Colom­bia. En las zonas libe­ra­das del ELN (Repor­ta­je)

Por Unai Aran­za­di. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 12 de julio de 2020.

El Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal (ELN) colom­biano es la gue­rri­lla más anti­gua del mun­do. Sur­gi­dos en 1964 al calor de la revo­lu­ción cuba­na y ungi­dos por el mis­ti­cis­mo de la teo­lo­gía de la libe­ra­ción, han cre­ci­do en núme­ro y terri­to­rio sin dejar de bus­car una sali­da nego­cia­da al con­flic­to. Tan­to es así que en la región del Cata­tum­bo, uno de los luga­res don­de la con­fron­ta­ción se vive con mayor inten­si­dad, cuen­tan con pobla­cio­nes ente­ras bajo su control.

En Colom­bia la gue­rri­lla se encuen­tra en los filos, y el Ejér­ci­to, aba­jo, con­tro­lan­do las carre­te­ras y los pue­blos, pero acá en el Cata­tum­bo es todo lo con­tra­rio. El Ejér­ci­to tie­ne coman­dos ocul­tos en los filos, mien­tras somos los gue­rri­lle­ros quie­nes con­tro­la­mos las vías y case­ríos». Así habla un gue­rri­lle­ro del ELN, arma­do y uni­for­ma­do al volan­te de un fla­man­te vehícu­lo todo terreno. No cir­cu­la por una pis­ta emba­rra­da ni a tra­vés del inte­rior de una fin­ca, sino por la carre­te­ra que une el muni­ci­pio de Con­ven­ción con Tibú, ya en la fron­te­ra con Vene­zue­la. Para lle­gar has­ta aquí hay que atra­ve­sar el retén de un Ejér­ci­to que sabe per­fec­ta­men­te lo que vie­ne des­pués: corre­gi­mien­tos y carre­te­ras en manos de gue­rri­lle­ros. El retén de los sol­da­dos, que sue­le ser víc­ti­ma de fue­go por par­te de fran­co­ti­ra­do­res ele­nos, se encuen­tra en la ori­lla de una de sus bases más impor­tan­tes, la de Esmeralda.

Días antes de acce­der a estas, “zonas libe­ra­das”, tal y como le gus­ta defi­nir­lo a algu­nos cua­dros del ELN, los sol­da­dos com­pren­dían per­fec­ta­men­te aque­llo que moti­va­ría la pre­sen­cia de un extran­je­ro a bor­do de un taxi. «¿A dón­de va usted, a entre­vis­tar­se con la gue­rri­lla?», pre­gun­ta­ba el sar­gen­to al man­do. «Mejor le apun­to el nom­bre y me dice en cuán­tos días sale de allá, no vaya a ser que su visi­ta ter­mi­ne en secues­tro», y, ajus­tán­do­se el fusil al tor­so, toma­ba nota del pasa­por­te en una car­ti­lla que tenía como escri­to­rio una caja de muni­ción sobre unos sacos terreros.

«Es que acá en el muni­ci­pio de Con­ven­ción la gue­rra se sien­te mucho. Hace tres días un fran­co­ti­ra­dor nos mató al cabo Pala­cios», se lamen­ta­ba con resig­na­ción el sar­gen­to, asu­mien­do la pér­di­da como par­te coti­dia­na de una gue­rra que se pre­su­mía aca­ba­da. Pasa­do el retén, carre­te­ra aba­jo, es cuan­do ya se lle­ga a este muni­ci­pio, de nom­bre Teo­ra­ma, don­de los miem­bros no uni­for­ma­dos de la gue­rri­lla hacen inte­li­gen­cia sobre quién lle­ga y quién mar­cha, paran­do solo a los vehícu­los que no reco­no­cen o van con gen­te que les resul­ta extraña.

Una gue­rri­lle­ra del Fren­te Cami­lo Torres vigi­la un camino.
Foto: Unai Aranzadi

Den­tro de Teo­ra­ma, el pri­mer corre­gi­mien­to en manos de la gue­rri­lla es San Pablo, en la carre­te­ra que va hacia Tibú, la ciu­dad fron­te­ri­za con Vene­zue­la. Antes de cru­zar el puen­te que da entra­da al cas­co urbano se dis­tin­gue un car­tel bien alto, cla­ro y gran­de, con la efi­gie de los dos sacer­do­tes más legen­da­rios de las revo­lu­cio­nes sud­ame­ri­ca­nas: el colom­biano Cami­lo Torres Res­tre­po y el ara­go­nés Manuel Pérez Mar­tí­nez. Del pri­me­ro recuer­da una cita: «El deber de todo cris­tiano es ser revo­lu­cio­na­rio y el deber de todo revo­lu­cio­na­rio es hacer la revo­lu­ción». Y del segun­do, otra: «Mien­tras no se apa­gue el sol, hoy y siem­pre, segui­re­mos en pie de lucha por la dig­ni­dad de nues­tros pue­blos». Y, en medio, el logo­ti­po del ELN sobre un rótu­lo que reza en letras mayús­cu­las: “Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal”. El car­tel lle­va allí meses, el mis­mo tiem­po que lle­va sin apa­re­cer ni el Ejér­ci­to ni la Poli­cía, por­que ofi­cial­men­te en esta zona no hay nin­gu­na pre­sen­cia de la fuer­za públi­ca, ni en for­ma de cuar­tel mili­tar ni como pues­to de con­trol o comisaría.

Así las cosas, ¿quién dic­ta la ley y admi­nis­tra la jus­ti­cia? Según un gru­po de veci­nos que se con­gre­ga fren­te a la igle­sia, «es la Jun­ta de Acción Comu­nal quien se encar­ga de resol­ver los con­flic­tos. Por ejem­plo, en caso de que sea algo gra­ve, como una vio­la­ción o ase­si­na­to, la gue­rri­lla apre­sa al pre­sun­to cul­pa­ble y es el Comi­té Con­ci­lia­dor de la Jun­ta quien deci­de qué hacer con esa per­so­na». A lo que aña­den, «eso en teo­ría, por­que muchas veces la gue­rri­lla actúa direc­ta­men­te, sobre todo si son casos en los que ellos resul­tan ser los per­ju­di­ca­dos». En el cen­tro de San Pablo hay nume­ro­sos comer­cios, res­tau­ran­tes y tres hote­les, dos de ellos nue­vos, con wifi, aire acon­di­cio­na­do y tele­vi­sión por cable. Tam­bién un dis­pen­sa­rio médi­co del que nadie de los con­gre­ga­dos en la pla­za tie­ne buen recuer­do. «El Esta­do acá jamás ha hecho ver­da­de­ra pre­sen­cia en lo que es salud públi­ca. Los que somos de aquí guar­da­mos mal recuer­do de ese dis­pen­sa­rio por­que cuan­do éra­mos niños íba­mos allá para todos. Si te dolía una mue­la o tenías solo una caries, el doc­tor te arran­ca­ba el dien­te ente­ro. Y, si tenías algo gra­ve, pues como aho­ra, te dan una pas­ti­lli­ta y a casa. Aquí ni el cán­cer ni nada gra­ve se tra­ta. La gen­te está acos­tum­bra­da a morir des­aten­di­da, es por eso por lo que la gue­rri­lla siem­pre ha sido bien reci­bi­da en regio­nes como esta, por­que al menos nos escu­cha­ban, decían que­rer cam­biar la cosas y has­ta traían misio­nes médi­cas, aun­que aho­ra con tan­ta bala­ce­ra ya ni tantas».

Los domin­gos es el úni­co día de la sema­na en el que las gen­tes de San Pablo pue­den des­can­sar y diver­tir­se, aun­que ya no se bai­la el bam­bu­co y la mache­ti­lla al son del tiple, el acor­deón o la ban­do­la carran­gue­ra. Todo ello ha sido sus­ti­tui­do por los alta­vo­ces de unos bares y dis­co­te­cas que ponen corri­dos y balle­na­tos a un volu­men insano. De entre las terra­zas don­de los cam­pe­si­nos beben cer­ve­zas, sur­gen niños indí­ge­nas que van men­di­gan­do de mesa en mesa. Son de la etnia barí, des­cen­dien­tes de aque­llos que hace cua­tro­cien­tos años pre­sen­ta­ron una gran resis­ten­cia pri­me­ro a los con­quis­ta­do­res espa­ño­les y des­pués a sus des­cen­dien­tes crio­llos, quie­nes no con­se­gui­rían asen­tar­se en este muni­ci­pio has­ta la gue­rra de Inde­pen­den­cia en el siglo XIX. Diez­ma­dos por la irrup­ción de las mul­ti­na­cio­na­les esta­dou­ni­den­ses que des­de prin­ci­pios del siglo XX han ido lle­gan­do para extraer petró­leo, hoy ape­nas sobre­vi­ven unos cin­co mil en todo el Cata­tum­bo. Las rega­lías que pro­du­ce el gran oleo­duc­to que atra­vie­sa las lin­des de su terri­to­rio ances­tral no han hecho sino ahon­dar en la exclu­sión a la que están sometidos.

Car­te­les del ELN que inun­dan los dife­ren­tes corre­gi­mien­tos de Teo­ra­ma.
Foto: Unai Aranzadi

Mar­xis­mo y teo­lo­gía de la libe­ra­ción. El ELN es hoy la gue­rri­lla más anti­gua del mun­do. Fun­da­da el 4 de julio de 1964, ha sufri­do alti­ba­jos, aun­que siem­pre ha con­ta­do con miles de com­ba­tien­tes en sus filas. Actual­men­te se espe­cu­la con que pue­da lle­gar a tener más de cua­tro mil uni­da­des arma­das, aun­que es impo­si­ble dar una cifra exac­ta. Con una ideo­lo­gía de ten­den­cia mar­xis­ta y sur­gi­da al calor de la revo­lu­ción cuba­na, la gue­rri­lla ha esta­do liga­da duran­te déca­das a la teo­lo­gía de la libe­ra­ción cris­tia­na. Hoy varios de sus diri­gen­tes se encuen­tran atra­pa­dos en Cuba sin poder regre­sar a Colom­bia. El actual Gobierno del dere­chis­ta Iván Duque rom­pió las nego­cia­cio­nes que se lle­va­ban a cabo en La Haba­na des­de que el ante­rior pre­si­den­te, Juan Manuel San­tos, las ini­cia­ra en el año 2016. Deci­di­da a con­ti­nuar con un diá­lo­go que varios par­ti­dos polí­ti­cos, dece­nas de movi­mien­tos socia­les, sin­di­ca­tos y orga­ni­za­cio­nes cam­pe­si­nas con­si­de­ran nece­sa­rio para dar con el fin de la des­igual­dad que gene­ra la vio­len­cia (Colom­bia es tras Bra­sil el país más des­igual de Amé­ri­ca), la gue­rri­lla pre­sen­te en esta región del Cata­tum­bo se mues­tra abier­ta a expli­car su pun­to de vis­ta y res­pon­der cual­quier pregunta.

El fren­te que aquí ope­ra es el coman­dan­te Manuel Pérez Mar­tí­nez, nom­bra­do así en honor al sacer­do­te ara­go­nés que fue­ra su más des­ta­ca­do estra­te­ga has­ta que falle­cie­ra de hepa­ti­tis en el año 1998. Para lle­gar al lugar don­de los gue­rri­lle­ros están dis­pues­tos a expo­ner sus ideas, hay que atra­ve­sar el cau­da­lo­so río Cata­tum­bo. Como no hay puen­tes dis­po­ni­bles, o al menos libres de mili­ta­res, este se cru­za a bor­do de vehícu­los todo terreno, los cua­les alcan­zan la ori­lla opues­ta con la ame­na­za de que el agua cubra por com­ple­to el motor y se acer­que a las ventanillas.

Pis­ta a den­tro, los corre­gi­mien­tos que vie­nen tras San Pablo, son otros como San Juan­ci­to o Mun­do Nue­vo. Deco­ra­dos por igual con toda la ico­no­gra­fía ele­na (en car­te­les, pin­ta­das, mura­les y pega­ti­nas), estos case­ríos están divi­di­dos por rete­nes que no son de la gue­rri­lla (la cual obser­va silen­cio­sa tras la male­za), sino por civi­les que cobran unos pocos pesos por uti­li­zar sus carre­te­ras. Según una mujer que levan­ta la barre­ra, «cobra­mos tres mil pesos por­que el Esta­do no nos ha hecho carre­te­ras, así que somos noso­tros mis­mos quie­nes admi­nis­tra­mos y arre­gla­mos la vía, o la des­pe­ja­mos cuan­do hay derrum­bes. Aquí esto lo lle­va la Jun­ta de Acción Comu­nal, entre­ga­mos un reci­bo y hace­mos que pague has­ta la gue­rri­lla cuan­do pasa».

Los mura­les de carác­ter socio­po­lí­ti­co lle­nan las calles de El Ase­rrío con imá­ge­nes de Hugo Chá­vez, Ché Gue­va­ra y Simón Bolí­var.
Foto: Unai Aranzadi

Pobres y colo­nos. Las plan­ta­cio­nes de coca están pre­sen­tes a lo lar­go de todo un reco­rri­do en el que tam­bién se obser­van algu­nos tol­dos cubrien­do los bido­nes de gaso­li­na que se emplean en las “coci­nas” (luga­res don­de se pro­ce­sa la hoja para obte­ner la cocaí­na). Aún sien­do tem­po­ra­da de llu­vias, las pre­ci­pi­ta­cio­nes han sido esca­sas, lo cual se nota en la peque­ñez de los tallos y lo cor­to de las hojas. Sin embar­go, tal y como expli­ca un cam­pe­sino, «esta es una mata muy dura. Resis­te bien la sequía o las llu­vias. Es por eso por lo que aquí deja­mos de cul­ti­var fri­jol, café o yuca para pasar­nos a la coca. Los insu­mos para sacar buen cacao o café son muy cos­to­sos. La coca tie­ne menos gas­tos y cre­ce segu­ro». Aquí, apar­te de pobres, casi todos son colo­nos. No des­cen­dien­tes direc­tos de aque­llos inva­so­res que lle­ga­ron hace qui­nien­tos años, sino des­pla­za­dos por el con­flic­to, des­te­rra­dos por terra­te­nien­tes o sim­ples bus­ca­do­res de for­tu­na que, a lo lar­go de los seten­ta, ochen­ta, noven­ta, e inclu­so en el pre­sen­te, siguen vinien­do a levan­tar­se una casa con cua­tro tablo­nes y cul­ti­var don­de se pueda.

Muchos de aque­llos que lle­ga­ron hace unas déca­das, aún se resien­ten de las heri­das que cau­só aquí la embes­ti­da de los para­mi­li­ta­res a par­tir e los años noven­ta. De entre todas las dece­nas de masa­cres que los orga­nis­mos de dere­chos huma­nos han docu­men­ta­do, des­ta­ca la de La Gaba­rra, en la que tal y como que­dó demos­tra­do, el Bata­llón de Con­tra­gue­rri­lla núme­ro 46 cola­bo­ró con las ya des­mo­vi­li­za­das AUC (Auto­de­fen­sas Uni­das de Colom­bia) para ter­mi­nar con la vida de 43 civi­les valién­do­se de armas de fue­go, hachas y moto­sie­rras. Uno de los colo­nos, con más de trein­ta años de expe­rien­cia como cam­pe­sino en este corre­gi­mien­to, recuer­da con tris­te­za aque­llos días. «Apar­te de las masa­cres, mata­ban por sepa­ra­do a todo aquel del que sos­pe­cha­ban, o a las muje­res, que las rapa­ban y cor­ta­ban los senos, e inclu­so chi­ni­tos (niños) bien peque­ños. Eso no eran hom­bres, eran peor que el dia­blo, y siem­pre venían cuan­do se reple­ga­ba el Ejér­ci­to. Pasa­do un tiem­po apren­di­mos. Si el Ejér­ci­to aban­do­na­ba un case­río, sabía­mos que en horas venían los para­cos. Fue el mayor terror que haya cono­ci­do nun­ca el Catatumbo».

Mil­cía­des Gue­rre­ro y Jesús Noel Carras­cal, miem­bros de la Jun­ta de Acción Comu­nal de El Ase­rrío.
Foto: Unai Aranzadi

Res­ta­ble­cer el diá­lo­go. Pasa­do el corre­gi­mien­to de San­ta Inés y habien­do toma­do cier­ta altu­ra, está espe­ran­do una colum­na gue­rri­lle­ra. No solo uni­da­des del Fren­te de gue­rra Manuel Pérez Mar­tí­nez, sino tam­bién del his­tó­ri­co Fren­te Cami­lo Torres, uno de los más emble­má­ti­cos. Aguar­dan en la ori­lla de la carre­te­ra, algu­nos de ellos ves­ti­dos de civil, por­tan­do metra­lle­tas Uzi y armas lige­ras. Otros lle­van cami­se­tas que recuer­dan su adhe­sión al cris­tia­nis­mo revo­lu­cio­na­rio, y hablan sin temor de esta des­co­no­ci­da face­ta de su mís­ti­ca polí­ti­ca: «Le pue­do decir que la mayor par­te de la gue­rri­lla cree en Dios y se con­si­de­ra cató­li­ca». A lo que otro aña­de: «Y, aun­que han entra­do muchas igle­sias evan­gé­li­cas en la región, noso­tros segui­mos sien­do cató­li­cos, aun­que eso es algo que cada eleno deci­de por cuen­ta pro­pia». Pre­gun­ta­dos por las plan­ta­cio­nes de coca vis­tas a lo lar­go del reco­rri­do, nie­gan cual­quier rela­ción con la mer­can­ti­li­za­ción de esta. «El mun­do ha de saber que la coca es la úni­ca for­ma de sub­sis­ten­cia de estos cam­pe­si­nos, así que noso­tros no pode­mos negar­les que la tra­ba­jen. Lo úni­co que noso­tros hace­mos es cobrar un impues­to por su exis­ten­cia en el terri­to­rio, pero noso­tros no tra­fi­ca­mos. La prue­ba es que jamás nin­gún diri­gen­te del ELN ha sido acu­sa­do de nar­co­trá­fi­co por los Esta­dos Unidos».

A pesar de que la gue­rra con el Esta­do se encuen­tra en un momen­to de con­fron­ta­ción dia­ria, los inte­gran­tes de este fren­te insis­ten en que la paz es posi­ble. «Noso­tros esta­mos desean­do de que se res­ta­blez­can los diá­lo­gos entre nues­tra dele­ga­ción de Paz y el Gobierno de Duque», res­pon­den coral­men­te. Y aña­den: «Bus­ca­mos una sali­da al con­flic­to arma­do con una solu­ción para los pro­ble­mas del pue­blo, pero no una deja­ción de armas o alto al fue­go sin con­di­cio­nes. Más aún vien­do lo que están hacien­do con las FARC-EP tras la fir­ma de los acuer­dos. No solo no han cum­pli­do nada de lo acor­da­do, sino que los están matan­do. Ya van camino de ase­si­nar a 200». Según indi­ca Wil­ser, coman­dan­te del Fren­te Cami­lo Torres, «la cri­mi­na­li­za­ción de los lide­res socia­les nos preo­cu­pa espe­cial­men­te. Des­de la lle­ga­da de esa supues­ta paz, han mata­do a cien­tos. Nacio­nes Uni­das lo ha denun­cia­do muchas veces, pero nada cam­bia. El ELN es una resis­ten­cia a esos abusos».

Algu­nos de los gue­rri­lle­ros por­tan fusi­les de pre­ci­sión con mira teles­có­pi­ca. Uno de ellos, de nom­bre Ale­xan­der, expli­ca cómo tra­ba­jan: «En el Cata­tum­bo la gue­rra que vivi­mos aho­ra es muy de fran­co­ti­ra­do­res. Tam­bién de explo­si­vos y mina­dos para aten­tar. Tra­ta­mos de dar a un capi­tán y no a un sim­ple sol­da­do. Pero el Ejér­ci­to tam­bién se apos­ta e inten­ta dar­nos. Cuan­do ellos le cor­tan el cue­llo de un tiro a alguien de nues­tro terri­to­rio no sale en nin­gún perió­di­co pero, cuan­do noso­tros les damos, sale como noti­cia en todos lados y nos lla­man terroristas».

El par­que natu­ral del Cata­tum­bo, que es la inmen­sa super­fi­cie andi­na que se escon­de poco más allá de la coli­na en la que nos encon­tra­mos, conec­ta con la tam­bién tupi­da Serra­nía del Peri­já, cuyo cos­ta­do oes­te recae en Vene­zue­la. Tras esta se encuen­tran La Gua­ji­ra y el mar Cari­be, lo que con­vier­ten a este vas­to terri­to­rio en un lugar ideal para la super­vi­ven­cia de cual­quier gue­rri­lla. Tan­to es así que por aquí andan reor­ga­ni­zán­do­se las FARC-EP. Con­cre­ta­men­te el Fren­te 33, que tra­ba­ja por recu­pe­rar el espa­cio per­di­do tras haber entre­ga­do las armas en el año 2016. Según comen­ta Wil­ser, del ELN, «hay un poqui­to de pro­ble­ma con ellos por­que no nos que­da cla­ro quién man­da allí, pero por el momen­to nos lle­va­mos bien y les deja­mos que se estruc­tu­ren y crez­can». Bue­na prue­ba de ello es un enor­me car­tel sobre la vía prin­ci­pal de San Pablo. Lle­va col­ga­do ya meses sin que nadie lo haya toca­do, y dice: «El éxi­to de la vida no está en ven­cer siem­pre, sino en no dar­se por ven­ci­do nun­ca. El Fren­te 33 de las FARC-EP les desea una feliz navi­dad y prós­pe­ro 2020».

Car­te­les del ELN que inun­dan los dife­ren­tes corre­gi­mien­tos de Teo­ra­ma.
Foto: Unai Aranzadi

Otra cosa bien dife­ren­te es la rela­ción con el últi­mo rema­nen­te del Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Popu­lar (EPL), una gue­rri­lla maoís­ta que, tras des­mo­vi­li­zar­se en 1991, ha ter­mi­na­do con algu­nas uni­da­des inte­gra­das en el mun­do del nar­co­trá­fi­co y sus gru­pos para­mi­li­ta­res. Aquí, en la región del Cata­tum­bo, todos los cono­cen como “los pelu­sos” y están en gue­rra abier­ta con el ELN des­de mar­zo del 2018. «Hace uno o dos años, los pelu­sos nos podían matar has­ta seis per­so­nas por día en Con­ven­ción. Aho­ra siguen por la zona, pero los hemos saca­do a casi todos. Están más por la capi­tal regio­nal, que es Oca­ña, o en Tibu, jun­to a la fron­te­ra con Vene­zue­la, don­de han reclu­ta­do a mucha gen­te y se han hecho fuer­tes», rela­ta el gru­po de mili­cia­nos a la par que esce­ni­fi­ca como actúan los pelu­sos. «Bajan en moto de dos. Uno dis­pa­ra y el otro ace­le­ra. Inclu­so aho­ra pue­de pasar por­que algu­nos de esos manes están muy locos. Nues­tros cola­bo­ra­do­res cuan­do salen de nues­tro terri­to­rio en carro hacia Oca­ña, don­de ya no tene­mos con­trol del terri­to­rio, van direc­tos sin parar. A nada que nos reco­noz­can nos dis­pa­ran sin dudar­lo», seña­la el fran­co­ti­ra­dor Alexander.

Los mili­cia­nos hablan de que han reclu­ta­do a muchos vene­zo­la­nos y ase­gu­ran que están alia­dos con gru­pos nar­co­pa­ra­mi­li­ta­res como los Ras­tro­jos, e inclu­so con el Clan del Gol­fo. Un miem­bro de la gue­rri­lla, que como muchos de aque­llos que entran y salen de sus terri­to­rios no se pue­de iden­ti­fi­car, da deta­lles de cómo inten­ta­ron lle­gar a acuer­dos con ellos. «El año pasa­do, cuan­do les gana­mos la gue­rra por aquí, se die­ron reunio­nes con ellos para dar­les un chan­ce en el ELN, pero no fue posi­ble. Son puros paracos».

Una de las sali­das de estas “zonas libe­ra­das” pasa por el corre­gi­mien­to de El Ase­rrío. Es un lugar céle­bre en la memo­ria del ELN por aco­ger una de las igle­sias don­de ofi­ció varias misas su líder más caris­má­ti­co, el ara­go­nés Manuel Pérez Mar­tí­nez. Tam­bién por­que aquí, cua­tro años atrás, los gue­rri­lle­ros derri­ba­ron un heli­cóp­te­ro Black Hawk del Ejér­ci­to colom­biano. Éxi­tos béli­cos que no ter­mi­nan de tra­du­cir­se en mejo­ras para los civi­les que viven en el fue­go cru­za­do. Tra­tan­do de hacer lo mejor de una tie­rra que prác­ti­ca­men­te des­co­no­ce la paz des­de que en 1530 lle­ga­ra Ambro­sio Alfin­ger (un atí­pi­co con­quis­ta­dor ale­mán al ser­vi­cio de la Coro­na espa­ño­la) están Mil­cía­des Gue­rre­ro y Jesús Noel Carras­cal, de la Jun­ta de Acción Comu­nal. Com­pa­gi­nan­do su papel de guías, y con gran entu­sias­mo, des­ve­lan algu­nos epi­so­dios des­co­no­ci­dos del lugar, como la sacris­tía don­de se escon­dió el cura Pérez, u otros espa­cios de carác­ter didác­ti­co, como La Casa de la memo­ria, museo en el que se da a cono­cer la his­to­ria del Ase­rrío y la lle­ga­da de los pri­me­ros colo­nos al corre­gi­mien­to. «Un lugar al que es fácil lle­gar pero del que es difí­cil salir», rela­tan como que­rien­do expli­car lo com­pli­ca­do que es salir de la espi­ral de pobre­za en la que se encuen­tran atrapados.

Un cam­pe­sino de Teo­ra­ma vis­te una cami­se­ta del gue­rri­lle­ro Cura Pérez.
Foto: Unai Aranzadi

Vis­tos por el Esta­do y sus expre­sio­nes para­mi­li­ta­res como par­te del “enemi­go interno”, estos humil­des repre­sen­tan­tes de una socie­dad civil sin víncu­lo alguno con los acto­res arma­dos, sue­len ser víc­ti­mas de aten­ta­dos y des­apa­ri­ción for­za­da. Según el Ins­ti­tu­to de Estu­dios para el Desa­rro­llo y la Paz, en lo que va de año ya son más de cien los líde­res ase­si­na­dos. Este ince­san­te regue­ro de muer­tes, que vie­ne sien­do denun­cia­do año tras año por el alto comi­sio­na­do de las Nacio­nes Uni­das, ha cobra­do aún mayor fuer­za des­de la fir­ma de los Acuer­dos de Paz entre el Esta­do y la gue­rri­lla de las FARC-EP, hacien­do de Colom­bia el país del mun­do en el que más líde­res socia­les son asesinados.

De regre­so hacia el mis­mo retén del Ejér­ci­to por el que días atrás acce­di­mos a estas “zonas libe­ra­das”, van des­apa­re­cien­do los gue­rri­lle­ros uni­for­ma­dos y pasan a domi­nar la esce­na jóve­nes moto­ri­za­dos con arma cor­ta. Ya subi­do a un ser­vi­cio de trans­por­te públi­co, los miem­bros del ELN se des­pi­den con un reca­do. «Si al lle­gar arri­ba los sol­da­dos le inte­rro­gan sobre noso­tros, no se preo­cu­pe, ellos ya saben cómo es todo aquí aba­jo». Y dicho esto, se ale­jan entre el gen­tío que anda de reca­dos por el cen­tro de San Pablo. Vein­te minu­tos más tar­de, lle­gan­do al retén mili­tar de una fron­te­ra que el Esta­do jamás reco­no­ce­rá que exis­te, se obser­va a los mili­ta­res regis­tran­do las per­te­nen­cias de dos indí­ge­nas y un cam­pe­sino. 500 años des­pués, la con­quis­ta del Cata­tum­bo aún no ha acabado.

* Fuen­te: Naiz​.eus

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