El Impe­rio pier­de un publi­cis­ta: epi­ta­fio de un ideó­lo­go- James Petras

El recien­te falle­ci­mien­to de uno de los soció­lo­gos esta­dou­ni­den­ses más des­ta­ca­dos, el pro­fe­sor de Har­vard Daniel Bell, y los gran­des elo­gios expre­sa­dos en las necro­ló­gi­cas que le han dedi­ca­do ponen de relie­ve la impor­tan­cia de la uti­li­dad ideo­ló­gi­ca por enci­ma del rigor cien­tí­fi­co. Ejem­plo típi­co de los medios de comu­ni­ca­ción de masas y sus hagio­gra­fías es la necro­ló­gi­ca que publi­có el Finan­cial Times (1), en la que afir­ma­ba que «pocos hom­bres tie­nen el don de mirar hacia el futu­ro, pero Daniel Bell (…) era uno de ellos (…) con una pre­ci­sión asom­bro­sa». Más ade­lan­te, el mis­mo artícu­lo lau­da­to­rio anun­cia­ba que «pocos pen­sa­do­res de la segun­da mitad del siglo XX logra­ron cap­tar los cam­bios socia­les y cul­tu­ra­les de la épo­ca con tan­ta ampli­tud y tan­to deta­lle como Bell.» Sin duda hay algu­nas razo­nes impor­tan­tes para que Bell reci­ba tan efu­si­vas ala­ban­zas, pero cier­ta­men­te nin­gu­na de ellas es su com­pren­sión de los cam­bios polí­ti­cos, eco­nó­mi­cos e ideo­ló­gi­cos que tuvie­ron lugar en Esta­dos Uni­dos duran­te su vida intelectual.

El examen y el aná­li­sis de sus prin­ci­pa­les escri­tos reve­lan una “asom­bro­sa” ten­den­cia al error de base en sus aná­li­sis de la evo­lu­ción ideo­ló­gi­ca y los ras­gos fun­da­men­ta­les de la eco­no­mía de EE.UU., su estruc­tu­ra de cla­ses y su pro­pen­sión a la gue­rra per­ma­nen­te y la pro­fun­di­za­ción de la cri­sis económica.

Uno de los pri­me­ros y más influ­yen­tes libros de Bell, The End of Ideo­logy (1960) (2), afir­ma­ba que EE.UU. esta­ba entran­do en un perío­do en el que la ideo­lo­gía esta­ba des­apa­re­cien­do como fuer­za motriz de la acción polí­ti­ca. Según su aná­li­sis, el prag­ma­tis­mo, el con­sen­so y el decli­ve del con­flic­to social y de cla­ses carac­te­ri­za­rían el futu­ro de la polí­ti­ca esta­dou­ni­den­se. The End of Ideo­logy se publi­có en una déca­da en que la socie­dad nor­te­ame­ri­ca­na se vio des­ga­rra­da por los movi­mien­tos anti­be­li­cis­tas y anti­im­pe­ria­lis­tas, con­tem­pló la sali­da anti­ci­pa­da de un pre­si­den­te de EE.UU. (John­son) y tuvo a dece­nas de miles de sus sol­da­dos para­li­za­dos e inmo­vi­li­za­dos en Indo­chi­na, lo que con­du­jo a una movi­li­za­ción popu­lar masi­va en el país y ero­sio­nó cual­quier idea de con­sen­so polí­ti­co. Duran­te esta mis­ma déca­da, en cien­tos de ciu­da­des del país esta­lla­ron impor­tan­tes levan­ta­mien­tos urba­nos y movi­mien­tos socia­les afro­ame­ri­ca­nos, que pro­du­je­ron en muchos casos enfren­ta­mien­tos vio­len­tos y una fuer­te repre­sión por la Guar­dia Nacio­nal y la poli­cía, lejos de la cons­truc­ción de cual­quier tipo de «con­sen­so». Las ideo­lo­gías flo­re­cie­ron, entre otras el Black Power, el mar­xis­mo en muchas de sus for­mas, las diver­sas varian­tes de demo­cra­cia par­ti­ci­pa­ti­va de la Nue­va Izquier­da, el femi­nis­mo y el eco­lo­gis­mo. En lugar de refle­xio­nar sobre estas reali­da­des de la déca­da y replan­tear­se sus equi­vo­ca­das pro­fe­cías, Bell, refu­gia­do en las uni­ver­si­da­des de Colum­bia y más tar­de (1969) Har­vard, sim­ple­men­te se bur­ló de los pro­ta­go­nis­tas de las nue­vas ideo­lo­gías y los nue­vos movi­mien­tos socia­les. El rena­ci­mien­to de la ideo­lo­gía como guía o jus­ti­fi­ca­ción de la acción polí­ti­ca no se limi­tó en abso­lu­to a la izquier­da y los movi­mien­tos ambien­ta­lis­tas: la estri­den­te dere­cha de Ronald Reagan, con su ideo­ló­gi­ca neo­li­be­ral y neo­con­ser­va­do­ra, sur­gió has­ta lle­gar a domi­nar la polí­ti­ca en la déca­da de 1980, rede­fi­nien­do el papel del Esta­do, pro­ta­go­ni­zan­do un asal­to a gran esca­la sobre el esta­do del bien­es­tar y la regu­la­ción empre­sa­rial, y jus­ti­fi­can­do un resur­gi­mien­to masi­vo del militarismo.

Nun­ca un cien­tí­fi­co social ha inter­pre­ta­do tan erró­nea­men­te su momen­to his­tó­ri­co, ni ha hecho pre­dic­cio­nes tan mio­pes que hayan sido refu­ta­das en un pla­zo tan bre­ve. Esta colo­sal des­co­ne­xión con la reali­dad no impi­dió a Bell publi­car un nue­vo títu­lo con nue­vas pro­fe­cías: The Coming of Post Indus­trial Society (3). En él, Bell sos­tu­vo que la lucha de cla­ses y la acti­vi­dad indus­trial esta­ban sien­do reem­pla­za­das por una nue­va eco­no­mía de ser­vi­cios basa­da en los sis­te­mas de infor­ma­ción y en nue­vos prin­ci­pios inno­va­do­res, nue­vos modos de orga­ni­za­ción social y una nue­va cla­se social. Lle­gó a argu­men­tar que la lucha de cla­ses esta­ba sien­do reem­pla­za­da por una meri­to­cra­cia basa­da en la edu­ca­ción y por polí­ti­cas basa­das en el inte­rés individual.

Un vis­ta­zo siquie­ra super­fi­cial a la épo­ca nos reve­la que fue un momen­to de inten­si­fi­ca­ción de la lucha de cla­ses –esta vez des­de arri­ba en vez de des­de aba­jo– que supu­so un vio­len­to y exi­to­so ata­que de carác­ter polí­ti­co de los gobier­nos de Reagan y las gran­des cor­po­ra­cio­nes con­tra los dere­chos de los tra­ba­ja­do­res, con des­pi­dos masi­vos y encar­ce­la­mien­to de los con­tro­la­do­res aéreos en huel­ga, ade­más del ini­cio de una cam­pa­ña nacio­nal para hacer retro­ce­der los sala­rios y la pro­tec­ción del empleo en las indus­trias del auto­mó­vil, el ace­ro y otras indus­trias claves.

En segun­do lugar, el rela­ti­vo decli­ve de la manu­fac­tu­ra indus­trial y el sur­gi­mien­to de la indus­tria de ser­vi­cios no se tra­du­jo en el cre­ci­mien­to de empleos de cue­llo blan­co mejor paga­dos para los hijos de los obre­ros indus­tria­les des­pla­za­dos: la gran mayo­ría de los nue­vos tra­ba­ja­do­res de ser­vi­cios esta­ban mal paga­dos (con ingre­sos 60% infe­rio­res a los de los tra­ba­ja­do­res indus­tria­les sin­di­ca­li­za­dos) y encua­dra­dos en tra­ba­jos manua­les de baja categoría.

Lo que Bell cali­fi­có de socie­dad post­in­dus­trial del cono­ci­mien­to fue, de hecho, el pre­do­mi­nio cada vez mayor del capi­ta­lis­mo finan­cie­ro, que pudo defi­nir cada vez más la uti­li­za­ción y las fun­cio­nes prin­ci­pa­les de los sis­te­mas de infor­ma­ción: el desa­rro­llo de nue­vos soft­wa­res dise­ña­dos para los ins­tru­men­tos finan­cie­ros espe­cu­la­ti­vos. En lugar del méri­to como base de la movi­li­dad social, espe­cial­men­te en la fran­ja social supe­rior, es la cone­xión con los gran­des ban­cos de inver­sión lo que ha veni­do sir­vien­do como prin­ci­pal vehícu­lo hacia el éxi­to. Esta rela­ción ha soca­va­do la eco­no­mía indus­trial y el empleo esta­ble del país.

Las con­tri­bu­cio­nes con­cep­tua­les de Bell refle­jan una asom­bro­sa habi­li­dad para acu­ñar eufe­mis­mos des­ti­na­dos a oscu­re­cer el pre­do­mi­nio de una cla­se finan­cie­ra para­si­ta­ria y el eti­que­ta­do como meri­to­cra­cia de sus abu­si­vas prácticas.

Es difí­cil de creer que Bell, que fue redac­tor encar­ga­do de la sec­ción de empleo de For­tu­ne, la gran publi­ca­ción de los nego­cios, no estu­vie­ra al tan­to del des­pla­za­mien­to masi­vo de capi­ta­les de la indus­tria a las acti­vi­da­des finan­cie­ras. Pero lo que hizo fue per­fec­cio­nar sus habi­li­da­des como publi­cis­ta para acu­ñar fra­ses sim­ples y con­cep­tos pega­di­zos, úti­les para for­mar par­te de la narra­ti­va de unos medios de comu­ni­ca­ción ansio­sos por des­viar el deba­te públi­co de las carac­te­rís­ti­cas pro­fun­da­men­te nega­ti­vas de la embes­ti­da capi­ta­lis­ta sobre la cla­se obre­ra a par­tir de 1980.

El últi­mo gran libro de Bell, The Cul­tu­ral Con­tra­dic­tions of Capi­ta­lism (4) ha sido a la vez la cele­bra­ción del capi­ta­lis­mo como gran his­to­ria de éxi­to, que sin embar­go lle­va en su seno, según nos advir­tió, la semi­lla de su pro­pia des­truc­ción des­de el momen­to en que el valor puri­tano del tra­ba­jo bien hecho había sido ero­sio­na­do y sus­ti­tui­do por la gra­ti­fi­ca­ción ins­tan­tá­nea, el con­su­mis­mo y la con­tra­cul­tu­ra, todo lo cual con­du­ce inevi­ta­ble­men­te a la cri­sis moral.

Una vez más, Bell des­vía la aten­ción de las con­tra­dic­cio­nes estruc­tu­ra­les más evi­den­tes, para cen­trar­se en patro­nes de com­por­ta­mien­to mar­gi­na­les, en sí mis­mos sub­pro­duc­tos de un poder glo­bal e impe­rial cre­cien­te. Las más fla­gran­tes con­tra­dic­cio­nes que Bell igno­ró son, por una par­te, la que se pro­du­ce entre la tra­di­ción repu­bli­ca­na esta­dou­ni­den­se, en vías de des­apa­ri­ción, y el impul­so domi­nan­te hacia la cons­truc­ción del impe­rio; y por otra, la con­tra­dic­ción entre el decli­ve de la eco­no­mía del país y el cre­ci­mien­to del mili­ta­ris­mo de ámbi­to mun­dial. La retó­ri­ca post­in­dus­trial de Bell no tuvo en cuen­ta que la pér­di­da de empleo en la indus­tria esta­dou­ni­den­se no se debió a la con­ver­sión de las empre­sas en una supues­ta eco­no­mía de la infor­ma­ción, sino más bien a su reubi­ca­ción en el extran­je­ro, (Asia, Cari­be y Méxi­co), bien median­te sub­con­tra­ta­ción, bien median­te inver­sión extran­je­ra. En otras pala­bras, Bell atri­bu­ye el des­cen­so de la eco­no­mía inter­na esta­dou­ni­den­se a la mora­li­dad de la cla­se media y los con­su­mi­do­res de bajos ingre­sos del país, en lugar de pre­sen­tar un aná­li­sis obje­ti­vo de las carac­te­rís­ti­cas estruc­tu­ra­les y el com­por­ta­mien­to del capi­tal glo­ba­li­za­do en su ser­vi­cio a un impe­rio en expansión.

De un modo aún más per­ver­so, este «pen­sa­dor excep­cio­nal y para­dig­ma de nues­tro tiem­po», fue inca­paz de cap­tar la esen­cial pro­fun­di­za­ción de las con­tra­dic­cio­nes de cla­se de nues­tra épo­ca. Algu­nos estu­dios esta­dís­ti­cos com­pa­ra­ti­vos han demos­tra­do que EE.UU. tie­ne aho­ra las peo­res des­igual­da­des de cual­quier país capi­ta­lis­ta y el peor sis­te­ma de salud de los cin­cuen­ta prin­ci­pa­les paí­ses indus­tria­li­za­dos. Por otra par­te, al igual que muchos de los inte­lec­tua­les ricos de Nue­va York, con sus sala­rios de seis cifras, Bell no regis­tró el hecho inelu­di­ble de que las des­igual­da­des en Manhat­tan eran tan acu­sa­das o más que las de Gua­te­ma­la, Cal­cu­ta o Sao Pau­lo: menos del 1% de los resi­den­tes con­tro­lan el 40% de la rique­za de Nue­va York.

Así son las con­tra­dic­cio­nes “cul­tu­ra­les» de Bell: el con­tras­te entre las decla­ra­cio­nes de nues­tro insig­ne aca­dé­mi­co y la reali­dad exis­ten­te en los már­ge­nes del ver­gel académico.

Como inte­lec­tual, la con­tri­bu­ción de Bell, fue por con­si­guien­te medio­cre, en el mejor de los casos, y caren­te de una pers­pec­ti­va intere­san­te, sobre todo en sus pre­ten­sio­nes pro­fé­ti­cas. La noto­rie­dad de Bell y su repu­tación, sobre todo en los medios de comu­ni­ca­ción y revis­tas de pres­ti­gio aca­dé­mi­co, se debió a su capa­ci­dad inago­ta­ble para poner de moda eufe­mis­mos pega­di­zos dise­ña­dos para des­viar la aten­ción de los devas­ta­do­res efec­tos socio­eco­nó­mi­cos del capi­ta­lis­mo de fina­les del siglo XX. Bell pro­por­cio­nó úti­les con­cep­tos a los publi­cis­tas y escri­bas de los nego­cios y las finan­zas para que pudie­ran embe­lle­cer sus narra­ti­vas. Su gran repu­tación entre muchos aca­dé­mi­cos de escri­tor deseo­so de abor­dar los gran­des temas de nues­tro tiem­po para deba­tir y pole­mi­zar con los crí­ti­cos situa­dos a la izquier­da, es una vir­tud menor dada su medio­cri­dad bási­ca y su men­daz defen­sa de lo indefendible.

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