Colom­bia. ¡Arri­ba los “Tri­zas”! (Opi­nión)

Por Julio César Lon­do­ño. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 9 de sep­tiem­bre de 2020.

No hay nada que hacer, los «Tri­zas» («Uri­be­ños», «Ras­tro­jos», Gavi­ria, Pas­tra­na, Var­gas, los Char, Sar­mien­to, RCN y los pas­to­res) son inven­ci­bles. Se supe­ran en cada jor­na­da. Pue­den lim­piar­se el fun­da­men­to con la ban­de­ra y en segui­da enar­bo­lar­la como prue­ba albí­si­ma de su patriotismo.

Pue­den jugar fút­bol en can­chas de lodo san­gui­no­len­to y lue­go lim­piar las botas con el betún de la decen­cia de los embo­la­do­res de la Fis­ca­lía. Pue­den jac­tar­se de enga­ñar a los elec­to­res y lue­go recla­mar aira­da­men­te el triun­fo y exi­gir res­pe­to a sus deman­das. Pue­den putear a los magis­tra­dos y acto segui­do jurar res­pe­to a la Jus­ti­cia. Pue­den cla­mar por una segun­da ins­tan­cia para Andrés Feli­pe Arias, el filán­tro­po del cam­po que gozó de ene ins­tan­cias y fue con­de­na­do por todas, inclu­so por fis­ca­les y pro­cu­ra­do­res «Tri­zas». Pue­den uti­li­zar al pre­si­den­te como defen­sor de ofi­cio y denun­ciar la fal­ta de garan­tías pro­ce­sa­les para «San­tia­go Após­tol», quien solo ha podi­do eva­dir a la jus­ti­cia 24 años, y para su her­mano, el pobre vie­je­ci­to que sufre el aco­so de la Jus­ti­cia en su latifundio.

Los «Tri­zas» está reí­dos: ya des­pe­da­za­ron los acuer­dos con las Farc, vene­zo­la­ni­za­ron la ins­ti­tu­cio­na­li­dad (cap­tu­ra­ron la Pro­cu­ra­du­ría, la Con­tra­lo­ría, la Defen­so­ría y la Fis­ca­lía) y aho­ra aplau­den el retorno de las masa­cres a las ciu­da­des y los cam­pos de Colom­bia. Es el movi­mien­to final de la can­ta­ta y fuga para moto­sie­rra, la pie­za que deja­ron incon­clu­sa en 2010. Como ya lo había adver­ti­do su líder supre­mo, los «Tri­zas» están cal­man­do ham­bres atra­sa­das tras ocho años de abs­ti­nen­cia de san­gre, redon­dean­do la fae­na de las masa­cres con sen­ti­do social… per­dón, los homi­ci­dios colec­ti­vos con fines de rein­ge­nie­ría social.

Si alguien lo tuvo todo para cam­biar la his­to­ria de Colom­bia, fue Álva­ro Uri­be. Tuvo una eco­no­mía cre­cien­do por enci­ma del 5 % gra­cias a una ola de bonan­za mun­dial y a la feria de los ser­vi­cios públi­cos y de los títu­los mine­ros, cuya adju­di­ca­ción aumen­tó 800 % duran­te sus dos admi­nis­tra­cio­nes. Tuvo un enor­me res­pal­do popu­lar, indus­trial y mili­tar, éxi­tos rotun­dos con­tra la gue­rri­lla, un inne­ga­ble cono­ci­mien­to del país y una capa­ci­dad de tra­ba­jo asombrosa.

Uri­be tomó estos gran­des tro­zos de oro, los some­tió al fue­go de los altos hor­nos de sus odios y ambi­cio­nes, pro­nun­ció un millón de pala­bras mági­cas y pro­du­jo, lue­go de años de furio­so tra­ba­jo, esta mez­cla casi per­fec­ta de san­gre, heces y babas que es el Gobierno actual. Él sabe que es imper­fec­ta, pero no le preo­cu­pa, tie­ne dos años más para ter­mi­nar la tarea, para ven­gar­se de San­tos y de esa Colom­bia que no supo apre­ciar sus des­ve­los; para decir­les a la ONU, al Vati­cano, al Par­la­men­to Euro­peo, al Comi­té Norue­go del Nobel y a los demó­cra­tas del mun­do que se caga en la ley y en la demo­cra­cia y que el fas­cis­mo nun­ca mori­rá para siem­pre por­que está en el gen de los más bajos ins­tin­tos de la espe­cie, impre­so a fue­go en los rep­ti­lia­nos cere­bros de los «Tri­zas».

Y que se cui­den los mamer­tos y los demó­cra­tas por­que, así esté aban­do­na­do por sus dio­ses y por sus elec­to­res, la ago­nía de un mons­truo pue­de ser tan nefas­ta como sus días de glo­ria. Los «Tri­zas» gana­ron. Su obje­ti­vo cen­tral es incen­diar el país por­que la paz es la pesa­di­lla de su líder (y por­que en la gue­rra medran los con­tra­tis­tas, los ban­que­ros y los ase­si­nos). Ya empe­za­ron y están corrien­do con suer­te: la pan­de­mia es una ben­di­ción del cie­lo. Todo lo que sea muer­te y mie­do jue­ga a su favor.

Vati­ci­nio: en 2022 los alfi­les del Cen­tro Demo­crá­ti­co sal­drán huyen­do (tie­nen vas­ta expe­rien­cia), deja­rán atrás un país en rui­nas y Uri­be des­can­sa­rá al fin en paz.

Fuen­te: El Espec­ta­dor

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