El buzo del fusi­la­do- JR Garai y Josu­ren Murgizu

Las acu­sa­cio­nes fal­sas o sin fun­da­men­tar fue­ron una cons­tan­te duran­te y des­pués de la Gue­rra. Mola lo había deja­do muy cla­ro «Hay que crear sen­sa­ción de terror». Eso fue lo que prac­ti­ca­ron, sobre todo, en los meses de octu­bre y noviem­bre de 1936, en las loca­li­da­des de Deba­goie­na. El barrio de Oxintxu de Ber­ga­ra no fue una excep­ción, como tam­po­co lo fue el final de los acusados.

Duran­te el mes de sep­tiem­bre, las fuer­zas de Mola, que ope­ra­ban des­de dis­tin­tas colum­nas en la con­quis­ta de Gipuz­koa, fue­ron toman­do una a una las dife­ren­tes pobla­cio­nes de Deba­goie­na. El día 22 de este mis­mo mes, las tro­pas del gru­po de Pérez Salas, com­pues­tas por cua­tro com­pa­ñías del Ter­cio de Mon­te­ju­rra y dos com­pa­ñías del bata­llón de mon­ta­ña nº 8 pro­ce­den­tes de Azkoi­tia, se des­li­za­ron por las lade­ras de Kara­ka­te toman­do al ano­che­cer Sora­lu­ze. Ese mis­mo día, un segun­do gru­po del capi­tán Teje­ro per­te­ne­cien­te a la mis­ma colum­na al man­do del Tenien­te Coro­nel Los Arcos, que el día ante­rior había toma­do Antzuo­la, entra­ba en Ber­ga­ra por el mon­te San Miguel al man­do de sie­te com­pa­ñías del Regi­mien­to América.

Fas­cis­tas de Ber­ga­ra ela­bo­ra­ron una lis­ta de 18 per­so­nas del barrio de Oxintxu de Ber­ga­ra para ser dete­ni­das. Ocho de ellas habían ido hacia Biz­kaia Y no pudie­ron ser arres­ta­das. A pri­me­ros de octu­bre detu­vie­ron a Juan Urze­lai, Euse­bio Gallas­te­gi y Domin­go Agi­rre, quie­nes fue­ron tras­la­da­dos a la cár­cel de Ondarreta.

El 20 de octu­bre de 1936 fue­ron dete­ni­das sie­te per­so­nas más de Oxintxu. El pri­me­ro de ellos, Ambro­sio Agi­rre. A con­ti­nua­ción, lle­va­ron a este hacia Meco­lal­de y detu­vie­ron a José Garai­koetxea. Ricar­do Zan­gi­tu fue el siguien­te, en su pues­to de tra­ba­jo, en la esta­ción de tren, y Rufino Aki­zu, en su casa de Oxintxu.

No serían los últi­mos. Hacia las seis de la tar­de, los reque­tés entra­ban en la empre­sa Alcor­ta y Cía. Se lle­va­ban a los her­ma­nos Tomás e Ilde­fon­so Iña­rra. Tomás era el encar­ga­do del depar­ta­men­to de tin­to­re­ría e Ilde­fon­so, ope­ra­rio espe­cia­lis­ta. Este, al salir, col­gó el buzo en el cla­vo que esta­ba en la pared al lado de la puer­ta de sali­da, sin duda un ges­to de ruti­na. A con­ti­nua­ción, dete­nían a Feli­pe Gar­men­dia, panadero.

Fue­ron con­du­ci­dos al local del Cen­tro Repu­bli­cano ‑lue­go con­ver­ti­do en el de la Falan­ge Tra­di­cio­na­lis­ta-. Acu­sa­ron a unos de haber esta­do de inter­ven­to­res en mesas elec­to­ra­les y de ser repu­bli­ca­nos; a otros, de per­te­ne­cer a Soli­da­ri­dad de Tra­ba­ja­do­res Vas­cos; a Ambro­sio, de haber ser­vi­do sidra a los mili­cia­nos; a Feli­pe, de votar a los nacio­na­lis­tas vas­cos. Sin nin­gún jui­cio, los reque­tés del Ter­cio de Mon­te­ju­rra, a las órde­nes de Julio Pérez Salas, dic­ta­ron sen­ten­cia: matarlos.

Don Poli, Poli­car­po Cía Navas­cués, cape­llán reque­té, les ofre­ció la posi­bi­li­dad de con­fe­sar­se. Los pre­sos le con­tes­ta­ron «Si nos van a matar, sí». El cura les res­pon­dió: «Qué va, no os van a matar».

Los reque­tés se lle­va­ron a Tomás e Idel­fon­so Iña­rra. Este, al salir, col­gó el buzo en el cla­vo que esta­ba en la pared

El buzo con­ti­nua­ba col­ga­do en el cla­vo. Por res­pe­to a su injus­to des­tino, sus com­pa­ñe no lo qui­sie­ron tocar

Artetxe, pro­pie­ta­rio de una fábri­ca en Oxintxu, sal­vó en el últi­mo momen­to a Feli­pe. Su mujer y los cua­tro hijos vie­ron cómo un reque­té gol­pea­ba en el pecho a su padre, cuan­do salía del Cen­tro Repu­bli­cano, dicién­do­le: «Si dices algo de noso­tros, todos seréis liqui­da­dos». Al poco rato, fue­ron tes­ti­gos de cómo dos mar­ga­ri­tas con txa­pe­la roja y bor­la ama­ri­lla esta­ban al lado de la camio­ne­ta en la que reque­tés nava­rros intro­du­cían a los pre­sos. Estos, con las manos ata­das de dos en dos, fue­ron tras­la­da­dos a la zona cono­ci­da como Paris Gain, una zona inter­me­dia entre Oxintxu y Meco­lal­de. Eran las sie­te y media de la tar­de. Les hicie­ron bajar de la camio­ne­ta. Ambro­sio Agi­rre, cons­cien­te de lo que les espe­ra­ba, comen­zó a des­atar­se de su com­pa­ñe­ro Zan­gi­tu. Al lle­gar a Paris Gain, los reque­tés orde­na­ron «que pasen esos dos, y esos cua­tro que den cua­tro pasos para atrás». Des­pués de dis­pa­rar, el bri­ga­da les aga­rró de la ore­ja y rema­tó a los her­ma­nos Tomás e Ilde­fon­so con el tiro de gracia.

Una nue­va orden: «Que pasen esos cua­tro». En ese momen­to, Ambro­sio, que había sol­ta­do la cuer­da que le ata­ba, le dijo a su com­pa­ñe­ro Ricar­do: «neu ba noia», se lan­zó sobre el pique­te de reque­tés abrien­do un hue­co y echó a correr en la oscu­ri­dad. Las chis­pas de las balas sil­ba­ban a su alre­de­dor y escu­cha­ba los gri­tos, mal­di­cién­do­le, que salían de las bocas de los com­po­nen­tes del pelo­tón de ejecución.

Cono­ce­dor del terreno, sal­tó a un mala­to don­de, aga­za­pa­do, escu­chó pri­me­ro más dis­pa­ros y lue­go los rui­dos de la camio­ne­ta. En ella iban los cadá­ve­res de sus cin­co com­pa­ñe­ros. Ya entra­da la noche, salió del escon­di­te, escu­chó aten­ta­men­te y úni­ca­men­te sen­tía los lati­dos de su cora­zón que pare­cía salír­se­le del cuer­po moja­do. Tres días con sus tres noches andu­vo por los mon­tes alre­de­dor de Oxintxu. En su deli­rio, veía reque­tés por todos los lados. Un case­ro, Patxi, del case­río Iza­rre, le ayu­dó y lle­gó a Basal­go, al case­río Amutxas­te­gi, situa­do en zona de nadie. Lla­ma­ron a los mili­cia­nos que esta­ban en la cima de Gar­be y estos que le cono­cían, pues eran de Oxintxu y de Ber­ga­ra, le lle­va­ron en cami­lla has­ta Elgeta.

Mien­tras, los cuer­pos de sus com­pa­ñe­ros habían sido tras­la­da­dos lejos de Oxintxu, a Antzuo­la, al alto de Des­car­ga. Allí, al lado de un ria­chue­lo, fue­ron enterrados.

Cua­tro años más tar­de, cuan­do los cuer­pos fue­ron saca­dos y tras­la­da­dos los dos her­ma­nos al cemen­te­rio de Ber­ga­ra, el párro­co se nega­ría a dar­les sepul­tu­ra. Solo ante la con­tun­den­cia de los fami­lia­res y su expre­so deseo de que ellos tam­po­co fue­ran ente­rra­dos, el párro­co acce­de­ría. Los otros tres, que fue­ron ente­rra­dos en el cemen­te­rio de Oxintxu, tenían visi­bles los bala­zos en sus cabezas.

Como tes­ti­go mudo, el buzo de Ilde­fon­so con­ti­nua­ba col­ga­do en el cla­vo. Qui­zás por res­pe­to a un des­tino injus­to, sus com­pa­ñe­ros no lo qui­sie­ron tocar. Era la prue­ba de la ausen­cia, tam­bién segu­ra­men­te el dolor de una nue­va ruti­na. Muchos años des­pués, cuan­do la empre­sa ya era cono­ci­da como Nar­vai­za, la tela de mahón aja­da y dete­rio­ra­da, cayó por su pro­pio peso.

75 años des­pués, en la mis­ma fosa de Des­kar­ga, Aran­za­di encon­tra­ba una mone­da y una meda­lla, los últi­mos res­tos de los fusi­la­dos por aque­llos fas­cis­tas, que se alza­ron con las armas, la men­ti­ra, el terror y los ase­si­na­tos con­tra la Segun­da República.

El sába­do y el domin­go, 22 y 23 de octu­bre, Por­que no pudie­ron parar los vien­tos de Liber­tad, Oxintxu les va a recor­dar con dis­tin­tos actos. El domin­go al medio­día una mar­cha hará el mis­mo reco­rri­do des­de el lugar que estu­vie­ron dete­ni­dos has­ta cer­ca de Paris Gain, don­de se colo­ca­ra una pla­ca y un monu­men­to en su recuerdo.

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