Chi­le. Piñe­ra: La sole­dad de un dictador

Por Car­los Azná­rez, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 4 abril 2020

Hay momen­tos en que los dic­ta­do­res nece­si­tan hacer­se la idea que el pue­blo los quie­re y los res­pe­ta. Les pasó a todos, des­de Hitler has­ta Vide­la, des­de Mus­so­li­ni y Fran­co has­ta Pino­chet. Sober­bios y omni­po­ten­tes, se ima­gi­nan que esos tiem­pos en que impo­nien­do men­ti­ras y terror logra­ban acer­car a adic­tos que viva­ban sus nom­bres, les ofre­cían sus niños para que los besa­ran o en el peor de los casos se arro­di­lla­ban ante ellos. Alta­ne­ros, no se daban cuen­ta que esas cari­cias eran efí­me­ras y que, aun­que silen­cio­sas, las gran­des mayo­rías los odia­ban y mal­de­cían, mien­tras que otras y otros, com­ba­tien­tes de la liber­tad, lucha­ban con­tra el poder san­grien­to de seme­jan­tes geno­ci­das con todas las armas a su alcan­ce. Se juga­ban la vida para que un tiem­po des­pués quie­nes calla­ban pudie­ran levan­tar la voz, vol­ver a la «nor­ma­li­dad» y dis­fru­tar­la, aun­que sea con altibajos.

Con Miguel Juan Sebas­tián Piñe­ra Eche­ni­que (alias «Piñe­ra­vi­rus») en cam­bio, no se cum­plen las gene­ra­les de la ley: lo des­pre­cia y has­ta se podría decir sin temor a equi­vo­car­se, lo odia, la mayo­ría de los chi­le­nos y chi­le­nas. Su nom­bre pega­do a un feo epí­te­to que alcan­za has­ta a su madre (por engen­drar­lo) lo gri­ta­ban has­ta antes de la lle­ga­da del enig­má­ti­co Covid-19, cien­tos de miles en los esta­dios, en los reci­ta­les, en los tea­tros, en los tra­ba­jos, en las calles. Pero ade­más, millo­nes de muje­res recor­da­ron esa y otras con­sig­nas el pasa­do 8M, ponien­do el acen­to en remar­car que es «ase­sino igual que Pino­chet». Más aún, en todo el país, los heroi­cos y ale­gres cabros y cabras, mucha­chos y mucha­chas de la «pri­me­ra línea», deja­ron en cla­ro que la revuel­ta es impa­ra­ble, luchan­do con valor fren­te a la Ges­ta­po de «Piño­chet», que a esta altu­ra son los úni­cos, jun­to la mili­ca­da pru­sia­na, con los que cuen­ta el dic­ta­dor para sen­tir­se segu­ro. Cara­bi­ne­ros, pacos, gua­na­cos, zorri­llos, repre­sen­ta los sím­bo­los del odio piñe­ris­ta, fas­cis­ta, oli­gár­qui­co con­tra los de aba­jo, y tam­bién con­tra los del medio, sin dudarlo.

Hete aquí, que el dic­ta­dor, segu­ra­men­te acon­se­ja­do por alguno de sus «crea­ti­vos» ase­so­res, qui­so mos­trar al país ente­ro que con él «no hay quien pue­da». De bue­nas a pri­me­ras, este vier­nes se subió a un coche blin­da­do, cus­to­dia­do por dece­nas de cara­bi­ne­ros de éli­te, y se lan­zó a reco­rrer las calles y ave­ni­das de San­tia­go vacías de pue­blo, debi­do a la mor­ta­dad que está pro­vo­can­do la pan­de­mia. Enfer­me­dad que el dic­ta­dor no sabe como fre­nar, lo que tam­po­co pare­ce preo­cu­par­le demasiado. 

Así fue como de pron­to, ocu­rrió lo que hubie­ra sido impen­sa­ble solo quin­ce días atrás, Piñe­ra y sus uni­for­ma­dos lle­ga­ron has­ta la Pla­za de la Dig­ni­dad (Pla­za Ita­lia para el dic­ta­dor), can­che­ro, des­cen­dió del vehícu­lo y en man­gas de cami­sa se diri­gió has­ta el monu­men­to a su admi­ra­do Gene­ral Baque­dano (otro des­pre­cia­ble de la ver­da­de­ra his­to­ria chi­le­na), y se sen­tó al pie del mis­mo para que el fotó­gra­fo ofi­cial toma­ra las fotos de rigor. 

¿Qué pen­sa­ría el con­chi­su­ma­dre de Piñe­ra en ese momen­to? ¿Se sen­ti­ría gana­dor de algu­na apues­ta con­si­go mis­mo o esta­ría mal­di­cien­do a los emplea­dos de la Inten­den­cia de San­tia­go por no haber lim­pia­do total­men­te el monu­men­to, pues­to que aún son visi­bles las pin­ta­das que exi­gen en grue­sos tra­zos «Fue­ra Piñe­ra»? ¿O esta­ría escu­chan­do el rumor de esas cien­tos de miles de voces que vier­nes a vier­nes, des­de el 18 de octu­bre pasa­do se jun­ta­ban en ese mis­mo sitio, a pesar de las durí­si­mas car­gas de los pacos para decir­le al mun­do que «Chi­le des­per­tó»? ¿O habrá teni­do un esca­lo­frío al cru­zar­se por su retor­ci­da men­te las imá­ge­nes de Mau­ri­cio Fre­des, el Neko Zamo­ra y todos los jóve­nes ase­si­na­dos por sus esbirros?

Sin embar­go, esta foto que Piñe­ra qui­so hacer­se en la pla­za del pue­blo, casi como una pro­vo­ca­ción, lo pin­ta de cuer­po ente­ro. Está solo. Defi­ni­ti­va­men­te solo. No lo apo­ya ni Baque­dano, ni su caba­llo mil veces pin­ta­do y gara­ba­tea­do por los jóve­nes que se tre­pa­ban en él con ban­de­ras chi­le­nas, mapu­ches o del Colo Colo. Ni tam­po­co se le acer­có a salu­dar­le alguno de los pája­ros que habi­ta­ban el par­que fores­tal has­ta que la pro­fu­sión de gases arro­ja­dos por los pacos en estos 5 meses y medio de rebe­lión, los hicie­ron emi­grar a mejo­res cli­mas. No. Piñe­ra habrá son­rei­do para la foto y la cáma­ra poli­cial pero ni siquie­ra está segu­ro de que esos uni­for­ma­dos y alcahue­tes que lo acom­pa­ñan no lo están cara­jean­do tam­bién des­de sus entrañas.

Más allá del ges­to paté­ti­co del dic­ta­dor, la Pla­za de la Dig­ni­dad y los alre­de­do­res de ese monu­men­to que se hizo emble­má­ti­co por las mul­ti­tu­des que lo pobla­ban has­ta hace pocos días, se ha con­ver­ti­do ‑jun­to con las de Anto­fa­gas­ta, Val­pa­raí­so y tan­tas otras- en el sím­bo­lo de la gran derro­ta, no solo de Piñe­ra sino tam­bién del sis­te­ma que él repre­sen­ta, de esa cla­se polí­ti­ca bur­gue­sa que no cree en el pue­blo y por eso lo ha inten­ta­do bas­tar­dear y humi­llar duran­te todo su mandato.

Ya en su coche, en fran­ca reti­ra­da, el dic­ta­dor pudo obser­var, mien­tras el vehícu­lo se des­li­za­ba por la Ala­me­da, muy cer­ca del GAM, una fra­se gara­ba­tea­da a la lige­ra en un muro. Al leer­la, se le qui­tó brus­ca­men­te esa son­ri­sa boba que mues­tra en las rue­das de pren­sa: «A noso­tros nos mata más Piñe­ra que el coro­na­vi­rus», bajó los ojos y sin­tió miedo.

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