Argen­ti­na. La tie­rra (y la vida) en el cen­tro de la repro­duc­ción social y la revolución

Por Mariano Féliz, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 22 de sep­tiem­bre de 2020.

Unas 3000 fami­lias ocu­pan un terreno aban­do­na­do. Nece­si­tan urgen­te­men­te un lugar des­de don­de pro­yec­tar su vida. El capi­tal y su ley sos­tie­nen que es ile­gal.

El sis­te­ma judi­cial (no la jus­ti­cia) orde­na el des­alo­jo, que las fuer­zas de repre­sión inten­ta­rán eje­cu­tar. Pero el Pue­blo orga­ni­za­do, resistirá.

Hay ocu­pa­cio­nes y “ocu­pa­cio­nes”

La ocu­pa­ción de unas 200 hec­tá­reas en Guer­ni­ca en el conur­bano bonae­ren­se por par­te de unas miles de fami­lias en bus­ca de un lugar para vivir levan­tó las alar­mas de les defen­so­res del sta­tus-quo capi­ta­lis­ta. El empre­sa­ria­do ve en el acto deses­pe­ra­do de estas per­so­nas un ata­que a la san­ti­dad de la pro­pie­dad pri­va­da (de los medios de pro­duc­ción) que es la base de sus pri­vi­le­gios de clase.

Ocu­par tie­rras es ile­gal, dicen. Se olvi­dan de que antes de la lle­ga­da del capi­ta­lis­mo, la tie­rra era pri­me­ro que nada un bien colec­ti­vo, un común. Se hacen los dis­traí­dos fren­te al hecho his­tó­ri­co de que la tie­rra en Abya Yala no tenía pro­pie­ta­rios. Los pue­blos ori­gi­na­rios de Nues­tra­mé­ri­ca hacían uso comu­nal del terri­to­rio, don­de vivían y pro­du­cían lo que nece­si­ta­ban para vivir.

Quie­nes hoy se rei­vin­di­can due­ños de todo olvi­dan que los ocu­pan­tes ile­ga­les de lo que hoy cono­ce­mos como Argen­ti­na fue­ron las tro­pas espa­ño­las e ingle­sas que irrum­pie­ron para saquear todo lo que podía ser saquea­do y ani­qui­lar a las comu­ni­da­des pre­exis­ten­tes. Lue­go el Esta­do nacio­nal argen­tino con­ti­nuó la fae­na san­grien­ta de ocu­par lo que ya esta­ba ocu­pa­do, pero sobre todo pri­va­ti­zar lo que es por defi­ni­ción el sus­tra­to de nues­tras vidas en común. La lla­ma­da Cam­pa­ña del Desier­to con­su­mó un geno­ci­dio a la vez que con­so­li­dó las bases del capi­ta­lis­mo depen­dien­te en Argentina.

La apro­pia­ción vio­len­ta e ilí­ci­ta de las tie­rras comu­ni­ta­rias en nues­tro terri­to­rio por par­te de las eli­tes domi­nan­tes con­tri­bu­yó a cons­ti­tuir el anda­mia­je de la nue­va divi­sión inter­na­cio­nal del tra­ba­jo. Las poten­cias impe­ria­lis­tas y sus alia­dos loca­les con­si­guie­ron poner al con­jun­to del pue­blo tra­ba­ja­dor y los bie­nes comu­nes a dis­po­si­ción del gran capi­tal en pro­ce­so de trans­na­cio­na­li­za­ción. La pri­va­ti­za­ción de nues­tro terri­to­rio es la base de nues­tra dependencia.

Tie­rra para vivir y las fron­te­ras del capital

La tie­rra es el sus­tra­to de la repro­duc­ción de nues­tras vidas. Sin tie­rra no hay vivien­da, ni ali­men­tos, pero tam­po­co hay tra­ba­jo ni pro­duc­ción. La exi­gen­cia de tie­rra para vivir y tra­ba­jar es la deman­da ele­men­tal de las cla­ses popu­la­res. Es el pun­to de par­ti­da de todas nues­tras otras deman­das. Un lugar don­de vivir nos da esta­bi­li­dad y sopor­te para orga­ni­zar nues­tras vidas y nues­tras luchas por un futu­ro mejor. En nues­tras tie­rras cons­trui­mos nues­tros terri­to­rios, ese entra­ma­do de rela­cio­nes socia­les que nos constituyen.

Pero el dere­cho a la tie­rra para vivir no es lo mis­mo que la pro­pie­dad pri­va­da sobre la tie­rra como recur­so. El capi­tal sos­tie­ne la idea del dere­cho a la pro­pie­dad pri­va­da en gene­ral, y de la tie­rra en par­ti­cu­lar, pues ese es el fun­da­men­to para la apro­pia­ción capi­ta­lis­ta de nues­tro tra­ba­jo y del aca­pa­ra­mien­to de tie­rras. El con­trol sobre el terri­to­rio a par­tir de la pro­pie­dad pri­va­da de la tie­rra es la base del impe­ria­lis­mo. El con­trol de la tie­rra por par­te del capi­tal la con­vier­te en un acti­vo pues­to a valo­ri­zar­se. Sea en la pro­duc­ción para el agro­ne­go­cio de expor­ta­ción, o la extrac­ción de mine­ra­les o hidro­car­bu­ros con igual des­tino, sea para su con­ver­sión en espa­cios para el turis­mo o como reser­vo­rio natu­ral pri­va­do, o sea para la pro­duc­ción inmo­bi­lia­ria espe­cu­la­ti­va a gran esca­la, la tie­rra bajo la for­ma de pro­pie­dad capi­ta­lis­ta se con­vier­te en capi­tal valorizable.

De esa mane­ra, en su uso capi­ta­lis­ta siem­pre está pri­me­ro su capa­ci­dad de mul­ti­pli­car el capi­tal inver­ti­do antes que los dere­chos bási­cos que pue­da satis­fa­cer (sean estos la vivien­da, el tra­ba­jo o la pro­duc­ción de ali­men­tos). El aca­pa­ra­mien­to de tie­rras en manos capi­ta­lis­tas está en el ori­gen de nues­tro Esta­do Nación de base oli­gár­qui­ca, que nie­ga el pro­yec­to nacio­nal liber­ta­rio de los Pue­blos, y con­ti­núa hoy como el fun­da­men­to de las nue­vas for­mas del saqueo de los bie­nes comunes.

La apro­pia­ción pri­va­da de la tie­rra como capi­tal es lo opues­to al uso popu­lar de las mis­mas. La pri­va­ti­za­ción de la tie­rra per­mi­te su aca­pa­ra­mien­to. El cer­ca­mien­to capi­ta­lis­ta de la tie­rra, el mono­po­lio sobre su uso, es la base de la pro­duc­ción de la ren­ta del sue­lo, sea rural o urba­na. La espe­cu­la­ción en tie­rras y ‘pro­pie­da­des inmue­bles’ va de la mano de la explo­ta­ción capitalista.

En eco­no­mía depen­dien­tes, la des­igual­dad es tan gran­de que la valo­ri­za­ción de las tie­rras expul­sa a los sec­to­res popu­la­res no ya a las peri­fe­rias de las ciu­da­des y pue­blos sino direc­ta­men­te a la vera de los ríos, a las tie­rras inun­da­bles, a los espa­cios de sacri­fi­cio. Pero las pobla­cio­nes mar­gi­na­li­za­das por el capi­tal, super­ex­plo­ta­das, ni siquie­ra allí están a sal­vo. Cuan­do el capi­tal se lo pro­po­ne, los terre­nos antes inú­ti­les, se con­vier­ten en nue­vas minas de oro. Y la fie­bre por el metá­li­co, acei­ta los meca­nis­mos de la nue­va expro­pia­ción. El sis­te­ma se pone en movi­mien­to para avan­zar sobre una nue­va fron­te­ra para el capi­tal, pisan­do los dere­chos de quie­nes (a sus ojos) nada valen, pues nada tie­nen. De la mis­ma mane­ra, la que­ma de tie­rras prís­ti­nas y el avan­ce sobre las tie­rras de ocu­pa­ción ances­tral cam­pe­si­na y comu­ni­ta­ria, pre­fi­gu­ran las nue­vas fron­te­ras del desa­rro­llo del capital.

La tie­rra es el cen­tro de la repro­duc­ción social

La pre­ca­rie­dad de la tenen­cia de la tie­rra para vivir es la pre­ca­rie­dad de la vida mis­ma. La incer­ti­dum­bre fren­te a nues­tro lugar en el mun­do, se pro­yec­ta como una man­cha que atra­vie­sa todos los aspec­tos de nues­tra repro­duc­ción vital. Quie­nes no tie­nen un “lugar don­de caer­se muer­tos”, son for­za­des a atra­ve­sar el tiem­po como capi­tal vivien­te, estan­do per­ma­nen­te­men­te al bor­de del pre­ci­pi­cio, super­ex­plo­tadxs. No hay vida dig­na sin tie­rra para vivir.

Mien­tras el capi­tal bus­ca avan­zar como apla­na­do­ra (no sólo meta­fó­ri­ca) sobre todos los lazos socia­les no mer­can­ti­les, en barrios y comu­ni­da­des la repro­duc­ción social recae cada vez más en la auto­or­ga­ni­za­ción colec­ti­va. Las redes socia­les terri­to­ria­li­za­das, con las muje­res empo­bre­ci­das y cuer­pos femi­ni­za­dos en el cen­tro, pro­du­cen y repro­du­cen la vida ante la vio­len­cia orga­ni­za­da por el capi­tal. El con­trol terri­to­rial popu­lar es lo úni­co que pone un freno a la vio­len­cia ins­ti­tu­cio­nal y para­po­li­cial, al tiem­po que garan­ti­za la ges­tión común de(en) la precariedad.

La defen­sa de la tie­rra comu­ni­ta­ria, es decir, de la tie­rra como un bien común al ser­vi­cio de la repro­duc­ción vital, es el eje de nues­tras luchas. La ocu­pa­ción de tie­rras sobre los cam­pos cer­ca­dos por el capi­tal son la base mate­rial de la revo­lu­ción nece­sa­ria. ¡A desalam­brar! es más que nun­ca nues­tra ban­de­ra fren­te al avan­ce capi­ta­lis­ta sobre nues­tras vidas.

Mien­tras cerra­mos estas pala­bras, un juez se atre­ve a decre­tar la expul­sión de miles de per­so­nas de los terre­nos ocu­pa­dos en Guer­ni­ca (pro­vin­cia de Bue­nos Aires). La poli­cía, pre­mia­da tras su rebe­lión arma­da, se apres­ta­rá a cum­plir la fae­na para la cual exis­te: sos­te­ner el dere­cho del capi­tal a apro­piar­se de todo espa­cio vital.

Nosotrxs, des­de dis­tin­tos luga­res pero juntxs en una pra­xis colec­ti­va, tene­mos la tarea actual de poner un freno al impe­rio de la vio­len­cia y la muer­te sobre la vida en común.

Fuen­te: La Hai­ne Foto de por­ta­da: Maria Torrellas

Itu­rria /​Fuen­te

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *