Nacio­na­lis­mo espa­ñol – Jon Odriozola

Vamos a par­tir de una con­clu­sión que habría que demos­trar y a la que lle­ga el his­to­ria­dor Juan Sisi­nio Pérez Gar­zón en su libro «La ges­tión de la memoria».

La tesis es que, por ejem­plo, con­cep­to tan usa­do como el de «cul­tu­ra espa­ño­la» se ve incues­tio­na­ble por obvio. Jue­ga con la ven­ta­ja de un nacio­na­lis­mo que no se pre­sen­ta como tal y que da por supues­to que «lo espa­ñol» ya está defi­ni­do de una vez por todas y acabáramos.

Vaya por delan­te que nin­gu­na cul­tu­ra nacio­nal o idio­ma o reli­gión se ha for­ma­do en ais­la­mien­to, no son pro­duc­tos endó­ge­nos. El ler­dis­mo actual ultra­na­cio­na­lis­ta y cho­vi­nis­ta, una vez con­quis­ta­do el islo­te de Pere­jil, haza­ña béli­ca sin par, encuen­tra uno de sus últi­mos refu­gios en el depor­te pro­fe­sio­nal (tru­fa­do de dopa­jes). Pones la radio o enchu­fas la tele y un locu­tor te infor­ma de qué han hecho «los nues­tros» en la NBA nor­te­ame­ri­ca­na, algo de rabio­sa actua­li­dad. Ya no es el espa­ñol tan baji­to. Recuer­do al ciclis­ta ¿espa­ñol? Luis Oca­ña, hijo de emi­gran­tes con­quen­ses en la Repú­bli­ca fran­ce­sa. Sus éxi­tos depor­ti­vos vinie­ron de per­las a la escuá­li­da die­ta patrió­ti­ca espa­ño­la. Pero Oca­ña (en fran­cés Oca­na) tenía un defec­to glo­so­pé­di­co: su for­tí­si­mo acen­to fran­cés cuan­do se expre­sa­ba en «espa­ñol». Y una tara: en el idio­ma de Moliè­re se expre­sa­ba infi­ni­ta­men­te mejor que en el de Cer­van­tes. Lue­go se sui­ci­dó y ya nadie se acuer­da de sus ges­tas en el Tour. Era un espa­ñol «a medias», sin el ADN de Baha­mon­tes, que éste sí que era espa­ñol de cojones.

El ejem­plo tal vez esté cogi­do por los pelos, pero las paten­tes de espa­ño­li­dad dicen que no es lo mis­mo un triun­fo del pin­te­ño Con­ta­dor que del nava­rro Indu­rain, entre un cris­tiano vie­jo o un pro­ba­ble ago­te. Los Reyes Cató­li­cos «ya eran espa­ño­les», según la his­to­rio­gra­fía libe­ral del siglo XIX, y no diga­mos el Cid (Viria­to no, éste sería «por­tu­gués», lusi­tano) o Isi­do­ro de Sevi­lla (His­pa­lis). Los musul­ma­nes derro­ta­dos en Gra­na­da no eran «espa­ño­les», ni siquie­ra «otros espa­ño­les» como los sefar­díes expul­sa­dos de su tie­rra. Y, sin embar­go, en las rela­cio­nes inter­na­cio­na­les, los «his­pa­nos» eran los ára­bes penin­su­la­res. El res­to astu­res, leo­ne­ses, cas­te­lla­nos, nava­rros, ara­go­ne­ses; en defi­ni­ti­va, «cris­tia­nos», pero jamás «espa­ño­les». Abde­rra­mán sería más «espa­ñol» que Pela­yo. A alguien leva a dar un soponcio…

El nacio­na­lis­mo espa­ñol, pues, tie­ne la dudo­sa vir­tud de pre­sen­tar­se como si no fue­ra nacio­na­lis­ta, como si sus pre­ten­sio­nes fue­ran lo natu­ral y nor­mal o incues­tio­na­ble. En este sen­ti­do ‑dice el autor‑, el nacio­na­lis­mo espa­ñol, con­fun­di­do con la pro­pia his­to­ria del Esta­do des­de las Cor­tes de Cádiz, al no defi­nir­se como tal nacio­na­lis­mo, resul­ta difí­cil dis­cer­nir­lo de la his­to­ria polí­ti­ca gene­ral en la que el con­cep­to de Espa­ña se plan­tea des­de el supues­to incues­tio­na­ble de la exis­ten­cia uni­ta­ria de un esta­do que no deja de ser el redu­ci­do y men­gua­do here­de­ro terri­to­rial de una monar­quía tan plu­ral como dis­per­sa en sus pose­sio­nes. Seguiremos.

Ah, yo no soy nacio­na­lis­ta, yo soy del Ath­le­tic, una fase supe­rior de la con­di­ción humana.

Fuen­te: Gara

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