Colom­bia. Uri­be es un patrio­ta genuino, dijo su títe­re Iván Duque

Por Juan Alber­to Sán­chez Marín, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 23 agos­to 2020.

  • foto: Iván Duque, el actual pre­si­den­te de Colom­bia (dcha.) y el exman­da­ta­rio de ese país Álva­ro Uri­be en un mitin de campaña, 

Iván Duque está dis­pues­to a des­ba­ra­tar aún más el orde­na­mien­to jurí­di­co para no que­brar su fide­li­dad a Álva­ro Uri­be y el Cen­tro Democrático.

El pre­si­den­te colom­biano Iván Duque está dis­pues­to a lo que sea, des­ba­ra­tar aún más el orde­na­mien­to jurí­di­co y some­ter a la Jus­ti­cia, con tal de no que­brar la fide­li­dad seña­la­da por una mala inter­pre­ta­ción de las res­pon­sa­bi­li­da­des adqui­ri­das cuan­do asu­mió la pre­si­den­cia, y juró a Dios y le pro­me­tió al país, no a Álva­ro Uri­be ni al Cen­tro Demo­crá­ti­co, «cum­plir fiel­men­te la Cons­ti­tu­ción y las leyes de Colom­bia» (Cons­ti­tu­ción, Art. 192). 

Aca­tar la ley fun­da­men­tal, no las cláu­su­las admi­nis­tra­ti­vas de los capa­ta­ces de una fin­ca lla­ma­da El Ubé­rri­mo. Y las inten­to­nas de rom­per­la que aca­rrean las pala­bras dichas en un dis­cur­so deli­be­ra­do no son un ape­nas un asun­to semán­ti­co o una trans­gre­sión nor­ma­ti­va, sino un afán de des­qui­te en la mis­ma direc­ción que ha carac­te­ri­za­do al expre­si­den­te que aho­ra aguar­da vengar.

Una vez pudo ser cier­to eso de que Colom­bia esta­ba escin­di­da con una frac­ción de la pobla­ción obnu­bi­la­da por el hechi­zo per­so­nal del expre­si­den­te Álva­ro Uri­be Vélez y otra empe­ci­na­da en odiar­lo por sus acciones.

Pero, en un lap­so rela­ti­va­men­te bre­ve, el círcu­lo de los incon­di­cio­na­les se ha veni­do estre­chan­do cada vez más, mien­tras que no ha deja­do de ampliar­se el de los adver­sa­rios, los con­ver­sos, los defrau­da­dos, y, tam­bién, los indiferentes.

LAS RAZONES QUE SON UNA

¿Qué ha ori­gi­na­do tal cam­bio en la per­cep­ción de los ciu­da­da­nos? ¿Cuá­les son las cau­sas por las que un indi­vi­duo pode­ro­so, que se reeli­gió a sí mis­mo con el solo argu­men­to de que­rer­lo y median­te manio­bras delin­cuen­cia­les (cohe­cho) fren­te a las que el país miró para otro lado y la Jus­ti­cia no dijo ni pío, haya des­cen­di­do en pocos años de los cie­los a los cal­de­ros del Infierno?

¿Por qué el ído­lo que puso dos pre­si­den­tes, uno que per­día fren­te al mar­gen de error (el ante­rior, Juan Manuel San­tos) y otro que siem­pre andu­vo y anda per­di­do (el actual, Iván Duque Már­quez) aho­ra pare­ce de barro? ¿Ha sido la trans­for­ma­ción de los afec­tos nacio­na­les tan abrup­ta como pare­ce y tan autén­ti­ca como creemos?

FACTOR 1: EL PARTIDO A REPARTIR.

El Cen­tro Demo­crá­ti­co, el par­ti­do crea­do por el expre­si­den­te Uri­be para dar­le apa­rien­cia de colec­ti­vi­dad a sus empe­ci­na­mien­tos y aver­sio­nes, es uno de los cimien­tos más sóli­dos de la par­ti­cu­lar desgracia.

Los par­ti­dos que sobre­vi­vie­ron duran­te déca­das en Colom­bia, el Libe­ral y el Con­ser­va­dor (hoy espec­tros), lo hicie­ron por­que sus ideo­lo­gías repo­sa­ron sobre lemas gira­to­rios y anta­gó­ni­cos, los dis­cur­sos corres­pon­dían a las accio­nes más fle­xi­bles y has­ta con­tra­rias, y los prin­ci­pios se basa­ban en nor­mas movedizas.

El par­ti­do de Uri­be, des­de que se fun­dó, gri­ta simi­la­res con­sig­nas, pro­pa­la odios idén­ti­cos, des­ca­li­fi­ca con las sabi­das tre­tas. Su éli­te cre­yó (sigue cre­yén­do­lo) que podía enga­ñar a todos todo el tiem­po. Nin­guno admi­tió que la cita­da fra­se de Lin­coln podía estar en lo cier­to. Y se equivocaron.

Un par­ti­do que se deba­te entre líneas de ultra­de­re­cha, extre­ma dere­cha y muy de dere­cha, y que es enemi­go acé­rri­mo de la pro­pie­dad pri­va­da por­que lo con­for­man los mayo­res expro­pia­do­res de la tie­rra (a tra­vés de masa­cres, usur­pa­ción y desplazamientos).

Y un par­ti­do que renie­ga en pri­va­do de la libre empre­sa que pre­go­na por­que agru­pa a las gran­des indus­trias y agro­in­dus­trias que menos­pre­cian a los peque­ños pro­duc­to­res del ramo que sea (a los que ate­na­zan con una insa­na com­pe­ten­cia y per­si­guen median­te leyes, y fuer­zas mili­ta­res y paramilitares).

El des­en­can­to entró por la puer­ta de los escán­da­los mayúscu­los, la corrup­ción, los crí­me­nes, la ende­mo­nia­da obse­sión de hacer tri­zas una paz que alcan­za­ban a sabo­rear, inclu­so, un mon­tón de sus votan­tes con el regre­so a pro­pie­da­des rura­les por las que antes ni podían asomar.

FACTOR 2: EL EMPRENDEDOR LA EMPRENDIÓ

Para no tro­pe­zar dos veces con la mis­ma pie­dra, o sea, no repe­tir la des­agra­da­ble expe­rien­cia de poner de man­da­ta­rio a una figu­ra dís­co­la y des­obe­dien­te, como lo fue Juan Manuel San­tos, Uri­be se ase­gu­ró de vol­ver pre­si­den­cia­ble y pre­si­den­te al ama­nuen­se que lo había escol­ta­do por los pasi­llos buro­crá­ti­cos de sus últi­mos ocho años.

Es cla­ro que los ojos enchar­ca­dos o el ros­tro des­tem­pla­do del pre­si­den­te Duque no corres­pon­den a algún fer­vor patrió­ti­co o al des­aso­sie­go que le pro­du­cen las des­gra­cias de los millo­nes de com­pa­trio­tas que aguan­tan ham­bre, o de los miles que mue­ren a dia­rio por cau­sa de la COVID-19, o por su indo­len­cia fren­te al ase­si­na­to ince­san­te y cre­cien­te de líde­res socia­les, miem­bros de las mino­rías étni­cas y excom­ba­tien­tes de las FARC .

La desa­zón tie­ne que ver con el des­bor­da­do agra­de­ci­mien­to de Duque hacia el men­tor Uri­be, explí­ci­to en lágri­mas puras cuan­do empe­zó el man­da­to, y en el ros­tro com­pun­gi­do y las fra­ses de per­tur­ba­do el día en que la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia le impu­so casa por cár­cel al expresidente.

No es para menos. Al fin y al cabo, a Duque le cabe una bue­na par­te de la res­pon­sa­bi­li­dad de que el expre­si­den­te, la Pre­si­den­cia y el Par­ti­do estén del modo que están: hun­di­dos en el piso fan­go­so en las encues­tas de popularidad.

De la mis­ma mane­ra que, aun en con­tra de su volun­tad, el expre­si­den­te San­tos y los diá­lo­gos de paz con las FARC le ayu­da­ron tan­to a Uri­be a man­te­ner su vigen­cia, Iván Duque, tam­bién, cla­ro está, en con­tra de su volun­tad, le ha echa­do una mano para hundirlo.

Con su des­go­bierno, las paté­ti­cas medi­das fren­te a la pan­de­mia, su esme­ro en pro­te­ger a las éli­tes eco­nó­mi­cas y finan­cie­ras, y en estran­gu­lar a los pobres, o los decre­tos repre­si­vos y dañi­nos, en fin, el pre­si­den­te colom­biano ahu­yen­ta a las bases que un día pen­sa­ron que eran pudien­tes por­que mili­ta­ban en un par­ti­do de ricos.

El espec­tácu­lo mediá­ti­co dia­rio de Duque por la tele­vi­sión pro­me­tien­do ayu­das que se las roban en el camino, pro­por­cio­nan­do datos ale­gres que pocos creen y brin­dan­do espe­ran­zas que sue­nan a lo opues­to, lo vol­vió invi­si­ble. Pero, vaya con­tra­sen­ti­do, algo des­pier­ta al país su sopo­rí­fe­ra palabrería.

Has­ta hace poco supu­si­mos que Ivan Duque era un ciu­da­dano que se creía pre­si­den­te. Aho­ra resul­ta que, según él lo da a enten­der, es lo con­tra­rio: un semi­pre­si­den­te que se cree ciudadano.

Y como tal opi­na, en el esti­lo de las babo­sa­das que lo dis­tin­guen, pero con la pre­con­ce­bi­da gra­ve­dad de ata­car a uno de los pode­res fun­da­men­ta­les de la demo­cra­cia, en la que la mayo­ría de sus copar­ti­da­rios no creen, pero gra­cias a la cual él está ahí don­de está, y no cepi­llán­do­le los zapa­tos ni trans­cri­bién­do­le los folios de fal­sos tes­ti­mo­nios al jefe.

FACTOR 3: BUFONES DE LA COHORTE

No con­tri­bu­yen a la supera­ción del desas­tre las pata­le­tas ren­co­ro­sas de los mili­tan­tes de la pri­me­ra línea uri­bis­ta en Pala­cio, el Con­gre­so, los gran­des medios obse­cuen­tes, las bode­gas de mani­pu­la­ción, las redes, las calles.

Los alfi­les bien pagos lle­gan al des­pro­pó­si­to de plan­tear la nece­si­dad de una asam­blea cons­ti­tu­yen­te, no que reor­de­ne los órga­nos de jus­ti­cia en la bús­que­da del bene­fi­cio social, sino que los des­or­de­ne a su exclu­si­vo gus­to y favor.

La deses­pe­ra­ción nun­ca ha sido bue­na con­se­je­ra, menos aún para una tur­ba cohe­sio­na­da alre­de­dor de un nom­bre segui­do cual ilu­mi­na­do, teni­do por mesías, reve­ren­cia­do como dios, que no es ilu­mi­na­do ni mesías ni dios.

El séqui­to del señor Uri­be expo­ne su deses­pe­ro con reac­cio­nes aira­das con­tra el esta­ble­ci­mien­to que él ha con­tro­la­do, sub­yu­ga­do o per­se­gui­do, y el cues­tio­na­mien­to apun­ta a bus­car los meca­nis­mos para tener­lo bajo un con­trol absoluto.

Pero las rabie­tas y las pata­le­tas des­mo­ro­nan aún más las rocas arci­llo­sas don­de se para la arma­zón. El todo­po­de­ro­so está unta­do de la san­gre de miles de víc­ti­mas y los bue­nos devo­tos son malos.

FACTOR PRINCIPAL: EL EXPRESIDENTE LA PRESIENTE

Fran­kens­tein paga en car­ne pro­pia la mons­truo­si­dad que creó con su ape­go al poder y la inno­ble cau­sa de alte­rar el cur­so de una inves­ti­ga­ción de la Jus­ti­cia colom­bia­na que él mis­mo, en 2014, echó a andar.

Uri­be la empren­dió con­tra el sena­dor Iván Cepe­da, al que acu­só ante la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia por adoc­tri­nar tes­ti­gos en las cár­ce­les para enlo­dar­lo, aun­que este, según su tes­ti­mo­nio, nun­ca lle­vó tes­ti­go alguno a la Corte.

La cam­pa­ña con­tra Cepe­da tuvo varios fren­tes, inclu­yen­do una que­ja dis­ci­pli­na­ria ante la Pro­cu­ra­du­ría y una acción de pér­di­da de inves­ti­du­ra ante el Con­se­jo de Esta­do. Pero la inves­ti­ga­ción y las prue­bas reco­lec­ta­das le die­ron un giro al pro­ce­so y el expre­si­den­te pasó de acu­sa­dor a ser inves­ti­ga­do por la mani­pu­la­ción de testigos.

La mala maña del expre­si­den­te, que tam­po­co era iné­di­ta, lo ha pues­to bajo medi­da de ase­gu­ra­mien­to de deten­ción pre­ven­ti­va como “pre­sun­to deter­mi­na­dor de los deli­tos de soborno a tes­ti­go en actua­ción penal y frau­de procesal”.

Un hecho sin ante­ce­den­tes en Colom­bia, que tie­ne a Uri­be a las puer­tas de res­pon­der por un caso menor en com­pa­ra­ción con las copio­sas acu­sa­cio­nes de que es obje­to des­de que, en 1980, diri­gie­ra la Aero­ci­vil y otor­ga­ra licen­cias de vue­lo y auto­ri­za­cio­nes de pis­tas de ate­rri­za­je a Pablo Esco­bar y otros nar­co­tra­fi­can­tes del car­tel de Medellín.

Once años más tar­de, en 1991, la Agen­cia de Inte­li­gen­cia de las Fuer­zas Mili­ta­res (DIA) ela­bo­ró una lis­ta de 104 indi­vi­duos con algún tipo de víncu­lo con ese car­tel. El aso­cia­do No. 82 de esa rela­ción es el expre­si­den­te Uribe.

Han ven­ci­do los tér­mi­nos para ade­lan­tar inves­ti­ga­cio­nes que hubie­ra sido impor­tan­te para el país cono­cer la ver­dad, sin embar­go, hay deli­tos supues­tos de hace más de 35 años de ocu­rri­dos. En otros, las pes­qui­sas nun­ca pros­pe­ra­ron, y algu­nas acu­sa­cio­nes aún se hayan en pro­ce­so. Entre las denun­cias figu­ran crí­me­nes tan gra­ves como masa­cres, ase­si­na­tos, inter­cep­ta­cio­nes tele­fó­ni­cas ile­ga­les y corrupción.

De la adver­si­dad de Uri­be no tie­ne la cul­pa la Jus­ti­cia, por actuar, ni la Cor­te Supre­ma, por hacer­lo en Dere­cho; ni los opo­si­to­res polí­ti­cos, aun­que no ocul­ten satis­fac­ción; mucho menos, las víc­ti­mas, que no han hecho sino tra­gar­se mudas el dolor y que aho­ra, por pri­me­ra vez en déca­das, tie­nen al menos la sen­sa­ción de que la Ley pue­de ser igual para todos.

De las actua­les des­di­chas del expre­si­den­te, que no son nada jun­to a las que él ha cau­sa­do, pro­pi­cia­do, indu­ci­do, disi­mu­la­do o acti­va­do, tie­nen la cul­pa el Par­ti­do, su pre­si­den­te pos­ti­zo, pero, sobre todo, él mismo.

Los prin­ci­pa­les obje­ti­vos de des­truc­ción de los autó­cra­tas son aque­llas cosas y valo­res que más enco­mian. El tirano San­tos Ban­de­ras de don Ramón del Valle Inclán es un ejem­plo de ello. Un indio que se dedi­ca a aso­lar a los indios. El patrio­ta genuino del que habla nues­tro pre­si­den­te pos­ti­zo es otro, más pro­vin­cial y pre­sen­te. Un patrio­ta que sobre­pa­sa los trein­ta y cin­co años ani­qui­lan­do la patria que dice desvivirlo.

MÁS DOS AÑOS DE MENOS

¿Adón­de irá a parar una her­man­dad pega­da con las babas de un cabe­ci­lla veni­do a menos? ¿Qué can­ti­dad de país per­ma­ne­ce­rá diso­cia­da de la reali­dad y des­co­nec­ta­da del pre­sen­te? ¿Cuán­to peli­gro, en su heca­tom­be, pue­de encar­nar esa fie­ra heri­da para el país?

El Cen­tro Demo­crá­ti­co con­ti­núa fiel a las tác­ti­cas de inti­mi­da­ción, con­vo­ca a mar­chas, fus­ti­ga ideas, desa­fía a la Jus­ti­cia, tra­ta de sem­brar terror en la socie­dad para ocul­tar los mie­dos que le cre­cen aden­tro con el cau­di­llo ape­nas dan­do los pri­me­ros pasos de un cal­va­rio que segu­ra­men­te será largo.

El sane­drín lan­za pie­dras a dies­tra y sinies­tra a ver si nadie le pren­de fue­go a los rabos de paja que tie­nen todos y cada uno de los ilus­trí­si­mos miembros.

Iván Duque, entre tan­to, que­rien­do dar a enten­der que los colom­bia­nos notan su pre­sen­cia o siquie­ra su pre­si­den­cia, inten­ta pasar des­aper­ci­bi­do fren­te a las cáma­ras de tele­vi­sión de un pro­gra­ma al que las audien­cias asus­ta­das y ham­brien­tas de las pri­me­ras sema­nas de cua­ren­te­na le cogie­ron pere­za. Y lo logra.

Itu­rria /​Fuen­te

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