Pen­sa­mien­to crí­ti­co. La izquier­da y el cuen­to de la islamofobia

Por Daniel Gil-Benu­me­ya, Des­in­for­mé­mo­nos /​Resumen Lati­no­ame­ri­cano, 12 julio 2020

«La isla­mo­fo­bia es cen­tral en la mayo­ría de los dis­cur­sos ultra­de­re­chis­tas en Euro­pa. Pero no se cir­cuns­cri­be a ellos: tam­bién una par­te de la izquier­da cla­ma con­tra la pre­sen­cia del islam, con argu­men­tos espe­cí­fi­cos que han pasa­do a for­mar par­te del vade­mé­cum de los nue­vos fas­cis­mos y los pos­fas­cis­mos», escri­be el autor.

«Se os va a aca­bar el cuen­to de la isla­mo­fo­bia»: una adver­ten­cia a musul­ma­nes y a anti­rra­cis­tas, lan­za­da en una red social por una per­so­na que se defi­ne como exmu­sul­ma­na y de izquier­das. La isla­mo­fo­bia es una for­ma de racis­mo cul­tu­ra­lis­ta con­tra las per­so­nas musul­ma­nas o con­si­de­ra­das como tales, con inde­pen­den­cia de su prác­ti­ca reli­gio­sa real o de la impor­tan­cia sub­je­ti­va que esta ten­ga. Como todos los racis­mos, la isla­mo­fo­bia se imbri­ca con otras for­mas de alte­ri­za­ción e infe­rio­ri­za­ción social, tan­to de raza como de cla­se y de géne­ro, y basa su efec­ti­vi­dad en que fun­cio­na con sen­ti­dos comu­nes amplia­men­te exten­di­dos, que crean una ilu­sión de saber obje­ti­vo y la hace tan «res­pe­ta­ble» como en otro tiem­po lo fue el antisemitismo.

La isla­mo­fo­bia no es solo un pro­ble­ma de dis­cri­mi­na­ción reli­gio­sa, pero tam­po­co pue­de ser ais­la­da de la mis­ma. El ele­men­to anti­is­lá­mi­co de la isla­mo­fo­bia es en sí racis­ta: se tra­ta de un dis­po­si­ti­vo de saber-poder inser­to en la tra­di­ción colo­nial del orien­ta­lis­mo, que cosi­fi­ca al islam pre­sen­tán­do­lo como una esen­cia inmu­ta­ble que deter­mi­na la vida de las y los musul­ma­nes, y jus­ti­fi­ca así los meca­nis­mos de exclu­sión y dis­ci­pli­na­mien­to que se ejer­cen con­tra estos.

La isla­mo­fo­bia es cen­tral en la mayo­ría de los dis­cur­sos ultra­de­re­chis­tas en Euro­pa. Pero no se cir­cuns­cri­be a ellos: tam­bién una par­te de la izquier­da cla­ma con­tra la pre­sen­cia del islam, con argu­men­tos espe­cí­fi­cos que han pasa­do a for­mar par­te del vade­mé­cum de los nue­vos fas­cis­mos y los pos­fas­cis­mos: el islam —dicen— sobra por­que es reac­cio­na­rio, por­que es peli­gro­so, por­que opri­me a las muje­res, por­que odia a los gais, por­que es una reli­gión y la reli­gión es el opio del pueblo.

En esta lógi­ca, la isla­mo­fo­bia no es con­si­de­ra­da racis­mo, por­que no tie­ne nada que ver con carac­te­res inna­tos como el color de piel o el ori­gen étni­co. Ser musul­mán es una iden­ti­dad reli­gio­sa y, como tal, es una elec­ción que pue­de (y debe) aban­do­nar­se. Así lo demues­tra la exis­ten­cia de exmu­sul­ma­nes que se pre­sen­tan como ejem­plo de «supera­ción» del islam y legi­ti­man los dis­cur­sos isla­mó­fo­bos. La isla­mo­fo­bia sería, por tan­to, un cuen­to: un sub­ter­fu­gio crea­do por los isla­mis­tas para evi­tar las crí­ti­cas al islam, para explo­tar en su favor el com­ple­jo de cul­pa de la izquier­da blan­ca y en últi­ma ins­tan­cia para abun­dar en la tram­pa neo­li­be­ral de las «gue­rras cul­tu­ra­les», que ale­ja­rían a la izquier­da de sus ver­da­de­ros obje­ti­vos. En este pun­to sue­le invo­car­se la polí­ti­ca «de cla­se», más con pro­pó­si­tos toté­mi­cos que como cate­go­ría de aná­li­sis efec­ti­va, pues de otro modo no se expli­ca la cegue­ra a los regí­me­nes de racia­li­za­ción (y gene­ri­za­ción) de la cla­se obre­ra en Euro­pa, así como de la divi­sión del tra­ba­jo y los recur­sos a nivel mundial.

La isla­mo­fo­bia pro­gre­sis­ta sos­la­ya las acu­sa­cio­nes evi­tan­do ata­car fron­tal­men­te a las y los musul­ma­nes, a quie­nes pre­sen­ta como víc­ti­mas pasi­vas de la pre­sión de «sus» socie­da­des y entor­nos fami­lia­res, así como de la agen­da polí­ti­ca de los movi­mien­tos isla­mis­tas reac­cio­na­rios, lla­ma­dos a menu­do «isla­mo­fas­cis­tas». Tam­bién es pre­sen­ta­da como mario­ne­ta de la cons­pi­ra­ción isla­mis­ta una par­te de la izquier­da, aque­lla que toma par­te en el anti­rra­cis­mo, cae en la «tram­pa de la diver­si­dad» o, en cual­quier caso, no es abier­ta­men­te islamófoba.

Los dis­cur­sos y prác­ti­cas musul­ma­nas que no enca­jan en el rela­to demo­ni­za­dor sue­len ser tacha­dos de inau­tén­ti­cos, des­ca­fei­na­dos, occi­den­ta­li­za­dos, o bien se los acu­sa de usar un doble len­gua­je para enmas­ca­rar sus ver­da­de­ras inten­cio­nes. En esta defi­ni­ción uní­vo­ca y esen­cia­lis­ta del islam, las voces musul­ma­nas tie­nen esca­so valor por­que se con­si­de­ra que o bien están alie­na­das o bien son par­te intere­sa­da en per­pe­tuar la opre­sión. Sal­vo, por supues­to, que se tra­te de «musul­ma­nes escla­re­ci­dos»: per­so­nas que renie­gan públi­ca­men­te del islam y/​o acep­tan los mar­cos del rela­to isla­mó­fo­bo como úni­ca posi­bi­li­dad de poder decir algo.

Uno de los meca­nis­mos dis­cur­si­vos más habi­tua­les de la isla­mo­fo­bia pro­gre­sis­ta se basa jus­ta­men­te en la idea de pro­gre­so. Las musul­ma­nas y musul­ma­nes son pre­sen­ta­dos como no coe­tá­neos: viven en otra épo­ca, no han alcan­za­do las cotas de civi­li­za­ción de Occi­den­te y su pre­sen­cia (sobre todo cuan­do pre­ten­de ejer­cer sus dere­chos de ciu­da­da­nía) ame­na­za con devol­ver­nos a épo­cas «ya supe­ra­das» de nues­tro pasa­do: el fas­cis­mo, el cle­ri­ca­lis­mo, el patriar­ca­do, la repre­sión sexual.

La prác­ti­ca reli­gio­sa cons­ti­tu­ye, por supues­to, el súm­mum de la no coeta­nei­dad: ¿qué mayor signo de atra­so que no ser capa­ces de supe­rar la reli­gión o de rele­gar­la al ámbi­to de lo pri­va­do «como hemos hecho noso­tros»? El islam, por su carác­ter «inmi­gra­do» (más allá de que la his­to­ria nos diga otra cosa) no es resig­ni­fi­ca­do como tra­di­ción cul­tu­ral, como sí ocu­rre con las prác­ti­cas cris­tia­nas. De ahí que resul­te dema­sia­do visi­ble y sea per­ci­bi­do como un exce­so reli­gio­so. Estos dis­cur­sos que se pre­ten­den ilus­tra­dos olvi­dan tam­bién que la lai­ci­dad fue ori­gi­nal­men­te un modo de pro­te­ger la liber­tad de creen­cia, no un rodi­llo para aplastarla.

Si en la isla­mo­fo­bia nacio­na­lis­ta y nati­vis­ta la pre­sen­cia del islam ame­na­za la iden­ti­dad de la nación o comu­ni­dad ima­gi­na­da, para la isla­mo­fo­bia pro­gre­sis­ta lo ame­na­za­do es una comu­ni­dad moral ima­gi­na­da: una socie­dad que, supues­ta­men­te, ha con­quis­ta­do por sus pro­pios méri­tos unas cotas de liber­tad, igual­dad y bien­es­tar y debe defen­der­las fren­te al mons­truo love­craf­tiano del islam(ismo), veni­do de otro lugar y otro tiempo.

En el peor de los casos, este es con­si­de­ra­do incom­pa­ti­ble per se con las con­quis­tas socia­les, y en el mejor, se afir­ma que los musul­ma­nes y musul­ma­nas no han cono­ci­do aún la Ilus­tra­ción, la igual­dad de géne­ro o la liber­tad sexual, pero podrían hacer­lo, qui­zás con ayu­da. Exis­ti­ría enton­ces una for­ma posi­ble de islam tole­ra­ble, «mode­ra­do», que con­tie­ne «vetas de ilus­tra­ción», aun­que sea como tran­si­ción a un hori­zon­te sin islam. En esta últi­ma lógi­ca par­ti­ci­pan, a su pesar, inclu­so posi­cio­nes de izquier­das com­pro­me­ti­das con el anti­rra­cis­mo que pro­mue­ven alian­zas con per­so­nas y orga­ni­za­cio­nes musul­ma­nas, sin por ello dejar de lado la idea de que, en el futu­ro (y qui­zás por la influen­cia que tales alian­zas pue­dan ejer­cer) estas debe­rían aban­do­nar sus creen­cias, pues la fe y la trans­for­ma­ción social no son compatibles.

La isla­mo­fo­bia ilus­tra­da for­ma par­te de esa excre­cen­cia de la izquier­da que, ante la pér­di­da de refe­ren­cias y de rele­van­cia social, está recu­rrien­do al van­guar­dis­mo más ler­do y esté­ril, arro­gán­do­se la facul­tad de defi­nir quié­nes son los suje­tos polí­ti­cos legí­ti­mos y cómo deben arti­cu­lar sus resis­ten­cias. Una izquier­da que, por deseo de dispu­tar el espa­cio a la ultra­de­re­cha y a los pos­fas­cis­mos con sus mis­mos sig­ni­fi­can­tes y for­mas, está crean­do inquie­tan­tes inter­sec­cio­nes y com­pa­ñe­ros de viaje. 

Itu­rria /​Fuen­te

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