Muje­res que estu­vie­ron en cár­ce­les para niñas- M.J. Esteso

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REENCUENTRO. Ali­cia Gar­cía, Ánge­la Fer­nán­dez y Chus Gil fue­ron inter­nas del Pre­ven­to­rio de Gua­da­rra­ma. Foto: David Fernández.

“En sep­tiem­bre de 1957, mi her­ma­na, que tenía enton­ces diez años, y yo con ocho, fui­mos al pre­ven­to­rio de Gua­da­rra­ma, en Madrid. Mis padres nos lle­va­ron allí por­que los jefes de mi madre se lo reco­men­da­ron. Le dije­ron que era un sitio muy agra­da­ble para que las niñas pasa­ran unas vaca­cio­nes”, recuer­da Ali­cia Gar­cía Romera.

“Des­pués de 55 años me he reen­con­tra­do con todo esto. Aho­ra sé que todas las niñas que pasa­ron por el pre­ven­to­rio de Gua­da­rra­ma sufrie­ron las mis­mas tor­tu­ras. Has­ta aho­ra, nun­ca había­mos habla­do de este tema” expli­ca Ali­cia, que des­de hace un año y medio empe­zó a inda­gar. Hoy son más de 200 muje­res las que han reve­la­do que cuan­do eran niñas pasa­ron entre tres y seis meses en el lla­ma­do pre­ven­to­rio de Gua­da­rrama, un edi­fi­cio situa­do en la sie­rra don­de las peque­ñas eran some­ti­das a un régi­men car­ce­la­rio, que incluía malos tra­tos y tor­tu­ras, y que estu­vo fun­cio­nan­do has­ta 1975. Los lla­ma­dos pre­ven­to­rios fue­ron crea­dos por el régi­men fran­quis­ta como luga­res don­de se “pre­ve­nían las enfer­me­da­des”. Enton­ces se decía que “el con­tac­to con el aire puro de la sie­rra” evi­ta­ba el con­ta­gio de infec­cio­nes a las niñas, sobre todo la tuberculosis.

Cap­tar y reedu­car a las niñas

“La mayo­ría de las niñas eran cap­ta­das en los cole­gios por una seño­ri­ta de la Sec­ción Feme­ni­na que daba char­las a las alum­nas sobre lo bien que se lo iban a pasar allí”. Las mili­tan­tes de esta orga­ni­za­ción fran­quis­ta reclu­ta­ban a las peque­ñas con la excu­sa de que el Esta­do las lle­va­ba de vaca­cio­nes. “Lo ven­dían como las colo­nias a las que las niñas iban a dis­fru­tar. Otras veces los médi­cos reco­men­da­ban lle­var allí a las peque­ñas para que engor­da­ran”, expli­ca Ali­cia. Ase­gu­ra que lle­ga­ban sanas y salían enfer­mas. Su his­to­ria y el res­to de las viven­cias de otras inter­nas ha sido recons­trui­da gra­cias a las redes socia­les. Jun­tas, esas niñas hoy adul­tas han pues­to en común aque­lla experiencia.

Cuan­do Ali­cia empe­zó a bus­car infor­ma­ción se encon­tró una web en la que ya había 50 tes­ti­mo­nios como el suyo. Des­pués, una de ellas, Chus Gil, creó una pági­na en Face­book don­de ya son 200 las muje­res que rela­tan aque­llos días terri­bles de su infan­cia. “Aho­ra sabe­mos que hubo niñas de entre cua­tro y 14 años de edad. Nos metían en aquel enor­me recin­to y ya no salía­mos. Ni siquie­ra cuan­do los padres nos visi­ta­ban, a pesar de estar en la sie­rra y al lado del pue­blo de Gua­da­rra­ma. En ese tiem­po jamás pisa­mos la calle”. La estan­cia míni­ma era tres meses e inclu­so algu­nas niñas esta­ban algún tiem­po más.

Dis­ci­pli­na y orden

“Lo pri­me­ro que hacían cuan­do lle­gá­ba­mos era ‘desin­fec­tar­nos’. Nos des­nu­da­ban y nos ponían unos pol­vos por todo el cuer­po y en la cabe­za tam­bién, don­de nos colo­ca­ban un tra­po que tenía­mos que lle­var duran­te dos días”, rela­ta la exin­ter­na de aquel pre­ven­to­rio como si fue­ra ayer. “Lue­go nos ponían a todas des­nu­das, en fila. Muchas eran niñas, pero otras, ya ado­les­cen­tes, tenían ver­güen­za y se tapa­ban. Las cui­da­do­ras nos lava­ban una a una con un estro­pa­jo y cho­rros de agua. Otra nos seca­ba, a todas con la mis­ma toa­lla. Des­pués nos ponían la ropa del pre­ven­to­rio y la nues­tra des­apa­re­cía”. Ali­cia recuer­da que eran esce­nas muy tris­tes y que tenían prohi­bi­do hablar.

Siguien­do con esa dis­ci­pli­na, todos los días reza­ban el rosa­rio y “tras los rezos salía­mos a can­tar el cara al sol al patio. Las niñas éra­mos tan peque­ñas que ni sabía­mos qué sig­ni­fi­ca­ba aque­llo. Pasá­ba­mos mucho frío fue­ra. Nos ponían fir­mes, sin ape­nas ropa y en alpar­ga­tas, mien­tras las cui­da­do­ras lle­va­ban gran­des capas”. La vigi­lan­cia era cons­tan­te y nun­ca esta­ban solas. “Íba­mos de sus­to en sus­to. Casi a dia­rio nos pin­cha­ban, pero no sabe­mos aún qué nos inyec­ta­ban, tam­po­co nues­tros padres”.

Todas estas muje­res están bus­can­do docu­men­ta­ción pero no apa­re­ce nin­gún docu­men­to ofi­cial sobre aquel cen­tro, tam­po­co sobre las per­so­nas que tra­ba­ja­ron allí. Aquel edi­fi­cio, situa­do en el pue­blo madri­le­ño de Gua­da­rra­ma, sigue en pie y hoy es un cen­tro para huér­fa­nos de la Guar­dia Civil, a quien pertenece.

Ali­cia Gar­cía ase­gu­ra que todos los tes­ti­mo­nios reve­lan lo mis­mo: a los pocos días las niñas escri­bían a los padres para que las saca­ran de allí. Pero las car­tas esta­ba cen­su­ra­das por esas cui­da­do­ras e inclu­so ellas dic­ta­ban lo que tenían que poner. Las visi­tas esta­ban con­tro­la­das tam­bién. “Tenía­mos que decir que está­ba­mos encan­ta­das. Siem­pre había una ‘seño­ri­ta’ pre­sen­te duran­te la visi­ta de los padres y cuan­do éstos comen­ta­ban algo, ellas insis­tían en que eran cosas de niñas”, expli­ca Alicia.

Pero cuen­ta que ade­más esta­ban lle­nas de mora­to­nes: “Tor­ta­zos, tiro­nes de pelo, ame­na­zas, por todo nos pegaban…Además, tenía­mos que salir gor­di­tas y la comi­da era espan­to­sa. Las niñas que vomi­ta­ban tenían que comer­se sus vómi­tos. A otras, peque­ñas, que se mea­ban en la cama, les colo­ca­ban orti­gas en el culo. A una de las mayo­res, que insis­tía en lavar­se sola, las cui­da­do­ras la cogie­ron de los pies y le metie­ron la cabe­za en el lava­bo una y otra vez”.

Ali­cia con­clu­ye: “Sabe­mos que una vez fue un hom­bre mayor a hacer­se fotos con la niñas des­nu­das en las duchas. Está­ba­mos tan mal… que algu­nas niñas iban a las ven­ta­nas a pedir soco­rro”. A pesar de todo, Ali­cia y su her­ma­na tuvie­ron suer­te. Sus padres las saca­ron de allí a los dos meses, pero dice que algu­nas tenían tan­to páni­co que no con­ta­ron nada por­que esta­ban ame­na­za­das. Hoy, algu­nas de estas muje­res van a unir su tes­ti­mo­nio a la cau­sa argen­ti­na para juz­gar los crí­me­nes de la dic­ta­du­ra fran­quis­ta.

NIÑOS ROBADOS. Crí­me­nes que no han prescrito

La Audien­cia Pro­vin­cial de Madrid dic­ta­mi­nó el pasa­do 4 de octu­bre que el robo de bebés no pres­cri­be. Esta noti­cia ha sido cele­bra­da por las aso­cia­cio­nes de afec­ta­dos por el robo de bebés, que piden la reaper­tu­ra de dece­nas de denun­cias archi­va­das en todo el Esta­do espa­ñol. Al mis­mo tiem­po, des­de sep­tiem­bre, el juez Adol­fo Carre­te­ro, del juz­ga­do 47 de Madrid, que ins­tru­ye el caso del pre­sun­to robo de la hija de María Lui­sa Torres, sigue toman­do decla­ra­ción a médi­cos, enfer­me­ras y exres­pon­sa­bles de la Aso­cia­ción Espa­ño­la para la Pro­tec­ción de la Adop­ción impli­ca­dos en el caso.

Por otra par­te, la Dipu­tación de Valen­cia va a entre­gar 20.000 euros anua­les duran­te cua­tro años a la casa cuna San­ta Isa­bel de esa ciu­dad, que ges­tio­na la mon­ja sor Jua­na des­de hace más de 40 años y que está pre­sun­ta­men­te impli­ca­da en el robo de bebés en Valen­cia. En esa mis­ma comu­ni­dad hay pre­vis­tas pró­xi­ma­men­te la aper­tu­ra de varias tum­bas de bebés supues­ta­men­te robados.

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