Chi­le. La masa­cre en barbecho

Por MANUEL CABIESES DONOSO, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 27 febre­ro 2020

Los indi­cios son muy cla­ros: la dere­cha (y su coro tras bas­ti­do­res: sec­to­res de la ex Con­cer­ta­ción) pre­pa­ran el terreno para una masa­cre que impon­ga el orden público.

Más de vein­te masa­cres en nues­tra his­to­ria con­sa­gran el ase­si­na­to múl­ti­ple como bru­tal correc­ti­vo cuan­do el pue­blo se extra­li­mi­ta en sus inten­tos his­tó­ri­cos por sacu­dir­se de la explo­ta­ción. Masa­crar no sig­ni­fi­ca nin­gún trau­ma moral para la oli­gar­quía y sus socios polí­ti­cos. Derra­mar san­gre inde­fen­sa es tarea de las FF.AA. y Cara­bi­ne­ros que cum­plen la fun­ción de sica­rios del sis­te­ma. La cas­ta polí­ti­ca se lava las manos. Acri­bi­llar al pue­blo para impo­ner el orden públi­co adquie­re con­tor­nos de un sagra­do deber para los gobier­nos de este país. Ese orden es la pie­dra angu­lar de la socie­dad. La fun­ción de las Fuer­zas Arma­das y Cara­bi­ne­ros es hacer­lo res­pe­tar cues­te lo que cueste.

Así fue ayer. ¿Así será hoy? Es de temer la con­ti­nui­dad de esta sinies­tra tra­di­ción. No hay ante­ce­den­tes para supo­ner que se haya pro­du­ci­do una reno­va­ción demo­crá­ti­ca en la doc­tri­na de los cuer­pos armados.

Las lla­gas de las masa­cres cubren de nor­te a sur el cuer­po ple­be­yo de Chi­le. Algu­nas fue­ron masi­vas como la Escue­la San­ta María de Iqui­que, en 1907. El ase­sino gene­ral Rober­to Sil­va Renard, de mal­di­ta memo­ria, orde­nó ame­tra­llar a más de tres mil obre­ros, muje­res y niños. Tam­bién el siglo pasa­do ‑para no ir más lejos- regis­tra las masa­cres del Segu­ro Obre­ro, 1938, en el gobierno del libe­ral Artu­ro Ales­san­dri; la masa­cre en las calles de San­tia­go del 2 y 3 de abril de 1957, en el gobierno del gene­ral ® Car­los Ibá­ñez; la José María Caro, 1962, en el gobierno de “los geren­tes” de Jor­ge Ales­san­dri; El Sal­va­dor, 1966, y Pam­pa Iri­goin (Puer­to Montt), 1969, en el gobierno del demo­cris­tiano Eduar­do Frei; y la peor de todas: la masa­cre per­ma­nen­te de 17 años del gene­ral ase­sino y ladrón Augus­to Pino­chet, cuyos par­ti­da­rios vuel­ven a exi­gir la paz de los cementerios.

El impe­rio del orden públi­co a raja­ta­blas es hoy el tema de la cas­ta polí­ti­ca y de los medios de comu­ni­ca­ción. Unos y otros aca­rrean agua para su molino con algu­nos hechos vio­len­tos de sos­pe­cho­sa ins­pi­ra­ción y fac­tu­ra. El gobierno, cons­cien­te que se enca­mi­na a derra­mar más san­gre, ha crea­do un pea­je polí­ti­co para com­par­tir res­pon­sa­bi­li­da­des. Exi­ge que los par­ti­dos con­de­nen la vio­len­cia y pidan res­ta­ble­cer el orden públi­co. La “opo­si­ción” lo acep­ta pero exi­ge a su vez que el gobierno haga uso de sus facul­ta­des e impon­ga el orden públi­co. En buen cas­te­llano y sin eufe­mis­mos: exis­te coin­ci­den­cia entre gobierno y “opo­si­ción”. Ambos quie­ren que las FF.AA. y Cara­bi­ne­ros efec­túen una ope­ra­ción de escar­mien­to. El obje­ti­vo es parar en seco el pro­ce­so insu­rrec­cio­nal que han gene­ra­do la codi­cia y abu­sos de los mis­mos que manio­bran para impo­ner el orden públi­co manu mili­ta­ri.

La cas­ta polí­ti­ca ‑y la oli­gar­quía que la pro­hi­ja- temen que el ple­bis­ci­to del 26 de abril se esca­pe de sus manos. Una vic­to­ria arra­sa­do­ra del “aprue­bo” y de la Con­ven­ción Cons­ti­tu­cio­nal de 155 miem­bros ele­gi­dos por el pue­blo, podría derri­bar las cor­ta­pi­sas que con­de­nan la Cons­ti­tu­yen­te a la este­ri­li­dad. En ese caso se vería ame­na­za­do el cora­zón de la ins­ti­tu­cio­na­li­dad: el mode­lo eco­nó­mi­co neo­li­be­ral. Este es el peli­gro real que angus­tia a los due­ños y seño­res del país.

Chi­le debe pre­pa­rar­se para la even­tua­li­dad de una masa­cre con el pre­tex­to de res­ta­ble­cer el orden públi­co. Hay que for­ta­le­cer la movi­li­za­ción y las deman­das popu­la­res. Tam­bién la auto­de­fen­sa ante la repre­sión poli­cial. Hay que recu­pe­rar el espí­ri­tu uni­ta­rio y demo­crá­ti­co de la gran mar­cha del 25 de octu­bre. Una opor­tu­ni­dad la ofre­ce el 8 de mar­zo, Día Inter­na­cio­nal de la Mujer. Los jóve­nes, las muje­res y los tra­ba­ja­do­res son la pun­ta de van­guar­dia de la pro­tes­ta social.

Impo­ner la volun­tad del pue­blo requie­re un arco cla­sis­ta muy amplio y demo­crá­ti­co. Las exclu­sio­nes y dog­ma­tis­mos son el cán­cer de la uni­dad que requie­ren las vic­to­rias popu­la­res. El actual pro­ce­so de rebel­día por la dig­ni­dad abar­ca a la mayo­ría de la pobla­ción. Allí están tam­bién las bases socia­les de la ex Con­cer­ta­ción y sobre todo la inmen­sa mayo­ría de los independientes.

El obje­ti­vo de este his­tó­ri­co pro­ce­so libe­ra­dor es demo­crá­ti­co y plu­ri­cla­sis­ta. Exi­ge una Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te que ela­bo­re una nue­va Cons­ti­tu­ción legi­ti­ma­da por el vere­dic­to del pue­blo. Esta es sin duda la vía que per­mi­ti­rá cons­truir un nue­vo orden social en un país que se ha vis­to des­qui­cia­do por la desigualdad.

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