Cuba. La rebel­día per­ma­nen­te que nos salva

Cuba, Dil­bert Reyes Rodrí­guez, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 26 de julio del 2020

¿Cuán­tos Mon­ca­das pre­ci­só asal­tar, des­pués del triun­fo, la Revo­lu­ción Cuba­na, para escri­bir esta his­to­ria iné­di­ta que sobre­pa­sa los 60 años? ¿Cuán­tas veces nece­si­tó movi­li­zar su espí­ri­tu rebel­de, para ven­cer los muros que levan­tan, con­tra ella, los enemi­gos obs­ti­na­dos que no tole­ran ver­la victoriosa?

De las heren­cias liber­ta­rias, la rebel­día es intrín­se­ca con­di­ción que fun­da­men­ta la resis­ten­cia colo­sal del pue­blo cubano. No hay res­pues­ta para cada nue­vo desa­fío que no con­vo­que esa incon­for­mi­dad galo­pan­te ante las difi­cul­ta­des; esa into­le­ran­cia bra­va a «que­dar con los bra­zos cru­za­dos» cuan­do se empe­ñan sus detrac­to­res en per­se­guir, asfi­xiar, mania­tar, sub­ver­tir y des­mem­brar, has­ta extinguirlo.

El par­tea­guas que sig­ni­fi­có el 1ro. de enero de 1959 fue resul­ta­do, pre­ci­sa­men­te, de la lla­ma rebel­de que pren­dió el gri­to de La Dema­ja­gua, y que, por casi un siglo, se estu­vo alzan­do con­tra los yugos dis­tin­tos, a lomo de caba­llo, en las car­gas al mache­te, en la agi­ta­ción clan­des­ti­na de las ciu­da­des, en el apo­yo arti­cu­la­do des­de el exi­lio, en las expe­di­cio­nes que arri­ba­ron en silen­cio, en la Sie­rra levan­tis­ca que estre­me­ció al país hipo­te­ca­do, expul­só al tirano y puso, en las manos del pue­blo, las sobe­ra­nas rien­das de su destino.

En el currícu­lo lar­go de hitos eman­ci­pa­do­res, el del 26 de Julio mar­có una pau­ta sini­gual, cuan­do un puña­do de jóve­nes heroi­cos, hijos de una gene­ra­ción que hon­ró al Após­tol en la encar­na­ción de las ideas más pro­fun­das del bien y de la Patria, asal­tó los muros de la for­ta­le­za mili­tar Mon­ca­da y del cuar­tel de Baya­mo, para comen­zar, con la cla­ri­na­da que repre­sen­tó la acción, la últi­ma eta­pa de la ges­ta inde­pen­den­tis­ta nacional.

El arro­jo liber­ta­rio de la fecha cos­tó ríos de san­gre, pues una vez abor­ta­da la sor­pre­sa, la impo­ten­cia de los esbi­rros cobró vidas valio­sas cuyo tes­ti­mo­nio grá­fi­co, jun­to al acen­to del líder de la acción en su ale­ga­to de defen­sa, pusie­ron en mayo­res evi­den­cias al régi­men putre­fac­to al que, con el asal­to, la hor­na­da biso­ña decla­ró la guerra.

Cual car­bón de leña bue­na, la «aso­na­da» que los bár­ba­ros cre­ye­ron fra­ca­sa­da, pren­dió de lla­ma rebel­de el alma del pue­blo humil­de, y como eso eran los jóve­nes –pue­blo en sí – , no tar­dó en esta­llar cuan­do ellos mis­mos, enton­ces más madu­ros, vol­vie­ron sobre las olas, a hacer la Revo­lu­ción en los picos de la Sierra.

Cin­co años, cin­co meses y cin­co días des­pués de la albo­ra­da de julio, bro­tó en fru­tos la liber­tad sem­bra­da con tan­to heroís­mo en el Mon­ca­da; cose­cha vigo­ro­sa que reco­ge­mos toda­vía, pues­tos aún a la orden de los nom­bres vita­les, de Fidel, de Raúl, de aque­lla gene­ra­ción que asal­tó el cielo.

¿Quién cues­tio­na que no hay con­ti­nui­dad, sino aque­llos que pre­ten­den que­brar­nos la uni­dad? ¿Quién, sino los que se empe­ñan en des­mon­tar con fal­se­da­des la his­to­ria, a sabien­das de que está en ella el cri­sol del carác­ter nacio­nal, intran­si­gen­te, del sen­ti­do cabal de la jus­ti­cia, de la con­fian­za en el pue­blo, de la fe ina­mo­vi­ble en el triun­fo, del sen­tir soli­da­rio por el otro, que es capaz de lle­var a este país por todo el mun­do con el far­do de lo que tie­ne –aun­que sea poco – , a dar­lo en com­par­tir, para sanar y salvar? 

Tales valo­res y no otros, son las razo­nes que argu­men­tan nues­tro ayer y nues­tro hoy. No hay dife­ren­cia gran­de entre lo que, con la Revo­lu­ción, ter­mi­nó sien­do el triun­fo mila­gro­so de un puña­do de rebel­des, hecho todo un pue­blo des­pués, y lo que por estos días per­mi­te a Cuba ir ven­cien­do este reto sani­ta­rio que tie­ne el mun­do a merced.

Su rebel­día, jus­ta­men­te, es la que man­tie­ne ergui­da a esta Isla en medio del mar, incó­lu­me ante los vien­tos de la tor­men­ta cer­ca­na, que la blo­quea, que la ata­ca, que la inju­ria, mien­tras paga con miga­jas la carro­ñe­ra voce­ría mer­ce­na­ria a la cual, en el fon­do, desprecia.

Cuba sigue sien­do rebel­de; por tan­to, hay con­ti­nui­dad. A la cabe­za de la insu­rrec­ción, jun­to a los héroes del Mon­ca­da, de la Sie­rra y del llano, nom­bres y ros­tros jóve­nes; eso es con­ti­nui­dad. Las con­quis­tas que fun­da­ron el camino iné­di­to de nues­tra base social son las mis­mas que defen­de­mos hoy; es con­ti­nui­dad. Inclu­so, el reco­no­ci­mien­to de la socie­dad per­fec­ti­ble que somos, pero en la sen­da que seña­lan el avan­ce hacia la «dig­ni­dad ple­na del hom­bre», sin des­víos, nos hace continuidad.

No habrá con­cen­tra­ción, ni abra­zos colec­ti­vos, ni puños de con­jun­to alza­dos en las pla­zas este 26 de julio; pero la rebel­día que cele­bra­mos nos con­vo­ca en otros sitios.

Vamos sal­van­do la urgen­cia por la vida ante la oscu­ra enfer­me­dad; sal­vé­mo­nos aho­ra en el hacer pro­duc­ti­vo que nos invi­ta a cam­biar el már­mol de las pla­zas por la tie­rra rotu­ra­da, que nos pone en una mano la ban­de­ra y en la otra la aza­da o el mache­te, que nos con­vo­ca a la fábri­ca, a la escue­la, al taller, a ofre­cer­nos al otro en ser­vi­cios de exce­len­cia; rigu­ro­sos, eso sí, con la dis­ci­pli­na sani­ta­ria que nos dic­ta la nue­va nor­ma­li­dad, pero toda­vía mejo­res en el ejer­ci­cio de ser úti­les a la recu­pe­ra­ción de la nación, con derro­che de eso que a la hora dura demos­tra­mos: ser cívi­cos, decen­tes, espi­ri­tua­les, sen­si­bles y hon­da­men­te solidarios.

Ante la ame­na­za y el egoís­mo gra­ve de los enemi­gos de siem­pre, de los que apues­tan, dis­pues­tos al saqueo, al sue­ño inú­til de la caí­da de la Revo­lu­ción Cuba­na, pon­ga­mos en zafa­rran­cho, jun­to al fusil car­ga­do, las armas de las ideas, del tra­ba­jo y de los valo­res humanos.

Tal es la rebel­día que nos con­vo­ca, y que conmemoramos.

Toma­do de Granma(Colaboración de RC)

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