Abrir paso a las más pro­fun­das y ver­da­de­ras refor­mas – Géne­ro con clase

Pró­lo­go del libro La Mujer, El Esta­do y la Revo­lu­ción de Wendy Z. Goldman

Andrea D’Atri

Pró­lo­go del libro La Mujer, El Esta­do y la Revo­lu­ción de Wendy Z. Goldman
“Habría que con­si­de­rar irre­mi­si­ble­men­te per­di­dos a aque­llos comu­nis­tas que ima­gi­na­ran que se pue­de con­su­mar una empre­sa de alcan­ce his­tó­ri­co mun­dial, como la de esta­ble­cer las bases de una eco­no­mía socia­lis­ta (sobre todo en un país de peque­ños cam­pe­si­nos), sin erro­res, sin retro­ce­sos, sin reco­men­zar de nue­vo múl­ti­ples veces tareas inaca­ba­das o mal eje­cu­ta­das. No están per­di­dos (y con mucha pro­ba­bi­li­dad no sucum­bi­rán) los comu­nis­tas que no se dejen arras­trar por las ilu­sio­nes ni por el des­áni­mo, y que con­ser­ven la fuer­za y la fle­xi­bi­li­dad nece­sa­ria para reco­men­zar des­de cero y con­sa­grar­se a una de las tareas más difí­ci­les.” Lenin, 1922

“Todo el que se incli­na ante los hechos con­su­ma­dos es inca­paz de pre­pa­rar el por­ve­nir.” Trotsky, 1936

I

Rusia –el esla­bón más débil de la cade­na de paí­ses impe­ria­lis­tas- lle­gó a la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do, antes que los paí­ses avan­za­dos. Refor­mas pro­fun­das que se pro­me­tían en las demo­cra­cias más avan­za­das de Occi­den­te, se plas­ma­ron en la nación más atra­sa­da de Euro­pa, empu­ján­do­la vio­len­ta­men­te a ocu­par un pues­to de van­guar­dia en la his­to­ria mun­dial. Pero su atra­so eco­nó­mi­co y cul­tu­ral, jun­to con la derro­ta del movi­mien­to obre­ro de los paí­ses avan­za­dos, eran fuer­zas pode­ro­sas que se eri­gían entre el momen­to ini­cial de la revo­lu­ción y el obje­ti­vo final del socialismo.

La direc­ción del Par­ti­do Bol­che­vi­que esta­ba con­ven­ci­da de que sólo una revo­lu­ción triun­fan­te en el seno de la moder­na Euro­pa impul­sa­ría nue­va­men­te las fuer­zas ago­ta­das del pro­le­ta­ria­do ruso y de su eco­no­mía arra­sa­da por el esfuer­zo béli­co, per­mi­tien­do ele­var el nivel cul­tu­ral de las masas que, duran­te siglos, se vie­ron ate­na­za­das por el zaris­mo, la supers­ti­ción y los patriar­cas de la Igle­sia Orto­do­xa. “No cabe duda que la revo­lu­ción socia­lis­ta en Euro­pa debe esta­llar y estallará.

Todas nues­tras espe­ran­zas en la vic­to­ria defi­ni­ti­va del socia­lis­mo se fun­dan pre­ci­sa­men­te en esta segu­ri­dad y en esta pre­vi­sión cien­tí­fi­ca”, escri­bía Lenin, en enero de 1918. (1) Es cier­to que, como seña­la Isaac Deu­ts­cher, “los bol­che­vi­ques hicie­ron su Revo­lu­ción de Octu­bre de 1917 con la con­vic­ción de que lo que ellos habían ini­cia­do era ‘el sal­to de la huma­ni­dad del rei­no de la nece­si­dad al rei­no de la liber­tad’. Vie­ron al orden bur­gués disol­vién­do­se y a la socie­dad cla­sis­ta derrum­bán­do­se en todo el mun­do, no sólo en Rusia.”(2) Pero el país exhaus­to por su par­ti­ci­pa­ción en la gue­rra impe­ria­lis­ta, tuvo que pasar por “una gue­rra civil fran­ca y encar­ni­za­da” en la que “la vida eco­nó­mi­ca se subor­di­nó por com­ple­to a las nece­si­da­des del frente.”(3)

Entre 1918 y 1921, cuan­do el fla­man­te esta­do obre­ro vivió el perío­do cono­ci­do como “comu­nis­mo de gue­rra”, los esfuer­zos se con­cen­tra­ron en la indus­tria mili­tar y en com­ba­tir el ham­bre que aso­la­ba las ciu­da­des: “una regla­men­ta­ción del con­su­mo en una for­ta­le­za sitia­da”, dirá Trotsky.(4) Mien­tras tan­to, la revo­lu­ción era derro­ta­da en la avan­za­da Ale­ma­nia y las fuer­zas con­ser­va­do­ras del anti­guo orden euro­peo recu­pe­ra­ban cier­to equi­li­brio. En toda Rusia, la indus­tria pro­du­cía menos de una quin­ta par­te de lo que había pro­du­ci­do antes de la gue­rra impe­ria­lis­ta; Mos­cú con­ta­ba con la mitad de pobla­ción que antes de la con­tien­da, Petro­gra­do con ape­nas un ter­cio. A prin­ci­pios de 1919, el pro­yec­to de la reac­ción euro­pea de rodear a la nacien­te repú­bli­ca de los soviets se pue­de decir que había sido con­su­ma­do: al oes­te, ase­dia­ban el ejér­ci­to ale­mán y la flo­ta ingle­sa, los che­co­es­lo­va­cos y las tro­pas blan­cas coman­da­das por Kol­chak; al nor­te, tro­pas ingle­sas, fran­ce­sas, ame­ri­ca­nas y ser­bias; al sur, fran­ce­ses, ingle­ses y el ejér­ci­to blan­co coman­da­do por Deni­kin; al este, los japo­ne­ses y los jefes cosa­cos, anti­guas cabe­zas de las fuer­zas repre­si­vas imperiales.

En medio de esta situa­ción, la expec­ta­ti­va de los diri­gen­tes bol­che­vi­ques en la revo­lu­ción ale­ma­na no era una mera enso­ña­ción de líde­res tras­no­cha­dos: si el poder sovié­ti­co se había sos­te­ni­do en sus pri­me­ros meses, se lo debía al pro­le­ta­ria­do euro­peo, don­de se des­ta­ca­ba la heroi­ca cla­se obre­ra ger­ma­na que –envuel­ta en el dra­ma de la gue­rra impe­ria­lis­ta y ves­ti­da con los uni­for­mes de mari­ne­ros y sol­da­dos- había derro­ca­do al Reich. El des­tino de la revo­lu­ción rusa, para Lenin y Trotsky, se encon­tra­ba ata­do indi­so­lu­ble­men­te a la reso­lu­ción que, final­men­te, tuvie­ra esta monu­men­tal bata­lla de cla­ses en uno de los paí­ses capi­ta­lis­tas más avan­za­dos de la época.(5)

Y sin embar­go, en medio de esta situa­ción dra­má­ti­ca que nubla­ba el hori­zon­te de la Rusia sovié­ti­ca, hacién­do­le temer a los revo­lu­cio­na­rios un casi segu­ro retro­ce­so en las posi­cio­nes con­quis­ta­das, redo­bla­ron la apues­ta y el pri­mer esta­do obre­ro de la his­to­ria se pro­ve­yó de una legis­la­ción par­ti­cu­lar­men­te van­guar­dis­ta. “El régi­men sovié­ti­co no tenía aún un mes de exis­ten­cia cuan­do publi­có un decre­to que el gobierno pro­vi­sio­nal no había sido capaz de ela­bo­rar a los ocho meses de estar en el poder: la ley del divor­cio y más par­ti­cu­lar­men­te el divor­cio por con­sen­ti­mien­to mutuo. Casi al mis­mo tiem­po el matri­mo­nio civil reem­pla­zó al reli­gio­so. (…). El fin de esta refor­ma, según uno de los prin­ci­pa­les legis­la­do­res de la épo­ca con­sis­tía en trans­for­mar una ins­ti­tu­ción que ‘ha de dejar de ser una jau­la don­de los espo­sos tie­nen que vivir a la fuerza.’”(6)

El his­to­ria­dor Hen­ri Cham­bre seña­la que la legis­la­ción sovié­ti­ca se some­tía a dos prin­ci­pios fun­da­men­ta­les: “la eman­ci­pa­ción de la mujer y la des­apa­ri­ción de la des­igual­dad de dere­chos entre el hijo natu­ral y el hijo legítimo.”(7) Es la mis­ma apre­cia­ción de Wendy Z. Gold­man, que ya des­de las pri­me­ras pági­nas de La mujer, el Esta­do y la Revo­lu­ción indi­ca que, “des­de una pers­pec­ti­va com­pa­ra­ti­va, el Códi­go de 1918 se ade­lan­ta­ba nota­ble­men­te a su épo­ca. No se ha pro­mul­ga­do nin­gu­na legis­la­ción simi­lar con res­pec­to a la igual­dad de géne­ro, el divor­cio, la legi­ti­mi­dad y la pro­pie­dad ni en Amé­ri­ca ni en Euro­pa. Sin embar­go, a pesar de las inno­va­cio­nes radi­ca­les del Códi­go, los juris­tas seña­la­ron rápi­da­men­te ‘que esta legis­la­ción no es socia­lis­ta, sino legis­la­ción para la era tran­si­cio­nal’. Ya que este Códi­go pre­ser­va­ba el regis­tro matri­mo­nial, la pen­sión ali­men­ti­cia, el sub­si­dio de meno­res y otras dis­po­si­cio­nes rela­cio­na­das con la nece­si­dad per­sis­ten­te aun­que tran­si­to­ria de la uni­dad fami­liar. Como mar­xis­tas, los juris­tas esta­ban en la posi­ción extra­ña de crear leyes que creían que pron­to se con­ver­ti­rían en irrelevantes.”

II

No sólo la revo­lu­ción, sino tam­bién la gue­rra mun­dial, la gue­rra civil, las sequías y las pla­gas habían tras­to­ca­do de pies a cabe­za a la vie­ja Rusia, ago­tan­do o liqui­dan­do las fuer­zas de todas las cla­ses socia­les que habían lucha­do entre sí. El ham­bre se hizo endé­mi­ca y esto debi­li­tó y des­mo­ra­li­zó a la cla­se obre­ra. A ello se suma­ba el sufri­mien­to pro­vo­ca­do por el frío y la fal­ta de com­bus­ti­ble. Las epi­de­mias se pro­pa­ga­ban fácil­men­te: entre 1918 y 1919, un millón y medio de per­so­nas murió como con­se­cuen­cia del tifus. Para fines de 1920, sólo las enfer­me­da­des, el ham­bre y las bajas tem­pe­ra­tu­ras mata­ron a 7 millo­nes y medio de rusos, cuan­do la gue­rra se había cobra­do 4 millo­nes de víctimas.

Milla­res de niñas y niños vaga­ban por las calles, en bus­ca de un men­dru­go de pan para sobre­vi­vir. Eran los huér­fa­nos de la gue­rra, de la revo­lu­ción y de las ham­bru­nas que cons­ti­tu­ye­ron un fenó­meno social de difí­cil reso­lu­ción para el nacien­te esta­do obre­ro: el bes­pri­zor­nost’, los niños de la calle, acos­tum­bra­dos al pilla­je y el vaga­bun­deo, la vida dura y los rudos tra­tos de auto­ri­da­des y fun­cio­na­rios que, cuan­do se incen­ti­va la eco­no­mía agrí­co­la, son envia­dos al cam­po. “En 1925, el edu­ca­dor T. E. Sega­lov apli­có el famo­so comen­ta­rio de Fou­rier a las muje­res y los niños. Escri­bió, ‘La for­ma en que una socie­dad dada pro­te­ge a la niñez refle­ja su nivel eco­nó­mi­co y cul­tu­ral exis­ten­te’. En la Unión Sovié­ti­ca de 1926, 19.000 niños sin hogar eran expul­sa­dos de los hoga­res finan­cia­dos por el Esta­do y colo­ca­dos en hoga­res cam­pe­si­nos exten­di­dos para sem­brar con un ara­do de made­ra ances­tral y para cose­char con hoz y gua­da­ña”, des­cri­be Goldman.

Y sin embar­go, mien­tras las medi­das extre­mas del fla­man­te gobierno obre­ro no ati­na­ban a dar con las mejo­res solu­cio­nes para seme­jan­te fla­ge­lo, en medio de la cri­sis eco­nó­mi­ca, algu­nas de las inno­va­cio­nes intro­du­ci­das por ese mis­mo poder sovié­ti­co pre­pa­ra­ban una inmen­sa revo­lu­ción peda­gó­gi­ca sin ante­ce­den­tes: todos los ciu­da­da­nos que supie­ran leer y escri­bir fue­ron movi­li­za­dos en un gigan­tes­co plan de alfa­be­ti­za­ción; se publi­ca­ron colec­cio­nes popu­la­res de los clá­si­cos para ser ven­di­dos a pre­cio de cos­to; se esta­ble­ció la esco­la­ri­dad mix­ta y se le dio, a la edu­ca­ción, un carác­ter poli­téc­ni­co y colec­ti­vo. Con una anti­ci­pa­ción his­tó­ri­ca visio­na­ria, la revo­lu­ción pro­le­ta­ria abo­lió los exá­me­nes y decre­tó que las escue­las fue­ran regi­das por un con­se­jo del que for­ma­ban par­te los tra­ba­ja­do­res del esta­ble­ci­mien­to, los repre­sen­tan­tes de las orga­ni­za­cio­nes obre­ras loca­les y los estu­dian­tes mayo­res de doce años. Bas­ta­ron pocos meses de poder obre­ro, para que se pro­cla­ma­ra la gra­tui­dad de la ense­ñan­za uni­ver­si­ta­ria. ¡Allí sí podría decir­se que la ima­gi­na­ción estu­vo en el poder!

Pero las revo­lu­cio­nes son algo muy real, que tie­ne que lidiar con las con­di­cio­nes mate­ria­les exis­ten­tes para trans­for­mar­lo todo radi­cal­men­te. Y eso inclu­ye con­tra­dic­cio­nes des­ga­rran­tes. En esas con­tra­dic­cio­nes vio­len­tas, la revo­lu­ción se esfor­za­ba por abrir­se paso: libros bara­tos des­ti­na­dos a alfa­be­ti­zar a millo­nes, muchos de los cua­les ter­mi­na­ban que­ma­dos para gua­re­cer a sus des­ti­na­ta­rios del frío, ante la esca­sez de combustible.

III

Para 1921, la eco­no­mía del joven esta­do sovié­ti­co esta­ba devas­ta­da. “No somos lo sufi­cien­te­men­te civi­li­za­dos para el socia­lis­mo”, había seña­la­do Lenin, refi­rién­do­se al atra­so indus­trial, la baja pobla­ción urba­na y la pre­pon­de­ran­cia del cam­po en la eco­no­mía del esta­do. Enton­ces pro­po­ne impul­sar la Nue­va Polí­ti­ca Eco­nó­mi­ca (NEP), bajo la cual se res­tau­ra­ba la pro­pie­dad pri­va­da de la pro­duc­ción en algu­nos sec­to­res agrí­co­las y se libe­ra­ban las res­tric­cio­nes comer­cia­les con el extran­je­ro: por medio de la intro­duc­ción con­tro­la­da de cier­tos meca­nis­mos del mer­ca­do, se bus­ca­ba revi­ta­li­zar la eco­no­mía que se encon­tra­ba en rui­nas. Entre­tan­to, el gobierno ale­mán repri­mía bru­tal­men­te el levan­ta­mien­to de los obre­ros enca­be­za­do por el Par­ti­do Comu­nis­ta, debi­li­tan­do las fuer­zas revo­lu­cio­na­rias en Euro­pa y aumen­tan­do el ais­la­mien­to de la Rusia soviética.

Con la NEP, tam­bién hay que seña­lar que emer­gió una nue­va e inci­pien­te cla­se media, que apro­ve­chó la oca­sión en bene­fi­cio pro­pio. En 1922, la cose­cha alcan­zó las tres cuar­tas par­tes de la pro­duc­ción nor­mal ante­rior a la gue­rra; pero mien­tras los nepis­tas aumen­ta­ban su poder social y eco­nó­mi­co, la cla­se obre­ra indus­trial –prin­ci­pal pro­ta­go­nis­ta de la revo­lu­ción vic­to­rio­sa- se veía diez­ma­da: su van­guar­dia, poli­ti­za­da y vale­ro­sa, había sucum­bi­do en la gue­rra civil, otros tan­tos habían asu­mi­do res­pon­sa­bi­li­da­des como fun­cio­na­rios del nacien­te esta­do sovié­ti­co, asi­mi­lán­do­se al ambien­te buro­crá­ti­co; miles de pro­le­ta­rios aban­do­na­ron las ciu­da­des –duran­te las ham­bru­nas- y regre­sa­ron al cam­po de don­de eran ori­gi­na­rios. La indus­tria no tenía el mis­mo rit­mo de recu­pe­ra­ción que el cam­po: la indus­tria pesa­da esta­ba para­li­za­da y los nive­les de pro­duc­ción de la indus­tria lige­ra eran ape­nas un cuar­to de los alcan­za­dos en la preguerra.

No es difí­cil ima­gi­nar que, bajo estas cir­cuns­tan­cias, tam­bién cam­bia­ra la com­po­si­ción social del Par­ti­do Bol­che­vi­que. “A prin­ci­pios de 1917 no tenía más de 23.000 miem­bros en toda Rusia. Duran­te la revo­lu­ción la mili­tan­cia se tri­pli­có y cua­dru­pli­có. En el perío­do cul­mi­nan­te de la gue­rra civil, en 1919, un cuar­to de millón de per­so­nas habían ingre­sa­do en sus filas. Este cre­ci­mien­to refle­ja­ba la genui­na atrac­ción que el par­ti­do ejer­cía sobre la cla­se obre­ra. Entre 1919 y 1922, la mili­tan­cia se tri­pli­có una vez más, aumen­tan­do de 250.000 a 700.000 miem­bros. La mayor par­te de este cre­ci­mien­to, sin embar­go, ya era espu­rio. Los opor­tu­nis­tas se vol­ca­ban en alud sobre el cam­po de los ven­ce­do­res. El par­ti­do tenía que lle­nar innu­me­ra­bles pues­tos en el gobierno, la indus­tria, los sin­di­ca­tos, etc., y era ven­ta­jo­so lle­nar­los con per­so­nas que acep­ta­ran la dis­ci­pli­na par­ti­da­ria. En esta masa de recién lle­ga­dos, los bol­che­vi­ques autén­ti­cos que­da­ron redu­ci­dos a una peque­ña minoría.”(8)

Todo esto iba acon­te­cien­do mien­tras Lenin sufría su pri­mer infar­to cere­bral en mayo de 1922, que lo ale­jó momen­tá­nea­men­te de las fun­cio­nes al fren­te del Par­ti­do Bol­che­vi­que, has­ta su segun­do infar­to, en diciem­bre, des­pués del cual tuvo que reti­rar­se de la acti­vi­dad públi­ca com­ple­ta­men­te. En ese mis­mo año, Sta­lin es nom­bra­do secre­ta­rio gene­ral del par­ti­do. Más tar­de, des­pués de un ter­cer ata­que, Lenin per­dió el habla, que­dó pos­tra­do y murió el 21 de enero de 1924. Pero en estos últi­mos meses de vida, con sus fuer­zas diez­ma­das por la enfer­me­dad, Lenin libró su últi­mo com­ba­te por la res­ti­tu­ción del mono­po­lio del comer­cio exte­rior, abo­li­do en 1922; con­tra la opre­sión de las nacio­na­li­da­des y con­tra la buro­cra­cia que empe­za­ba a roer la orga­ni­za­ción del Par­ti­do Bol­che­vi­que y el esta­do sovié­ti­co. “Fuer­zas colo­sa­les se habían pues­to en movi­mien­to: las del ase­dio impe­ria­lis­ta, las de una bur­gue­sía agra­ria que resur­gía una y otra vez, las de una buro­cra­cia capi­lar que iba insi­nuán­do­se en todos los engra­na­jes del apa­ra­to admi­nis­tra­ti­vo. No obs­tan­te, Lenin, has­ta su últi­mo alien­to, sigue apos­tan­do a favor de la cons­cien­cia de la van­guar­dia, (…). Cuan­do el pro­pio par­ti­do se reve­la con­ta­mi­na­do por el virus buro­crá­ti­co, Lenin no renun­cia a su pro­pó­si­to. Se diri­ge a la van­guar­dia de la van­guar­dia, a lo que de sano pue­da aún sub­sis­tir en la direc­ción del par­ti­do. (…). El año 1923 cer­ti­fi­ca el fin de la cri­sis revo­lu­cio­na­ria que, a lo lar­go de cin­co años, ha sacu­di­do toda Euro­pa. Has­ta enton­ces, la joven revo­lu­ción rusa ha resis­ti­do, afe­rra­da a la espe­ran­za de una revo­lu­ción vic­to­rio­sa en Ale­ma­nia, sin la cual su pro­pio futu­ro resul­ta­ba teó­ri­ca­men­te impen­sa­ble. El fra­ca­so del Octu­bre ale­mán des­pe­ja el camino para el futu­ro ascen­so del nazis­mo y cons­ti­tu­ye el pre­lu­dio de la derro­ta de la Opo­si­ción de izquier­das en Rusia. La buro­cra­cia teo­ri­za ese ais­la­mien­to dura­de­ro y se dis­po­ne a ence­rrar la revo­lu­ción en las fron­te­ras del ‘socia­lis­mo en un solo país’. Esa tra­yec­to­ria con­tra­di­ce, sin lugar a dudas, toda la his­to­ria y la edu­ca­ción del par­ti­do. Pero, tras la gue­rra civil, ¿qué es lo que per­ma­ne­ce toda­vía en pie del par­ti­do y de sus rela­cio­nes con las masas? La mitad del pro­le­ta­ria­do indus­trial se ha esfu­ma­do. (…). Enfren­ta­do a las fuer­zas des­bo­ca­das de la his­to­ria, des­de su lecho, Lenin pro­po­ne a Trotsky un pac­to para jugar una últi­ma baza con­tra la buro­cra­cia.” (9) Pero la buro­cra­cia encon­tra­ba sus raí­ces en la derro­ta de la revo­lu­ción inter­na­cio­nal y el atra­so social, eco­nó­mi­co y cul­tu­ral de Rusia.

Para las muje­res, este perío­do tra­jo un aumen­to del índi­ce de des­ocu­pa­ción y una visi­ble­men­te mayor can­ti­dad de tra­ba­ja­do­ras urba­nas en situa­ción de pros­ti­tu­ción. Como se reve­la en la minu­cio­sa inves­ti­ga­ción de Wendy Z. Gold­man, el 86% de las muje­res en esta situa­ción, para los años ’20, eran obre­ras o cuen­ta­pro­pis­tas (modis­tas, arte­sa­nas). Eran las tra­ba­ja­do­ras expul­sa­das de la pro­duc­ción, que veían redu­cir­se los ser­vi­cios gra­tui­tos de guar­de­rías y de hoga­res para madres sol­te­ras, empu­ja­das a la pros­ti­tu­ción por el ham­bre y la mise­ria reinantes.

Sin embar­go, las difi­cul­ta­des no eran óbi­ce para un pen­sa­mien­to audaz de los diri­gen­tes bol­che­vi­ques, que sobre­vo­la­ba por enci­ma de los aprie­tos que impo­nía la reali­dad: “No cabe la más lige­ra duda de que, aun al nivel de nues­tra eco­no­mía actual, podría­mos con­ce­der un lugar mucho más impor­tan­te a la crí­ti­ca, a la ini­cia­ti­va y a la razón. Ésa es pre­ci­sa­men­te una de las tareas de la épo­ca. Resul­ta más evi­den­te aun que la trans­for­ma­ción radi­cal de la vida (la eman­ci­pa­ción de la mujer de la escla­vi­tud domés­ti­ca, la edu­ca­ción públi­ca de los niños, la abo­li­ción del cons­tre­ñi­mien­to eco­nó­mi­co que pesa sobre el matri­mo­nio, etc.) no avan­za­rá sino a la par de la acu­mu­la­ción social y del pre­do­mi­nio cre­cien­te de las fuer­zas eco­nó­mi­cas socia­lis­tas sobre las del capi­ta­lis­mo”, seña­la­ba Trotsky en 1923. Y más ade­lan­te insis­te en el papel revo­lu­cio­na­rio de la crea­ti­vi­dad colec­ti­va para la trans­for­ma­ción de las cos­tum­bres: “Cada for­ma nue­va (…) debe ser con­sig­na­da por la pren­sa y lle­va­da a cono­ci­mien­to públi­co, a fin de esti­mu­lar la ima­gi­na­ción y el inte­rés de todos y dar el impul­so nece­sa­rio para pró­xi­mas crea­cio­nes colec­ti­vas en lo refe­ren­te a las nue­vas cos­tum­bres. (…). No toda inven­ción es exi­to­sa, no todo pro­yec­to es via­ble. ¿Qué impor­ta? La elec­ción ade­cua­da lle­ga­rá en el momen­to opor­tuno. La nue­va vida adop­ta­rá las for­mas más aco­mo­da­das a su pro­pio sen­tir. El resul­ta­do será una vida más rica, más amplia, más lle­na de color y armonía.”(10)
La vida pri­va­da era un obje­ti­vo de la revo­lu­ción en cur­so, como si aque­lla otra con­sig­na de que “lo per­so­nal es polí­ti­co”, levan­ta­da por las femi­nis­tas de los años ’70, se encon­tra­ra anti­ci­pa­da en las ideas que el bol­che­vis­mo tenía sobre la eman­ci­pa­ción de las muje­res: “la pri­me­ra tarea, la más pro­fun­da y urgen­te, es la de rom­per el silen­cio que rodea a los pro­ble­mas de la vida cotidiana.”(11) ¡Qué leja­nas estas pala­bras de las glo­ri­fi­ca­cio­nes que, poco tiem­po des­pués, la buro­cra­cia gober­nan­te hacía de sus pro­pias con­ce­sio­nes a la ideo­lo­gía patriar­cal peque­ño­bur­gue­sa y de los bru­ta­les retro­ce­sos que se daban en nom­bre del socialismo!

IV

Como nadie, qui­zás, Trotsky tuvo que res­pon­der en nume­ro­sas oca­sio­nes por qué había per­di­do “el poder”, sien­do él –indudablemente‑, el más des­ta­ca­do diri­gen­te jun­to a Lenin, de la Revo­lu­ción Rusa. Trotsky mis­mo res­pon­de en sus memo­rias que “cuan­do un revo­lu­cio­na­rio, que ha diri­gi­do la con­quis­ta del poder empie­za, lle­ga­do cier­to momen­to, a per­der­lo –sea por vía ‘pací­fi­ca’ o violentamente‑, ello quie­re decir, en reali­dad, que comien­za a ini­ciar­se la deca­den­cia de las ideas y los sen­ti­mien­tos que ani­ma­ran en una pri­me­ra fase a los ele­men­tos diri­gen­tes de la revo­lu­ción o que des­cien­de de nivel el impul­so revo­lu­cio­na­rio de las masas o ambas cosas a la vez.”(12) La buro­cra­ti­za­ción del par­ti­do y del esta­do se va acen­tuan­do y Trotsky lo sin­te­ti­za magis­tral­men­te, dicien­do que “para muchos, la eta­pa actual, lla­ma­da a ser una eta­pa de tran­si­ción, iba cobran­do el valor de una esta­ción de tér­mino. Se iba for­man­do un nue­vo tipo de hombre.”(13) La resis­ten­cia ante las exi­gen­cias revo­lu­cio­na­rias fue trans­for­mán­do­se, len­ta­men­te, en una cam­pa­ña con­tra Trotsky que enca­be­za­ba la opo­si­ción al camino que empren­día la cas­ta gober­nan­te. Pero es obli­ga­do a renun­ciar a sus car­gos en el esta­do obre­ro; más tar­de, a aban­do­nar los orga­nis­mos de direc­ción del Par­ti­do Bol­che­vi­que y, final­men­te, expul­sa­do defi­ni­ti­va­men­te del mis­mo. Aun así, Trotsky repre­sen­ta­ba la con­ti­nui­dad del leni­nis­mo y la expe­rien­cia viva de la revo­lu­ción triun­fan­te, por eso fue depor­ta­do a Alma Ata, en 1928, don­de escri­bió La Revo­lu­ción Per­ma­nen­te, dis­cu­tien­do la “teo­ría” nacio­na­lis­ta de Sta­lin, de que era posi­ble cons­truir el socia­lis­mo en un solo país, gra­dual y evo­lu­ti­va­men­te. Un año más tar­de era envia­do al des­tie­rro que lo hizo reca­lar, pri­me­ro en Tur­quía y, lue­go, en nume­ro­sos paí­ses euro­peos que se nega­ban a con­ce­der­le una visa, has­ta que final­men­te encon­tró su últi­ma mora­da en un lejano y exó­ti­co México.

En tan­to, en nom­bre del socia­lis­mo, para­dó­ji­ca­men­te, en la Unión Sovié­ti­ca se limi­tó el desa­rro­llo de la socia­li­za­ción de los ser­vi­cios tales como guar­de­rías, lava­de­ros y come­do­res. La buro­cra­cia, para afir­mar­se en el poder del Esta­do, des­en­te­rró el vie­jo cul­to a la fami­lia, ya que el nue­vo régi­men tenía la nece­si­dad “de una jerar­quía esta­ble de las rela­cio­nes socia­les, y de una juven­tud dis­ci­pli­na­da por cua­ren­ta millo­nes de hoga­res que sir­ven de apo­yo a la auto­ri­dad y el poder.”(14) Antes del déci­mo ani­ver­sa­rio de la Revo­lu­ción de Octu­bre, el régi­men de Sta­lin rein­tro­du­ce el matri­mo­nio civil como la úni­ca unión legal fren­te al Esta­do. Más tar­de –sos­te­nién­do­se tam­bién, entre otros fun­da­men­tos, en la moral peque­ño­bur­gue­sa de las atra­sa­das masas cam­pe­si­nas- supri­mi­rá la sec­ción feme­ni­na del Comi­té Cen­tral del par­ti­do, pena­li­za­rá la homo­se­xua­li­dad y cri­mi­na­li­za­rá la pros­ti­tu­ción. “La prohi­bi­ción del abor­to en junio de 1936 fue acom­pa­ña­da de una cam­pa­ña para des­acre­di­tar y des­truir las ideas liber­ta­rias que habían dado for­ma a la polí­ti­ca social a lo lar­go de la déca­da de 1920.”, seña­la Wendy Z. Gold­man en el libro que aquí pre­sen­ta­mos. Y agre­ga: “la doc­tri­na de la ‘extin­ción’, que en un momen­to había sido cen­tral para la com­pren­sión socia­lis­ta de la fami­lia, el dere­cho y el Esta­do, fue repu­dia­da.” La buro­cra­cia sta­li­nis­ta, que arre­ba­tó el poder de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, enal­te­ció las figu­ras del Gran Padre Sta­lin y la madre rusa heroi­ca y sacri­fi­ca­da por el pro­gre­so patrió­ti­co; per­mi­tió que las espo­sas de los fun­cio­na­rios pudie­ran ir en auto­mó­vil con cho­fer a los super­mer­ca­dos, mien­tras las tra­ba­ja­do­ras tenían que hacer colas inter­mi­na­bles por la esca­sez y el racio­na­mien­to. Y todo esto lo hacía al tiem­po que sos­te­nía que, con la con­quis­ta del poder del Esta­do, el socia­lis­mo ya esta­ba con­su­ma­do en sus nue­ve déci­mas partes.

Pero la con­tra­rre­vo­lu­ción impues­ta por el régi­men de Sta­lin no fue la con­ti­nui­dad inevi­ta­ble del bol­che­vis­mo –como muchos enemi­gos de la revo­lu­ción socia­lis­ta lo quie­ren presentar‑, sino su pro­pia nega­ción. Para ello nece­si­tó liqui­dar a toda una gene­ra­ción median­te el des­tie­rro, su con­de­na a cam­pos de tra­ba­jo for­zo­so, los jui­cios fra­gua­dos y las eje­cu­cio­nes suma­rias. El Ter­mi­dor que arra­sa con las con­quis­tas revo­lu­cio­na­rias, al mis­mo tiem­po ins­tau­ra la pena de muer­te a par­tir de los doce años, la auto­ri­za­ción de la tor­tu­ra y los masi­vos y arbi­tra­rios fusi­la­mien­tos –cono­ci­dos como los Jui­cios de Mos­cú- que aca­ba­ron con la gene­ra­ción de vie­jos bol­che­vi­ques y con todos los que se atre­vie­ron a plan­tear su opo­si­ción al régimen.

No hay una con­ti­nui­dad entre los pri­me­ros decre­tos albo­ro­za­dos del nacien­te esta­do obre­ro de 1917 –cuan­do las leyes tam­bién se ima­gi­na­ban tan tran­si­to­rias y epi­só­di­cas como el Esta­do mis­mo, como toda la socie­dad revo­lu­cio­na­da- y estas pres­crip­cio­nes solem­nes del orden esta­tui­do por la buro­cra­cia para el pro­gre­so cre­cien­te de la nación. En el medio, fue­ron nece­sa­rios muchas depor­ta­cio­nes, cam­pos de tra­ba­jo for­zo­so, miles de tor­tu­ra­dos y pre­sos, miles de ase­si­na­dos. A la revo­lu­ción, fue nece­sa­rio opo­ner­le una con­tra­rre­vo­lu­ción para que final­men­te se lle­ga­ra una situa­ción tal como la des­crip­ta por Wendy Z. Gold­man en los últi­mos capí­tu­los de este libro.

Los bol­che­vi­ques creían que ins­tau­rar la igual­dad polí­ti­ca entre hom­bres y muje­res era el pro­ble­ma más sim­ple por resol­ver; pero que el logro de esta igual­dad en la vida coti­dia­na era un pro­ble­ma infi­ni­ta­men­te más arduo, ya que no depen­día de decre­tos revo­lu­cio­na­rios. Para eso era nece­sa­rio un gran esfuer­zo con­cien­te de toda la masa del pro­le­ta­ria­do y pre­su­po­nía la exis­ten­cia de un pode­ro­so deseo de cul­tu­ra y pro­gre­so. ¿Cómo podía decir­se, enton­ces, que el socia­lis­mo esta­ba casi con­su­ma­do al tiem­po que se prohi­bía el abor­to y se hacía pro­pa­gan­da para que la mujer regre­sa­ra al hogar y su mun­do se redu­je­ra, nue­va­men­te, al de las tareas domés­ti­cas? Trotsky lo denun­cia sin amba­ges: “La Revo­lu­ción de Octu­bre ins­cri­bió en su ban­de­ra la eman­ci­pa­ción de la mujer y pro­du­jo la legis­la­ción más pro­gre­si­va en la his­to­ria sobre el matri­mo­nio y la fami­lia. Esto no quie­re decir, por supues­to, que que­da­ra a pun­to inme­dia­ta­men­te una ‘vida feliz’ para la mujer sovié­ti­ca. La ver­da­de­ra eman­ci­pa­ción de la mujer es incon­ce­bi­ble sin un aumen­to gene­ral de la eco­no­mía y la cul­tu­ra, sin la des­truc­ción de la uni­dad eco­nó­mi­ca fami­liar peque­ño­bur­gue­sa, sin la intro­duc­ción de la ela­bo­ra­ción socia­li­za­da de los ali­men­tos, y sin educación.

Mien­tras tan­to, guia­da por su ins­tin­to de con­ser­va­ción, la buro­cra­cia se ha sobre­sal­ta­do por la ‘desin­te­gra­ción’ de la fami­lia. Empie­za a can­tar ala­ban­zas a la cena y a la cola­da fami­lia­res, es decir, a la escla­vi­tud domés­ti­ca de la mujer.”(15) En la mis­ma línea, Wendy Z. Gold­man sen­ten­cia que “aun­que las con­di­cio­nes mate­ria­les juga­ron un rol cru­cial en soca­var la visión de los años vein­te, no fue­ron en últi­ma ins­tan­cia, res­pon­sa­bles por su des­apa­ri­ción. (…). La rever­sión ideo­ló­gi­ca de la déca­da de 1930 fue esen­cial­men­te polí­ti­ca, no de natu­ra­le­za eco­nó­mi­ca ni mate­rial, y lle­va­ba la impron­ta de la polí­ti­ca sta­li­nis­ta en otras áreas. La ley de 1936 tenía sus raí­ces en las crí­ti­cas popu­la­res y ofi­cia­les de la déca­da de 1920, pero sus medios y sus fines cons­ti­tuían un mar­ca­do quie­bre con las pri­me­ras corrien­tes del pen­sa­mien­to, de hecho con una tra­di­ción de siglos de ideas y prác­ti­cas revolucionarias.”

Millo­nes de seres huma­nos nacie­ron y cre­cie­ron bajo la idea de que ese engen­dro his­tó­ri­co del sta­li­nis­mo, era sinó­ni­mo de socia­lis­mo. Las ban­de­ras revo­lu­cio­na­rias que­da­ron man­cha­das, duran­te poco más de medio siglo, por los mons­truo­sos crí­me­nes de la buro­cra­cia ter­mi­do­ria­na. Con ese telón de fon­do, las ideas de la revo­lu­ción y de la liber­tad pare­cie­ron andar por diver­sos cami­nos, inclu­so opo­nién­do­se entre sí.
En ese mis­mo tiem­po, las muje­res acce­di­mos a todos los nive­les de la edu­ca­ción públi­ca, al dere­cho a ejer­cer todos los ofi­cios, al con­trol de nues­tra sexua­li­dad y de nues­tras vidas. Sin embar­go, es impe­rio­so seña­lar que esos dere­chos con­tras­tan dura­men­te con la vida coti­dia­na de millo­nes de muje­res, la mayo­ría, con­de­na­das a tra­ba­jos pre­ca­rios, a la des­ocu­pa­ción y la sobre­ex­plo­ta­ción, a las enfer­me­da­des y muer­tes por las con­se­cuen­cias del abor­to clan­des­tino, a ser ven­di­das e inter­cam­bia­das como meras mer­can­cías por las redes inter­na­cio­na­les de tra­ta y explo­ta­ción sexual, a vivir sin agua pota­ble, ni elec­tri­ci­dad y con tan sólo dos dóla­res al día.

Las refor­mas con­se­gui­das hoy aquí por un puña­do de muje­res, se escu­rren como agua entre los dedos, maña­na, más allá. Las refor­mas per­mi­ten que algu­nas pocas ejer­zan dere­chos que les son veda­dos a millo­nes. O que esos dere­chos se pue­dan dis­fru­tar por un cor­to tiem­po, antes de que la pró­xi­ma ofen­si­va del capi­tal impon­ga recor­tes, res­tric­cio­nes, muti­la­cio­nes. Por eso, con­si­de­ra­mos que este libro de Wendy Z. Gold­man, no es un mero ejer­ci­cio de memo­ria his­tó­ri­ca, sino una fuen­te en la que abre­var para pre­pa­rar las bata­llas pre­sen­tes y futu­ras por nues­tra eman­ci­pa­ción. Des­pués de todo, como seña­la el mar­xis­ta bel­ga Mar­cel Lieb­man y que­da evi­den­cia­do en esta magis­tral obra que hoy pre­sen­ta­mos en cas­te­llano, “no fue la lucha por las refor­mas la que pre­pa­ró y pro­mo­vió la revo­lu­ción, sino la revo­lu­ción la que abrió paso a las más pro­fun­das y ver­da­de­ras reformas.”(16)

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1 Lenin, V.: “Para la his­to­ria de una paz infor­tu­na­da”, Obras Com­ple­tas, T. XXVI, Edi­to­rial Car­ta­go, Bs. As., 1958.
2 Deu­ts­cher, I.: Trotsky, el pro­fe­ta des­ar­ma­do, LOM Edi­cio­nes, San­tia­go de Chi­le, 2007.
3 Trotsky, L.: La revo­lu­ción trai­cio­na­da, Cla­ri­dad, Bue­nos Aires, 1938.
4 Íd.
5 En Ber­lín, en enero de 1918, se extien­den las huel­gas con­tra la cares­tía, por la paz y el levan­ta­mien­to del esta­do de sitio, con­tra la mili­ta­ri­za­ción del tra­ba­jo, por el sufra­gio uni­ver­sal y la liber­tad de los pre­sos polí­ti­cos. En octu­bre, la flo­ta ale­ma­na de Kiel se suble­va y los cabe­ci­llas son fusi­la­dos, mien­tras el movi­mien­to se extien­de a las ciu­da­des, logran­do que el con­se­jo de obre­ros y sol­da­dos libe­re a los pre­sos polí­ti­cos. En noviem­bre, se lan­za la insu­rrec­ción con la con­sig­na de “Con­se­jos de obre­ros y sol­da­dos”, que se extien­de por todo el país. Se suce­den los enfren­ta­mien­tos calle­je­ros, mien­tras el Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta Ale­mán (PSD) vaci­la y los social­de­mó­cra­tas inde­pen­dien­tes enca­be­zan el movi­mien­to. El kái­ser Gui­ller­mo II abdi­ca y el barón Max de Baden asu­me el nue­vo gobierno repu­bli­cano, al que se inte­gra el PSD. Mien­tras se inten­ta ins­ti­tu­cio­na­li­zar la revo­lu­ción, los obre­ros y sol­da­dos insu­rrec­tos lla­man a una reu­nión cen­tral de los Con­se­jos para con­for­mar un gobierno revo­lu­cio­na­rio. Duran­te algu­nos meses, exis­te una dua­li­dad de pode­res, pero el apa­ra­to repre­si­vo y admi­nis­tra­ti­vo del Esta­do se man­tie­ne intac­to. Hacia fin de año, se fun­da el Par­ti­do Comu­nis­ta (PC) y se pre­pa­ra la segun­da fase de la revo­lu­ción. Los social­de­mó­cra­tas inde­pen­dien­tes aban­do­nan el gobierno y jun­to al PC con­vo­can a la huel­ga gene­ral y la insu­rrec­ción con­tra el gobierno social­de­mó­cra­ta, que se des­en­ca­de­na el 5 de enero de 1919. Pero el gobierno ini­cia la repre­sión, la insu­rrec­ción es derro­ta­da y los diri­gen­tes revo­lu­cio­na­rios Rosa Luxem­bur­go y Karl Liebk­necht son ase­si­na­dos. Sobre esta derro­ta del heroi­co pro­le­ta­ria­do ale­mán, el 12 de febre­ro se asien­ta la Repú­bli­ca de Wei­mar. Sin embar­go, dos nue­vos inten­tos revo­lu­cio­na­rios –otra vez derro­ta­dos san­grien­ta­men­te- se suce­den en 1921 y 1923.
6 Lieb­man, M.: La con­quis­ta del poder, Ed. Gri­jal­bo, Méxi­co DF, 1978.
7 Cita­do por Mar­cel Lieb­man en op.cit.
8 Deu­ts­cher, I.: op.cit.
9 Pre­fa­cio de Daniel Ben­saïd a la edi­ción fran­ce­sa de El últi­mo com­ba­te de Lenin, Moshe Lewin, 1978.
10 Trotsky, L.: Pro­ble­mas de la vida coti­dia­na, Antí­do­to, Bs. As., 2007.
11 Íd.
12 Trotsky, L.: Mi vida, Antí­do­to, Bs. As., 1996.
13 Íd.
14 Trotsky, L.: La Revo­lu­ción Trai­cio­na­da, op.cit.
15 Trotsky, L.: “Twenty Years of Sta­li­nist Dege­ne­ra­tion”, en Fourth Inter­na­tio­nal, Vol. 6 Nº.3, mar­zo de 1945. Publi­ca­do ori­gi­nal­men­te en The Bulle­tin of the Rus­sian Oppo­si­tion Nº 66 – 67, mayo-junio de 1938.
16 Lieb­man, M.: La Con­quis­ta del Poder, Edi­to­rial Gri­jal­bo, Méxi­co DF, 1978.

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