Vene­zue­la. Caro­la Chá­vez: «¡Can­di­da­ta, pues!»

Por Caro­la Chá­vez. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 11 de sep­tiem­bre de 2020.

Hoy, más que un artícu­lo, me sien­to a escri­bir sen­ti­mien­tos que se me ata­ru­gan en el cora­zón. Es que miran­do hacia atrás, ape­nas cator­ce años, veo toda­vía con asom­bro los cami­nos que he anda­do, muchos de ellos, para­dó­ji­ca­men­te sin salir de la mesa de la coci­na de mi casa.

Hace cator­ce años me sen­té a escri­bir para con­tar­me cosas a mi mis­ma, como para expli­car­me y orde­nar una nue­va eta­pa que comen­za­ba a vivir, y en lugar de escri­bir mis cosas de mamá cua­ren­to­na, me lan­cé a escri­bir sobre el cha­vis­mo y des­de enton­ces no pue­do, ni quie­ro parar.

En estos cator­ce años he vivi­do de todo, repi­to, casi sin ale­jar­me de mi casa. En mi casa, una tar­de, escu­ché mis pala­bras en la boca de Chá­vez. En mi casa reci­bí des­de la pan­ta­lla de la tele su beso vola­do. Está­ba­mos en mi casa aquel domin­go cuan­do él me lla­mó des­de La Haba­na. Yo derre­ti­da de amor y emo­ción al otro lado de la línea me moría de la risa con su risa… “Mi Caro­la”, me decía… su Caro­la me quedé.

De la coci­na de mi casa a la feria del libro Cara­cas, de La Haba­na, de mi Bue­nos Aires que­ri­do (cuan­do yo te vuel­va a ver)… de Bar­qui­si­me­to, Mara­cai­bo, Valen­cia y Por­la­mar… a hablar fren­te a un mon­tón de gen­te, a tar­ta­mu­dear de mie­do escé­ni­co al prin­ci­pio, a ter­mi­nar con­tan­do his­to­rias que nos hacían a todos reír y llo­rar de amor cha­vis­ta… Apren­dien­do a hacer cosas mara­vi­llo­sas que ni siquie­ra soñé que que­ría o podía hacer.

Pasa­do el bubu­lú de las ferias, de nue­vo en mi casa de tor­tu­ga case­ra. Una noche de domin­go, otro domin­go, otra lla­ma­da de Chá­vez. Corre a correr tras él en la cam­pa­ña, Caro­la, corre y escri­be corrien­do esta his­to­ria de amor colec­ti­vo, la más her­mo­sa de todas… Corrí jun­to a mi Chá­vez ado­ra­do, muer­ta de mie­do por­que sabía que no sabía correr como todos corrían. Por­que yo nun­ca había esta­do en esas corre­de­ras. Muer­ta de mie­do de cagar­la, de que Chá­vez se decep­cio­na­ra, muer­ta del mie­do fui, apren­dí, escri­bí y me tra­je los besos vola­dos, la risa, otra vez la risa, “tu eres loca, mi Caro­la” y todo este amor que sigue aquí.

Des­de enton­ces, sigo hacien­do lo que siem­pre hice: escri­bir en esta mis­ma mesa, mien­tras que una sopa en el fue­go me dice que es la hora de poner­le cilan­tro, ají… Sigo aquí hacien­do lo que hago, defen­der nues­tra revo­lu­ción, des­de las mis­mas con­vic­cio­nes que hace 14 años me lle­va­ron a escri­bir de cha­vis­mo en vez de escri­bir de la com­pli­ca­da aven­tu­ra de ser una mamá otra vez los 42 años.

Ya ten­go 56. Aque­llos cin­cuen­ta y seis que con­ta­ba que ten­dría cuan­do mi bebé tuvie­ra cator­ce. Enton­ces ima­gi­na­ba el futu­ro y mis 56 leja­nos años sin la más remo­ta idea de todo lo que en mi vida pasa­ría entre aque­llos días y hoy. Hoy ten­go esos 56 años y des­de la mis­ma mesa de siem­pre me toca escri­bir que soy can­di­da­da a la Asam­blea Nacio­nal. ¡Ni en mis sue­ños más locos!

Inclu­so hace un par de sema­nas, yo ni pen­sa­ba en ser can­di­da­ta a nada. Pero otra vez otra lla­ma­da, otra vez la impre­sión, otra vez la llo­ra­de­ra, la risi­ta ner­vio­sa, la duda efí­me­ra, la anti­ci­pa­da mira­da año­ran­te a mi mesi­ta, a mi coci­na, otra vez la con­vic­ción de que ten­go que ir, de que algo bueno voy a poder hacer y otra vez, des­de allá don­de sea que está, la risa aque­lla, el beso vola­do y esa mira­da dul­ce que me guía por estos cami­nos que jamás soñé recorrer.

Soy can­di­da­ta cha­vis­ta y a Chá­vez nun­ca le voy a fallar. Ni a él, ni a mis com­pa­ñe­ros, por eso soy can­di­da­ta. Allá voy, pues, a la Asam­blea Nacio­nal. ¿Quién dijo miedo?

Este artícu­lo fue publi­ca­do ori­gi­nal­men­te en la pági­na web Con El Mazo Dan­do el 9 de sep­tiem­bre de 2020.

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