los lazos e hicie­ron dos tra­mos lar­gos. Man­da­ron a un equi­po del otro lado del río. Ama­rra­dos sus lazos a la bal­sa, ambos gru­pos podrían con­tro­lar el tra­yec­to del navío sin que aca­ba­ra des­he­cho, arras­tra­do el mano­jo de tron­cos por un río que ni siquie­ra se daba por ente­ra­do del inten­to de navegación.

El des­pro­pó­si­to en cur­so sur­gió des­pués de que se deci­dió la inva­sión…, per­dón, la visi­ta a los cin­co con­ti­nen­tes. Y pues ya ni modos. Por­que, cuan­do se votó, y al final el Sup­Ga­leano les dijo “están locos, no tene­mos bar­co”, Maxo res­pon­dió: “hace­mos uno”. Rápi­do empe­za­ron a hacer propuestas.

Como todo lo absur­do en tie­rras zapa­tis­tas, la cons­truc­ción del “bar­co” con­vo­có a la ban­da de Defen­sa Zapatista.

“Las com­pa­ñe­ras van a morir mise­ra­ble­men­te”, sen­ten­ció Espe­ran­za, con su ya legen­da­rio opti­mis­mo (en algún libro la niña encon­tró esa pala­bra y enten­dió que era para refe­rir­se a algo horri­ble e irre­me­dia­ble, y la usa al con­ten­ti­llo: “Mis mama­ces me pei­na­ron mise­ra­ble­men­te”, “La maes­tra me puso tache mise­ra­ble­men­te”, y así), cuan­do al cuar­to inten­to, la bal­sa se des­ma­de­jó casi inmediatamente.

“Y los com­pa­ñe­ros”, se sin­tió el Pedri­to obli­ga­do a aña­dir, dudan­do si la soli­da­ri­dad de géne­ro era con­ve­nien­te en ese des­tino… miserable.

“Nah”, repli­có Defen­sa. “Com­pa­ñe­ros como quie­ra repo­nes, pero com­pa­ñe­ras… ¿dón­de vas a encon­trar? Com­pa­ñe­ra, de veras com­pa­ñe­ra, no cualquiera”.

La pan­di­lla de Defen­sa esta­ba colo­ca­da estra­té­gi­ca­men­te. No para con­tem­plar los ava­ta­res de los comi­tés para cons­truir el bar­co. Defen­sa y Espe­ran­za tenían toma­da de las manos a Cala­mi­dad, quien ya había inten­ta­do dos veces lan­zar­se al río para res­ca­tar la bal­sa, y en ambas fue taclea­da por el Pedri­to, el Pabli­to y el ama­do Ama­do. El caba­llo cho­co y el gato-perro fue­ron arro­lla­dos des­de el arran­que. Se preo­cu­pa­ban inne­ce­sa­ria­men­te. Cuan­do el Sup­Ga­leano vio que lle­ga­ba la hor­da, asig­nó 3 pelo­to­nes de mili­cia­nas en la ori­lla del río. Con su habi­tual diplo­ma­cia y sin dejar de son­reír, el Sup les dijo: “Si esa niña lle­ga al agua, todas mueren”.

Des­pués del éxi­to en el sex­to inten­to, los comi­tés pro­ba­ban car­gan­do la bal­sa de lo que lla­ma­ron “cosas esen­cia­les” para el via­je (una espe­cie de kit de super­vi­ven­cia zapa­tis­ta): un cos­tal de tos­ta­das, pane­la, un cos­ta­li­llo de café, algu­nas bolas de pozol, un ter­cio de leña, un tro­zo de nai­lon por si llue­ve. Que­da­ron con­tem­plan­do y se die­ron cuen­ta de que algo fal­ta­ba. Cla­ro, no tar­da­ron en traer una marimba.

Maxo fue don­de el Monar­ca y el Sup­Ga­leano revi­sa­ban unos dise­ños de los que les con­ta­ré en otra oca­sión y dijo: “Oí, Sup, quie­re que les man­des car­ta a los del otro lado: que bus­quen lazo y que lo empa­tan para que esté un buen de lar­go, y lan­zan has­ta acá y enton­ces des­de las dos ori­llas vamos movien­do el “bar­co”. Pero quie­re que se orga­ni­zan, por­que si cada quien lan­za una cuer­da por su lado, pues nomás no lle­gan. Quie­re que los empa­tan pues, y organizados”.

Maxo no espe­ró a que el Sup­Ga­leano salie­ra de su des­con­cier­to, y tra­ta­ra de expli­car­le que había una gran dife­ren­cia entre una bal­sa hecha con tron­cos ama­rra­dos con beju­co, y un bar­co para cru­zar el Atlántico.

Maxo se fue a super­vi­sar la prue­ba de la bal­sa con toda la impe­di­men­ta. Dis­cu­tie­ron quién subía para pro­bar con per­so­nas, pero el río lati­guea­ba con un rumor tétri­co, así que opta­ron por hacer un muñe­co y trin­car­lo en medio de la embar­ca­ción. Maxo era como el inge­nie­ro naval por­que, hace años, cuan­do una dele­ga­ción zapa­tis­ta fue a apo­yar el cam­pa­men­to Cuca­pá, se metió al Mar de Cor­tés. Maxo no expli­có que casi se aho­ga por­que el pasa­mon­ta­ñas se le pegó a nariz y boca y no podía res­pi­rar. Cual vie­jo lobo de mar expli­có: “es como un río, pero sin corrien­te, y más doble, un buen tan­to, como la lagu­na de Miramar”.

El Sup­Ga­leano esta­ba tra­tan­do de des­ci­frar cómo se dice “lazo” en ale­mán, ita­liano, fran­cés, inglés, grie­go, eus­ke­ra, tur­co, sue­co, cata­lán, fin­lan­dés, etc., cuan­do la mayor Irma se acer­có y le dijo “pon­le que no están solas”. “Ni solos”, agre­gó el tenien­te coro­nel Rolan­do. “Ni soloas”, aven­tu­ró la Mari­jo­se, que lle­gó para pedir a los musi­que­ros que hagan una ver­sión del Lago de los Cis­nes pero en cum­bia. “Así, ale­gre pues, que se bai­len pues, que no esté tris­te su cora­zón”. Los musi­que­ros pre­gun­ta­ron qué cosa es “cis­nes”. “Son como patos pero más boni­ti­llos, como que esti­ra­ron mucho su pes­cue­zo y así que­da­ron. Que sea que son como jira­fas pero cami­nan como patos”. “¿Se comen?”, pre­gun­ta­ron los musi­que­ros, que sabían que ya era la hora del pozol y sólo habían lle­ga­do para dejar la marim­ba. “¡Cómo crees!, los cis­nes se bai­lan”. Los musi­que­ros se dije­ron que una ver­sión de “polli­to con papas” podría ser­vir. “Lo vamos a estu­diar”, dije­ron, y se fue­ron a tomar pozol.

Mien­tras tan­to Defen­sa Zapa­tis­ta y Espe­ran­za con­ven­cían a Cala­mi­dad de que, pues­to que el Sup­Ga­leano esta­ba ocu­pa­do, su cham­pa esta­ba vacía y era muy pro­ba­ble que hubie­ra escon­di­do un paque­te de man­te­ca­das en la caja del taba­co. Cala­mi­dad duda­ba, así que tuvie­ron que decir­le que allá podrían jugar a las palo­mi­tas. Se fue­ron. El Sup les vio ale­jar­se, pero no se preo­cu­pó, era impo­si­ble que encon­tra­ran el escon­di­te de las man­te­ca­das, ocul­tas bajo bol­sas de taba­co hon­guea­do, y, diri­gién­do­se al Monar­ca y seña­lan­do unos dia­gra­mas, le pre­gun­tó “¿Estás segu­ro de que no se hun­de? Por­que se ve que va a estar pesa­do”. El Monar­ca que­dó pen­san­do y res­pon­dió: “De repen­te”. Y lue­go dijo, serio: “pues que lle­ven veji­gas, así flo­tan” (nota: veji­gas = globos).

El Sup sus­pi­ró y dijo: “más que un bar­co, lo que nece­si­ta­mos es un poco de cor­du­ra”. “Y más lazo”, aña­dió el Sub­Moy, que iba lle­gan­do jus­to en el momen­to en que la bal­sa, has­ta el tope de car­ga, se hundía.

Mien­tras en la ori­lla el gru­po de Comi­tés con­tem­pla­ba los res­tos del nau­fra­gio y la marim­ba flo­tan­do patas arri­ba, alguien dijo: “suer­te que no subimos el equi­po de soni­do, ése es más caro”.

Todos aplau­die­ron cuan­do salió a flo­te el muñe­co de tra­po. Alguien, pre­vi­sor, le había pues­to, bajo los bra­zos, dos veji­gas infladas.

Doy fe.
Miau-Guau.

FUENTE: Pozol

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