La polí­ti­ca en el tra­ba­jo- Jor­ge Moruno

Sobre la rela­ción entre polí­ti­ca y tra­ba­jo en el capi­ta­lis­mo postfordista.

¿Y qué es tra­ba­jo “útil”? No pue­de ser más que el tra­ba­jo que con­si­gue el efec­to útil propuesto.

Karl Marx

Polí­ti­ca VS trabajo

En la anti­gua Gre­cia y Roma el tra­ba­jo no esta­ba valo­ra­do de for­ma posi­ti­va. Se lo con­si­de­ra­ba degra­dan­te y un obs­tácu­lo para desa­rro­llar las acti­vi­da­des cívi­cas. Sócra­tes decía que los ofi­cios de arte­sano “no dejan nin­gún tiem­po libre para ocu­par­se de los ami­gos y de la ciu­dad” y “echan a per­der el cuer­po de los obre­ros que lo ejer­cen”. Tres siglos más tar­de, Cice­rón cali­fi­ca al ofi­cio de arte­sano como “Sor­di­di”. Pero su crí­ti­ca no apun­ta­ba en reali­dad con­tra el tra­ba­jo manual en sí mis­mo, es decir, con­tra la pro­pia acti­vi­dad de poie­sis, de crea­ción de obje­tos y obras. Peri­cles con­si­de­ra­ba que ser arte­sano no supo­nía un impe­di­men­to para “com­pren­der de for­ma sufi­cien­te las cues­tio­nes polí­ti­cas”. Su recha­zo al tra­ba­jo manual sur­gía enton­ces, a raíz del impac­to nega­ti­vo que éste tenía sobre la polí­ti­ca, a cau­sa de los lazos de depen­den­cia que crea desa­rro­llan­do una eco­no­mía servil.

Más allá de que los tra­ba­jos más duros se reser­va­ban a los escla­vos, ‑aun­que a veces tra­ba­ja­ban mano a mano con cam­pe­si­nos libres‑, o que todo lo rela­cio­na­do con la indus­tria tex­til con­fi­na­ba la mujer y sus cria­das a tejer en las casas, el pro­ble­ma con el tra­ba­jo resi­de prin­ci­pal­men­te en su incom­pa­ti­bi­li­dad con prac­ti­car la demo­cra­cia. Cuan­do alguien está some­ti­do a una rela­ción de depen­den­cia que le con­su­me el tiem­po, resul­ta impo­si­ble hacer­se car­go de los asun­tos que ata­ñen a la ciu­dad y a la comunidad.

El tra­ba­jo como política.

A lo lar­go de todo el siglo XIX y has­ta la déca­da de los 70 en el XX, el con­cep­to atri­bui­do al papel que cum­ple el tra­ba­jo en la socie­dad, cam­bió radi­cal­men­te con res­pec­to a los anti­guos o a la edad media. Ha pasa­do de ser un ele­men­to de mar­gi­na­li­dad, sím­bo­lo de la deca­den­cia para quien lo ejer­ce, para gra­dual­men­te alzar­se como una acti­vi­dad públi­ca de la que ema­na la ciu­da­da­nía y los dere­chos polí­ti­cos. El tra­ba­jo pasó a ser un medio con el que ganar­se la vida, algo que se tie­ne o no se tie­ne, a tra­vés del cual gira toda una éti­ca reden­to­ra aso­cia­da al cris­tia­nis­mo, “gana­rás el pan con el sudor de tu fren­te”, o en la ver­sión socia­lis­ta, su papel que glo­ri­fi­ca la dig­ni­dad colec­ti­va e individual.

La cre­cien­te con­cen­tra­ción indus­trial fue ges­tan­do un pro­ce­so que arran­ca­ba del cam­po a los futu­ros pro­le­ta­rios para lle­nar fábri­cas y que poco a poco con­si­gue hacer de la rela­ción capi­tal-tra­ba­jo, la úni­ca rela­ción posi­ble a la hora de pen­sar la vida. Al prin­ci­pio, e inclu­so has­ta fina­les del XIX y prin­ci­pios del XX, la vuel­ta al cam­po o inclu­so man­te­ner par­te de la manu­ten­ción gra­cias a un huer­to pro­pio, era mone­da corrien­te. La obse­sión de los indus­tria­les como Char­les Tay­lorHenry Ford, no era otra que, la de dis­ci­pli­nar a los obre­ros den­tro de las rela­cio­nes sala­ria­les. Obre­ros que esca­pa­ban, se fuga­ban y se nega­ban a some­ter­se a las duras con­di­cio­nes que impo­nía la cade­na de montaje.

Para hacer sos­te­ni­ble social­men­te duran­te un perio­do his­tó­ri­co al mas­to­don­te indus­trial que nega­ba la demo­cra­cia den­tro de la fábri­ca, los bene­fi­cios se redis­tri­buían de tal for­ma, que ase­gu­ra­ban al mis­mo tiem­po la pro­pie­dad pri­va­da al capi­tal y el acce­so ciu­da­dano a una serie de dere­chos; el lla­ma­do Esta­do de Bien­es­tar. Había que fabri­car muchos pro­duc­tos para el con­su­mo de un públi­co masi­vo –coches, vivien­das, lava­do­ras etc…-, y ello pre­ci­sa­ba de una cier­ta esta­bi­li­dad a medio pla­zo para garan­ti­zar su sali­da al mer­ca­do. Esa eta­pa ha fina­li­za­do, el vaso ha rebo­sa­do y el pre­ca­rio equi­li­brio del pac­to entre capi­tal y tra­ba­jo deja de ser ren­ta­ble para los de arri­ba y res­pi­ra­ble para los de aba­jo. El pro­ble­ma que tene­mos hoy ante nues­tros ojos es ¿y aho­ra con qué se sus­ti­tu­ye?, ¿hacia dón­de cambiamos?

El tra­ba­jo es la política.

Para los anti­guos, el tra­ba­jo era degra­dan­te por­que impe­día la acti­vi­dad pública/​política, para la moder­ni­dad era la base edi­fi­can­te de la iden­ti­dad públi­ca. Hoy en la post­mo­der­ni­dad, se con­vier­te en sí mis­mo en la pro­pia acti­vi­dad públi­ca. Se está aca­ban­do la sepa­ra­ción entre tra­ba­jo manual y tra­ba­jo inte­lec­tual, entre el obre­ro y el inte­lec­tual. El inte­lec­tual Kan­tiano del “yo pien­so” ele­va­do por enci­ma de la socie­dad, o el inte­lec­tual de Lenin que apor­ta algo, en tan­to y cuan­to pone sus capa­ci­da­des al ser­vi­cio del pro­le­ta­ria­do, dejan de tener sentido.

Se des­plie­ga en cam­bio, el inte­lec­to de masas dis­tri­bui­do por toda la socie­dad. Si antes la máxi­ma a seguir era, tra­ba­ja y calla, aho­ra la lógi­ca que se va impo­nien­do es: olvi­da que esto es un tra­ba­jo, una obli­ga­ción y habla, comu­ní­ca­te, com­par­te, uti­li­za el inte­lec­to. Antes supri­mían el cono­ci­mien­to del obre­ro y lo par­ce­la­ban en ges­tos sim­ples y mecá­ni­cos, y aho­ra se bus­ca que el pro­pio cono­ci­mien­to y saber for­men la base del tra­ba­jo. Se rom­pen las comu­ni­da­des obre­ras y se sus­ti­tu­yen por los valo­res y la her­man­dad de la empresa.

El pro­to­ti­po de jefe ya no res­pon­de al per­fil de hom­bre de media­na edad, auto­ri­ta­rio, jerár­qui­co, dic­ta­to­rial, aho­ra en cam­bio, las empre­sas fomen­tan otro mode­lo muy dis­tin­to. Ya no quie­ren que pon­gas el máxi­mo de tuer­cas en el míni­mo tiem­po posi­ble y la repe­ti­ción de un mis­mo ges­to, aho­ra la empre­sa pro­yec­ta una ima­gen de fami­lia­ri­dad. Los eje­cu­ti­vos con más éxi­to ponen en valor otro tipo de carac­te­rís­ti­cas más acor­des al tipo de plus­va­lor que se quie­re extraer: La empre­sa no es un cam­po de bata­lla, es un eco­sis­te­ma, la empre­sa es una comu­ni­dad, no una máqui­na, debe ser­vir a sus emplea­dos y tra­tar­los como com­pa­ñe­ros; bus­car su moti­va­ción y hacer del tra­ba­jo algo diver­ti­do. Como reza la publi­ci­dad de la Uni­ver­si­dad San Pablo CEU para sus cur­sos de empre­sa, “no se ven­den pro­duc­tos, se crean rela­cio­nes”, “la rique­za no se crea con pro­duc­tos, sino personas”.

En prin­ci­pio nadie ele­gi­ría el mode­lo de jefe auto­ri­ta­rio, pero los méto­dos uti­li­za­dos se siguen rigien­do bajo una lógi­ca de bene­fi­cio y ren­ta­bi­li­dad, aun­que a veces, bus­quen apa­ren­tar que no es así. Ser fle­xi­ble, tener acti­tud proac­ti­va, ini­cia­ti­va y auto­no­mía en el tra­ba­jo, por­que los cam­bios son rápi­dos y las vie­jas rigi­de­ces impi­den la adap­ta­ción. El avan­ce vir­tual, la for­ma­ción con­ti­nua, la cone­xión de las tec­no­lo­gías que en cada vez más empleos, impi­den saber cuán­do sepa­ras tra­ba­jo de ocio y ace­le­ran una eco­no­mía que pre­ci­sa de 24 horas tra­ba­jan­do y no sólo 8 de la jor­na­da labo­ral. Impli­ca igual­men­te, una frag­men­ta­ción y par­ce­la­ción del tra­ba­jo, que con­lle­va un aumen­to de la tem­po­ra­li­dad y de la sub­con­tra­ta­ción a empre­sas externas.

Exis­te una rela­ción direc­ta entre tem­po­ra­li­dad, sub­con­tra­ta­ción y aumen­to de acci­den­tes labo­ra­les, no sólo en la cons­truc­ción, tam­bién en el sec­tor turís­ti­co, entre otros. La empre­sa hace todo lo posi­ble por apa­ren­tar un mun­do feliz don­de pare­ce que lo últi­mo que impor­ta ahí den­tro es hacer­te tra­ba­jar, aun­que se para nun­ca. De la mis­ma for­ma que aspi­ran a que esa mis­ma fuer­za de tra­ba­jo acep­te una la rela­ción con­trac­tual pre­ca­ria y neoesclavizadora.

Resul­ta com­pli­ca­do con­ju­gar pre­ca­rie­dad labo­ral con ilu­sión en la empre­sa, pero ade­más, ese espí­ri­tu de moti­va­ción impues­to al tra­ba­ja­dor pue­de tener como con­se­cuen­cia, gra­ves pro­ble­mas psi­co­ló­gi­cos. Al estrés de la ruti­na dia­ria, se suma la impo­si­bi­li­dad de ele­gir si quie­res o no quie­res for­mar par­te de la fami­lia-empre­sa. Cada vez menos se tra­ta de hacer tu tarea y olvi­dar­te, aho­ra se exi­ge vol­car el con­jun­to de capa­ci­da­des socia­les y men­ta­les, impli­car­te como si la empre­sa fue­ra tuya. En esta línea apun­tan las pala­bras de Alber­to Nadal miem­bro de la CEOE, cuan­do afir­ma que los jóve­nes deben “ver­se como empre­sa­rios, o como ges­to­res de su pro­pio capi­tal humano den­tro de la empre­sa, desa­rro­llan­do sus capa­ci­da­des para adap­tar­se a los cam­bios”. Para aca­bar dicien­do que la socie­dad “ha de ver en la figu­ra del empre­sa­rio a alguien con ideas, que acep­ta el ries­go de iniciarlas”. 

Este es el pun­to don­de polí­ti­ca y tra­ba­jo se fusio­nan, para para­dó­ji­ca­men­te ale­jar­se como nun­ca antes de la capa­ci­dad demo­crác­ti­ca colec­ti­va sobre los asun­tos comu­nes que ata­ñen a la ciu­dad. Para poder seguir man­te­nien­do el régi­men de la pro­pie­dad pri­va­da total­men­te anti­cua­do, se bus­ca la cua­dra­tu­ra del círcu­lo: que tra­ba­je­mos apor­tan­do nues­tra vida, ideas, esfuer­zos, ilu­sio­nes, para una empre­sa que te exi­ge entrar a for­mar par­te de su comu­ni­dad, cuan­do por otro lado, des­apa­re­ce toda segu­ri­dad labo­ral y social aumen­tan­do nues­tra nece­si­dad ser­vil con el tra­ba­jo. Todos empre­sa­rios pero sien­do pre­ca­rios, ese es su sueño.

Un ejem­plo muy cla­ro: La Gene­ra­li­tat Cata­la­na con el obje­ti­vo de maqui­llar las cifras del paro ofre­ce a las empre­sas, jóve­nes de entre 18 y 25 años licen­cia­dos o con for­ma­ción pro­fe­sio­nal para con­tra­tos no labo­ra­les de has­ta 40 horas. ¿El suel­do? 426 euros, es decir, 1 euro la hora. ¿El obje­ti­vo? En pala­bras de la Gene­ra­li­tat, sir­ve para, “mejo­rar la emplea­bi­li­dad y que la rela­ción con­trac­tual aca­be soli­di­fi­can­do”. Tra­du­ci­do quie­re decir, mejo­rar la sumi­sión de la ser­vi­dum­bre para que se soli­di­fi­que este tipo de rela­ción des­pó­ti­ca. El surrea­lis­mo de la situa­ción se podría resu­mir de la siguien­te mane­ra: Te exi­gen que lo des todo, cuan­do te estás que­dan­do sin nada.

La polí­ti­ca del trabajo

La rique­za cada vez más, es fru­to de una coope­ra­ción social crea­da den­tro y fue­ra del tra­ba­jo; con­cep­tos como com­par­tir, auto­no­mía, co-crear, empren­der en común, for­man par­te del nue­vo libro de esti­lo en recur­sos huma­nos. Son los mis­mos con­cep­tos y cua­li­da­des pro­pios de la orga­ni­za­ción colec­ti­va, de la inter­ven­ción polí­ti­ca de las mul­ti­tu­des que­rien­do deci­dir sobre sus vidas, son el espí­ri­tu de las pla­zas que bus­can demo­cra­ti­zar la socie­dad. Las mis­mas herra­mien­tas para fines anta­gó­ni­cos: Por un lado, hacer de la polí­ti­ca un meca­nis­mo de explo­ta­ción con fines pri­va­dos, por el otro, hacer polí­ti­ca para el bene­fi­cio común. Nos explo­tan con las mis­mas armas que nos pue­den per­mi­tir sub­ver­tir el régi­men de explotación.

La ciu­dad indus­trial del siglo XIX se desa­rro­lló antes de que murie­ra la vie­ja socie­dad feu­dal. Hoy nos suce­de algo pare­ci­do con el tra­ba­jo. Por eso, es nece­sa­rio vin­cu­lar las luchas aun exis­ten­tes den­tro de los cen­tros de tra­ba­jo, con las luchas metro­po­li­ta­nas de los que no tie­nen tra­ba­jo, están en negro, son tem­po­ra­les, los y las pre­ca­rias. La ren­ta bási­ca entre otros dere­chos, se pre­sen­ta como posi­bi­li­dad de cam­bio que otor­gue una alter­na­ti­va a la masi­va pri­va­ti­za­ción de la rique­za, como nexo de unión entre dis­tin­tos mun­dos del tra­ba­jo. Una masi­va pre­ca­ri­za­ción de la socie­dad, debe tener una res­pues­ta des­de toda la socie­dad como cen­tro pro­duc­ti­vo. La deci­sión, sabe­mos que siem­pre es ante todo polí­ti­ca más que eco­nó­mi­ca: según la agen­cia Asso­cia­ted Press, el jefe eje­cu­ti­vo-CEO- David Simon, reci­bió el pasa­do año 2011, una suma total de 137 millo­nes de dóla­res. Una per­so­na que cobra el sala­rio medio de EEUU, 39.112 dóla­res, tar­da­ría 3489 años en ganar lo que Simon con­si­gue en un año.

Sólo a tra­vés de una coor­di­na­ción, más que uni­fi­ca­ción, de las dis­tin­tas reali­da­des, que van des­de los mine­ros has­ta la cama­re­ra de tem­po­ra­da, pue­de hacer visi­ble lo que el filó­so­fo Jac­ques Ran­ciè­re lla­ma, “la exis­ten­cia de un común”. Una exis­ten­cia con el obje­ti­vo de alcan­zar un tiem­po y un espa­cio, “dota­do de una pala­bra común”. Una pala­bra polí­ti­ca para poder decir algo al res­pec­to de lo que vemos, una ren­ta bási­ca para libe­rar­nos del ser­vi­lis­mo y poder deci­dir sobre lo que vemos. Para que los que que­dan apar­te, tomen su parte.

El matri­mo­nio Webb, en su céle­bre libro, La Demo­cra­cia indus­trial, publi­ca­do en 1898, entien­den que es nece­sa­rio apli­car “la ges­tión de todos los nego­cios por la comu­ni­dad”, con la fina­li­dad de “maxi­mi­zar la igual­dad en la vida, la liber­tad y la bús­que­da de feli­ci­dad”. Hoy esa bús­que­da pasa por­que la comu­ni­dad pue­da ges­tio­nar la ciu­dad, la nue­va fábri­ca. Pen­sar en la exis­ten­cia de can­di­da­tu­ras, pue­den no ver­se reñi­das con el movi­mien­to, siem­pre y cuan­do estén some­ti­das al poder colec­ti­vo de los barrios, las redes y las pla­zas: el ver­da­de­ro ágo­ra de don­de ema­na la polí­ti­ca de los muchos para los muchos.

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