¡El Alza­mien­to Nacio­nal eli­ge nue­vo Cau­di­llo!- Mai­té Campillo

Me acuer­do cuan­do lle­gué ter­ce­ro En una carre­ra de bici­cle­tas Y me deja­ron fue­ra de la lis­ta de pre­mios Por cul­pa de un galli­to pin­ta­do en mi franela
Os habla el nue­vo rey: ¡por qué no os reís, seguid riendo…!
Hablan los pies cuan­do las uvas no acom­pa­ñan, lamen­to del gue­rri­lle­ro, se lo dijo a mi padre el que debió ser mi abue­lo, no pude cono­cer­lo, lo des­arrai­ga­ron; no esta­mos todos, jun­to con él otros caye­ron tam­bién, inten­ta­ron cor­tar­nos la raíz. Sobre la piel del tiem­po sus hue­llas lle­gan ron­ro­nean­do, hablan los pies. Cuan­do yo tomé con­cien­cia me encon­tré en el camino que ellos tuvie­ron que dejar con el amar­gor de la hiel entre los labios. Es un camino colin­dan­te don­de se encuen­tran los pue­blos más bellos; los reco­rro por la lade­ra del mon­te camu­fla­da entre ramas y peñas­cos (narra la can­ción haber cogi­do entre ellos tru­chas fres­cas), y yo entre el gana­do suel­to, me abro paso camino de la noche. Nóma­da des­de que cons­cien­te de con­cien­cia, me lle­va por los cami­nos de la razón en bus­ca del infi­ni­to, por­que del fini­to ya se sabe más de la cuenta.
Mi aspec­to es salu­da­ble, lo mar­ca la som­bra que ha veni­do acom­pa­ñán­do­me país tras país des­de que me con­ver­tí en flor. Muchos son los vis­tos y vivi­do, mis péta­los se va cur­tien­do, siem­pre con la inten­ción de arri­mar la bue­na suer­te al cons­cien­te de con­cien­cia. Cons­cien­cia y con­cien­cia son como madre e hija, se poten­cian y ensal­zan una a otra, por eso que mi espí­ri­tu aún impe­ra gra­cias al fru­to de sus ramas que me cur­ten de his­to­ria colo­ri­da y jugo­sa. Tam­bién soy pája­ro, me deten­go en el olor de la piña, mien­tras sigo el ras­tro de las uvas de la ira.

Encon­tré entre los paí­ses, uno en Euro­pa, a los her­ma­nos grie­gos, increí­ble­men­te soli­da­rios; comí entre ellos, me aten­die­ron y ense­ña­ron su país como si fue­ra una hija a la que esta­ban espe­ran­do. Así es como logré cami­nar, reme­mo­rar luchas e idea­les con­tra el fran­quis­mo y “refor­mis­mo demo­crá­ti­co”, que lo apun­ta­ló una vez ya en la tum­ba; apren­dí mucho con ellos, mis­mo sis­te­ma de mar­gi­na­ción, mis­mo pan amar­go y peces de cris­to. Saca­dos de la mito­lo­gía sur­gían ante mis ojos her­mo­sos per­so­na­jes de la cien­cia y el arte, los cono­cí de la mano del gru­po de tea­tro que desa­rro­lla­ba su espa­cio den­tro de la uni­ver­si­dad de Ate­nas, con el que con­vi­ví meses del impla­ca­ble tiem­po en dis­tin­tas ciu­da­des e islas; de ellos apren­dí que mis movi­mien­tos debían ser segu­ros para no aler­tar al carro­ñe­ro de cere­bro de charol.
Me encuen­tro don­de irrum­pe el bos­que del escarnio
Don­de fun­die­ron la pala­bra, don­de abo­ga la oscu­ri­dad del sin-amor, y mi cuer­po con­mo­cio­na­do se estre­me­ce ante la bóve­da del sin-con­sue­lo por don­de se abre el abis­mo. La natu­ra­le­za pura es cru­da cuan­do la comu­ni­ca­ción no alcan­za y las nece­si­da­des vita­les acla­man (no soy de las que ríen en la des­gra­cia) su incle­men­cia mar­ca sobre mi rayos y sur­cos, hue­llas que avi­van el tiem­po entre poros sudo­ro­sos. El ham­bre de amor es lo más, lo más que sien­to y quie­ro; al ham­bre que solo es sus­ten­to lo mata el sue­ño y mi habi­li­dad en el mon­te, soy diná­mi­ca, soy fuer­te. Mi pelo lar­go y riza­do se revuel­ve insu­mi­so, mis ojos son negros, como los de mi madre, eso me dije­ron, los edu­co en la mira­da deci­di­da que es la que me aler­ta jun­to al oído leal que me acom­pa­ña, mien­tras mis ojos obser­van el san­gra­do del sudor inquie­to que ema­na de aden­tro. Aún no lle­gó el ama­ne­cer y estoy des­pier­ta, pero yo se que otros están llorando.
De la farán­du­la en Gre­cia, apren­dí que siem­pre había que estar aler­ta, de ellos lo supe en el mis­mo espa­cio que atra­ve­sé la fron­te­ra aérea; yo mira­ba pen­san­do, a quién me encon­tra­ré? Mas que cui­dar­se me cui­da­ban, salió uno cami­nan­do hacia mi, (otros obser­va­ban fue­ra), a la vez se acer­ca­ba des­de otro pun­to una com­pa­ñe­ra con una son­ri­sa y dul­zu­ra increí­ble, ambos me abor­dan como a la her­ma­na que espe­ran, y, ya en la sali­da, los tenía por todos lados, me subie­ron a un gran auto hacia las afue­ras de la ciudad.
Me lan­cé a las escon­di­das con el impul­so del viento
Cuan­do me deci­dí a empren­der el camino de la raíz estre­né ado­les­cen­cia, deam­bu­lé duran­te días sin cobi­jo. Toda­vía era de noche cuan­do me sen­té cer­ca del fue­go que había hecho con ramas secas de reta­ma, caí­das tras los fuer­tes vien­tos de las sema­nas ante­rio­res; han pasa­do ya varios días, sigo sin con­tac­to, la jor­na­da ha sido dura y hace frío. Con­ser­vo aún unos posos del últi­mo bucho de café, los calien­to, sólo sen­tir su erup­ción me recon­for­ta a pesar de “no ser cafe­te­ra”, de poder ele­gir, su aro­ma, lo mejor. Una toma lo que sea para esti­mu­lar cuer­po y men­te, tirar pa“lante es lo pri­me­ro que apren­dí, como se pue­da cuan­do empie­zan a care­cer pro­vi­sio­nes y ni espe­ran­za de ellas. La dure­za en el mon­te aco­rra­la la inti­mi­dad inti­mi­dan­do; el frío se ace­le­ra cuan­do raya en sole­dad, y lo humano se año­ra por enci­ma de todas las cosas cuan­do el calor del alien­to se tor­na estalactita.
Loren cono­ce reque­te­bién los mon­tes de uno y otro lugar de la muga, mi cuña­da, se por­tó como una madre cuan­do me des­cu­brió, le gus­té, aun­que me dejó en un pun­to preo­cu­pa­da, me veía tier­na, flor que empie­za a des­pe­re­zar de for­ma pre­ma­tu­ra, aun­que ya yo empe­za­ba hacer­me gigan­te; se la nota­ba la preo­cu­pa­ción cuan­do me dijo remar­can­do las pala­bras: por allá, fíja­te bien don­de seña­lo, siem­pre en esa direc­ción ade­lan­te, no te equi­vo­ques, cami­na ya, el tiem­po se acorta.
No es fácil arrai­gar­se en los mon­tes, nos han hecho débi­les, nece­si­ta­mos la “civi­li­za­ción” para casi todo; tam­po­co la mar te abri­ga como una quie­re, te vota en cual­quier momen­to. Estoy siem­pre como de paso, toda­vía sigo bus­can­do el camino, lo mues­tran los azo­tes des­car­ga­dos sobre la tie­rra; me des­li­zo entre ella como par­te de mi vida abier­ta a los soles del sue­ño, días de luna lle­na, y a las luciér­na­gas que me visi­tan en las noches cuan­do camino sola como en vacío.
Tras la infu­sión de agua de café me sen­tí mejor, creo, me acues­to, duer­mo con la luz del día, mi cuer­po se sien­te más calien­te acá arri­ba. Aun­que aque­lla maña­na las estre­llas tacho­na­ban el cie­lo, y el can­to del gallo se escu­cha­ba en la dis­tan­cia como un lar­go bra­zo esti­ra­do sobre las coli­nas. Recuer­do a mi padres, más por fotos, por supues­to, que por viven­cias; sigo sus hue­llas como ellos lo hicie­ron con los abue­los, sé que esta­rán dolo­ri­dos y no por todo lo suce­di­do a la fami­lia, inclui­do algu­nos de sus hijos, años de cár­cel, depor­ta­cio­nes, exi­lio… si no por lo que sigue suce­dien­do. Una tran­si­ción que nun­ca lle­gó, un dic­ta­dor que ha man­te­ni­do en pie todo un sis­te­ma gol­pis­ta de terror, degra­da­do y san­gui­na­rio, tras su suce­sor, otro nue­vo están pre­pa­ran­do para coro­nar el jue­ves 19 de junio, para que asu­ma como su padre, el movi­mien­to 18 de julio y su ban­de­ra, más san­grien­ta que nunca.
“Can­ción Para Acordarme”
Ali Primera

Yo ama­rré los recuer­dos al árbol de la noche
Fui en bus­ca del sol y toda­vía me acuerdo
La pri­me­ra vez que hice el amor.
Me acuer­do de mi gen­te gas­tan­do madrugadas
Por una lata de agua.
Me acuer­do de la pri­me­ra vez que vi a Fidel
En la sie­rra maestra
En una pelí­cu­la que pro­yec­ta­mos en la pared
De una iglesia
Era la casa más blan­ca y más gran­de del pueblo
Y en sus pare­des vi a Fidel.
Me acuer­do de sal­va­dor, el albañil
Leyén­do­me tro­zos del capital.
Y cuan­do mi madre supo que era comu­nis­ta, me dijo:
¡dios te bendiga!
Por­que para algo deben ser­vir las ben­di­cio­nes en esta vida.
Y salí con­ten­to al camino lleno de alegría.
Y apren­dí a cagar­me en la liber­tad que defien­de Superman.
Por­que para algo debe ser­vir la mier­da en esta vida.
Y fui lle­nan­do con flo­res a mi fusil de poemas
Y afi­né la pun­te­ría del can­to con­tra las bestias.
Fui suman­do cora­zo­nes para ven­cer madrigueras
Al lle­nar­me los rumo­res del volan­tín cuan­do vuelva.
Yo ama­rré los recuer­dos al árbol de la noche y fui en bus­ca del sol.
Me acuer­do cuan­do lle­gué ter­ce­ro en una carre­ra de bicicletas
Y me deja­ron fue­ra de la lis­ta de premios
Por cul­pa de un “galli­to” pin­ta­do en mi franela.
Me acuer­do de mi pri­mer par de zapatos
Gana­do en un con­cur­so de poemas.
Me acuer­do de mi cajón de lim­pia­bo­tas: «hoy no fío maña­na si»
Escri­to en mala letra
Lo con­ser­va una fami­lia ami­ga de las piedras.
Yo ama­rré los recuer­dos del árbol de la noche y fui en bus­ca del sol.
Me acuer­do del obre­ro que me dijo
No ven­das tu canto
Que si lo ven­des, me vendes
Que si lo ven­des, te vendes.
Dor­mía entre el vai­vén len­to de unas ramas
Y el silen­cio se rom­pió con el rui­do de unas voces a lo lejos, que intuí se iban acer­can­do. Apa­re­cie­ron sus cala­ve­ras de cha­rol entre árbol y árbol, se escon­dían. Detu­vie­ron a mi her­mano, o era mi padre?, no me die­ron tiem­po, el tama­ño de semi­lla me limi­ta, aun­que ya, yo me sen­tía impor­tan­te en desa­rro­llo, en el fon­do ver me veía más gigan­te, cuan­to menos a la altu­ra de una bello­ta. Apa­gué el fue­go rápi­do, ya mori­bun­do, cogí mi mochi­la a for­ma de peta­te mien­tras se fil­tra­ba la pri­me­ra luz de orien­te, y me dejé des­li­zar sobre la terra­za de la pen­dien­te, cubier­ta de hayas y robles que des­cen­dían al otro lado de la cum­bre, des­de aquí, el sen­de­ro zig­za­guea ende­mo­nia­do entre tri­cor­nios carro­ñe­ros que no cesan sobre el ace­cho de su pre­sa, yo. Un día me lo dije­ron, oí cla­ri­to la voz de los míos: vete, te suce­de como a tu her­mano, (aun­que no lo conoz­cas sois igua­les), más pron­to que tar­de segui­rás el mis­mo camino; huye cuan­do veas la fie­ra, o apren­de a enfren­tar­te a ella. Y, ya ven, lle­gué has­ta ustedes.
Cer­qui­ta de la cue­va pre­his­tó­ri­ca que me cobi­ja se encuen­tra un viñe­do. Aga­za­pa­da como coma­dre­ja me des­li­zo hacia sus fru­tos, sien­to que me espe­ran; las uvas recon­for­tan mi cuer­po de ener­gía, avi­van la espe­ran­za y ven­zo al can­san­cio, tam­bién al ham­bre. Cuan­do entro en el viñe­do el sol se pone. Una masa de nubes de color rosa­do, sua­ves y volu­mi­no­sas como algo­dón amon­to­na­do, aflo­ra flo­tan­do en el cie­lo sobre las mon­ta­ñas de cimas empi­na­das y lan­zan sus refle­jos sobre los árbo­les alti­vos que se dejan aca­ri­ciar entre notas de amor y músi­ca, es la voz de mi can­to. No se cuan­to tiem­po andu­ve incrus­ta­da entre raí­ces. La luz y som­bra del viñe­do es mi luci­dez, me hace sen­tir, soy yo; mi pen­sa­mien­to toma for­mas, me habla, y logra que vuel­va a mi la son­ri­sa que alum­bra mi mirada.
Pien­so en la casa de los abue­los como la de mis padres, des­arrai­ga­da, mal­tra­ta­da, sufrien­do sus cimien­tos la angus­tia de vivir sin los suyos. Los que lla­man ven­ce­do­res la tuvie­ron años sitia­da, como si fue­ra una fie­ra a la que hay que des­pe­da­zar. Fusi­la­ron a los dos perros de caza y los col­ga­ron de un gran árbol cer­ca de ella. Tra­ge­dia que aún oyen mis oídos, tra­ge­dia que cos­tó dige­rir, tra­ge­dia que no mató la dis­tan­cia ni el tiem­po y con­vir­tió en lágri­ma des­ha­cién­do­me en su fon­do de algas y coral, gra­cias a su sal mis pies ras­trean cóm­pli­ces como la Nela y Tula, ellas intuían el ham­bre y salían solas en bus­ca de sus­ten­to; eran dos más en la fami­lia com­ba­tien­do el fas­cis­mo, eran vida y alien­to, inte­li­gen­cia, amis­tad, soli­da­ri­dad, úni­co ali­men­to jun­to al peque­ño huer­to que cons­tru­ye­ron en el patio al lado del pozo. Empe­za­ban los pri­me­ros avi­sos del triun­fo de los cobar­des… Mi gen­te fue valien­te, y yo sé que es ver­dad no sólo por­que así quie­ra creer­lo, sé que les hicie­ron fren­te jugan­do a las escon­di­das como pudie­ron, don­de ellos siem­pre ganan, por­que saben que yo siem­pre les esta­ré espe­ran­do; les escri­bo sobre los tron­cos de los árbo­les olvi­da­dos, a mis dos her­ma­nos tam­bién: “Os espe­ro al atar­de­cer”, les digo, y, voy en bus­ca de otro tron­co, sigo fijan­do con­sig­nas; enton­ces es que veo el bri­llo de las uvas en mi mira­da y el cre­púscu­lo de su piel entre mis manos alum­bran­do, todo es camino.
Jamás me arre­ba­ta­rán los sue­ños mien­tras agi­te las alas
El viñe­do es el lecho don­de a veces he derra­ma­do lágri­mas y besos, que el mie­do trans­for­ma en fue­go para defen­der­me; las pági­nas entre tron­cos de árbo­les que leo devuel­ven la luz a mis ojos. Es mi rin­cón más pre­cia­do, cuer­po y aro­ma cer­cano al valle de la liber­tad que sue­ño para amar y ser ama­da, dón­de las llu­vias de abril revo­lo­teen sobre noso­tros hacien­do gor­go­ri­tos de fies­ta con refle­jos en arcoi­ris, cien­tos de fue­gos arti­fi­cia­les, mil colo­res a la vis­ta. Sé escu­rrir­me, estoy hen­chi­da de vida; se acer­ca la llu­via, me des­li­zo ante las san­gui­jue­las sin ser vis­ta, como lom­briz que rota sobre la tie­rra entre peñas­cos y arbus­tos. Abro paso al nue­vo encuen­tro con el últi­mo gue­rri­lle­ro de la fami­lia (mi her­mano-padre), salió de las cata­cum­bas don­de lo sepul­ta­ron años, sen­ti­do para la ale­gría de mi vida. Se que me nece­si­ta, la casa quie­ro decir, revi­vir a los que en ella vivie­ron para morir de amor y lucha, de miel, de rebel­día, no de pena y asco, para que la luz siga sien­do luz en la mira­da que alum­bro como futuro.
El hori­zon­te colo­ca en el cen­tro la casa de mis padres, su ima­gen se amplia ante mis pupi­las aun­que la dis­tan­cia nos sepa­re. El can­to no se ha aca­ba­do. Hoy me encuen­tro en una reda­da car­ní­vo­ra, nos encon­tra­mos en el 2014, pro­cla­man rey al nue­vo suce­sor, tras la abdi­ca­ción, del que puso a dedo el dic­ta­dor; rato­ne­ra voraz que me impo­si­bi­li­ta encon­trar el pasa­di­zo que nos lle­va hacia el camino de la liber­tad. Solo soca­van­do en las entra­ñas de la tie­rra bro­ta­rán a la vida; dina­mi­tan­do la raíz del cri­men lle­ga­re­mos a la luz, la aho­ga­re­mos en su pro­pia cobar­día. Los ase­si­nos son reales, nun­ca se depu­ra­ron; sus ins­ti­tu­cio­nes impo­nen una vez más al monar­ca feu­dal. No, no son som­bras que mi año­ran­za refle­ja. Soy joven, mis fuer­zas de ace­ro son inque­bran­ta­bles. El sol alum­bra mi camino ahu­yen­tan­do los cere­bros de cha­rol, sinies­tro tri­cor­nio en sus sie­nes… Aun­que las coor­de­na­das del vien­to a favor no lle­guen, y un pelo­tón de dece­nas de hor­das fas­cis­tas se acer­quen a la Pla­za de Orien­te para acla­mar al nue­vo empe­ra­dor de las sor­ti­jas de oro. El rió los refle­ja en su pasa­do. Los amplía el mar para que todos pue­dan ver refle­ja­do su sis­te­ma de opre­sión, enchar­can de san­gre los valles hacién­do­la des­apa­re­cer aun­que no lo parez­ca. Pero las manos de mis padres, abue­los y her­ma­nos avan­zan car­ga­das de amor y semen­te­ra jun­to al vie­jo fusil que can­sa­do espe­ra, abra­zan efu­si­vos a, Tula y Nela, los dos perros, que los mons­truos fusi­la­ron para pro­fun­di­zar más aún su dolor.
Pero las uvas no están siempre
No, el can­to no se ha aca­ba­do; mi men­te se men­ta­li­za arran­can­do fru­ta de los árbo­les invi­si­bles y mis manos pes­can como la can­ción peces entre peñas­cos. Sigo las hue­llas pero su sus­tan­cia se dilu­ye. Su aro­ma a mos­ca­tel se hace invi­si­ble como la lla­ma de las antor­chas. Sólo a veces oigo al búho, su latir her­mano en la tie­rra, su eco entre mon­ta­ñas hacia el paso de la muga, “búhos y topos”, atra­ve­san­do mares y mon­ta­ñas. Tar­da­ré algu­nas lunas, pero mi pro­me­sa que­da, lle­ga­ré hacia ella… La casa de la raíz se difu­mi­na, sin lla­ma el fue­go no tie­ne sen­ti­do. Dicen que se hace camino al andar, pero el camino que yo ando se detie­ne entre una barri­ca­da de tri­cor­nios camu­fla­dos de demo­cra­cia, que apun­tan para que siga­mos incrus­tán­do­nos en tie­rra. Es el orden de hoy el mis­mo de ayer, pero no el de mañana.
Una y otra vez vuel­ven a vio­lar las puer­tas de la pri­ma­ve­ra, los cami­nos hacia la liber­tad. En pleno siglo XXI, del año en cur­so, insis­te el abso­lu­tis­mo en pro­cla­mar la irra­cio­na­li­dad “demo­crá­ti­ca” más des­ca­be­lla­da. Dicen que la monar­quía es posi­ble, y yo digo, tram­pa, aquél que así lo afir­ma for­ma par­te de la carroña.
Mi amor es infi­ni­to para que siem­pre vuel­van, me encuen­tren los que me quie­ren y quie­ro como a mi mis­ma, por eso es que escri­bo en las hojas suel­tas del mon­te lejos de los tubos de esca­pe. Yo sé que la llu­via no ha de borrar jamás mis mensajes.
¡Vamos, com­pas, suban al mon­te que nos bro­ten alas, no ten­go tiem­po para morir de asco! Sigan el paso del rit­mo de mis besos, apun­tan cose­chas, la tie­rra espe­ra de noso­tros lo que noso­tros espe­ra­mos de ella.
El tiem­po no aca­ba con la memo­ria, la resig­na­ción sí
Los viñe­dos des­apa­re­cie­ron al tri­tu­rar su raíz, y el letar­go de los años pasó “fac­tu­ra”. La resig­na­ción de, “los diri­gen­tes”, expan­dió el virus de la iner­cia, per­mi­tien­do con ello la siem­bra del terror por casas y cam­pos. Se ceba­ron con los abue­los, a los que no cono­cí; lue­go con los hijos, muy poco pude dis­fru­tar de ellos; más tar­de con los nie­tos y biz­nie­tos, varios de ellos he cono­ci­do no hace mucho tiem­po, algu­nos sobri­nos aún no he logra­do cono­cer… La pos­gue­rra duró cua­ren­ta años, “el final del fran­quis­mo” (?), más san­grien­to si cabe. A, “Edu”, lo tor­tu­ra­ron tan­to que le deja­ron como payá, “gra­cias” a la cola­bo­ra­ción fran­ce­sa; Julio, como él, jamás logró repo­ner­se… menos sus infan­cias y ado­les­cen­cias en el hogar de las aves libres… las manos de mi madre lle­gan al patio des­de tem­prano… uni­ver­so de son­ri­sas cal­dea­das por el mis­te­rio de los sencillos.
La casa la achi­ca­ron tan­to, tan­to!, que más nun­ca pudie­ron los abo­rí­ge­nes vol­ver a vivir en ella… El fusil del abue­lo, pasó a mi padre, más tar­de a sus pri­me­ros hijos, y, ¡dos déca­das y media, has­ta dar luz a una nue­va vida y seres en ella!, hoy, el fusil de futu­ro, con­ver­ti­do en arbus­to deto­nan­do hojas de almen­dro camu­fla­je entre sables, como gui­ta­rra de gue­rri­lle­ro, alum­bra cosechas.
Las gallar­das defen­so­ras de la casa, Tula y Nela, sus­ten­to de ham­bre y mise­ria (que ase­si­na­ron los tri­cor­nios en sus pri­me­ros avi­sos), lle­na­ron el bos­que de leyen­da; es el espí­ri­tu inme­mo­rial que en cada una de sus hojas per­ci­bo y escri­bo, alien­to por ali­men­to, vivo entre ellas, has­ta que alguien acer­que el oxí­geno que de for­ma a la otra vida enfren­ta­da al últi­mo viaje.
“El mito” coló­ca­lo en el cen­tro de tu pecho.
“Los fan­tas­mas” no son sino gue­rri­lle­ros desaparecidos.
Come­re­mos uvas jun­tos, lle­ga­rán los días nuevos.


Mis ojos se agran­dan, arde la luz…

Se pre­pa­ran para el asal­to de las fie­ras, pron­to logra­ré ver, cono­cer, al her­mano con­de­na­do: he aquí la expo­si­ción de algu­nos recuer­dos, en tal cru­cial fecha… Es duro, tan­to como tierno y ale­gre; lo que pro­me­te cum­ple de eso no hay duda algu­na. Lo obser­vé en sus ges­tos, en la sen­ci­llez en como se hace entender.
Estoy desa­rro­llan­do ore­jas más gran­des alre­de­dor de mi som­bra, dicen que si soy una gue­rri­lle­ra, pero yo se que no lle­go a la talla de los que man­tu­vie­ron en jaque duran­te años el fas­cis­mo internacional.
Per­dí tres par­tes de raíz antes de que me pudie­ra enfren­tar a la olea­da de la ado­les­cen­cia. Las mon­ta­ñas son la leyen­da de mis ante­pa­sa­dos, vivo entre ellas, el mar me cubre de olas, así es como des­pe­re­zan mis alas.
Vol­ví a Ate­nas (aún con­ser­vo la ropa de “camu­fla­je” que me pre­pa­ra­ron para el gran encuen­tro, les preo­cu­pa­ba la emba­ja­da), me des­pe­día de todos ellos; habían pre­pa­ra­do una con­fe­ren­cia hacia la pren­sa y un mitin en la pro­pia uni­ver­si­dad, se encon­tra­ban cien­tos de per­so­nas. Impre­sio­nan­te expe­rien­cia que me vita­li­za ¡Siem­pre en la lucha com­pa­ñe­ros, hacia la vic­to­ria final!… Varias per­so­nas se acer­ca­ron, por­ta­do­ras de peque­ños recuer­dos, emo­cio­na­dos, yo tam­bién. Entre ellos un pro­fe­sor de his­to­ria de la uni­ver­si­dad, dijo: estoy tra­du­cien­do los tomos de la gue­rra civil revo­lu­cio­na­ria, sien­to pasión por la his­to­ria de la repú­bli­ca, y fina­li­zó dicien­do jun­to a su mujer e hijos: ¡no pasaran!

Mai­té Cam­pi­llo (actriz y direc­to­ra de teatro)

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